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Los silencios de la guerra

 

Resumen

Vivimos tiempos inciertos y turbulentos en los que la guerra no se libra únicamente en trincheras o en campos de batalla sino en los escenarios más variados. Durante el siglo XX y en lo que va corrido del siglo XXI, hemos sido testigos de guerras múltiples que han dejado tras de sí millones de víctimas, de testimonios y de silencios. Los autores que contribuyen con sus aportes intelectuales en este libro provienen de diversos países como Colombia, Alemania, México, España y Estados Unidos y a su vez, pertenecen a diversas disciplinas, entre las que se encuentran la filosofía, la historia, la literatura, la música, la sociología y el derecho. Desde estos saberes, los autores reflexionan sobre los silencios de la guerra en relación con la memoria y el lenguaje, el daño, el psicoanálisis, los dispositivos acústicos de las cárceles, el trauma, la violencia y el perdón. En algunos textos de este libro el análisis da cuenta de las realidades de sus países, y en otros el tema se aborda desde una construcción teórica, pero siempre situada. Invitamos a los lectores a emprender este viaje sorprendente y revelador a través de los múltiples silencios que dejan a su paso la violencia, la guerra y los regímenes totalitarios. Un libro novedoso que reúne diversas perspectivas sobre el silencio, tema crucial y contundente pero poco explorado pues lo que ha caracterizado a las guerras modernas es precisamente su estridencia, atrocidad y persistencia. Será, por lo tanto, un viaje sorprendente y revelador.

 

Palabras clave: silencio, daños, tortura acústica, perdón y enmudecimiento.

 

The Silences of War

 

Abstract

We live in uncertain and turbulent times when wars are fought not only from trenches or on battlefields, but in the most varied scenarios. Over the course of the 20th and the early 21st centuries, numerous wars have produced millions of victims, testimonies, and silences. The authors who have contributed to this work come from many countries, including Colombia, Germany, Mexico, Spain, and the United States, and they work in different disciplines, such as philosophy, history, literature, music, sociology, and law. Based on their different fields of knowledge, the authors reflect on the silences of war in relation to memory, language, damage, psychoanalysis, acoustic devices in prisons, trauma, violence, and forgiveness. Some of the authors base their analyses on situations in their own countries, while others tackle the topic from theoretical points of view, though always situated. We invite readers to take this surprising and revealing journey through the multiple silences that violence, war, and totalitarianism leave in their wake. This innovative work brings together multiple perspectives on silence, a critical and urgent topic that has been inadequately explored, because modern wars are characterized by their stridency, atrocities, and persistence. This apparent contrast makes the reading of these texts a surprising and revealing journey.

 

Keywords: silence, harm, acoustic torture, forgiveness and muteness.

 

Citación sugerida

Gamboa, C. de y Uribe, M. V. (eds.), (2017). Los silencios de la guerra. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario.

DOI: doi.org/10.12804/GE9789587389395

Camila de Gamboa

María Victoria Uribe

—Editoras académicas­­—

 

Los silencios de la guerra

Los silencios de la guerra / Camila de Gamboa, María Victoria Uribe, editoras académicas. – Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2017

 

348 páginas. – (Colección JANUS)

Incluye referencias bibliográficas.

 

Silencio / Conducta colectiva / Tortura / Campos de concentración / Victimología / I. Acosta, María del Rosario / II. Heuer, Wolfgang / III. Ochoa Gautier, Ana María / IV. Pilatowsky Braverman, Mauricio / V. Reyes Sánchez, Rigoberto / VI. Thiebaut Luis-André, Carlos / VII. Uribe Botero, Ángela / VIII. Grupo interdisciplinario sobre paz, conflicto y posconflicto / IX. Universidad del Rosario / X. Título / XI. Serie

 

303.66 SCDD 20

 

Catalogación en la fuente -- Universidad del Rosario. CRAI

 

LAC  Agosto 4 de 2017

Hecho el depósito legal que marca el Decreto 460 de 1995

 

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Colección JANUS, Grupo de estudios interdisciplinario sobre paz, conflicto y posconflicto

 

©  Editorial Universidad del Rosario

©  Universidad del Rosario

©  Camila de Gamboa, María Victoria Uribe, Shoshana Felman, María del Rosario Acosta López, Ana María Ochoa Gautier, Mauricio Pilatowsky, Ángela Uribe Botero, Carlos Thiebaut, Rigoberto Reyes Sánchez, Wolfgang Heuer

 

Editorial Universidad del Rosario

Carrera 7 Nº 12B-41, oficina 501

Teléfono 297 02 00, ext. 3113

editorial.urosario.edu.co

 

Primera edición: Bogotá D. C., septiembre de 2017

 

ISBN: 978-958-738-938-8 (impreso)

ISBN: 978-958-738-939-5 (ePub)

ISBN: 978-958-738-940-1 (pdf)

DOI: doi.org/10.12804/GE9789587389395

 

Coordinación editorial: Editorial Universidad del Rosario

Corrección de estilo: María Carolina Méndez Téllez

Diseño de cubierta y diagramación: Precolombi EU, David Reyes

Desarrollo ePub: Lápiz Blanco S.A.S.

 

Hecho en Colombia - Made in Colombia

 

Los conceptos y opiniones de esta obra son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no comprometen a la Universidad ni sus políticas institucionales.

 

El contenido de este libro fue sometido al proceso de evaluación de pares, para garantizar los altos estándares académicos. Para conocer las políticas completas, visitar: editorial.urosario.edu.co

 

Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo por escrito de la Editorial Universidad del Rosario.

 

Los autores

Shoshana Felman es profesora Woodruff de literatura comparada y francés en la Universidad Emory, Estados Unidos. Obtuvo su título de doctorado de la Universidad de Grenoble, Francia. Es experta en literatura inglesa y francesa del siglo XIX, literatura y psicoanálisis, trauma y testimonio, literatura y filosofía y derecho y literatura. Tiene una amplia producción académica, dentro de los cuales se encuentra: The Claims of literature: A Shoshana Felman reader (2007); The Juridical Unconscious: Trials and Traumas in the Twentieth Century (2002); What Does a Woman Want? Reading and Sexual Difference (1993); Testimony: Crises of Witnessing in Literature Psycho­analysis and History (en coautoría con Dori Laub, M.D.) (1992).

 

María del Rosario Acosta es doctora en Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia (2007), actualmente es profesora asociada en el Departamento de Filosofía de DePaul University, Chicago. Sus principales áreas de investigación son la estética, la filosofía política moderna y contemporánea, el Idealismo y Romanticismo alemanes, y los acercamientos filosóficos contemporáneos a los temas del trauma y la memoria. Es autora de los libros Silencio y arte en el romanticismo alemán (2006) y La tragedia como conjuro: el problema de lo sublime en Friedrich Schiller (2008). Entre sus investigaciones más recientes están el proyecto sobre “Narrativas de la Comunidad: política y violencia” (Colciencias, 2012-2014), el proyecto piloto para la creación de Grupos de Memoria Histórica a nivel regional (Centro de Memoria Histórica en Colombia y USIP, 2012-2014), un proyecto interdisciplinario sobre representaciones legales de la atrocidad masiva (Vicerrectoría de Investigaciones y Facultad de Derecho, Universidad de los Andes, 2013-2016), y la implementación del área de memoria para el centro comunitario para víctimas de tortura policial en el South Side de la ciudad de Chicago (Wicklander fellow, 2016-2018). Actual­mente prepara un libro sobre pensadores impolíticos de la comunidad, una compilación sobre Friedrich Schiller, la edición de las transcripciones de un seminario con Jean Luc Nancy en Estrasburgo en 2013 (Grupo Ley y Violencia: Conversations on Community, Memory and Political Action), y un libro sobre aproximaciones filosóficas al tema del lenguaje, el trauma y la memoria (Grammars of Listening).

 

Ana María Ochoa Gautier es profesora del Departamento de Música y del Centro de Raza y Etnicidad de la Universidad de Columbia en Nueva York. Sus trabajos de investigación se han enfocado en temas como el conflicto armado y la música (Entre los deseos y los derechos: un ensayo crítico sobre políticas culturales, 2003), la transformación de los modos de producción y circulación de la música (Músicas locales en tiempos de globalización, 2003), historias de la escucha en América Latina y el Caribe (Aurality, Listening and Knowledge in Nineteenth-Century Colombia, 2014), y la pregunta por las filosofías de lo sonoro y su relación con las concepciones de la naturaleza y las formas de vida (“Acoustic multinaturalism: the Value of Nature and the Nature of Music in Ecomusicology”, Boundary 43, 2016). Ha obtenido reconocimientos como la Beca Guggenheim de investigación y el premio Alan Merriam por su libro Aurality. Actualmente trabaja en un proyecto sobre filosofía del silencio.

 

Mauricio Pilatowsky Braverman es licenciado en Historia y Filosofía en la Universidad Hebrea de Jerusalén, con maestría y doctorado de la Universidad Nacional Autónoma de ­México (UNAM). Hizo una estancia posdoctoral en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Madrid, España, dentro del proyecto la Filosofía después de Auschwitz bajo la dirección del Profesor Manuel Reyes Mate. Es profesor de la Facultad de Estudios Superiores de Acatlán, México, y responsable académico de la Maestría en Docencia Media Superior de filosofía. Es coordinador del Seminario Permanente Prácticas de inclusión y exclusión en la configuración de los imaginarios mexicanos y miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel II del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT). Es autor de los libros La autoridad del exilio: una aproximación al pensamiento de Cohen, Kafka, Rosenzweig y Buber (2008) y Las voces desterradas, reflexiones en torno al imaginario judío (2014). Es coordinador de los libros La indisciplina del saber: la multidisciplina en debate (2010), La configuración de la nación mexicana; un proyecto de inclusión exclusión (2013) y Los intelectuales y la configuración de los imaginarios mexicanos (2015). Ha sido profesor invitado del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid, España, la Universidad Autónoma de Madrid, España, la Universidad de la Coruña en España, la Universidad Nacional de Córdoba en Argentina y la Universidad Politécnica de Pereira en Colombia.

 

Ángela Uribe Botero es profesora asociada del Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia, pregrado en filosofía de la Universidad de los Andes (1988), maestría en filosofía de la Universidad Nacional de Colombia (1997), doctorado en filosofía de la Universidad de Antioquia (2005). Principales publicaciones Petróleo, economía y cultura (Editorial Siglo del Hombre, 2005), Perfiles del mal en la historia de Colombia, (Universidad Nacional de Colombia, 2009). Entre 1998 y 2015 ha publicado varios artículos sobre filosofía moral y política en revistas y libros académicos especializados.

 

Carlos Thiebaut Luis-André es catedrático de filosofía en la Universidad Carlos III de Madrid y ha sido profesor en la Universidad Complutense, en la que se doctoró en 1977, en la Autónoma de Madrid y miembro del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. También ha sido profesor visitante en Northwestern University (Estados Unidos) y docente en otras instituciones latinoamericanas de México, Perú y Colombia. Sus intereses se han centrado en la filosofía moral y política contemporánea, en las tradiciones de la teoría crítica y de la filosofía anglosajona, a algunos de cuyos debates han contribuido sus libros, Cabe Aristóteles (1988), Historia del nombrar (1990), Vindicación del ciudadano (1998) y De la Tolerancia (1999), así como con más de 150 artículos en diversas revistas y publicaciones. También ha mostrado interés en la filosofía general y en su enseñanza en sus obras, Conceptos fundamentales de filosofía (1998) e Invitación a la filosofía: pensar el mundo, examinar la vida, hacer la ciudad (2003 y 2ª ed. 2008). Ha traducido a P.F. Strawson (Los límites del sentido, Madrid, Revista de Occidente, 1975), a Philip W. Silver (Fenomenología y Razón Vital, 1978) y a Nelson Goodman (Maneras de hacer mundos, 1991). Actual­mente trabaja sobre la relevancia contemporánea de Michel de Montaigne, cuyo Diario del viaje a Italia (1994) tradujo y editó con José Miguel Marinas, y está concluyendo los libros Ver los daños y El hueco de las palabras: ensayos sobre melancolía, experiencia y escepticismo.

 

Rigoberto Reyes Sánchez es licenciado en Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa, Maestro en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México y Candidato a Doctor por el mismo posgrado. Ha hecho estancias semestrales de investigación en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile (2010) y en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en Lima, Perú (2014). Hace parte del Seminario de investigación avanzada Estudios del Cuerpo en el CEIICH de la UNAM. Desde 2010 ha publicado ensayos en torno a la violencia en México centrándose en el análisis del cuerpo violentado. Ha participado en la coordinación de los siguientes libros: Violencia, desaparición forzada y migraciones en Nuestra América (2012), La Liga Comunista 23 de septiembre a 40 años de su fundación: historias, memoria y archivo (2014) y Cartografías del horror. Memoria y violencia política en América Latina (2016). Actual­mente es parte del Comité Editorial de Pacarina del Sur. Revista de pensamiento crítico de América Latina.

 

Wolfgang Heuer es profesor de filosofía política de la Universidad Libre de Berlín, Alemania, profesor visitante en Brasil y Chile y editor de la revista online HannahArendt.net. Entre los temas que ha trabajado se encuentra, principalmente, la obra de Hannah Arendt, el coraje cívico, la violencia extrema y la idea y historia del federalismo. Fue co-curador de la exposición internacional de arte “Espacio Hannah Arendt de pensamiento” en Berlín en 2006. Entre sus publicaciones recientes se encuentran “El ‘frío glacial’ de la lógica del totalitarismo” (Totalitarismo y paranoia, 2016), “La lucha por la memoria en Alemania desde la Segunda Guerra Mundial y el holocausto hasta hoy” (Cartografías del mal, 2016; Föderationen - Hannah Arendts politische Grammatik des Gru¨ndens, 2016), “La acción política según Arendt como un esbozo de imágenes” (Lecturas de Arendt. Diálogos con la literatura, la filosofía y la política, 2012), Arendt Handbuch. Leben - Werk - Wirkung (2011), “Política y coraje cívico” (Hannah Arendt: política, violencia, memoria, 2012), “When Telling the Truth Demands Courage” (The Journal of the Hannah Arendt Center for Politics and Humanities at Bard College, 2012).

Presentación

Camila de Gamboa y María Victoria Uribe

 

 

 

 

Los ríos más profundos son siempre los más silenciosos.

(QUINTUS CURTIUS RUFUS, HISTORIADOR LATINO, SIGLO I)

 

Necesito que me narren los movimientos de las unidades y los frentes, las retiradas y ofensivas, la cantidad de convoyes volados y de incursiones de partisanos, todo ello descrito en miles de volúmenes. No, busco otra cosa, ‘el saber del espíritu’. Sigo las pistas de la existencia del alma.

(SVETLANA ALEXIÉVICH, La guerra no tiene rostro de mujer, p. 57)

 

 

Vivimos tiempos inciertos y turbulentos en los que la guerra no se libra únicamente en trincheras o campos de batalla sino en los escenarios más variados. Durante el siglo XX y en lo que va corrido del siglo XXI, hemos sido testigos de guerras múltiples que han dejado millones de víctimas, de testimonios y de silencios. Salvo el artículo pionero de Shoshana Felman sobre el silencio de Walter Benjamin, el cual sirve de referencia a varios de los autores que escriben en este libro, los silencios de la guerra no habían sido abordados de manera sistemática ni desde una perspectiva transnacional. Aquí se analizan temas como la incapacidad de una comunicación reparadora por parte de los perpetradores en Colombia, el enmudecimiento y el acallamiento en México contemporáneo o la lucha por recuperar el lenguaje en Alemania tras su asesinato a manos del totalitarismo. Lo novedoso del libro es el tratamiento multidisciplinario del silencio, que se aborda desde diversas áreas del conocimiento, como la filosofía, la antropología, la historia, la literatura y la música, un tratamiento que configura lo que podríamos llamar una gramática de los silencios.

De allí la pertinencia de este libro que pretende abordar, desde la teoría y desde casos concretos, los silencios previos y póstumos que deja la violencia. Con tal fin hemos convocado a varios investigadores para que, desde diferentes perspectivas y enfoques, aborden los temas que circundan el silencio que ha acompañado estas guerras. Invitamos a los autores para que escribieran acerca de los silencios que se producen en diversos escenarios tales como la guerra y los conflictos violentos, los regímenes del terror, el aislamiento de las cárceles y de los campos de exterminio. Muchos de ellos, como ya lo mencionamos, se inspiraron en el artículo que generosamente donó Shoshana Felman para que hiciera parte del libro. Felman se centra en el tema del silencio y el impacto que tuvieron las dos guerras mundiales en la vida y en los escritos de Walter Benjamin. Al revisar la trayectoria de vida del filósofo alemán y al analizar algunos de sus textos, Felman visualizó la existencia de un subtexto que conecta a El Narrador con algunas de sus tesis sobre la historia, que a su vez, alimenta —como un manantial subterráneo— su percepción particular de la historia como un proceso de silenciamiento de las víctimas.

El texto de Ana María Ochoa, El silencio como armamento sonoro, aborda un tema crucial del mundo contemporáneo: el silencio estridente que acompaña al confinamiento solitario que padecen los presos en las cárceles de América Latina y de Estados Unidos. El aislamiento de los presos en celdas cerradas, sin ningún contacto humano, tiene el propósito de trasformar delincuentes peligrosos en ciudadanos. En la década de 1850, algunos reformistas cuáqueros de Pensilvania diseñaron celdas de confinamiento solitario y crearon un régimen carcelario que más adelante sería adoptado en Nueva York. Con ello buscaban producir una conversión religiosa de los criminales a través del arrepentimiento, una cura espiritual y una penitencia silenciosa en aislamiento forzado que debía transformarlos en virtuosos ciudadanos republicanos. Ochoa afirma que dicho régimen fue diseñado pensando en un sujeto masculino y blanco.

Para caracterizar el silencio que va a abordar, la autora habla de una herida que disuelve el sentido de la persona y del espacio-tiempo que habita. Cita las Memorias del Calabozo (1993) escritas por Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández, vecinos de celda de Pepe Mujica, quienes relatan su experiencia como rehenes de la dictadura uruguaya y muestran que a través del silencio y las torturas transitaron de presos políticos a rehenes del régimen: “comenzamos a perder la noción de cuántos presos había y de quiénes éramos, el silencio y la oscuridad eran totales”. A ellos se les aplicaron las técnicas de confinamiento solitario aprendidas de los norteamericanos y empleadas en muchos centros de detención de América Latina.

Según Ochoa, el confinamiento solitario y el uso de música estridente como métodos de tortura son procedimientos que extraen la vida del preso y quebrantan el espíritu de los prisioneros. El silencio, que en la historia de la civilización fue un medio creativo, se convierte entonces en un dispositivo letal, en mecanismo de deshumanización. Así como Benjamin, Kafka, y Rosenzweig, vislumbraron el fuego y anticiparon el Holocausto, el compositor John Cage creó sus “sonidos silenciosos” como anticipación del silencio interior que acompaña a la guerra. Como dice Ochoa, no deja de ser irónica y premonitoria, la similitud entre la cámara anecóica —a la que entra y de la que sale voluntariamente John Cage para formular su estética vanguardista del silencio— y las celdas de confinamiento solitario.

Ochoa analiza la Guerra Fría y la guerra contra el terrorismo islámico en el Medio Oriente, centrándose en la política imperial de Estados Unidos. Nos dice la autora, “la Guerra Fría, en ambos lados del océano, hará del secreto y su conexión con el silencio, de la relación entre percepción y saber, y entre lo sensorial y el confinamiento, una política imperial cuyo trasfondo es la elipsis colonial entre crimen, ley y segregación”. La experiencia devastadora del silencio extremo es relatada por algunos presos que han permanecido durante varios años en confinamiento solitario. Todos se refieren a un silencio que no busca su muerte sino extraerles la vida poco a poco, enterrarlos en vida. Una forma de tortura que pasa desapercibida para los demás, porque se aplica a sujetos que, para el mundo circundante, han dejado de ser humanos.

Para otros el silencio ha sido radical. El solo hecho de hablar puede ampliar una condena, como le sucedió a César Villa quien ya había sido condenado a más de trescientos años. Esto sucedió cuando un guardia afirmó haber escuchado que el preso gritaba una frase en náhuatl, “lengua indígena prohibida en la cárcel californiana de Pelican Bay”, donde se encuentra. El artículo de Ochoa concluye diciendo “el silencio, por tanto, no es la ausencia de sonido, es la imposibilidad de una quietud perceptiva a voluntad por medio de la sobresaturación sonora que desarticula (o “desordena” en el lenguaje de los manuales de tortura) a la persona”.

 

*

 

El texto de Rigoberto Reyes titulado Enmudecer, acallar, guardar. Violencia y silencio en el México contemporáneo, inicia su recorrido al cruzar la densa neblina de Comala, ese pueblo emblemático, imaginado por el escritor Juan Rulfo, que sirve de punto de partida al autor para referirse al silencio; a la manera en que Shoshana Felman imagina el silencio de Walter Benjamin a partir de su experiencia de las dos guerras mundiales. En su artículo, Felman llama la atención acerca de la “sobrecarga de sentido” que yace prisionera en los silencios elocuentes que caracterizan las obras de Benjamin1 y Reyes hace lo mismo cuando nos habla de la sobrecarga de sentido que tiene la filosofía de la historia que está implícita en Pedro Páramo, la cual reivindica las vidas borradas de quienes viven al margen de la historia. El silencio en Rulfo, nos dice el autor, no es un gesto estilístico, ni un recurso metafórico sino que pertenece a “esa gama de silencios cuyo acento los acerca, en palabras de George Steiner, no a la luz, sino a la noche, en este caso a la noche de la historia”.

Según el autor, la guerra en México ha impactado principalmente a una generación que nació y creció en pequeñas comunidades rurales o semiurbanas, relativamente pacíficas y que ahora, por causa de la guerra, se ven inmersas en una confrontación de alta tecnología cuyas batallas se libran con armas de alto calibre —desde fusiles de asalto AK-47 hasta misiles guiados— adquiridas de forma legal en los Estados Unidos. Ante una cotidianidad que ha sido destrozada por la violencia, el enmudecimiento surge una vez más en México como un síntoma de la incapacidad de asimilar la experiencia y nombrarla. La violencia y la política pasan siempre y necesariamente por el cuerpo, nos dice el autor, pues no hay política sin cuerpo, ni violencia que no lo someta o intervenga de algún modo, ya sea física o simbólicamente.

En su análisis, Reyes distingue cuatro tonos del silencio que no pretenden ser una nomenclatura sino más bien una tesitura que hace nítidas tanto sus motivaciones como sus significados. Los tonos del silencio se producen fundamentalmente por los motivos que los generan, quiénes los imponen y el marco en el que se hacen presentes o se abren. Los silencios de los que habla Reyes no son exclusivos de México; como podremos constatarlo en algunos de los textos que hacen parte de este libro, son silencios que hemos visto expandirse por el Medio Oriente, entre los refugiados que buscan desesperadamente una salida a su infortunio; silencios que permearon la cultura alemana posterior al Holocausto; y son también esos silencios que hemos escuchado impasibles entre los sobrevivientes de tantas guerras que han tenido lugar en África y en América Latina.

Reyes se refiere, en primer lugar, al enmudecimiento, ese pasmo existencial que se traduce en la incapacidad de trasmitir en palabras las experiencias vividas, no porque se trate de violencias innombrables, nos advierte el autor, sino porque su ocurrencia rasga los marcos cognitivos y perceptivos del sujeto. No es que estas violencias sean inasibles sino que su irrupción rasga los marcos de la experiencia y con ello la capacidad de transmitir lo vivido de manera satisfactoria. Ante una cotidianeidad destrozada por la violencia, el enmudecimiento surge, una vez más, como un síntoma de la incapacidad de asimilar la experiencia y nombrarla. Son muchos, demasiados, los ejemplos de enmudecimiento que campean en la sociedad mexicana pero el autor se refiere a uno en particular, el que producen las imágenes fotográficas de los cuerpos de 72 migrantes centroamericanos, asesinados por Los Zetas en 2010, que aparecen tendidos uno junto a otro en San Fernando, Tamaulipas. Como ejemplos de enmudecimiento en el arte y la filosofía el autor menciona al ángel de la historia de Walter Benjamin y la pintura “El grito” de Edvard Munch.

El acallamiento, en cambio, es una advertencia o una orden que busca intimidar y aterrorizar al otro para que no hable. En México los mensajes intimidatorios de los narcotraficantes se hacen por medio de “narcomantas” o “narcomensajes” que se escriben en pedazos de tela y se exhiben públicamente en determinados lugares. La manera más efectiva de silenciamiento disciplinario es asesinar y exhibir el cadáver de aquellos que no acataron la orden de callar. Por último, el autor menciona una tercera forma de enfrentar la violencia que denomina guardar silencio, una forma racional y deliberativa de callar por prudencia, por escogencia moral, por desobediencia civil o por protesta política. Se trata de un silencio con voluntad comunicativa que permite denunciar el dolor y resistir la aniquilación.

El texto de Wolfgang Heuer se titula Volver a hablar tras la muerte del lenguaje. Sobre los esfuerzos de aprender a hablar y la facilidad de perder el lenguaje de nuevo. Se trata de una reflexión inquietante acerca de cómo los alemanes aprendieron a hablar de nuevo después de los efectos que dejó en sus vidas el pensamiento y las acciones del totalitarismo nazi. Quienes sobrevivieron decidieron callar de múltiples maneras pues el lenguaje cotidiano, el pensamiento y la realidad fueron destruidos por la guerra. A diferencia de Reyes, quien se refiere a las tonalidades del silencio en el México actual, Heuer habla de voces carentes de tono que difícilmente transitan por los labios y terminan en el más completo silencio. Se trata de un silencio lapidario que resultó incómodo para quienes eran niños mientras transcurrió la Segunda Guerra Mundial y vinieron a rebelarse contra este durante la década de 1970. Ellos fueron quienes exigieron que se reconociera la culpa, que se recordara lo ocurrido y que esta se elaborara a nivel tanto individual como colectivo.

Heuer emprende un recorrido a través de algunos movimientos literarios y periodísticos que surgieron en Alemania y que buscaban transitar los múltiples silencios que paralizaban a la sociedad de la postguerra. Menciona, en primer término, el lenguaje del fingimiento, un lenguaje fallido en lo que a comunicación respecta, incapaz de restablecer las relaciones interpersonales y de abordar la responsabilidad por las acciones y omisiones cometidas durante la guerra. Este fue el lenguaje preferido por los nazis y los perpetradores con el fin de evadir la persecución penal, alterando para ello su identidad personal. En Alemania todos sabían quiénes eran los nazis, nos dice el autor, y sin embargo callaban con el fin de evitar más daños. Un manto de silencio se tendió sobre ellos, lo que permitió que siguieran con sus vidas después de la guerra.

Otra de las modalidades propuestas por el autor es el lenguaje de la impasibilidad, el recurso a la frialdad y al distanciamiento para no verse incriminado, una modalidad a la que recurrieron muchos alemanes con el fin de cerrar la página y evitar señalamientos. Heuer también menciona el lenguaje de la desconfianza que crece en el intersticio de la dialéctica entre cultura y barbarie. Respecto a este tema Adorno consideraba imposible escribir poesía después de Auschwitz, planteamiento que sería revisado por él, convencido, a la postre, de la capacidad del arte para representar el sufrimiento.

Otro tipo de lenguaje al que se refiere Heuer es el lenguaje de las víctimas del trauma, reconocido en Alemania a partir de la traumatización de los niños y jóvenes nacidos entre 1930 y 1940, a causa de los bombardeos aéreos. Como ejemplo, Heuer menciona el monumental diario colectivo hecho por Walter Kempowski conocido como El Sonar, el cual consta de diez tomos que reúnen gran cantidad de cartas de soldados, familiares y funcionarios, a la manera de la inconclusa obra de Walter Benjamin denominada De los Pasajes. Se trata de una exhibición documental y de imágenes sobre el sufrimiento alemán de la postguerra. El lenguaje de la risa y la mordacidad como antídoto contra los excesos del totalitarismo, un medio eficaz para oponerse y resistir a las exigencias del dictador; reírse a carcajadas, como quizá lo hizo Hannah Arendt cuando constató la banalidad del mal observando a Eichmann en el juicio que se le siguió en Jerusalén.

El lenguaje del populismo es la última modalidad de la que se ocupa el artículo de Heuer, una forma que alude a fenómenos recientes en Europa y el próximo Oriente, como el terrorismo del Estado Islámico o el asesinato en masa protagonizado por el noruego Anders Behring. A propósito de las motivaciones que sustentan este tipo de populismos, Heuer nos dice que no se trata del mal por el mal mismo, sino de razones emocionales como la venganza, la envidia o la codicia, o de motivos racionales como la justicia, la libertad o la independencia, valores que consideran el mal como medio legítimo para un fin pretendidamente bueno.

El artículo Hacia una gramática del silencio: Benjamin y Felman de María del Rosario Acosta analiza los retos que la experiencia traumática le plantea a nuestras concepciones del lenguaje como representación y a las relaciones entre historia y memoria. Es desde allí que Acosta decide abordar dichos retos con una perspectiva filosófica. Dice la autora: “quisiera mostrar cómo la filosofía, en su invitación a escuchar de otro modo los silencios provenientes del trauma, puede convertirse en un espacio de producción de una gramática capaz de representar dichos silencios, de hacerlos resonar y decir lo que, desde nuestras categorías tradicionales, corre el riesgo de permanecer inaudible”.

Una de las autoras que consulta Acosta es Cathy Caruth quien concibe el trauma como una estructura que pone en crisis las categorías jurídicas y epistemológicas tradicionales, mediante las cuales se les daba un sentido a los acontecimientos y se les integraba en una narrativa histórica. Freud describe la neurosis traumática como una herida mental a la que es imposible acceder, excepto si se hace a través de la repetición de una experiencia de terror que no conduce al recuerdo o a la memoria de aquello que lo desencadenó. Freud llega a esa conclusión examinando los sueños de los soldados que regresaron mudos del campo de batalla de la Primera Guerra Mundial. Los sueños eran el único medio capaz de conectar a los combatientes con sus experiencias de guerra ya que —como anota Benjamin— habían perdido la posibilidad de comunicarse mediante el lenguaje; no hay nada por fuera de estos sueños que remita a sus experiencias de guerra. Para Freud, el sueño pone en evidencia la existencia de una vivencia traumática que el sujeto no ha sido capaz de integrar como experiencia. De allí se colige que la neurosis traumática constituye una ruptura radical. Lo que acecha al sujeto no es la realidad del evento violento sino su incapacidad para procesarlo. El terror sería entonces el síntoma de ese evento no procesado que está obsesivamente presente y que la mente no deja atrás pero tampoco se traduce en recuerdo. Una verdadera paradoja, según Acosta, pues se trata de la experiencia de la ausencia de experiencia. En palabras de Caruth estaríamos ante “la historia de una herida que reclama ser escuchada, que nos convoca en su intento de hablarnos de una realidad o una verdad a la que no es posible acceder de ningún otro modo. Esta verdad, en su aparecer diferido y en el retardo de su llamado, no se liga únicamente con lo que puede ser conocido, sino también con aquello que permanece desconocido tanto en nuestras acciones como en nuestro lenguaje”.

Los planteamientos anteriores, nos dice Acosta, implican repensar la relación entre memoria, experiencia y lenguaje y el modo como hacemos memoria de los hechos, esto es, el modo como nos aproximamos a aquello que concebimos como pasado e historia. No se trata de insistir en la imposibilidad de representar y dar nombre a la violencia, ni de caer en una actitud melancólica que “sacraliza” el evento traumático al insistir en la imposibilidad de representarlo. Se trata, más bien, de aquello que Nelly Richard, siguiendo los trabajos de Benjamin sobre esta relación de ruptura y pliegue entre lenguaje, representación y violencia, ha descrito como una “catástrofe del sentido”. Tal como asegura Wolfang Heuer en su artículo sobre la Alemania de posguerra, el reto radical que el trauma le plantea a las posibilidades de su representación proviene del hecho de que es el lenguaje mismo el que ha dejado de significar, sus sentidos habituales han sufrido un resquebrajamiento irreversible.

En la segunda parte de su artículo, Acosta establece un diálogo con el texto de Shoshana Felman sobre el silencio de Benjamin. Por un lado, se refiere al enmudecimiento, y su relación con el lenguaje, temas que Benjamin aborda en El Narrador. Acosta nos propone una lectura premonitoria de este texto de Benjamin, la de la desaparición de la capacidad de intercambiar historias y, con ello, la comprensión del lenguaje como experiencia de comunicabilidad, y con este argumento tiende un puente significativo entre Benjamin y Freud a propósito de la incomunicabilidad del trauma. La narración sería, en términos de Benjamin, una experiencia abierta, que habita y conserva su fuerza precisamente en la posibilidad de ser repetida. “Narrar historias, dice Benjamin, siempre ha sido el arte de volver a narrarlas”. De allí la lectura que hace Acosta de la narración como algo que no se desgasta en el narrar, antes bien, se convierte en vehículo para la transmisión de aquello que no busca resolverse en la experiencia de su comunicación, una interpretación novedosa que hay devela la razón de ser del que narra historias. Con sus reflexiones sobre la narración, Benjamin elabora lo que, en términos de Richard, sería así una “narrativa del residuo”. El otro tema que explora Acosta en relación a Benjamin tiene que ver con la naturaleza traumática de la historia. Si la tarea del historiador, como lo señala Felman, es “dar voz a los muertos y a los vencidos y resucitar el relato no registrado, silenciado, oculto de los oprimidos,” esto no puede hacerse sin más a la manera de una “revisión” histórica, con las mismas estructuras temporales con las que la historia tradicionalmente se relaciona con su pasado. Se requiere, dice Acosta, una transformación creativa de los marcos conceptuales con los que se ha de producir la relación entre pasado, experiencia y temporalidad.

Carlos Thibeaut en su artículo Daño y silencio inicia su reflexión con una idea que Hannah Arendt desarrolla en su última obra, La vida del espíritu, en la que la filósofa distingue dos formas de soledad: una que proviene del aislamiento y terror que producen los regímenes nazi y la dictadura soviética en sus súbditos, en los que se rompe la comunicación, y otra, la soledad buscada en el ejercicio de pensar, en la que las personas dialogan con ellas mismas. A partir de esta idea, y siguiendo el artículo de Shoshana Felman acerca de Benjamín, Thibeaut indaga sobre el silencio que se produce como “un acto de comunicación o como un fracaso o quiebra de ella y como una acción en el acto de dañar y curar, en aquellas situaciones en las que alguien ha sufrido un daño”. Considera el autor que la experiencia del daño, que está en el centro de nuestra vida moral, parecería que en primer término reclama palabras y acciones. Las palabras permiten nombrar el dolor o los dolores, y ayudan también a caracterizar al daño que debe ser atendido y, en la medida de lo posible, evitado. Sin embargo, como expresa Thibeaut, el daño no demanda sólo palabras, sino acciones, pues a través de estas, se puede ­romper la cadena causal que lo produjo, y así las acciones de consolar, curar y evitar la repetición sitúan a los concernidos, no ya como espectadores del dolor, sino “re-configuradores del mismo”, sujetos que participan en el trabajo de sanar el daño y en su resolución. Para Thibeaut las palabras y los conceptos mediante los que expresamos el daño no tienen un privilegio epistémico de propiedad, en el sentido de que potencialmente pertenecen a todos y precisamente porque son públicos, tienen igualmente el riesgo de que esos términos sean controvertidos o manipulados. En cuanto a las víctimas, considera Thibeaut que estas sí tienen una autoridad indiscutible, un trágico lugar de privilegio que otorga la experiencia del daño. El que nosotros nos sintamos concernidos por el dolor de otro, el que atendamos su reclamo, su dolor y pérdida, no nos iguala al doliente, ni nos hace ser él.

Thibeaut señala que los nexos en las experiencias del daño, es decir, entre el dolor del doliente, la palabra que lo nombra, el concepto que le otorga significado y las acciones que este desencadena, no constituyen un proceso continuo y fluido. Por el contrario, esos nexos se articulan a través de hiatos y censuras, es decir de silencios. A partir de esta idea, Thibeaut emprende una profunda reflexión acerca de varios tipos de silencio, como los que analiza Rigoberto Reyes, pero teniendo como fundamento la experiencia del daño. Afirma el autor que el silencio tiene un carácter contextual, que se funda en la estructura relacional y social que tienen las diversas personas y actores que aparecen en la experiencia del daño. Así, existen unos silencios negativos como los de no poder o querer hablar, que se encuentran en el sujeto doliente y tienen que ver con los límites de su comprensión; los de silenciar, acallar y no escuchar que se manifiestan en quienes infligen el daño, lo prolongan o no lo resuelven, mostrando la complejidad de los silencios y las relaciones que hay entre estos. En el artículo se analizan estos silencios, usando ejemplos de guerras, campos de exterminio, instrumentos como la tortura y ambientes represivos. Se refiere Thibeaut obviamente al silencio del doliente y de los victimarios, pero también de las instituciones y grupos humanos que deberían reaccionar frente al daño y no lo hacen. En el texto en forma convincente se argumenta que las víctimas del pasado y el presente no piden justicia a un ente abstracto como la historia o la naturaleza, sino al único sujeto posible de la justicia: el “nosotros”.

Thibeaut analiza los silencios positivos y afirma que el silencio no es sólo un mecanismo del daño, sino también parte de su trabajo sanador, de su elaboración. Entonces el silencio no se usa exclusivamente para invisibilizar o para perpetuar el daño, sino también como una respuesta necesaria ante quien experimenta el dolor que percibimos y frente a quien queremos hacer algo y no podemos o ante quien sobran las palabras. Ese silencio positivo de los espectadores concernidos por el daño reconoce a la víctima el privilegio de no querer rememorar su experiencia, o de preservar el silencio hacia su testimonio de dolor, y ese silencio reconoce que entre la víctima y nosotros existe un espacio que no podemos llenar, y que la única acción posible es la de acompañar al doliente con nuestro silencio.

Ángela Uribe en su artículo El desnivel prometeico y el lenguaje del perdón reflexiona acerca de los alcances, límites y características del perdón interpersonal, analizando el caso de Jorge Iván Laverde, alias El Iguano, integrante de las Autodefensas Unidas de Colombia. Como postulado al proceso de la Ley de Justicia y Paz,2 El Iguano podía acceder a los ­beneficios de dicha ley, realizando una serie de actos de reparación, entre ellos “el reconocimiento público de haber causado daño a las víctimas, la declaración pública de su arrepentimiento, la solicitud de perdón dirigida a sus víctimas y la promesa de no repetir las conductas punibles” (Ley de Justicia y Paz, art. 45.3). Uribe analiza las palabras que El Iguano expresó en diversas audiencias públicas del proceso, y en otras fuentes, a fin de evaluar si ante su confesión de haber matado a más de cuatro mil personas, las explicaciones acerca de su rol en la guerra, y su solicitud de perdón, realmente estamos en presencia de un ofensor arrepentido, que reconoce el horror de sus acciones y se responsabiliza ante sus víctimas por los daños ocasionados.

En la primera parte del artículo Uribe se pregunta sí es posible que El Iguano genuinamente solicite perdón a los familiares de las cuatro mil personas que han sido sus víctimas. Acaso es posible, se pregunta la autora, que en su petición de perdón El Iguano sea capaz de tener presente a cada una de ellas, ante lo cual afirma que ello es en un sentido moral inconcebible. En vez de que optara por callar, que es lo que estaba obligado a hacer, El Iguano prefiere el sinsentido, y por ello termina pidiendo perdón al país, a la comunidad internacional y a la sociedad del departamento de Norte de Santander, y señala que fue el mismo diablo, la guerra, que lo llevo a eso. A partir de estas palabras, Uribe en forma muy aguda va a desarrollar unas razones con el fin de entender por qué El Iguano ha hecho esas declaraciones en las audiencias. Este realmente no estaba solicitando perdón a sus víctimas, lo que estaba haciendo era cumplir un pacto que había celebrado con otros, un pacto con la ley a fin de obtener con ello unos beneficios.

Así, se desdibuja el sentido del perdón, pues este se ofrece no por mor de la víctima, sino como una forma de condonar la deuda penal de los crímenes cometidos en una guerra, lo que termina siendo más exactamente una transacción, en la que se incluye sólo formalmente al verdadero ofendido.

Después Uribe, de la mano de varios autores que reflexionan sobre el perdón, hace énfasis en su dimensión emocional, en el sentido de que un genuino arrepentimiento comporta tres instancias: en la primera, el ofensor se ve a sí mismo como responsable del daño; en la segunda, el ofensor tiene que verse en la acción en la que incurrió, y en la tercera, el ofensor admite haber dañado a una víctima concreta. Uribe determina que en el caso de El Iguano estas condiciones no se dan. Más bien El Iguano se excusa, acusa a otros, y no se responsabiliza y ni siquiera expresa cuáles son las acciones dañinas que realizó y no precisa a sus víctimas.

En la segunda parte de su escrito, Uribe se inspira en Günther Anders, quien acuña el concepto de “desnivel prometeico”. Este consiste en que los seres humanos podemos hacer cosas, imaginar cosas, y sentir cosas, no obstante la relación entre esas capacidades suele ser desequilibrada. En algunos casos, el desequilibrio lo produce nuestra propia naturaleza, y en otros, las razones del desequilibro son morales. Uribe se concentra en el desnivel prometeico de quien realiza una acción, y afirma que, por lo general, quien actúa suele ser incapaz de imaginar y sentir todo aquello que se deriva de su acción. En estos casos el sujeto, que es el guardián de su idea, deja de habitar deliberadamente la escena en la que pone en marcha el hacer, se fragmenta la unidad entre producir o actuar, imaginar y sentir. Uribe considera que El Iguano ignoró el sentido de las atrocidades que estaba por cometer, no identificó sus propias iniciativas, ni las separó de las que tuvieron otros agentes que participaron en ellas. Así El Iguano actuó como un autómata, y no se vio a sí mismo en lo que hacía. Es por ello que Uribe se pregunta: ¿sí El Iguano fue incapaz de sentir e imaginar lo que hizo, qué sentido tiene pedir perdón por algo de lo que no se puede lamentar?

En su artículo La presencia espectral de la violencia en México; el secreto de su silencio, Mauricio Pilatowsky, al igual que Rigoberto Reyes, analiza la violencia que México ha padecido. Inspirado en Benjamin, Felman, Freud, Derrida y algunos autores mexicanos, Pilatowsky emprende un recorrido inteligente y profundo para “localizar las áreas donde la violencia se ha ocultado en el mutismo”. Considera que la violencia mexicana actual puede pensarse como una guerra por la forma en que se manifiesta, y el número de víctimas que cobra, una guerra en la que no es clara la división entre los llamados representantes de la ley y quienes hacen parte del crimen organizado, pues muchas veces los crímenes tienen un móvil político aunque este se oculte deliberadamente.

Pilatowsky considera que las herramientas analíticas del psicoanálisis son esenciales a la hora de entender lo que pasa en las culturas, y en este caso en México. Así, siguiendo a Freud, se refiere a su teoría sobre la estructura edípica del círculo familiar, y señala el lugar central que tiene dicha estructura en la psique de los individuos. El padre aparece como la figura que establece y vigila el cumplimiento de la ley, la madre es el objeto reprimido del deseo, transmisora de la tradición y quien legitima al padre como guardián de la ley. Pilatowsky advierte que esta estructura no corresponde a una clasificación empírica, se trata, más bien, de una figura construida que en cada cultura y en cada lengua tiene una narrativa propia con ingredientes nacionales, religiosos, y de otro tipo, que crean un imaginario colectivo particular. En su configuración el imaginario de la nación mexicana se nutre de varias narrativas. Una de ellas es la de José Vasconcelos (1882-1959), quien tiene una visión romántica de la colonización que le permite dar una interpretación a la conquista que dista mucho de la realidad, pero que brinda al imaginario mexicano un elemento de cohesión, cuyo fin es constituir una nueva raza. Pilatowsky afirma que la conquista y la colonización mexicanas constituyeron una “empresa” violenta fundada en dos estrategias: el terror militar y la evangelización religiosa. La violencia entonces se excusa o disculpa con el argumento de que era necesaria la salvación de las almas, no obstante, como lo expresa Pilatowsky, la cristianización de los indios y de los negros no conllevó su emancipación, puesto que lo que se configuró fue un sistema de castas dependiendo del origen étnico y de sus diversas combinaciones. Por tanto, la visión de Vasconcelos resulta ser más bien una propuesta racista, de blanqueamiento, de depuración de la raza, que es central en la configuración del imaginario mexicano. La conquista se constituye en el momento fundador, en el que el español, católico y blanco representa la figura del padre, y la indígena, bautizada a la fuerza, sumisa e ignorante es la madre. A ese imaginario Pilatowky considera que se deben añadir otras características, respecto del español, su procedencia foránea, de rasgos europeos, distante, y que se cree superior a su mujer y a sus hijos. Así, en la relación del padre con la mujer y sus hijos prima el irrespeto, la violencia y el desprecio por la ley. Como resultado de lo anterior, los individuos viven sometidos, son temerosos y serviles, pero ante una oportunidad, abusan del poder y ejercen la violencia.

Pilatowsky afirma que en la lengua castellana se encuentra la violencia original de la conquista y la colonización, y que los mexicanos se identifican con el vencedor que constituye la figura espectral del padre ausente “que impone su violencia desde su invisible visibilidad”, en palabras de Derrida. El autor denomina este fenómeno “el silencio espectral de la violencia”, que en el imaginario mexicano se convierte en el modelo de lo que todos, inconscientemente, quisieran ser: “todos quieren ser como él, poner su nombre y marcar su huella”. Para poder descubrir la barbarie que acompañó el proceso de transmisión cultural, hay que seguir a Benjamin, hay que “peinar a contrapelo,” nos dice Pilatowsky, a fin de tomar distancia y escuchar en silencio y en otras palabras lo que no dice esa narrativa, desconocer al padre y a la madre y, “desde esa orfandad, enfrentar la violencia que habita en nosotros”.

Notas

1 Felman, Shoshana. Benjamin’s Silence. Critical Inquiry