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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Jessica Bird

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un hombre entre un millón, n.º 1682- marzo 2018

Título original: A Man in a Million

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9170-787-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Spike Moriarty bajaba corriendo por Park Avenue con su chaqueta de cuero negro volando con el aire. Era un chico grande, estaba en forma y suficientemente motivado, así que parecía un todoterreno bajando por la acera. La gente se apartaba al verlo.

Llegaba tarde.

Y no se trataba de un asunto en el que pudiera contar con un margen de quince minutos. Era un asunto importante. Dos de sus personas favoritas estaban a punto de casarse y celebraban su fiesta de compromiso. Se suponía que él tenía que ayudar al anfitrión a dar un discurso.

Sean O’Banyon, el maestro de ceremonias, iba a matarlo. Por fortuna, eran amigos, y quizá, eso le garantizaba un final rápido y sin preámbulos.

Aunque tampoco era que hubiese estado remoloneando en el sofá. El viaje desde el norte del estado de Nueva York hasta Manhattan le había llevado el doble de tiempo de lo normal debido a un accidente.

Un camión de dieciocho ruedas había volcado delante de él. Por suerte, no había habido heridos, pero habían tenido que cortar la autopista y desviar el tráfico por una carretera local. Spike, al igual que los demás, se había visto implicado en el tráfico de las zonas rurales.

Y por si era poco, un hombre de ochenta y cinco años le había dado un golpe y había tenido que parar en la carretera. Entonces, empezó la diversión. Apareció la policía local y, al ver el pelo y los tatuajes que llevaba Spike llamaron a comprobar si tenía antecedentes. Cuando averiguaron que no tenía ninguna orden de búsqueda y que no había violado la libertad condicional se quedaron decepcionados. Así que para superar la frustración provocada por no haber tenido que emplear las esposas, lo retuvieron unas dos horas en el lateral de la carretera.

Cuando Spike consiguió regresar a la autopista, no tenía ninguna esperanza de llegar a la fiesta antes de que comenzaran los discursos. Incluso sería afortunado si conseguía llegar antes de que la gente se hubiera marchado. Había llamado a Sean’s y había dejado un mensaje en el contestador, y tuvo que contenerse para no pisar a fondo el acelerador.

En cuanto llegó a la ciudad dejó el coche en un aparcamiento y empezó a correr. Era mayo y las noches aún eran frescas, así que, al menos, no llegaría hecho un desastre.

Spike miró el cartel de la calle. Sólo le quedaban un par de manzanas. Si corría mucho llegaría a Sean’s antes de que Alex y Cass…

El taxi apareció de repente. Spike estaba cruzando 71st Street y, al segundo, tenía el capó amarillo de un Chevrolet en la cara. Su buena forma física y sus buenos reflejos le permitieron quitarse de en medio en un abrir y cerrar de ojos. Pero rebotó sobre el coche antes de caer sentado en la calle.

El taxista detuvo en coche y, por supuesto, no le gustó el bollo que le habían hecho en la chapa. Spike no se quedó a ver qué pasaba, se levantó y salió corriendo, y decidió que ya se enteraría más tarde si le dolía algo.

Finalmente, llegó al edificio donde se encontraba Sean’s. Abrió la puerta de cristal y se dirigió a los ascensores.

Mientras apretaba el botón para subir, una voz lo llamó desde el recibidor.

—Disculpe…

Spike se volvió hacia el recepcionista. El portero que él conocía no estaba trabajando esa noche.

—He venido a la fiesta de O’Banyon. Mi nombre está… en la lista.

—No está permitido que suban los mensajeros que vienen en bicicleta —le dijo al ver que llevaba una chaqueta negra de ciclista—. Tendrá que dejar lo que sea conmigo.

«En algún momento esta noche va a terminar», pensó Spike. «De una forma o de otra, tiene que terminar».

 

 

Madeline Maguire deambulaba por la fiesta pensando que todavía no había aterrizado. Como regatista profesional, pasaba la mayor parte de su vida en el mar y siempre le costaba adaptarse a tierra cuando disfrutaba de un descanso.

Así que aquel evento social le parecía el planeta Marte.

Parte del problema era la falta de actividad. En las regatas, cada palabra era significativa, había que interpretar cada sonido y cada cambio de dirección era un acto importante. Como resultado de los años de experiencia y entrenamiento, siempre estaba alerta. Y además, tenía gran capacidad para procesar las informaciones que recibía a la vez, y eso hacía que fuera tan buena regatista.

Sin embargo, en aquel ambiente no había nada a lo que responder.

Y eso hacía que se sintiera vacía.

Hasta el momento, lo más emocionante había sido llegar y ver a Alex Moorehouse. Alex había sido el capitán del equipo al que ella había pertenecido y no sólo era su mentor, sino también su amigo. Él y su novia, Cass, eran dos de las mejores personas que Mad conocía y sólo por verlos merecía la pena la molestia de ir a Manhattan.

De hecho, todo el equipo había querido ir a la fiesta esa noche, pero el resto de los chicos estaba en las Bahamas arreglando el barco después de haber sufrido una fuerte tormenta. Todos habían decidido que Mad asistiera en representación de los demás. Era una buena elección y todos lo sabían. Los chicos no sabían adaptarse tan bien al mundo civilizado y era importante que el representante de la tripulación diera una buena imagen.

La mayor parte de los asistentes pertenecían al grupo de su hermanastro. Hombres poderosos con sangre competitiva y bellas mujeres de duras miradas y sonrisas. Por supuesto, no todos eran así. La familia de Alex era encantadora y algunas personas parecían bastante accesibles pero, por algún motivo, ella no tenía ganas de acercarse.

Además, había algo que la tenía preocupada.

Miró a su alrededor buscando a un hombre alto, de anchas espaldas y con el cabello oscuro y de punta.

Estaba segura de que Spike asistiría esa noche. Alex era uno de sus mejores amigos. Y por lo que ella había oído, Sean también.

—¿Buscas a alguien? —oyó que le preguntaban desde detrás.

Mad se volvió para mirar por encima del hombro. Sean O’Banyon, un genio de Wall Street, la estaba mirando fijamente.

Ella sonrió. Y mintió lo mejor que pudo.

—No busco a nadie en concreto. Para nada.

—Vamos, Mad. Tus ojos se mueven entre todos los hombres que hay aquí. Pero me parece que no encuentras al que buscas, ¿no es así? ¿A quién te gustaría ver?

Sean era el hermano que le habría gustado tener en lugar del que le había tocado. Pero no se sentía cómoda hablando de Spike con él. Eran amigos. Y además, teniendo en cuenta su pasado, no conseguiría nada por muy interesada que estuviera en aquel hombre.

Y por desgracia, Spike le interesaba mucho. Lo conoció cuando fue a Saranac Lake para ver a Alex en invierno. Nada más verlo, se había sentido atraída por él. Como la mayoría de los hombres, Spike no hablaba mucho cuando estaba con ella y tampoco la miraba demasiado a los ojos. De tocarla, ni siquiera sin querer.

Pero era algo a lo que estaba acostumbrada. La mayor parte de los hombres no consideraban la posibilidad de salir con mujeres altas y de constitución atlética. A veces ni las consideraban femeninas. Si les caían bien, o las respetaban, las consideraban como uno de ellos. Si no, las miraban como si fueran extraterrestres o lesbianas.

Ella deseaba que Spike se fijara en ella, no como una curiosidad, sino como una mujer a quien deseara abrazar. O besar, aunque sólo fuera una vez.

Frunció el ceño y trató de recordar cuándo había sido la última vez que un hombre la había besado. Hacía demasiado tiempo.

Años. Ni siquiera meses.

—¿Mad? ¿Sigues aquí? —preguntó Sean.

Ella negó con la cabeza.

—Lo siento. Me gusta lo que le has hecho a la casa.

El año anterior se había comprado un ático y lo había remodelado con cierto estilo minimalista, mucho cuero y metal. Tenía vistas maravillosas al parque y a la ciudad y no había cortinas en las ventanas.

Sean miró a su alrededor.

—Gracias. A mí me gusta. La revista Architectural Digest la ha fotografiado para sacarla en el próximo número. Blair Sanford decoró el interior.

—Es tu estilo.

—¿Sí?

—Eres de líneas duras.

Sean se rió.

—En mi negocio, lo blando implica que te unten como mantequilla.

Sean había sido el asesor financiero de la familia de Mad durante los últimos diez años y los había ayudado a convertir Value Shop Supermarkets en una cadena nacional. Pero la relación que ella tenía con él nada tenía que ver con lo que podía hacer por ella. Madeleine confiaba en él y lo quería más que a sus propios familiares.

Era una ironía. Normalmente evitaba a los hombres que se parecían a él porque le recordaba a su difunto padre y a su hermanastro. Sean era un hombre elegante y, vestido de traje y corbata, parecía el típico ejecutivo de Wall Street. Pero no lo era. Había crecido en un barrio de South Boston y no había olvidado lo que había aprendido en la calle.

Lo que significaba que también era un poco miedoso. Y eso era motivo para que ella lo quisiera aún más.

—Escucha, Mad, tenemos que hablar.

Ella se puso tensa.

—Por el tono de tu voz…

—Es sobre tu hermanastro.

Ella dejó de mirarlo.

—No voy a ver a Richard, pero puedes darle un mensaje de mi parte. Dile que deje de llamarme. Ocupa todo el espacio de mi buzón de voz.

—Mad, esto es importante…

Frente a ella, se abrió la puerta de entrada al ático.

Y Mad se sonrojó.

Spike llevaba una chaqueta de cuero negra, camisa negra y pantalón negro. Llevaba el cabello oscuro peinado de punta, de forma que resaltaba las facciones de su rostro. Su cuerpo llenaba el espacio de la entrada. Y el pasillo.

Y sus ojos…

Sus increíbles ojos de color ámbar seguían ocultos bajo los párpados pesados y pestañas espesas. Y los tatuajes… A cada lado de su cuello, dos dibujos curvos y elegantes marcaban su piel. En su oreja izquierda, llevaba un pendiente de plata.

Mad tragó saliva. No era posible encontrar un hombre más sexy.

—Santo cielo —murmuró Sean—. Estabas buscando a Spike, ¿no es así? ¿Desde hace cuánto tiempo? ¿Cuándo lo conociste? ¿Y por qué diablos no sé nada al respecto?

Mad bebió un poco de Chardonnay y dijo:

—Cállate, Sean.

 

 

Spike estaba enfadado con el mundo cuando entró en el apartamento de Sean. Lo que había colmado el vaso era el enfrentamiento que había tenido con el conserje del edificio. Se sentía enojado y avergonzado por llegar tarde. Y tenía hambre.

Se quitó la chaqueta, la colgó en el armario de la entrada y buscó a Sean entre los invitados.

Tardó segundo y medio en encontrar a su amigo. Y al ver quién era la persona que estaba a su lado, se le aceleró el corazón.

Oh, cielos. Ella estaba allí. Madeline Maguire estaba allí. Al otro lado de la habitación. Respirando el mismo aire que él.

O mejor dicho, respirando el aire que él habría inhalado si no se le hubieran paralizado los pulmones.

Pero tenía que haber pensado que estaría allí. Era miembro de la tripulación de Alex. O lo había sido hasta que el hombre había dejado de capitanear barcos de la Copa América. Así que era lógico que estuviera en la fiesta de compromiso del chico.

Él sólo deseaba haberse preparado. Para poder mantener el control.

Aunque para eso necesitaría un calmante. Y una venda en los ojos.

Para él, Madeline Maguire era la definición de la mujer perfecta. Era segura de sí misma, inteligente, y lo bastante alta como para mirarla a los ojos. Toda ella era atractiva. Tenía una melena espesa y oscura que le llegaba hasta la mitad de la espalda. Sus ojos azul zafiro tenían un brillo precioso. Y su sonrisa era lo bastante poderosa como para dejarlo en coma.

Esa noche llevaba un vestido negro de punto y cuello alto, y su cuerpo era…

Sí, seguía siendo perfecto.

Él sabía perfectamente cómo eran las curvas de su cuerpo. La primera vez que se vieron, ella salía del baño en sujetador y bragas de color negro. Se había acercado a él, como si no fuera la mujer más atractiva del planeta y como si esperara que le estrechara la mano con tranquilidad, como si estuviera acostumbrado a hablar con diosas todos los días.

Entonces, ella le había pedido que le enseñara sus tatuajes. Y él había estado a punto de desmayarse.

De hecho, todavía se mareaba al recordarlo.

«Quizá sea la hipoglucemia», pensó con optimismo. Habían pasado seis horas desde la última vez que había comido.

Spike se subió los pantalones, se recolocó la camisa y se acercó a ellos tratando de mantener el control de su rostro. Si no tenía cuidado, empezaría a sonreír como un idiota. Y a arrastrar los pies.

—Hola —le dijo a Sean—. Siento llegar tarde. ¿Has recibido mi mensaje?

En cuanto chocó la palma de la mano con Sean, supo que pasaba algo. A su amigo le brillaban los ojos.

Sean miró a su izquierda.

—No pasa nada. Conoces a Madeline Maguire, ¿verdad?

«Por supuesto», pensó Spike. «Anoche soñé con ella».

Asintió y la miró un instante. «Guau». Tenía los labios rosados. Y no llevaba nada de maquillaje.

—Hola, Spike —dijo ella.

Su voz era tan sexy como él la recordaba. Notó que se le erizaba el vello.

—Me alegro de verte, Madeline.

Ella no le tendió la mano y él se alegró de que no lo hiciera. Derretirse delante de ella no era algo apetecible.

—¿Qué ha pasado con los discursos? —le preguntó a Sean—. ¿Me los he perdido todos?

—Lo siento, tío. Se te ha pasado la oportunidad.

—Será mejor que vaya a disculparme. ¿Sabes dónde está la parejita feliz?

—En mi estudio, creo. Alex insistió en que Cass se sentara y creo que la ha instalado en una butaca. Dice que es probable que el médico le mande reposo hasta que nazca el bebé. ¿Has comido algo?

—No. Estoy hambriento.

—Mad, ¿por qué no le enseñas dónde está la comida?

—No hace falta —se apresuró a decir Spike—. Encontraré la comida. Escucha, ¿te importa si me quedo a dormir aquí esta noche?

Sean puso una amplia sonrisa.

«Cielos, creo que hay un problema», pensó Spike. Su amigo lo miraba como diciendo: algo bueno va a pasar. ¿Qué tramaba?

Sean le dio una palmadita en el hombro.

—Creo que es una idea estupenda, Spike. Perfecta. ¿No crees, Mad?

Por algún motivo, Madeline lo miraba como si deseara darle un puñetazo.

Spike frunció el ceño y se preguntó cómo de cercanos eran el uno para el otro. Y en qué términos de cercanía. Pensó en lo poco que sabía acerca de aquella mujer. Era de familia adinerada. Así que, a lo mejor Sean O’Banyon era su asesor o algo parecido.

Sean le guiñó un ojo a Mad.

Sí, o quizá era algo más personal.

De pronto, sintió un fuerte deseo de interponerse entre ambos. Y de meter a Sean en el armario de la entrada. En la oscuridad. Lejos de Madeline. Parpadeó. «Bastardo».

Tomó aire y recordó que Sean era su amigo.

Pero Mad lo miraba como si ambos compartieran un secreto. Spike notó que se le aceleraba el corazón.

Había llegado el momento de retirarse.

—Disculpadme —murmuró, y se dio la vuelta.

Capítulo 2

 

Mad observó a Spike mientras se abría paso entre los invitados. La gente se apartaba y lo miraba con curiosidad.

Y las mujeres, lo miraban asombradas por su sensualidad.

Era el tipo de hombre con el que una pensaba en hacer el amor. Su forma de moverse indicaba que sabía cómo emplear sus músculos. De diferentes maneras.

—Bueno, Mad, ¿qué pasa con Spike? Nunca te había visto tan embelesada.

Ella miró a Sean y eludió la pregunta.

—¿Creía que yo iba a quedarme aquí esta noche?

—Así es.

—Tienes una habitación de invitados.

—Con dos camas. Y ya sois adultos, al menos en teoría. No debería haber problema, ¿no es así? —esbozó una sonrisa más amplia todavía—. Y sabes, si tienes frío por la noche, estoy seguro de que Spike… ¡ay!

Mad dudó un instante y después le dio un segundo puñetazo en el hombro, por si el primero no había sido suficiente.

—Ni se te ocurra tratar de liarme con ese hombre —dijo ella.

Sean continuó sonriendo mientras se frotaba el brazo.

—¿Quién intenta liarte con él? Yo no. Necesita un sitio donde quedarse, y tú también. Eso no es liarte con nadie.

Ella cerró los ojos. Se sentía como si se le hubiera encogido el corazón.

—Sean… Lo digo en serio. No puedo… Por favor, no me avergüences.

Sean la rodeó con el brazo.

—Eh, cariño, lo siento. Nunca haría tal cosa. Ven aquí.

Mad permitió que la abrazara contra su pecho. Respiró hondo y se fijó en la puerta por la que había desaparecido Spike.

Sean le acarició la espalda.

—Es sólo que… Me gustaría verte con alguien como él. Es un buen hombre. Lo conozco bien. Viene a menudo por aquí y salimos juntos.

—Sí, bueno, por si no te has dado cuenta, ni siquiera ha mirado en mi dirección. No tiene ningún interés por mí.

—Eso puede cambiar.

—Conmigo no.

—Esa historia con Amelia y tu novio, no significa…

—No quiero hablar sobre mi hermanastra. Y no fue con mi novio, sino con mis novios. Se acostó con dos de ellos.

Sean blasfemó en voz baja.

—¿Quieres que le diga a Spike que se vaya a otro sitio?

Ella negó con la cabeza.

—No te importa pasar la noche en la misma habitación que él. Pero no me sorprendería que él decidiera marcharse. Ahora, deberías regresar con tus invitados ¿de acuerdo?

—¿Por qué no vienes conmigo y comes algo?

—No tengo hambre —contestó ella. Era lo que siempre respondía cuando alguien le pedía que comiera—. Pero gracias. Vete… Estoy bien.

Después de que Sean se marchara, y durante el resto de la fiesta, Mad permaneció sola. Y observó a Spike.

Le había parecido una persona callada cuando lo conoció en el lago, pero aquella noche, se comportaba como un hombre carismático que complacía a los invitados. Él y Sean contaban historias ante el círculo de gente que los rodeaba. Un grupo en el que había muchas mujeres.

Era lógico. Sean siempre había sido un ligón y, era evidente que Spike también tenía mucho éxito con las mujeres. Al ver que la gente se reía otra vez, negó con la cabeza. Desde luego no era el hombre introvertido que ella había imaginado.

Estaba muy seguro de sí mismo. No parecía impresionado por los invitados, a pesar de que había algunos famosos. Sonreía, hablaba, les estrechaba la mano y les daba una palmadita en el hombro. Nunca los besaba. Y daba igual quién estuviera frente a él, nunca perdía la seguridad que hacía que la gente se sintiera atraída hacia él.

Y hablando de magnetismo, había dos mujeres que no hacían más que adularlo. Ambas eran rubias y de porte aristocrático. En seguida, una lo rodeó con el brazo y la otra trató de sentarse en su regazo.

Mad negó con la cabeza, diciéndose que no tenía derecho a sentirse celosa.

De pronto, Spike soltó una carcajada. El sonido de su risa era muy masculino. Y al instante, recorrió la habitación con la mirada. Y cuando la pilló mirándolo, se puso tenso y dejó de sonreír. Cuando la rubia que estaba sentada a su lado le golpeó el pecho de forma juguetona, él se recuperó en seguida y sonrió de nuevo.

«La historia de mi vida», pensó Mad.

La única vez que no era invisible para los hombres era cuando les prestaba la atención que ellos no deseaban.

 

 

Spike se quedó sorprendido al ver que Mad lo estaba mirando y, cuando se cruzaron sus miradas, perdió el hilo de su pensamiento. Sólo consiguió terminar la historia acerca de la primera vez que limpió un pescado como cocinero, porque la había contado miles de veces.

No le extrañaba que Mad pensara que era un fanfarrón. Ella había permanecido junto a las ventanas, alejada del resto de los invitados. Era tan atractiva como una obra de arte. Y lo hacía sentirse extraño, como si sus historias fueran anécdotas idiotas con principio y fin predecibles.

Al parecer, muchos de los hombres que habían asistido a la fiesta pensaban lo mismo de ella. Todos los solteros la habían contemplado desde lejos y era evidente que no se habían atrevido a acercarse a ella. Únicamente se habían atrevido a mirarla de reojo. Spike se había percatado de cada mirada y había maldecido cada una de ellas.

Conocía muy bien qué tipo de pensamiento invadía la mente de aquellos hombres. El de la especulación sexual.

Porque era el pensamiento que invadía su cabeza.

Mad tenía algo que la hacía inalcanzable. Era como si en el mar hubiera hecho y visto cosas que nadie había podido hacer en tierra. Y su belleza era amenazadora. Debido a la fortaleza de su cuerpo y la inteligencia de su mirada, el resto de las mujeres que estaban en la fiesta parecían poco especiales.

Spike sintió que alguien lo golpeaba en el torso con suavidad. Paige y Whitney, las dos hermanas, parecían decepcionadas porque se hubiera quedado ensimismado.

Una hora más tarde, cuando la fiesta llegaba a su fin, él las acompañó hasta la puerta a pesar de que las dos le habían dado su teléfono y le habían dedicado miradas seductoras. Pero él no estaba de humor para convertirse en su conquista. Lo había hecho otras veces y nunca le había aportado demasiado.

Era extraño, pero por algún motivo volvía locas al tipo de mujeres que llevaban perlas y pieles.

Aunque sólo fuera por una noche. O quizá dos.

Y a él le parecía bien, ya que no buscaba una relación estable.

No. Hacía mucho tiempo que había abandonado esa idea. Con su pasado, nunca conseguiría establecerse con una mujer. Tan pronto como ella se enterara de lo que había hecho y de dónde había ido, saldría corriendo. Lo sabía, porque ya le había sucedido antes.

Cuando Spike cerró la puerta después de que las rubias se marcharan, respiró hondo. El ático estaba en silencio y la falta de ruido era un alivio.

Entonces se percató de que Madeline se había marchado y que él ni siquiera se había despedido de ella.

Quizá fuera mejor. Normalmente tenía buena relación con las mujeres, pero con Mad no era capaz de fingir.

Y además, debía estar agradecido. Tenía la sensación de que podía enamorarse de ella. ¿Y adónde lo llevaría eso?

Sean salió de la cocina con la corbata floja y la camisa desabrochada. Llevaba dos tazas de café en la mano y le entregó una a Spike.