poemasextrarradio_hd.jpg

POEMAS

DE EXTRARRADIO

José Ganivet Zarcos

POEMAS

DE EXTRARRADIO

{Colección DIÁSTOLE}

Primera edición, noviembre 2017

© José Ganivet Zarcos, 2017

© Miguel Rodríguez Martos por el prólogo

© Esdrújula Ediciones, 2017

ESDRÚJULA EDICIONES

Calle Martín Bohórquez 23. Local 5, 18005 Granada

www.esdrujula.es

info@esdrujula.es

Edición a cargo de

Víctor Miguel Gallardo Barragán y Mariana Lozano Ortiz

Ilustración de cubierta: Virginia Toro Cuesta

Impresión: Ulzama

«Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el Código Penal vigente del Estado Español, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística, o científica, fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización.»

Depósito legal: GR 1376-2017

ISBN: 978-84-17042-41-7

Impreso en España· Printed in Spain

A mis hermanos Manuel, †Sergio, Merchi y Encarnita

que llenaron de alegría, de juegos y de canciones mi niñez.

Poemas de extrarradio

Propósito

Regresar a la humilde geografía

del solar fecundado por la mano

abundosa del sol, del hortelano.

Al paisaje inicial de mi alegría.

Recogido en su tierra labrantía,

en su vientre profundo ser el grano

que se pudre en otoño y en verano

se desgrana maduro al mediodía.

Aguardar otra nueva primavera

que replete por dentro este vacío

que desguaza los cauces de la vida.

Y en silencio crecer. Como la higuera.

Como el álamo blanco junto al río.

Como el agua pequeña en su manida.

RAÍCES

Sinopsis

La vida —¡tuve suerte!— se topó

conmigo en el hogar modesto de un obrero

y una madre dispuestos a lograr

de sus hijos mujeres y hombres buenos.

Siendo niño también me regaló:

un zaguán con palomas y vencejos,

con un pozo; un huerto con manzanas,

un balcón con geranios, un colegio,

un pan blanco de harina candeal,

un cajón con montañas de tebeos,

un perrillo de seda, una pelota,

y en las tardes de invierno la bonanza

de unos leños ardiendo junto al fuego.

Ya mediada, la vida me obsequió

con el sueño incumplido, y el consuelo,

de una esposa, de un hijo, de un jardín,

de unos versos nacidos del silencio.

Y sin grandes heridas se llevó:

una fe de censuras y de miedos,

una escasa esperanza en el poder

y en los dioses del templo y del dinero,

una ingenua confianza en los demás

y una salud que nunca fue de hierro.

Eso es todo. Apenas añadir

que a pesar de los años no me quejo

aunque, a veces, me falla el corazón

y emborrona las cosas que más quiero:

sus palabras,

sus labios,

su mirada,

la presencia del hijo…

los recuerdos.

Paisaje

Yo recuerdo unos campos divididos

por brazales,

por lindes,

por perímetros

de olivares sucintos y de vides

retorcidas, resecas y escarchadas.

Un paisaje de hoces, de almocafres,

de tormentas solares y de labios

agrietados soñando con el agua.

Una tierra profunda donde hundirse.

Donde, mudas la risa y la palabra,

ignorar el trasiego de las nubes

de plata que venían

a morir desde Cádiz a Granada

en las cumbres azules de una sierra

que luego descubrimos

tan solemne, tan límpida, tan blanca.

¡Y el rojo fogaril, sin tregua, devorando

—vertical, obsesivo en la solana—

desnudos nuestros hombros,

nuestras frentes de niños campesinos,

doblegadas, rozando con la grama!

Recuerdo un ruiseñor

valiente que anidaba

oculto entre las hojas

de tabaco afligidas y ensartadas

del viejo secadero.

Y la paz de la siesta, con su canto,

se hacía libertad

de pájaro salvaje;

y los cuerpos vencidos, estragados,

ingrávido latir,

rebeldía de carne iluminada.

Qué tristes pueden ser,

a veces, los arroyos

exactos, rectilíneos,

los membrillos maduros, la gordura

dorada de los trigos,

la belleza que labras sin amarla

y emboza el paraíso

lejano donde aguardan,

impacientes, los sueños que has soñado.

Piratas y veleros

En los campos baldíos, de barbecho,

soñaba con dragones,

arcángeles alados,

arreboles y Vírgenes de fuego.

Capitán de piratas, bucanero

de mares imposibles,

luchaba contra el miedo

abordando barquillas y bajeles

invisibles rolando por el cielo.

Tras la curva que cierra el horizonte,

vencidos por el tiempo,

naufragaban arcángeles,

doncellas,

bucaneros,

cruzados y

veleros.

Y los turbios portillos del ocaso,

los fríos del invierno,

acogían piadosos a un chiquillo

tiritando de frío tras sus puercos.

Alamedas

A mi padre por las verdes alamedas del cielo.

Celeste amanecer.

Perezosa camina la manada:

las ovejas,

los potros,

los gañanes.

Mansamente la vida se levanta.

Café con leche, pan,

en la torre la sexta campanada:

la pelliza,

los guantes,

la bufanda...

Tibio el último alivio de las ascuas.

Escarcha y alameda.