DRIVEN. CEGADOS POR LA PASIÓN

V.1: Febrero, 2018


Título original: Fueled

© K. Bromberg, 2013

© de la traducción, Aitana Vega, 2018

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2018

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imagen de cubierta: Valua Vitaly - Shutterstock

Corrección: Sandra Soriano y Miriam Lozano


Publicado por Principal de los Libros

C/ Mallorca, 303, 2º 1ª

08037 Barcelona

info@principaldeloslibros.com

www.principaldeloslibros.com


ISBN: 978-84-17333-11-9

IBIC: FR

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

DRIVEN.

CEGADOS POR LA PASIÓN

K. Bromberg

Serie Driven 2


Traducción de Aitana Vega para
Principal Chic

5

Sobre la autora

2


K. Bromberg es una autora best seller que ha estado en las listas de más vendidos del New York Times, el Wall Street Journal y el USA Today. Desde que debutó en 2013, ha vendido más de un millón de ejemplares de sus libros, novelas románticas contemporáneas y con un toque sexy protagonizadas por heroínas fuertes y héroes con un pasado oscuro.

Vive en el sur de California con su marido y sus tres hijos. Reconoce que buena parte de las tramas de sus libros se le han ocurrido entre viajes al colegio y entrenamientos de fútbol.

CONTENIDOS

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Dedicatoria


Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46


Continuará

Agradecimientos

Sobre la autora

DRIVEN. CEGADOS POR LA PASIÓN



¿Qué ocurre cuando la persona menos esperada se convierte en tu razón de ser?


Colton le ha robado el corazón a Rylee.

No debía hacerlo, tampoco lo pretendía, pero pronto la pasión cegó a ambos.

El joven piloto sabe que ahora nada volverá a ser igual, pero luchará con todas sus fuerzas para mantener la luz de Rylee en su vida.

¿Bastará el deseo para alimentar el amor?


Una secuela intensa, emocionante, inolvidable y emotiva que te cautivará



«Una saga irresistiblemente sexy que permanecerá contigo mucho tiempo después de haberla terminado.»

Jennifer L. Armentrout, autora best seller


«Colton y Rylee han vuelto con más pasión que nunca. Me ha encantado esta segunda entrega.»

Ella James, autora best seller


Para J.P:

Gracias por ser tan paciente mientras me enfrentaba

a este desafío, que siempre ha sido mi sueño.

Por cierto, ya no es solo un hobby.


Gracias por comprar este ebook. 
Esperamos que disfrutes de la lectura.

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Agradecimientos


¡Uf! ¡No sé ni por dónde empezar! Cuando empecé esta aventura literaria hace poco más de un año era más bien un desafío personal. ¿Podré hacerlo? No solo eso, ¿seré capaz de narrar algo que provoque reacciones viscerales en el lector y al mismo tiempo haga que se enamore de Rylee, de Colton y de su historia? Cuando terminé Driven, me gustó, pero eso no significaba nada. La pregunta real es si a ti, al lector, te engancharía.

¡Ni en un millón de años habría esperado que la respuesta fuese afirmativa! La verdad, al principio pensaba que todo había sido un golpe de suerte. Sí, yo estaba enamorada de Rylee, de Colton y de los chicos, pero eso era obvio; entonces los mensajes, los emails y las publicaciones empezaron a llegar. De verdad os encantaban tanto como a mí: el macho alfa herido y la heroína con el corazón roto. Siempre había creído que el trabajo de una autora es hacer sentir al lector con intensidad y me hicisteis saber que lo había conseguido, Kindle rotos incluidos. (Hablo en serio, he recibido fotos de Kindle rotos después de que alguien los tirase al terminar Guiados por el deseo). Así que, más que nada, gracias a mis lectores. Gracias por darle una oportunidad a esta autora independiente y a su primera novela, con sus errores, sus fallos gramaticales y todo. Gracias por hablar de Driven, recomendárselo a vuestros amigos, crear páginas en Facebook sobre él y publicar reseñas por todas partes para ayudar a correr la voz. No os hacéis una idea de lo que ese tipo de apoyo significa para una autora autopublicada como yo, por lo que, una vez más, gracias de corazón. En muchas ocasiones he leído que el segundo libro de una trilogía suele ser el punto más bajo, la caída, el relleno, tonterías y sin ninguna trama real. Lo único que puedo decir es que espero que Driven: cegados por la pasión haya cumplido y superado vuestras expectativas.

Gracias a las blogueras que pasan cientos de horas leyendo nuestros libros (buenos y malos), haciendo reseñas, collages de fotos y promocionándolos como locas simplemente porque les gustan. Para muchas de ellas, es su segundo trabajo, el que les gusta de verdad, y no lo hacen por dinero ni por reconocimiento, sino porque les encanta viajar a otros mundos y otros tiempos. No quiero hacerles la pelota, pero sí darles las gracias porque si no fuese por su incansable pasión muchos de vosotros ni siquiera habríais llegado a saber que existía un libro llamado Driven: guiados por el deseo. Por tanto, gracias a las blogueras por lanzar, promocionar, uniros a las Colton Cuties (es decir, el equipo callejero de Driven); reseñar y apoyar la trilogía en general. Tal vez Guiados por el deseo sea una gran historia, pero sin vosotras y vuestro apoyo constante, habría pasado desapercibida, así que, ¡gracias!

Tengo que hacer un par de menciones, lo que no significa que las demás blogueras sean menos importantes, pero estas en particular me han ayudado enormemente de una forma u otra. Jenny y Gitte de Totallybooked: ¿Por dónde empiezo? Muchas gracias por responder a los ridículos mensajes privados de esta novata y tratarme con el mismo respeto que si fuera una de las autoras más vendidas del New York Times. Os agradezco las charlas de primera y última hora, las incontables etiquetas y las palabras de sabiduría. La amabilidad que me demostrasteis fue inconmensurable y vuestro apoyo sorprendente. Os lo aseguro, ¡es el efecto Jenny y Gitte! A Liz Murach de Sinfully Sexy Book Reviews: gracias por ser anfitriona de una semana de gira de lanzamiento insuperable. Entre la revelación de la portada y la gira en sí misma, me dejaste de piedra. Gracias a Autumm y a Julie de AToMR por la gira oficial de blogs en septiembre, como siempre, pura clase. Gracias a Emily Kidman de TheSubClub por animarme siempre, sobre todo cuando más parecía necesitarlo.

Tengo que dar las gracias a muchas más blogueras, tantas que no creo que pueda nombrarlas a todas, pero lo intentaré. Si no aparecéis, por favor, tened en cuenta que es porque tengo el cerebro frito de pasar tantas horas delante de la pantalla. En fin, gracias a Donna de The Romance Cover, a Tray de BookHookers, Jessy de Jessy’s Book Club, Sandy de The Reading Café, Meagan de Love Between the Sheets, Ellen de The Book Bellas, Michelle de The Blushing Reader, Stephanie de The Boyfriend Bookmark, Mary de Mary Elizabeth’s Crazy Book Obsession, Lindsay de Beauty, Brains & Books; Liz de Romance Addiction, Stephanie de Stephanie’s Book Reports, Alicia de Island Lovelies, Jen de TheBookBar, Kimberly de Book Reader Chronicles, Jess de A is for Alpha, B is for Books; Stephanie de Romance Addict Book Blog, Cara de A Book Whores Obsession, Amy de Schmexy Girl Book Blog, Autumn de The Autumn Review, Lisa de The Rock Stars of Romance, Jennifer de Wolfel’s World of Books, Kim de Shh Mom’s Reading, Jamie de Alphas, Authors, & Books Oh My; y muchas, muchísimas más que no recuerdo. ¡Gracias, gracias, gracias!

Otra ronda de agradecimientos a mis prelectores. Cuando publiqué Driven: Guiados por el deseo no tenía ni idea de lo que era un prelector. Solo tres personas habían leído la novela antes de que saliera a la luz y creo que, de haber tenido prelectores, no hubiese recibido las principales críticas que recibí. Así que os doy las gracias, Jennifer Mirabelli, Josie Melendez, Jodie Stipetich, Melissa Allum, Kim Rinaldi, Emily Kidman, Autumn Hull, Beta Hoo, y Beta Haw: Vuestras opiniones, comentarios y observaciones tuvieron para mí y para la versión final de Driven: Cegados por la pasión un valor incalculable. Agradezco vuestra cruda honestidad, el tiempo que le dedicasteis y el haber tenido un segundo par de ojos. Me habéis ayudado a que el resultado final fuese mucho mejor de lo esperado.

A mi editora Maxanne Dobbs de The Polished Pen, gracias por molestarte en leer y releer mi larguísimo libro y ayudarme a reducirlo en la medida de lo posible. No me caíste muy bien cuando me dijiste que Rylee empezaba a parecer una zorra, pero me alegro de que lo hicieras, porque esos pequeños ajustes supusieron una gran diferencia para hacer empatizar al lector y reducir el nivel de frustración. A Deborah de Tugboat Designs por diseñar otra portada impresionante, ¡y pensar que nos salió bien a la primera! ¡Gracias! A Stacey de Hayson Publishing, gracias por maquetar Cegados por la pasión con tan poco tiempo. Superaste todas las expectativas. A Jennifer de Polished Perfection, gracias por ese segundo y tercer par de ojos.

A las ganadoras del concurso A.S., ¡gracias por formar parte de Cegados por la pasión! En la escena en Las Vegas en el restaurante TAO del Venetian, Colton y Beckett intentan adivinar lo que significa «as» y estas adorables señoritas son quienes se llevan el mérito de esos intentos: Lusette Lam por la idea de Colton de «atractivo y seductor» y Sandy Schairer por la propuesta de Beckett de «arrogante y sinvergüenza». Gracias a todos los participantes, me reí muchísimo con vuestras descripciones.

La música es un aparte muy importante de mis novelas, así que gracias a los numerosos artistas cuyo talento y canciones me sirvieron de inspiración para escribir muchas escenas. Nada crea mejor ambiente para escribir que la canción perfecta. Gracias especialmente a Matchbox Twenty, la música terapéutica de Rylee y, por supuesto, como diría Colton muy educadamente, a la «puñetera Pink», gracias por servir de inspiración para una de las frases más importantes del libro.

A mi hijo por ver películas antiguas de Spiderman en Netflix, una y otra vez, hasta la saciedad, tenerlas de fondo me sirvió como inspiración para escribir otras de las dos frases más significativas del libro. Que nunca tengas que recitar superhéroes. Jamás. ¡Te Spiderman, colega!

A mi niña: gracias por ponerte a teclear siempre que podías en mi copia oficial de Cegados por la pasión. Los lectores beta creyeron que me había dedicado a incluir números de matrícula de forma aleatoria a mitad de párrafo, ¡pues no! Solo era CJ cerciorándose de que le hacían caso. ¡Te quiero pequeña locuela!

A mi hija mayor, gracias por intentar echar un vistazo a mi pantalla a cada oportunidad, ahora sabes leer y mamá se pone nerviosa con lo que puedas encontrar en el ordenador. Gracias por ser paciente y por tus interminables preguntas del estilo «¿la gente de verdad se lee lo que escribes?». Esperemos que sí. ¡Te quiero, bichito!

Gracias a mi marido por la paciencia que ha tenido durante todo el proceso. Gracias por inventarte lugares a los que llevar a los niños para dejarme unas horas a solas para escribir sin interrupciones. Gracias por no tener problemas (casi ninguno) con comer comida para llevar o sacada de una bolsa porque necesitaba terminar un capítulo. Gracias por no quejarte de que ahora se tarda mucho más en hacer la colada o de que la casa está un poco más desordenada. Gracias por irte a la cama sin mí varias veces por semana mientras me quedaba despierta hasta tarde y me acababa durmiendo con Colton en vez de contigo (lo siento, chicas, una de las ventajas de ser la autora). Gracias por entender que ahora el ordenador es una extensión de mi cuerpo y que la mujer que nunca olvidaba nada ahora anda un poco distraída, la culpa es de toda la gente que tengo dentro de la cabeza. ¡Te quiero!

Gracias a mi familia y amigos por el apoyo incondicional y por soportar mis divagaciones sobre las personas que viven dentro de mi cabeza y en los corazones de los lectores.

Lo último que quiero comentar es algo que sin duda hará que mi correo electrónico y mi página de Facebook estén a rebosar de mensajes cuando terminéis de leer el libro: ¿Cuándo saldrá el siguiente? Todavía no hay una fecha fijada. Lo siento, pero me niego a daros un día y luego tener que cambiarla y retrasarla varios meses. Me frustra que los escritores hagan eso y no quiero haceros sentir así. Sí os aseguro que el próximo será el último libro de la trilogía. La historia de Rylee y Colton.

¿No puedes dejar de pensar en el final? Me lo imaginaba. Si te apetece, únete al grupo de Facebook «The Driven Trilogy Group», donde podrás comentar todo lo que quieras (con spoilers y todo) con otras personas que también han terminado el libro. El enlace es:

https://www.facebook.com/groups/394768807306804/

Gracias otra vez por leerme. Espero que os haya gustado.

¡Os conduzco!

K




No te pierdas el final de la historia de Colton y Rylee en el tercer libro de la trilogía Driven


Prólogo

Colton


Malditos sueños. Fragmentos sueltos de tiempo que deambulan por mi subconsciente. Rylee está en ellos. Los llena. Los consume. No dejo de verla en un lugar que, normalmente, está empañado por los recuerdos más horribles y, joder, no sé por qué, pero verla me llena de paz, de algo que parece esperanza, como si de verdad tuviese un motivo para curarme. Un motivo para superar toda la mierda que me acecha. Es como si el oscuro abismo que tengo en el corazón fuera capaz de sentir amor. Su presencia en un lugar tan oscuro me hace pensar que las heridas que me desgarran el alma, que siempre han estado abiertas y en carne viva, tal vez por fin empiecen a cicatrizar.

Estoy soñando, lo sé, así que ¿cómo es posible que esté en todas partes, incluso en mis sueños? La tengo en la cabeza cada minuto de cada maldito día, se me ha metido en el subconsciente.

Me empuja.

Me desarma.

Me consume.

Ahuyenta para siempre mi temor a esa gilipollez del amor.

Me siento como cuando estoy a punto de hacer una carrera: el corazón se me para y se me acelera al mismo tiempo. Me hace pensar en cosas en las que no debería pensar. Se abre paso por la oscuridad que hay dentro de mí y me hace pensar en «cuándo» en vez de en «si».

¡Joder!

No hay duda de que estoy soñando si me da por pensar en estas tonterías. ¿Desde cuándo soy tan calzonazos? Becks me daría una paliza si me oyera decir estas gilipolleces. No puede haber nada más que la necesidad de volver a enterrarme en ella, de tener su cuerpo caliente debajo del mío para penetrarla. Curvas suaves. Tetas firmes. Coño apretado. Eso es todo. Luego estaré bien. Volveré a tener la cabeza en su sitio. Las dos cabezas. Una vez que esté satisfecho, seré capaz de concentrarme en otra cosa que no sean idioteces, como sentimientos inútiles o los latidos de un corazón incapaz de dar ni recibir amor.

Seguramente es la novedad lo que me hace sentir como un bobo necesitado; tan necesitado que hasta sueño con ella, ella en concreto, en vez de con el cuerpo perfecto sin rostro de siempre. Hay algo en ella que me hace perder la cabeza. Joder, si hasta tengo las mismas ganas de pasar tiempo con ella antes del sexo que de follar en sí.

Bueno, casi.

Normalmente, las mujeres se lanzan sobre mí de maneras nada sutiles y abiertamente sexuales: me ponen las tetas en la garganta, ofrecen miradas que me dicen que les haga lo que quiera y se abren de piernas en cuanto chasqueo los dedos. Creedme, la mayoría de las veces no pongo ninguna objeción. Sin embargo, con Rylee es diferente, lo ha sido desde el principio, desde que salió de ese puto armario y entró en mi vida.

Las imágenes se suceden en mis sueños. La primera impresión cuando levantó la mirada y me vio, con esos ojos tan alucinantes. La primera vez que probé su sabor y me cautivó, me recorrió la columna, me agarró de los huevos y me pidió que no la dejara ir; tenía que hacerla mía a cualquier precio. La forma en que balanceaba el culo al alejarse de mí sin mirar atrás, me atrapó algo que nunca me había resultado atractivo: su rebeldía.

Los recuerdos siguen dando vueltas. Rylee se agacha delante de Zander para sacar a la luz su alma dañada; se sienta en mi regazo vestida con mi camiseta y bragas favoritas, a horcajadas sobre mí, la noche anterior en el patio; cuando aparezco en su oficina y su expresión confusa se mezcla con la ira en su maravilloso rostro al escuchar mi oferta irrechazable; en pie, delante de mí, vestida con lencería de encaje, ofreciéndose, entregándose por completo de forma desinteresada.

Despierta de una puta vez, Donavan. Estás soñando. Despierta y toma lo que anhelas. La tienes justo al lado. Caliente. Seductora. Tentadora.

Me frustro al desearla con desesperación y no ser capaz de salir de este maldito sueño para poseer ese cuerpo tan sexy que casi resulta un pecado. Tal vez eso es lo que la hace tan atractiva. No se da cuenta de lo sexy que es. Al contrario que muchas otras mujeres que se pasan horas mirándose al espejo, criticándose y resaltando su lado bueno, Rylee no tiene ni puta idea.

Las imágenes de la noche anterior me consumen. Su forma de mirarme con esos ojos de color violeta y cómo se mordía su carnoso labio inferior mientras su cuerpo respondía al mío de forma instintiva y se sometía a mí. Su característico olor a vainilla mezclado con champú. Su sabor, tan adictivo, tan dulce. Es irresistible, inocente y descarada a partes iguales, todo mezclado dentro de un envoltorio curvilíneo y tentador.

El mero pensamiento hace que se me ponga dura. Necesito otra dosis de ella. Nunca tengo suficiente. Al menos hasta que la emoción de la novedad desaparece y paso a otra cosa, como siempre. No voy a dejar que una mujer me engatuse. ¿Para qué encariñarse con una persona que al final se marchará? Alguien que saldrá corriendo en cuanto descubra la verdad sobre mí, el veneno que me tiñe el alma. Una relación casual es lo único que necesito. Lo único que quiero.

Lo único que me permito.

Siento sus manos deslizarse por mi abdomen y me abandono a la sensación. Joder, lo necesito ya. La necesito ya. Saber que ese calor apretado y húmedo que anhelo está justo a mi lado hace que me tiemble la polla. La posibilidad de hundirme en la dulzura de su cuerpo y olvidarme de toda la mierda que me atormenta está a solo unos centímetros de distancia. Tengo una erección matutina tan fuerte que casi me duele, me muero por que me toque.

Se me tensa el cuerpo al darme cuenta de que los brazos que me rodean no son suaves ni tersos ni huelen a vainilla como los de Rylee. Un escalofrío de asco me recorre la columna y se me instala en el estómago. La bilis me sube por la garganta. Un olor a cigarrillos rancios y alcohol barato emana de su piel y espesa el aire cuando se excita. Su redonda barriga me presiona la espalda mientras unos dedos rechonchos e implacables me acarician la parte baja del abdomen. Cierro los ojos con fuerza, el sonido de los latidos de mi corazón ahoga los demás ruidos, incluidos mis débiles gemidos de protesta.

«Spiderman. Batman. Superman. Ironman», pienso.

Tengo hambre, me siento tan débil por la falta de comida mientras mamá experimenta uno de sus «viajes» que me convenzo de que no debo resistirme. Mamá dice que si me porto bien y hago lo que me dicen, los dos tendremos una recompensa; dice que si hago esto por ella me querrá: ella conseguirá su dosis de «hacer que mamá se sienta bien» y yo podré comerme media manzana y un par de galletas envueltas en plástico que, con suerte, encontrará por ahí. Me suenan las tripas y se me hace la boca agua ante la idea de comer algo por primera vez en días.

«Spiderman. Batman. Superman. Ironman».

«Tengo que ser bueno. Tengo que ser bueno».

Repito el mantra una y otra vez mientras la barba de su mandíbula me rasca la piel de la nuca. Trato de contener las náuseas y, a pesar de no tener nada en el estómago que vomitar, el cuerpo me tiembla con violencia intentándolo de todos modos. El calor de su cuerpo contra mi espalda, siempre contra la espalda, hace que me broten lágrimas que lucho por reprimir. Me gruñe en la oreja, excitado por mi miedo, y las lágrimas se me escapan entre los párpados apretados. Ruedan por mi cara hasta caer sobre el colchón de mamá, que está tirado en el suelo. Me obligo a no resistirme cuando siento en el ano la presión de su miembro. Sé muy bien lo que pasa cuando lo hago. Me resista o no, duele igual; es una pesadilla que siempre termina del mismo modo: peleo y luego llega el dolor, o bien acepto el dolor sin oponer resistencia.

Me pregunto si después de morir sigue doliendo.

«Spiderman. Batman. Superman. Ironman».

—Te quiero, Colty. Si haces esto mamá te volverá a querer, ¿vale? Un niño bueno hace lo que sea por su mamá. Lo que sea. El amor consiste en hacer estas cosas. Si de verdad me quieres y sabes que yo te quiero, harás esto para que mamá vuelva a sentirse bien. Te quiero. Sé que tienes hambre. Yo también. Le he dicho que esta vez no te vas a resistir porque me quieres.

La súplica de su voz me retumba en los oídos. No importa lo mucho que grite, ella no abrirá la puerta, no vendrá a ayudarme, a pesar de estar sentada al otro lado. Sé que oye mis gritos (el dolor, el miedo, la pérdida de la inocencia), pero está tan aturdida por el mono que no le importa. Necesita las drogas que él le dará cuando acabe conmigo. El pago. Es lo único que le importa.

«Spiderman. Batman. Superman. Ironman. Spiderman. Batman. Superman. Ironman», repito los nombres de los superhéroes, una vía de escape silenciosa de este infierno. El miedo me recorre las venas, me perla la piel de sudor e impregna el aire que respiro con su inconfundible hedor. Vuelvo a recitar los nombres. Rezo para que cualquiera de ellos venga a rescatarme. A combatir el mal.

—Dímelo —gruñe—. Dilo o te dolerá más.

Me muerdo el labio y recibo el sabor metálico de la sangre mientras trato de contenerme para no gritar de miedo. Para no darle lo que quiere, los gritos que reclamen una ayuda que nunca vendrá. Me sujeta con fuerza. Duele mucho. Me rindo y le digo lo que quiere oír:

—Te quiero, te quiero, te quiero —repito una y otra vez, sin parar, mientras se le acelera la respiración, excitado por mis palabras. Me clavo las uñas en las palmas de las manos al apretar los puños cuando él me palpa y me agarra el torso. Con dedos ásperos encuentra la cinturilla de mi ropa interior desgastada, uno de los pocos pares que tengo. Oigo que el calzoncillo se rasga a causa de sus movimientos excitados y erráticos. Contengo el aliento, el cuerpo me tiembla con violencia, sé lo que vendrá ahora. Una mano me atrapa la entrepierna y me aprieta con tanta fuerza que me hace daño, mientras con la otra me abre las piernas desde atrás.

«Spiderman. Batman. Superman. Ironman».

No puedo evitarlo. Me muero de hambre, pero duele demasiado. Me sacudo contra él.

—No —se me escapa de entre los labios apretados mientras me esfuerzo por escapar de lo que pasará después.

Me sacudo con violencia y choco contra algunas partes de su cuerpo mientras salto de la cama y escapo por un instante. El miedo me ciega, me consume mientras se levanta del colchón sucio y se acerca a mí con expresión decidida y los ojos llenos de deseo.

Me parece escuchar mi nombre y me quedo confundido. ¿Qué hace ella aquí? Tiene que irse. También le hará daño. ¡Mierda! No, a Rylee no. Con pensamientos desesperados le grito que corra. Que salga de aquí, pero no me sale ni una palabra en voz alta. El miedo me ha bloqueado la garganta.

—Colton.

Los horrores de mi mente se desvanecen poco a poco y dejan paso a la suave luz de la mañana que entra en la habitación. No estoy seguro de creerme lo que veo. ¿Qué es real? Tengo treinta y dos años, pero me siento como un niño de ocho. El aire fresco de la mañana se mezcla con la capa de sudor que me empapa el cuerpo desnudo, pero siento un frío tan profundo arraigado en el alma que sé que ni la temperatura más alta me calentaría. Tengo todos los músculos en tensión a causa del inminente ataque, y me lleva un momento convencerme de que en realidad él no está aquí.

Enfoco la mirada mientras la sangre me palpita en las venas y me fijo en Rylee. Está sentada en la gigantesca cama, con una sábana de color azul pálido enrollada en la cintura y los labios hinchados por el sueño. La observo con la esperanza de que sea real, aunque no termino de creérmelo.

—Mierda —articulo entre jadeos mientras abro los puños y me llevo las manos a la cara para frotármela e intentar deshacerme de la pesadilla. Agradezco la aspereza de la barba contra la palma de la mano. Me confirma que estoy aquí de verdad. Soy adulto y él no está cerca.

No puede volver a hacerme daño.

—¡Jodeeeeer! —maldigo de nuevo entre dientes e intento poner orden en el caos que tengo en la cabeza.

Dejo caer las manos a los lados. Cuando Rylee se mueve, me vuelvo a centrar. Muy despacio, se frota el hombro con la mano contraria y hace una mueca de dolor, pero no aparta la mirada de mí, con los ojos entrecerrados y llenos de preocupación.

¿Le he hecho daño? ¡Me cago en la puta! Le he hecho daño. A ella.

Esto no puede ser real. Tengo los nervios a flor de piel. La cabeza me funciona a mil por hora. Si esto es real, si esa de ahí es Rylee, entonces, ¿por qué todavía lo huelo? ¿Por qué sigo sintiendo el roce de su barba contra la nuca? ¿Por qué no dejo de oír sus gruñidos de placer? ¿Por qué siento el dolor?

—Rylee…

Juro que tengo su sabor en la boca. Joder.

Se me revuelve el estómago al pensarlo y por el recuerdo que me evoca.

—Mierda, dame un minuto.

Salgo disparado hacia el baño. Necesito quitarme este sabor de boca.

Casi no llego hasta el váter, entre tropiezos y tambaleos caigo de rodillas y vacío el contenido del estómago en la taza. Tiemblo con violencia mientras hago todo lo necesario para librarme de cualquier rastro de él en mi cuerpo, incluso aunque esos rastros solo estén en mi cabeza. Me deslizo hacia el suelo para recostarme contra la pared de azulejos y agradezco el frío del mármol contra la piel. La mano me tiembla al limpiarme la boca con el dorso. Recuesto la cabeza, cierro los ojos e intento en vano devolver los recuerdos a su rincón escondido.

«Spiderman. Batman. Superman. Ironman».

¿Qué cojones ha pasado? Llevaba quince años sin tener ese sueño. ¿Por qué ahora? ¿Por qué…? ¡Mierda! Rylee. Rylee lo ha visto. Ha sido testigo de la pesadilla que nunca he confesado a nadie. La pesadilla llena de secretos que nadie conoce. ¿Habré dicho algo? ¿Habrá oído algo? ¡No, no, no! No puede enterarse.

No puede estar aquí.

La vergüenza me invade y se instala en mi garganta, lo que me obliga a respirar hondo para no volver a vomitar. Si supiera las cosas que he hecho —las que él me hizo hacer, las que hice sin resistirme— entonces se daría cuenta del tipo de persona que soy. Sabrá lo horrible, sucio e indigno que soy. Para qué querer a alguien cuando no puedo recibir el amor de nadie. Jamás.

El miedo que tengo, profundamente arraigado bajo la piel, a que alguien descubra la verdad se remueve y sale a la superficie. Mierda, otra vez no. El estómago me da una fuerte sacudida y, cuando ya no me queda nada dentro, tiro de la cadena y me obligo a levantarme. Me tambaleo hasta el lavamanos, con manos temblorosas pongo algo de pasta de dientes en el cepillo y me restriego la boca con violencia. Con los ojos cerrados, deseo que los sentimientos se desvanezcan y que los sustituya el recuerdo de las manos de Rylee, en vez del de las numerosas mujeres que he utilizado a lo largo de los años para intentar suavizar los horrores que me acechan.

Usar el placer para enterrar el dolor.

—¡Joder!

No funciona, así que restriego los dientes hasta que noto el sabor metálico de la sangre de mis encías. Dejo caer el cepillo de dientes sobre la pila, cojo algo de agua con las manos y me la echo en la cara. Me concentro en los pies de Rylee, se reflejan en el espejo cuando entra en el baño. Respiro hondo. No quiero que me vea así. Es demasiado lista, tiene demasiada experiencia con este tipo de cosas; y yo no estoy preparado para que los fantasmas que hay dentro del armario salgan a la luz y los analicen con lupa.

No creo que llegue a estarlo nunca.

Me seco la cara con la toalla sin saber muy bien qué hacer. Cuando la suelto, la miro. Joder, es realmente preciosa. Me deja sin aliento. Sus piernas desnudas asoman por debajo de mi camiseta arrugada, tiene la raya de ojo corrida, el pelo enredado de recién levantada y una marca de la almohada en la mejilla que no la hace menos atractiva ni por asomo. Por alguna razón, casi diría que la hace todavía más. Gracias a eso parece inocente, intocable. No la merezco. Es mucho más de lo que alguien como yo merece. Está demasiado cerca, más de lo que nadie ha estado nunca, y eso me aterroriza. Nunca he dejado que nadie llegase tan lejos porque significaría compartir secretos y descubrir el pasado.

Y porque implica necesitar a alguien. Desde hace mucho, solo me he necesitado a mí mismo. Necesitar a otros supone dolor. Abandono. Horrores indescriptibles. Y, aun así, ahora mismo, necesito a Rylee. Cada célula de mi cuerpo se muere por acercarse a ella, acercarla a mí y abrazarla. Usar el calor de su piel y el sonido de su respiración para aliviar la presión que siento en el pecho. Quiero perderme en ella para encontrarme a mí mismo, aunque sea por un segundo. Aunque solo sea por eso, tiene que irse. Por mucho que quiera, no puedo hacerle esto, simplemente no puedo. No puedo hacérmelo a mí, a mi vida construida al milímetro y a mi forma de lidiar con todo.

Estar solo es mejor. Si estoy solo sé qué esperar. Puedo planificar las situaciones y aplacar los problemas con antelación. ¡Mierda! ¿Cómo lo voy a hacer? ¿Cómo voy a alejar a la única mujer a la que de verdad me he planteado dejar entrar?

Mejor perderla ahora y no cuando salga corriendo al descubrir la verdad.

Respiro para darme fuerzas y prepararme antes de mirarla a los ojos. Hay demasiadas emociones revoloteando en esos iris de color violeta y, aun así, es la pena a la que me aferro, me agarro a ella para poder usarla como la pobre excusa para lo que estoy a punto de hacer. He visto esa mirada muchas veces a lo largo de mi vida, y no hay nada que me moleste más. No soy una obra de caridad. No necesito que nadie se compadezca de mí.

Y mucho menos ella.

Pronuncia mi nombre con esa voz de teleoperadora sexy que tiene y casi cedo.

—No, Rylee. Tienes que irte.

—¿Colton?

Me busca con la mirada. En sus ojos atisbo cientos de preguntas, pero no llega a articular ninguna.

—Vete, Rylee. No te quiero aquí.

Palidece al oírme. Recorro su cara con la mirada y noto que le tiembla el labio inferior. Me muerdo el interior del labio y el estómago se me encoge. Creo que voy a vomitar otra vez.

—Solo quiero ayudar.

Me estremezco por dentro al oír su voz rota, me odio por el dolor que estoy a punto de causarle. Es tan cabezota, sé que no se irá sin pelear. Da un paso hacia mí y rechino los dientes. Si me toca, si siento el tacto de sus dedos sobre la piel, cederé.

—¡Lárgate! —grito. Levanta la mirada hacia mis ojos como un resorte, desconcertada, pero también percibo que está decidida a consolarme—. ¡Lárgate de una puta vez, Rylee! ¡No te quiero aquí! ¡No te necesito!

Abre los ojos como platos y tensa la mandíbula para evitar que le tiemble el labio.

—No lo dices en serio.

La discreta osadía de su voz retumba en mis oídos y destruye rincones dentro de mí que ni siquiera sabía que existían. Me mata ver cómo le hago daño, lo dispuesta que está a quedarse ahí y escuchar lo que sea que le suelte con tal de asegurarse de que estoy bien. Ahora me demuestra más que nunca que es una santa y que, sin lugar a dudas, yo soy el capullo.

¡Me cago en la puta!

Voy a tener que destruirla con mentiras de mierda para conseguir que se vaya. Para protegerme de tener que disculparme si se queda; de tener que sincerarme y revelarle todos los fantasmas de los que siempre me he protegido.

—¡Y una mierda que no! —grito y, frustrado, lanzo al otro lado del baño la toalla que tengo en la mano y que vuelca unos estúpidos jarrones con forma de botella.

Levanta la barbilla con tenacidad mientras me mira fijamente. «Maldita sea, Rylee, ¡vete! ¡Haznos esto más fácil a los dos!», pienso. Sin embargo, me sostiene la mirada. Doy un paso hacia ella intentando parecer lo más amenazador posible y lograr que se vaya.

—Te he follado y ahora he terminado contigo. Ya te dije que era lo único que se me daba bien, encanto.

La primera lágrima empieza a deslizarse por su mejilla y me obligo a respirar con normalidad para que parezca que me da igual, pero la mirada herida de sus ojos amatista me está matando. Tiene que irse, ¡ya! Cojo su bolsa de la encimera del baño y se la estampo en el pecho. Me estremezco cuando se tambalea hacia atrás a causa de la fuerza que he empleado. Ponerle las manos encima de este modo solo consigue que el estómago se me retuerza aún más.

—¡Fuera! —gruño, con los puños apretados para resistirme a tocarla—. Ya me he aburrido de ti. ¿Es que no lo ves? Has cumplido tu propósito. Una diversión rápida para pasar el rato. Ya he terminado. ¡Vete!

Me mira una última vez, con los ojos llorosos fijos en los míos, con fuerza, antes de que un sollozo se le escape de la garganta. Se da la vuelta y cruza la habitación a trompicones mientras me sujeto al marco de la puerta sin moverme, el corazón me palpita con fuerza, la cabeza me da vueltas y los dedos me duelen de apretar la madera para no salir corriendo detrás de ella. Cuando oigo la puerta principal cerrarse de un portazo, suelto un largo y tembloroso suspiro.

¿Qué cojones acabo de hacer?

Las imágenes del sueño reaparecen, el único recordatorio que necesito. Todo me viene de golpe mientras me tambaleo hacia la ducha, abro el grifo y pongo el agua más caliente de lo que puedo tolerar. Cojo la pastilla de jabón y me froto el cuerpo con violencia para borrar la insistente sensación de sus manos sobre mi piel y hacer desaparecer el dolor de su recuerdo y el de haber echado a Rylee. Cuando la pastilla se acaba, me giro, vacío sobre mi cuerpo una botella de lo que parece ser champú y empiezo otra vez, moviéndome de forma frenética. Tengo la piel en carne viva y aun así sigo sin estar lo bastante limpio.

El primer sollozo me pilla totalmente desprevenido cuando me sube por la garganta. ¡Mierda! Yo no lloro. Lo niños buenos no lloran si quieren a sus mamás. Me tiemblan los hombros al intentar reprimirlo, pero lo que ha pasado en las últimas horas me supera, las emociones, los recuerdos, el dolor en los ojos de Rylee… es demasiado. Las compuertas se abren y ya no consigo contenerlo.

Capítulo 1


Mientras los sollozos que me sacuden el cuerpo se mitigan lentamente, el escozor en las rodillas me hace volver a la realidad. Caigo en la cuenta de que estoy arrodillada sobre los duros adoquines de la entrada de la casa de Colton vestida solo con su camiseta. Sin zapatos. Sin pantalones. Sin coche.

Y el móvil sigue en la encimera del baño.

Sacudo la cabeza mientras el dolor y la humillación empiezan a dar paso a la ira. Ya he superado la conmoción inicial que me han provocado sus palabras y ahora quiero devolvérselas. No tiene derecho a tratarme ni a hablarme así. Con un repentino subidón de adrenalina, me levanto del suelo y abro la puerta de un empujón, que se estrella contra la pared con un ruido sordo.

A lo mejor él ha terminado conmigo, pero yo no he dicho la última palabra. Tengo demasiadas cosas dando vueltas en la cabeza y es probable que no vuelva a tener la oportunidad de decirlas; además, el arrepentimiento no es una emoción que necesite añadir a la lista de cosas que lamentar.

Subo las escaleras de dos en dos. No he sido consciente de la poca ropa que llevo hasta que el aire fresco de la mañana se ha colado por debajo de la camiseta y me ha acariciado la piel desnuda, una piel que está algo hinchada y dolorida por las rigurosas atenciones y las expertas habilidades de Colton después de las numerosas veces que tuvimos sexo anoche. La incomodidad hace que una silenciosa sensación de tristeza se sume a la furia descontrolada que ya siento. Baxter me saluda moviendo la cola cuando entro a la habitación y oigo el agua de la ducha. Me arde la sangre al recordar todo lo que me ha dicho, cada comentario peor que el anterior, pasando del dolor a la ira. Decidida, lanzo el bolso de cualquier manera al lavamanos junto a mi móvil.

Entro al baño, a la zona donde está la ducha, como una exhalación, preparada para escupirle todo el veneno que llevo acumulado, para decirle que me da igual su posición en la escala social y que los autoproclamados gilipollas como él no se merecen chicas buenas como yo. Pero al acercarme a la ducha me quedo petrificada, las palabras se me atascan en la garganta.

Colton está delante de mí con las manos apoyadas en la pared. El agua le cae sobre los hombros, se le ve hundido y derrotado. Tiene la cabeza inclinada hacia delante, sin vida, como un perro apaleado y los ojos cerrados con fuerza. No es la postura fuerte y definida a la que estoy acostumbrada, el hombre que conozco seguro de sí mismo no está por ningún lado. Ha desaparecido.

Lo primero que se me pasa por la cabeza es que el muy imbécil se lo merece. Debería sentirse culpable y arrepentido por cómo me ha tratado y por las cosas horribles que me ha dicho. No hay súplicas que me hagan olvidar el dolor que me ha causado al echarme. Aprieto los puños y pienso en qué hacer porque ahora que estoy aquí, me siento confundida. Me lleva un momento, pero decido salir sin que se entere, llamar a un taxi e irme sin decir ni una palabra. Sin embargo, en cuanto doy el primer paso hacia atrás, de la boca de Colton sale un gemido ahogado que le sacude todo el cuerpo. Es un sonido tan salvaje y tan profundo que parece que está utilizando toda su fuerza para no desmoronarse.

Me paralizo. Ver a un hombre fuerte y viril tan deshecho me hace comprender que la angustia que le atormenta va mucho más allá de nuestro intercambio de palabras. En ese momento, al ser testigo de su agonía, pienso que cada uno vive el dolor a su manera. Existen muchas definiciones que me eran desconocidas para una palabra tan sencilla.

Me duele el corazón a causa del daño y la humillación que me han provocado las palabras de Colton. Por haberme abierto a alguien después de tanto tiempo para terminar destrozada con tanta crueldad.

Me duele la cabeza al darme cuenta de que aquí pasa mucho más de lo que parece, algo de lo que debería haberme dado cuenta dada mi experiencia laboral, pero estaba tan cegada por él, por su presencia, sus palabras y sus actos que no había prestado suficiente atención.

Los árboles no me dejaban ver el bosque.

Me duele el alma ver a Colton luchar ciegamente contra los demonios que le persiguen durante el día y le acechan para atormentar sus sueños por la noche.

Mi cuerpo se muere de ganas de acercarse a él para intentar consolarlo y aliviarle el dolor. Quiero acariciarlo y mitigar los recuerdos de los que siente que nunca podrá escapar, de las heridas que nunca será capaz de curar.

Tengo el orgullo herido por querer mantenerme firme, por ser cabezota y fiel a mí misma. Por volver voluntariamente a los brazos de alguien que me ha tratado como él lo ha hecho.

Estoy en una encrucijada, no sé a qué dolor hacer caso cuando a Colton se le escapa otro sollozo que me parte el corazón. Tiembla con violencia. Tensa las facciones de la cara con tanta fuerza que el dolor que siente es casi palpable.

Mi debate interno sobre qué hacer a continuación es mínimo, no puedo ignorar el hecho de que, lo admita o no, ahora mismo necesita a alguien. Me necesita. Todas las palabras crueles que me ha dicho se evaporan al verlo tan roto. Los años de trabajo me han enseñado a tener paciencia, pero también a saber cuándo dar un paso al frente y, esta vez, las señales no se me van a pasar por alto.

Nunca he sido capaz de ignorar a alguien que necesita ayuda, especialmente a un niño pequeño. Y ahora mismo, con Colton tan desolado e indefenso, es todo lo que veo: un niño roto por dentro que me parte el corazón y, aunque soy consciente de que quedarme tendrá como resultado mi propio suicidio emocional, soy incapaz de marcharme. De salvarme a mí misma a costa de otra persona.

Sé que, si viese a alguien tomar esta misma decisión, le diría que es idiota por volver a entrar en la casa. Pondría en duda su buen juicio y diría que tiene lo que se merece. Es muy fácil juzgar cuando se observa desde fuera, sin conocer la decisión que uno mismo tomaría hasta que se encuentra en la misma situación.

Sin embargo, esta vez soy yo la que está en esta situación. La decisión me viene de forma tan natural que es como si no la hubiera tomado, es prácticamente un acto reflejo dar un paso adelante cuando muchos, en mi lugar, darían un paso atrás.

Me muevo por instinto y, con cautela, entro en la ducha; soy plenamente consciente de que me dirijo a mi suicidio emocional. Él está debajo de uno de los enormes grifos de agua mientras diversos chorros más pequeños le rocían el cuerpo desde los laterales. Un banco empotrado ocupa una pared entera y hay varios botes de productos tirados en una esquina. En otras circunstancias, me habría maravillado por la increíble ducha y me darían ganas de quedarme allí durante horas.

Ahora no.

La imagen de Colton, con un cuerpo tan magnífico y, sin embargo, tan cerrado a sus emociones, con el agua que cae en pequeñas cascadas por las esculturales líneas de su cuerpo, me llena de tristeza. La angustia que irradia es tan tangible que siento su peso al acercarme a él. Me inclino contra la pared en la que tiene apoyadas las manos. El agua hirviendo que le rebota en el cuerpo me hace cosquillas en la piel. Vuelvo a tener dudas cuando alargo la mano para tocarlo y retrocedo, no quiero asustarlo en un estado de tanta fragilidad.

Al cabo de un rato, Colton levanta la cabeza y abre los ojos. Da un grito ahogado al verme a su lado. Antes de que baje la mirada por un segundo, veo que la sorpresa, la vergüenza y el arrepentimiento le bailan en los ojos. Cuando vuelve a mirarme, lo hace con un dolor tan puro que me deja sin palabras.

Nos quedamos quietos, inmóviles y sin decir nada, mirándonos profundamente a los ojos. Un silencioso intercambio que no arregla nada pero que explica mucho.

—Lo siento —susurra finalmente con la voz rota mientras baja la mirada y se separa de la pared.

Se tambalea, cae sobre el banco empotrado y no me contengo más. Avanzo unos pasos para cruzar la ducha y con el cuerpo le separo las rodillas para poder colocarme entre sus piernas. Antes de que me dé tiempo a tocarlo, me pilla por sorpresa, me clava los dedos en las caderas y tira de mí hacia él. Mete las manos por debajo de la tela mojada de mi camiseta, la levanta poco a poco mientras me acaricia el torso. Cuando cruzo los brazos por delante de mi cuerpo, él me quita la camiseta. La lanza detrás de mí de cualquier manera y aterriza con un restallido contra el azulejo. En cuanto me quedo desnuda, me rodea con los brazos y me aprieta contra su cuerpo. Él está sentado y yo de pie, aprieta su mejilla contra mi abdomen y me abraza con fuerza.

Apoyo las manos en su cabeza y me quedo ahí. Siento cómo tiembla por las emociones que le envuelven. Me siento impotente, no sé qué decir ni qué hacer con alguien tan emocionalmente distante. Sé cómo tratar a un niño, pero un adulto tiene barreras y, si las sobrepaso con Colton, no sé cómo reaccionará.

Con delicadeza, le paso los dedos por el pelo mojado, intento consolarlo lo mejor que puedo. Trato de expresar con las yemas de los dedos las palabras que no quiere oírme decir, el movimiento es tan relajante para mí como seguramente lo es para él. Ante la ausencia de abrumadoras palabras consigo entender qué se esconde detrás del estallido de antes. La forma de alejarme. El ataque verbal. Estaba dispuesto a decirme cualquier cosa para que me fuera y no lo viera derrumbarse y, de este modo, demostrarse a sí mismo que no necesita a nadie.

Me dedico a esto y, aun así, se me han escapado todas las señales; el amor y el dolor han anulado la experiencia. Cierro los ojos y me regaño mentalmente, aunque sé que no podría haberlo manejado de otra manera. No me habría dejado. Está acostumbrado a estar solo, a lidiar con sus demonios, a excluir al mundo y esperar que lo traicionen.

Siempre esperando a que lo abandonen.

El tiempo pasa. Solo se oye el repiquetear del agua contra el suelo de piedra. Al final, Colton gira la cara para apoyar la frente en mi barriga. Es un gesto tan íntimo por su parte que se me encoge el corazón. Mueve la cabeza adelante y atrás con suavidad, acariciándome y, por sorpresa, me besa la larga cicatriz del abdomen.

—Siento haberte hecho daño —murmura y lo oigo por encima del agua—. Lo siento mucho, todo.

Sé que se está disculpando por más cosas aparte de lo que me ha dicho antes y la crueldad con la que me ha echado. Cosas que no comprendo. La angustia con la que habla me parte el corazón, que, al mismo tiempo, se hincha y palpita por sus palabras.

Me inclino y presiono los labios contra su frente mientras lo acuno como una madre a su hijo, como haría con cualquiera de mis chicos.

—Yo también siento que te hicieran daño.

Colton suelta un grito ahogado y levanta las manos para acercar mi cara a la suya. En apenas un suspiro, sus labios están sobre los míos y los devoran en un beso apasionado. La necesidad aumenta. La desesperación es abrumadora. Me inclino de forma que mis rodillas quedan apoyadas en el banco a ambos lados de Colton mientras sus labios magullan los míos y me marcan como suya.

Me acuna la cara con mano temblorosa.

—Por favor, Rylee, te necesito —me suplica sin aliento y con voz ahogada—. Necesito sentirte contra mí. —Cambia el ángulo del beso mientras me mueve la cabeza con las manos, dominándome—. Necesito estar dentro de ti.

Al tocarme con frenesí percibo la necesidad y la desesperación que siente. Le coloco las manos a los lados de la cara y tiro para que me mire a los ojos y pueda ver la sinceridad que hay en ellos cuando hablo:

—Pues tómame, Colton.

Debajo de mi mano, el músculo de su barbilla palpita mientras me mira fijamente. La forma en que vacila me hace sentir incómoda. El Colton arrogante y confiado que conozco nunca duda cuando se trata de un acercamiento físico entre nosotros. Pensar en qué le hace reaccionar así me aterroriza, pero aparto la idea de la cabeza. Ya lo procesaré después.

Ahora Colton me necesita.