PORTADA.jpg

CAPITULO 18

Ya de vuelta en nuestro hogar, llega el viernes y, como siempre, el servicio tiene libre hasta el domingo por la tarde. Me gusta estar solos y poder preparar la comida y la cena sin que Betty ande merodeando por la cocina. La adoro, pero nunca me deja hacer nada.

Estoy preparando el delicioso cordero al horno que, con tanta paciencia, me ha enseñado Betty a cocinar mientras Robert se encuentra hablando por teléfono en su despacho.

—Era mi padre —dice cuando lo veo aparecer por la puerta de la cocina.

—¿Ocurre algo? —le pregunto.

—Nada. Era para preguntarme unas cosas de Vancouver —contesta tranquilamente—. Qué bien huele…

Sonrío. No me sale tan bien como a ella, pero no está mal.

Nos sobresalta el telefonillo que nos comunica con el portero. Que raro, no esperamos a nadie y, dadas las horas de la tarde que son…

—Dime, Mateo —contesta Robert.

Veo cómo se le transforma la cara y el color abandona su rostro.

—¿Qué? —susurra—. Espera, ahora te digo algo…

Se gira a mirarme con el rostro desencajado.

—¿Qué ocurre? —le pregunto asustada.

—Es Amanda…, está abajo y quiere subir a hablar con nosotros.

—¿Amanda? —pregunto sin voz—. ¿No estaba ingresada?

Él se encoge de hombros, resignado.

—No tengo ni idea…

No sé qué decir ni qué hacer. Pero decido que no puedo vivir el resto de mi vida con miedo y decido enfrentarme a ella.

—Que suba —digo con convicción.

Me mira como si me hubiera vuelto loca.

—Pero… ¿Qué dices?

—Sí. Veamos que tiene qué decirnos —afirmo.

Me mira dudando.

—Está bien —dice cogiendo el telefonillo.

Le veo coger aire.

—Mateo. Que suba.

Mi corazón amenaza con salirse de mi pecho mientras esperamos que suene el timbre. Pese a estar esperando, no puedo evitar sobresaltarme cuando lo oigo.

Espero nerviosa perdida mientras Robert va a abrir la puerta. Los oigo hablar, pero no entiendo lo qué dicen.

Entonces ambos entran por la puerta del salón. ¿Por qué ha de ser tan guapa y atractiva? Toda vestida de negro, con su perfecta figura y su brillante melena rubia suelta.

Yo no me muevo, paralizada. Robert se acerca y me atrae hacia él. Ella nos observa en el umbral de la puerta. Entre avergonzada y nerviosa. Le cuesta recuperar la voz y parpadea.

—Hola, Sara —murmura.

—Amanda… —digo—. ¿Qué quieres?

La miro fijamente. Sacando un valor que no sabía que tenía. La verdad que es tan guapa cómo la recordaba.

—Primero que nada quiero daros las gracias por acceder a verme —dice en voz baja, pero clara.

Robert me mira y luego la mira a ella con los ojos llenos de… ¿rabia? ¿Pena? No sabría decirlo.

—Primero que nada quería disculparme con ambos —dice bajando la mirada al suelo—. Y agradecerte a ti, Sara, que no hayas presentado cargos en la policía. Te estoy muy agradecida.

—Robert me lo contó todo y sabía que no estabas bien en ese momento —respondo secamente.

—No, no estaba bien…

—Bueno, pues ya te has disculpado —la corta Robert, para sorpresa de ambas.

Amanda le mira con los ojos muy abiertos y palidece de vergüenza.

—Robert, yo…, de veras que lo siento mucho.

—Ya nos lo has dicho. Sara ha aceptado tus disculpas. Yo las acepto también, pero si vuelves a acercarte a Sara o a mí. Te denunciaré por acoso ¿Entendido?

—Robert… —intento calmarlo ya que lo veo muy alterado—Deja que se explique.

Robert me mira y se pasa la mano por el pelo. Está muy, muy nervioso. Pero no me suelta en todo el rato.

—No pasa nada, Sara —dice Amanda con una sonrisa tímida—. Solo quería disculparme, eso es todo. Ya no os volveré a molestar más.

—Bien.—El tono de Robert ahora es más conciliador—. ¿Entonces ya te encuentras mejor?

—Sigo en tratamiento, pero ya estoy en casa. —Sonríe al verlo más calmado.

—Pues nos alegramos mucho, pero no quiero tenerte cerca. De verdad, Amanda.

—Adiós, Sara… Robert —dice sin acercarse lo más mínimo a nosotros.

—Adiós y cuídate —le digo.

—Adiós, Amanda —dice Robert en voz demasiado baja.

Robert me suelta y se acerca al umbral de la puerta de dónde Amanda no se ha movido en todo el rato. Se encaminan al vestíbulo y oigo la puerta cerrarse.

Cuándo vuelve al salón me mira inseguro.

—Ya se ha ido… —susurra.

—¿Por qué has sido tan duro con ella? —le pregunto todavía asombrada por su frialdad.

Suspira y se sienta en el sofá, yo me siento a su lado.

—Era tu amiga… —insisto.

—Sara. Le tenía un aprecio, una amistad, y siento mucho que estuviera enferma, pero amenazó de muerte a tu familia, a ti. Nos alejo y yo a punto estuve de quitarme la vida por su culpa. No la quiero cerca de nosotros.

—Pero, ella estaba enferma, Robert.

—Lo sé, y me alegro mucho de que se encuentre mejor, pero lo que hizo es imperdonable.

—Lo hizo porque te quería. Una manera loca de amar, pero amor al fin y al cabo —le digo.

—Me importa una mierda.

Lo miro con la boca abierta, asombrada. Él se muestra siempre tan comprensivo y atento conmigo… y en cambio, con ella no ha mostrado compasión alguna.

—No te entiendo… —le digo.

—No, el que no te entiende soy yo… ¿Acaso tú lo has olvidado? —me pregunta, perplejo e irritado.

—No, ni lo olvidaré mientras viva. Pero creo que hay que saber perdonar.

Se me queda mirando con los ojos llenos de amor.

—Por eso te quiero tanto —me susurra con su boca pegada en mi cuello—. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

Sonrío, le doy un suave beso en los labios y le digo:

—¡Y ahora a cenar el cordero! —necesito que se le pase el enfado.

Se empieza a reír a carcajada limpia y doy por concluido el peor episodio de mi vida.

—¿No vienes a la cama? —le pregunto tras abrir la puerta de su despacho y verle concentrado en el ordenador—. Son más de las doce.

—Me queda un rato. Vete a la cama y descansa.

—Si no estás conmigo no puedo descansar.

Niega con la cabeza, divertido.

—Haz lo que te he dicho. A la cama —me dice.

Asiento a regañadientes.

—Está bien.

—Te prometo que no tardo.

Robert duerme plácidamente a mi lado mientras yo observo el amanecer de un nuevo día. Tiene el brazo cubriéndome los pechos. Intento no moverme para no despertarlo.

Me giro lentamente para ponerme de lado y poder mirarlo mientras duerme. Él siempre se despierta antes que yo, y no tengo la oportunidad de verlo tan relajado. Tiene el perfil más bonito que he visto en mi vida. Tiene los labios entreabiertos y respira profundamente.

Mi mente va a mil por hora pensando en la visita que nos hizo anoche Amanda. Me he despertado varias veces durante la noche, y sé que ese ha sido el motivo: estoy nerviosa ante su salida del hospital.

Paso el dedo por la suave mandíbula de Robert, que se mueve y se pone de lado. Me quedo muy quieta porque no quiero despertarlo. Es domingo y él entre semana madruga mucho. Necesita dormir. No lo consigo. Sus grandes ojos azules me miran fijamente.

—¿Ya te has despertado? —me pregunta—. ¿Qué hora es?

—Es pronto. Vuelve a dormirte.

Se gira a mirar la hora del reloj de la mesita.

—Ya no tengo sueño —me sonríe y un segundo después lo tengo encima.

El mes de noviembre se me está haciendo eterno. Hace mucho frío y, cuando no está lloviendo, está nevando. Me aburro muchísimo. Todo el día sola en casa. Sin poder dar esos largos paseos por Central Park… Eso me hace estar un poco triste y melancólica.

Es jueves por la tarde y estoy tumbada en el sofá del salón cuando Robert llega de trabajar.

—Hola —susurra cuando se acerca a darme un beso.

Suspiro exageradamente.

—Hola…

—¿Y esa voz tan triste? —me pregunta sentándose a mi lado.

Me incorporo y le miro haciendo un mohín.

—Me aburrrrooooo.

Me mira y se empieza a reír. Yo no le veo la gracia por ningún lado.

—¿La princesita se aburre? —me pregunta con ironía.

—No le veo la gracia —le contesto enfadada—. Tú estás todo el día en la oficina y yo con esté frío no me apetece ni salir de casa… Si estuviera trabajando…

Él niega divertido.

—Te recompensaré —dice tras besarme en el pelo—. Voy a cambiarme.

Me vuelvo a tumbar y miro con desgana el programa del concurso de cocina que estaba viendo en la televisión.

Veo a Robert asomarse a la escalera y llamar a Betty que está en la cocina. La veo subir diligente y reunirse con él arriba. ¿Qué querrá?

A los cinco minutos la veo bajar… Me mira y la veo contener la risa… Pero… ¿Qué narices? ¿Qué ha pasado allá arriba?

Al poco baja Robert que se sienta a mi lado. Sonríe satisfecho.

—¿Qué ocurre? —le pregunto ante tanto misterio.

—Nada… ¿Por?

Lo miro frunciendo el ceño. Estoy aburrida y de mal humor. No estoy para tonterías. Así que no insisto.

—La cena está servida —nos informa Betty desde la puerta.

El estofado de ternera de Betty debería ser patrimonio de la humanidad. Está buenísimo, y más con este frío.

Ellos dos se comportan de manera extraña. Con cuchicheos y miraditas… No sé qué se traen entre manos. Pero tengo sueño y decido acostarme. Lo dicho… Hoy no tengo el día.

Al abrir los ojos Robert está sentado, vestido de manera informal, a mi lado. Le miro extrañada. Nunca va vestido así a la oficina.

—¿No te pones traje? —le pregunto mientras me incorporo en la cama.

—No, hoy no voy a la oficina.

—¿No vas a la oficina? —le pregunto asombrada—. Pero si es viernes.

—Lo sé, mi muy amada prometida. Pero tenemos planes —dice misterioso.

Veo un par de maletas delante del tocador. Pero… ¿Qué pasa aquí?

—¿Dónde vamos? —le pregunto con ilusión.

—Ya lo descubrirás… —me dice guiñándome un ojo.

Cuando me quiero dar cuenta ya estamos montados de nuevo en el jet de la empresa. Con el comandante de siempre y la perfecta azafata de siempre. Por orden de Robert no dicen nuestro destino. Es una sorpresa para mí y no me enteraré hasta llegar allí. ¿Cómo no voy a quererlo cuándo hace todas estás cosas por mí?

Estoy muy emocionada y mi mente trabaja a mil por hora pensando a dónde nos dirigimos. No he podido mirar el contenido de la maleta. Eso era lo que tramaba anoche con Betty. Ella me lo ha organizado todo y yo no puedo estar más emocionada.

Me pongo a ver una película en la pantalla de delante del asiento mientras Robert trabaja con su portátil…

—Despierta, dormilona —me susurra Robert al oído.

Abro los ojos bruscamente. Ya hemos llegado a nuestro destino.

—¿Dónde estamos? —pregunto con ilusión mientras miro por la ventanilla.

Él me deslumbra con una sonrisa de oreja a oreja.

—Bienvenida a Hawai.

—¿Queeeé? —pregunto histérica de la emoción—. ¿En Hawai?

El asiente sonriendo y me besa en los labios.

—No puedo consentir que mi princesa se aburra —murmura con su boca pegada a mi cuello.

—Te quierooooo —le abrazo pegando saltitos emocionada perdida.

Cuando bajamos del avión nos esperan las típicas nativas vestidas de hawaianas con varios collares para ponernos.

—Aloha —nos saludan.

—Aloha —contestamos sonriendo.

Un ataque, a mi me va a dar un ataque ya sea fruto de la emoción o del contraste de temperatura. Aquí hacen veinte grados más.

Un simpático nativo llamado Nouri nos lleva hasta nuestro hotel. El típico complejo de lujo repleto de bungalows metidos en el agua. Si estoy soñando, no quiero despertar jamás.

Levanto la vista para contemplar las cristalinas aguas y el relajante sonido de las olas. Sonrío maravillada. Robert está tumbado a mi lado. Consultando la bolsa de Wall street a través de su móvil. Lo observo, maravillada, mientras él no se da ni cuenta. Repasando cifras y más cifras… A veces se me olvida que es el dueño de una de las empresas más importantes del mundo.

—¿Me pones crema? —le pregunto seductora.

Levanta la vista de su móvil.

—Faltaría más… —dice dejándolo sobre la mesa de mimbre que hay al lado de su tumbona.

Me tumbo y comienza a extenderme la crema con suavidad… por los hombros, los brazos… los muslos.

—Date la vuelta. Voy a ponerte por la espalda.

Hago lo que me pide y puedo notar sus manos fuertes y firmes ponerme la crema mientras me desata la tira trasera del biquini Gucci rojo, que todavía no había tenido la ocasión de estrenar.

—Tienes una piel preciosa —murmura mientras sus dedos pasan rozando mi culo—. Soy el tipo con más suerte del mundo.

Sonrío y levanto la vista para mirarle a través de mis gafas de sol.

—¿Tú crees? —le pregunto, coqueta.

—Sí, estoy seguro de ello —afirma tras darme una palmada en el culo cuando termina—. Ya está, señorita.

Me río ante sus palabras mientras algo llama mi atención en unas tumbonas próximas a las nuestras. Veo a varias mujeres cuchuchear entre sí. Una dice algo y las demás se giran en dirección nuestra para mirar a mi, demasiado guapo y sexy, prometido.

Si alguien ha tenido toda la suerte del mundo, esa he sido yo. Pienso.

—Vamos al agua —me dice levantándose de la tumbona.

—Me terminas de poner la crema… —protesto—. No me apetece…

No me deja terminar la frase. Se agacha y me carga al hombro mientras yo chillo y pataleo divertida.

—¡Robert! ¡Bájame, por favor! —le grito.

Él niega con la cabeza y ríe divertido.

—Cuando lleguemos al agua, princesita.

Las mujeres que hace un momento lo devoraban con la mirada nos observan divertidas.

El agua ya le llega por la cintura y yo sigo en su hombro cargada como un saco de patatas. De repente me lanza al aire, dejando que caiga al agua y me hunda bajo las olas hasta tocar la suave arena del fondo. Salgo a la superficie y cojo aire con fuerza.

—¡Robert! —le regaño riendo—. He tragado agua.

—Así no te aburrirás —dice guiñándome un ojo—. Lo que mi princesa necesite. Lo tendrá.

Lo miro y pienso que voy a morir de amor.

—¿No quieres nadar? —me pregunta.

—No, así estoy muy a gusto —contesto rodeando su cuello con mis brazos.

Comienzo a mordisquear su cuello mojado. Él baja las manos y las mete por debajo de mi minúsculo biquini.

—¿Quieres hacerlo aquí? —pregunta en un jadeo.

—Sí —susurro.

Robert se aparta un poco y me mira con los ojos ardientes de deseo y divertidos a la vez. Esos ojos junto a este mar turquesa son todo lo que quiero ver.

—Pero… ¿serás pervertida? ¿Quieres que nos detengan por escándalo público? —dice señalando la orilla con la cabeza.

Vaya… varias personas nos observan con curiosidad. Entre ellas las nuevas admiradoras de mi novio.

—A nadar —dice mientras se zambulle bajo el agua y vuelve a la superficie a un metro de donde estoy. Le veo alejarse nadando.

Nado de regreso a la orilla . Me vuelvo a tumbar y llamo la atención de un camarero al que pido un mojito de fresa.

Me relajo y dejo que el calor del sol me quite el fresco que siento al estar mojada. Cierro los ojos y pienso en lo feliz que soy.

—¿Qué hace una chica tan guapa y tan sola? —oigo una voz que no conozco.

Abro los ojos y veo a un tipo de unos cuarenta años. Por su apariencia parece sueco, o noruego… No lo tengo claro.

—No estoy sola —digo mirando al agua dónde Robert es solo una mota en el horizonte—. Mi novio está nadando.

Se gira a mirar el agua. Sonríe y me dice.

—Es una lástima… Eres preciosa.

Para cuando mi mirada le invita a marcharse Robert ya se ha dado cuenta y está nadando hacia la orilla.

—No te puedo dejar sola ni un momento ¿Verdad? —dice cuando llega a los pies de mi tumbona.

Sonrío… Ahí, de píe, delante de mí, está mojado y hermoso el hombre al que quiero.

—No, no puedes… Y yo a ti tampoco —le contesto y vuelvo la vista a las cuatro lobas que siguen sin quitar sus hambrientos ojos de Robert.

El ríe. Se tumba a mi lado.

—Pues ya lo sabes… Siempre juntos.

Cómo pueden esas dos simples palabras provocar ese efecto en mí…

Por la noche decidimos cenar en la playa. Una cena romántica a la luz de las velas y con el mar como música de fondo. Es perfecto.

El camarero nos sirve la deliciosa langosta y para beber delicioso champán Don Perignon.

—Esto está buenísimo —digo sin dejar de masticar.

Él me mira y sonríe. Con una sonrisa tan sincera que logra contagiarme.

—¿Se te ha quitado el aburrimiento? —pregunta.

—Sí, y prometo no volver a quejarme nunca más… O sí, porque sin duda ha merecido la pena. —Le dedico una sonrisa cálida. Este hombre me ha demostrado cuánto me quiere. Y yo necesito demostrárselo a él—. Te quiero —susurro. Él me dedica una tierna mirada.

—Y yo a ti —murmura cogiendo mi mano.

Y entonces lo veo… Mi vida nunca podría ser aburrida con Robert. Él hace que todo merezca la pena. Para siempre. Por siempre. Le quiero. Le necesito… Mi prometido, mi amante, mi amigo… Mi todo. Él.

FIN

EPÍLOGO

4 de Mayo de 2017 Los Ángeles

Voy del brazo de mi emocionado padre mientras suena la marcha nupcial. Veo a Robert junto al altar. Me derrito al verlo. Esta sencillamente espectacular con un sencillo esmoquin negro con chaleco y corbata plateados.

Caminamos entre los invitados que nos miran con expectación.

Llego al altar tras el cual se encuentra el alcalde de Los Ángeles Donald Swayer.

—Ya puedes besar a la novia —anuncia el alcalde Swayer.

Sonrío a mi flamante marido.

—Por fin… —me susurra rodeando mi cintura con sus brazos para darme un suave y casto beso.

Estoy casada. Soy la esposa de Robert Morgan. No quepo en mí de felicidad.

—Estás preciosa, Sara —murmura y sonríe con los ojos llenos de amor.

—Tú estás muy sexy… ya sabes lo que me gustas con esmoquin —susurro.

Miro a la multitud que aplaude y vitorea… Mis padres, mi hermana y mi cuñado, mis dos amigas del alma, mi tío Lorenzo y su mujer Beatriz, los padres de Robert y varios familiares que no había conocido hasta hoy, sus amigos, y muchos empresarios y gente importante… Casi doscientas personas en total.

—¿Preparada para la fiesta, señora Morgan? —me pregunta Robert.

—Preparadísima —contesto, pletórica.

Ahora que estoy más tranquila observo con detenimiento el contenido de la carpa que Bárbara ha preparado con esmero para la boda. Una vez más su buen gusto queda patente. Todo decorado en tonos marfil, dorado y ocre. Está precioso.

—¿Me concedes este baile, esposa mía? —me pregunta con un brillo especial en la mirada.

—Sí, esposo mío. Soy toda tuya —contesto sin poder dejar de sonreír en todo el rato.

Bailamos sin dejar de mirarnos. Sin prestar atención a nadie más. Solo estamos nosotros dos.

—Hora de irse —me murmura Robert al oído mientras yo hablo con mis súper amigas del alma.

—¿Tan pronto? —le pregunto —Tenemos tanto que hablar. Le digo haciendo un mohín mientras les tengo a ellas dos cogidas por las manos.

—Pronto iremos a Madrid. O pueden venir a casa cada vez que quieran —contesta sonriendo —Chicas, cuando queráis podéis venir a Nueva York. Estáis invitadas.

Asienten, encantadas.

—¿Por qué nos tenemos que ir ya? —le pregunto cuando Eduard nos lleva en dirección desconocida —Apenas he podido hablar con mi familia.

Me mira y sonríe misterioso.

—Vas a tener mucho tiempo para hablar. Confía en mí. Pero ahora debemos irnos.

¿Qué estará tramando?

De repente reconozco el camino… Vamos al aeropuerto.

—¿Salimos de viaje ya? —pregunto asombrada.

—En efecto… —sonríe —No veo el momento de llegar a nuestro destino.

—¿Cual es… ? —pregunto con curiosidad.

Me deslumbra con una sonrisa de oreja a oreja y con gesto de gran satisfacción contesta.

—Las Maldivas… De momento.

¡Dios mío! ¡Estaba deseando volver a un paraíso así después de haber estado en Hawai! Le abrazo emocionada y llena de amor.

Dentro de la cabina del avión reconozco al comandante y a la azafata que nos felicitan con educación.

—¿Todo listo? —le pregunta Robert al comandante.

—Sí, ya nos han dado los permisos y ya tenemos dado el o.k para aterrizar en… —me mira dudando si decirlo.

—Mi esposa ya sabe el destino —añade Robert con orgullo.

El comandante me mira y asiente sonriendo.

—Bien, pues ya tenemos el visto bueno para aterrizar en Maldivas. Señor.

—¿Qué tal tiempo nos espera? —pregunta Robert.

—Buen tiempo y sin apenas turbulencias, señor.

—Perfecto…

Una vez ya hemos despegado y sobrevolamos Nueva York. Natalie, que recuerdo que es así cómo se llama la azafata, nos ofrece unas copas de champán.

—He pensado que les gustaría brindar. Señores Morgan.

—Excelente. Muchas gracias, Natalie —dice Robert cogiendo ambas copas.

Ella nos sonríe educadamente y se retira con discreción.

—Por el comienzo del resto de nuestra nueva vida juntos. —Robert levanta su copa y brindamos.

El viaje va a ser muy largo. Estaremos volando toda la noche. Así que Natalie, la cual ya no me cae tan mal, nos prepara el dormitorio que hay a bordo.

—Estoy deseando quitarte ese vestido.

Sus ojos le brillan de amor y puro deseo.

Me aparta el pelo con suavidad y empieza a desabrocharlo con delicadeza.

—Estás preciosa —dice mientras va desabrochando con destreza todos los botones.

Con paciencia y dulzura me va deslizando el vestido por los brazos hasta que cae a mis pies.

Le oigo respirar agitado al ver el corsé blanco con liguero, bragas de encaje y medias de seda blanca.

—Lo dicho. Soy el hombre con más suerte del mundo —murmura mientras sus ojos recorren mi cuerpo.

Con su destreza habitual me quita el liguero, las bragas y el corsé.

—Las medias y los zapatos los dejaremos puestos —susurra.

—Me toca —susurro mientras le quito la chaqueta.

Le desabrocho el chaleco y la corbata. Él se quita la camisa… Ese torso debería ser delito.

Cuando ya está desnudo. En un movimiento rápido me agarra por la cintura y me tumba en la cama. Se tumba encima de mí y sus labios encuentran los míos.

Me abre bien las piernas. Colocándose entre ellas.

—Te deseo tanto…

—Y yo a ti, esposo mío…

La voz del comandante nos despierta. Abro los ojos feliz y emocionada.

—Señores Morgan. En una hora llegaremos a Las Maldivas.

—A levantarse, dormilona —dice pegándome una palmada al culo.

Miro y veo sorprendida que tengo un par de enormes maletas con toda la ropa que necesitaré para el viaje. No hace falta que piense quién me lo ha preparado todo. Y le doy las gracias a Betty mentalmente.

Me pongo un sencillo vestido marinero y unas bonitas sandalias blancas. Robert se pone un pantalón vaquero y un polo de Lacoste rojo que le sienta de maravilla.

Tumbada en mi hamaca contemplo hipnotizada el vaivén de las olas de agua cristalina. Tumbado a mi lado se encuentra mi alucinante, guapo y sexy marido. Se encuentra concentrado en la lectura del New York Times que amablemente le han facilitado en recepción.

Ya le ha cogido el sol en estos días y está moreno y guapísimo para variar.

—¿Te apetece beber algo? —le pregunto—. Yo tengo sed.

Levanta la vista del periódico y me mira.

—¿Qué te apetece? —me pregunta levantándose —Ya voy yo.

—Quiero un agua con gas. Muy fría —le contesto.

—Marchando…

Lo veo levantarse y dirigirse al bar de la playa. Con su bañador azul celeste y su camiseta blanca… Es normal que todas lo miren. Sonrío al verlo. Es mío…

Llega con dos aguas con gas y me pasa un vaso mientras bebe del otro.

—Gracias. Estaba sedienta —le digo tras saborear la deliciosa agua con gas de San Pellegrino con un par de rodajas de limón.

Me mira y sonríe con su azulada mirada a juego con el mar de fondo.

Por la noche vamos a cenar a uno de los ocho restaurantes de que dispone el complejo. Me he puesto un vestido rojo de tirantes. Escandalosamente corto. Pero si no me lo pongo ahora. Dudo que en Nueva York lo haga.

Robert se ha puesto un pantalón color crema y una camisa de lino blanca… Está para comérselo…

Tras la cena decidimos ir al bar de la playa dónde ponen música salsa para poder bailar.

Cuando suena una canción que me encanta me bajo del taburete y, agarrándolo de la mano, lo arrastro hasta la pista de baile.

Me agarra de manera posesiva por la cintura mientras bailamos acaramelados.

Su mirada azul me traspasa, me dice cuánto me quiere y cuánto me desea. Con solo la mirada… Es tan sensual.

Cuándo acaba la canción me besa y, sentándose a mi lado, susurra a escasos centímetros de mi boca.

—No te haces una idea de lo feliz que me haces.

Sonrío con timidez. Mi ya marido sigue despertando esa timidez en mí.

—Seguro que no te hago ni la mitad de feliz de lo que tú me haces a mí —susurro.

—Te quiero, Sara.

—Te quiero, Robert.

Y entonces lo entiendo todo. El habernos encontrado no fue ninguna coincidencia, tampoco fue casualidad.

Quizá estaba todo premeditado, el destino lo tenía preparado. Y, a pesar de nuestras diferencias, de tantos obstáculos que nos ha puesto la vida, seguimos aquí… Amándonos a diario. Para siempre. Por siempre.

AGRADECIMIENTOS

Quiero y necesito dar las gracias a todas las personas que, a través de los libros, he conocido. A mucha gente que, gracias a ellos, han llegado a convertirse en amigos y a tantos otros que me consta que los han comprando haciendo mi sueño realidad.

Especialmente quiero dar las gracias a Fabio, mi marido. Mi pilar y mi roca…, mi amante y también mi mejor amigo. Gracias por ser y estar.

A mi hijo Fabio. Mi otro hombre… Siempre serás mi bebé. Darle las gracias a María, mi nueri y, junto a mí, la única mujer de la casa, por su ilusión y paciencia cuando le contaba cosas del libro y le preguntaba su opinión. A mi familia y amigos que siempre han estado ahí y…, una vez más, a todos y cada uno de vosotros sin los cuáles mi sueño seguiría siendo eso…, un sueño.

GRACIAS.

© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

info@Letrame.com

Colección: Novela

© Reyes Ramírez Llamas

Edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz Céspedes.

Diseño de portada: Antonio F. López.

Fotografía de cubierta: © Fotolia.es

ISBN: 978-84-17396-74-9

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».