Don Quijote y La Vida es Sueño. Leopoldo-Eulogio Palacios

Don Quijote y La Vida es Sueño

Índice

 

 

 

 

 

Don Quijote y La Vida es Sueño

Índice

I. Don Quijote

Capítulo I. Don Quijote y Sancho Panza

Capítulo II. Cervantes

II. La Vida es Sueño

Capítulo I. La crítica

Capítulo II. La obra

Conclusión

Créditos

I.  Don Quijote

 

 

 

 

 

Siempre son gustosos los testimonios que los grandes escritores han dado de sus propias obras, y entre estas declaraciones de autor siempre han merecido especial atención las palabras que dedica Cervantes al sentido de Don Quijote de la Mancha; novela que «no mira a más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías», según dice varias veces en el Prólogo; y que solo fue escrita para servir de pasatiempo, según los conocidos versos de su Viaje al Parnaso:

 

Yo he dado en Don Quijote pasatiempo

al pecho melancólico y mohíno.

 

Pero el Quijote es una novela tan extraordinaria, hace pensar en tantas cosas, tiene tantas caras y encierra tan misteriosa filosofía, que los críticos no se han contentado siempre con estas palabras de Cervantes. Ellos querrían mucho más: bucear en el sentido esotérico del gran poema narrativo, engolfarse en sus senos más recónditos, y desentrañar su significación más íntima: esa significación que Cervantes no ha querido condensar nunca en una fórmula, quizá para no sellar la boca de sus admiradores, y dejar subsistir el pábulo del misterio.

Habría entonces que señalar un doble linaje de significación en el Quijote: uno, el de la significación que le dio el propio Cervantes en sus declaraciones de autor; otro, el de la significación oculta, recóndita, esotérica, de la inmortal novela cervantina.

Planteadas así las cosas, fácil es advertir que la primera de estas significaciones apenas suscita ningún problema, pues no es cosa de poner en duda el testimonio del propio Cervantes sobre el sentido de su obra.

No pasa lo mismo con la segunda, y, a propósito de ella, la crítica ha levantado el vuelo, sobre todo a partir de los comienzos del pasado siglo, y ha aventurado las más diversas interpretaciones. ¡Difícil hermenéutica la que versa sobre el sentido del Quijote! Prueba de la grandeza de la novela de Cervantes es la gran preñez de sentidos encerrados en la sencillez de un mismo argumento. Pero la posibilidad de interpretarlos tiene también sus limitaciones, no siempre respetadas. Muchos han ido al Quijote sin el menor rigor filosófico, creyendo que buscar su significación universal era tener licencia para desvariar arbitrariamente a costa de una de las obras más discretas del mundo.

La reacción producida por estas lucubraciones dio lugar a una actitud cautelosa por parte de una legión de críticos del Quijote, que empezaron a desconfiar de los que buscaban la significación doctrinal de la novela. A la significación recóndita y esotérica, al sentido oculto que requería una hermenéutica tan enojosamente usada, opusieron la crítica positiva y elemental, que debía atenerse a la significación deliberada que había expresado el propio Cervantes y que ya hemos mencionado arriba. Un testimonio típico de este modo de enfocar los temas quijotescos lo encuentro en el siguiente párrafo de uno de sus más ilustres comentaristas, Francisco Rodríguez Marín, que ironiza sobre los que «se dedican a destilar por la fina alquitara filosófica la quintaesencia de la significación del Quijote, invectiva contra los libros de caballerías —el mismo Cervantes lo dice—, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón».

De esta suerte, la crítica ha tomado ante el Quijote dos caminos: uno, el de buscar la significación recóndita y universal de la novela por encima de las circunstancias de lugar y de tiempo; otro, el de atenerse al propósito deliberado que expresó Cervantes al decir que su obra era una invectiva contra los libros de caballerías y un pasatiempo a sus melancolías, cosas que no trascienden de unas determinadas circunstancias geográficas, históricas y personales.

La posición que yo he tomado ante esta situación de la crítica intentaría armonizar ambas posturas. No desdeño la significación doctrinal del Quijote; pero el curso de este escrito hará ver que tampoco desprecio las circunstancias históricas en donde emerge esa significación doctrinal y simbólica. No creo, contra la mayoría de los críticos de los últimos lustros, que Cervantes fuera ajeno a preocupaciones filosóficas, pero tampoco deseo incidir en un simbolismo abstracto, que desconozca la necesidad de explicar la significación del Quijote en dependencia de las circunstancias históricas muy concretas de la España del siglo de Cervantes, aunque estas, para los efectos de mi ensayo, hayan tenido que ser elevadas por mí al plano de la ficción poética.