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PRÓLOGO

Lo cuenta inmejorablemente el actual director de la colección Adonáis, Carmelo Guillén Acosta, en su precioso librito Historia de Adonáis. La colección de poesía (Madrid, Rialp, 2016): el nombre de la serie se lo dio el gran poeta sevillano Rafael Montesinos a partir del poema elegíaco del mismo título que Percy Shelley dedicó a su amigo John Keats con motivo de la temprana muerte de este. Ese rótulo marca la existencia de la más longeva de las colecciones poéticas que se publican hoy en España, pues va a cumplir muy pronto sus setenta y cinco años de existencia, ya que nació en 1943, en los años difíciles de posguerra, convirtiendo en una sinfonía multicolor de versos admirables los tonos grisáceos que reinaban entonces en España.

La primera luminaria que apareció en el horizonte editorial de Adonáis fueron los Poemas del toro, el inmenso poemario de Rafael Morales, un libro buscadísimo hoy por los bibliófilos, pues cada uno de los 425 ejemplares de que constaba la edición se han convertido en una rareza comparable, en términos zoológicos, a la del extinguido dodó de la isla de Mauricio, a la del okapi africano o a la del mítico urogallo. Solo después de la aparición del gran libro de Morales convocó José Luis Cano el primer premio Adonáis, que ganarían, ex aequo, tres jóvenes poetas de aquel momento: Vicente Gaos, José Suárez Carreño y Alfonso Moreno.

Hasta 1946 la colección y el premio no se consolidarían definitivamente, merced a los buenos oficios de Florentino Pérez-Embid, que se trajo la colección, por 25.000 pesetas de las de entonces, al que continúa siendo su hogar, o sea, estas beneméritas Ediciones Rialp que auspician el libro que tienes en las manos, lector. Entre 1943 y 1963 fue el citado José Luis Cano quien dirigió la serie, correspondiendo a Luis Jiménez Martos la dirección desde 1963 hasta 2003, año en que Carmelo Guillén Acosta se hizo cargo de la misma. Tres directores en un lapso de tiempo de tres cuartos de siglo son pocos directores, lo que nos habla de la estabilidad, a prueba de bomba, de una empresa literaria tan bien trabada como Adonáis, tan bien estructurada y concebida desde su fundación hasta hoy.

Han precedido a esta Séptima antología de «Adonáis» otros seis florilegios que han ido rindiendo cuenta del contenido de la serie. Esta de ahora, acercándose el septuagésimo quinto aniversario de la misma, incluye cincuenta y un poetas de expresión castellana que han publicado en la colección, bien sea por haber ganado el premio Adonáis u obtenido algún accésit del mismo, bien por haberlo hecho al margen del premio, pues la serie no se limita a publicar los libros galardonados con el Adonáis, sino que da cobijo (y, de paso, prestigio) a muchos otros poetas imprescindibles para entender la poesía última escrita en la lengua de Cervantes. Abarca desde el volumen 572 hasta el 646, ambos inclusive, y desde Martha Asunción Alonso hasta Javier Vela, ateniéndonos a criterios onomásticos que se rigen por un estricto orden alfabético.

De esos cincuenta y un poetas —de los que una quinta parte, aproximadamente, son mujeres—, se nos ofrece, además de una breve nota biobliográfica y una muestra de su obra, la respuesta que da cada uno de ellos a la pregunta «¿Qué ha supuesto en tu vida literaria editar en la colección Adonáis?», lo que añade interés a un bouquet de versos que contribuye a la ubicación de la serie en su contexto literario a lo largo de los últimos años. Todo ello hace de esta Séptima antología de «Adonáis» un instrumento valiosísimo para introducirse en el presente de la colección de poesía más veterana del panorama lírico español y, al mismo tiempo, para conocer el estado actual de la producción poética en castellano.

Antes del que suscribe, solo Vicente Aleixandre prologó una antología de Adonáis. Constituye, pues, para mí, un auténtico honor acompañar con estas líneas preliminares un proyecto tan sugestivo como el libro que empieza donde terminan mis palabras.

 

LUIS ALBERTO DE CUENCA

Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo (CCHS, CSIC)

Madrid, 6 de junio de 2016

Martha Asunción Alonso

Nació en Madrid, en 1986. Es licenciada en Filología Francesa e Historia del Arte. Como docente en secundaria y la universidad, ha residido en diferentes destinos de la Francia hexagonal y de ultramar. Desde 2015, es profesora de Literatura española en la Universidad de Tirana (Albania).

Su poesía ha recibido distinciones como el Premio Adonáis, el Premio de Poesía Joven de RNE o el Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández, otorgado por el Ministerio de Cultura. Es autora de los libros Detener la primavera (Hiperión, 2011), La soledad criolla (Rialp, col. Adonáis, vol. 634, 2013), Skinny Cap (Libros de la Herida, 2014) o Wendy (Pre-Textos, 2015), entre otros.

Varios inviernos después de haber obtenido el Premio Adonáis por La soledad criolla, aquel libro donde siempre es verano, viajé a una ciudad española de provincias para presentar un nuevo poemario. Recuerdo que pasé todo el trayecto en tren desde Atocha absorta en la contemplación de los machadianos campos de Castilla: aquella mañana lucían completamente nevados.

Mi recital fue en una pequeña librería. Yo no conocía el nombre de nadie en el público. Buscaba rostros que me sonrieran. No tardé en encontrar casa: en primera fila, tras un par de gafas plateadas, los ojos claros de un hombre que llevaba la gorra de mi abuelo, brillantes de emoción, parecían invitarme a pasar y sentarme cerca de alguna chimenea.

Al terminar el acto, el hombre desconocido se acercó a mí. Se tocó el corazón. Sacó del bolsillo de la chaqueta un ajado ejemplar de La soledad criolla. Lo abrió con tal delicadeza que, en vez de un libro, me pareció que estuviera acariciando un unicornio. Tanto habían vivido aquellas páginas, repletas de íntimos subrayados y señales, que me tomó un tiempo reconocer mi propia isla.

Aquel hombre me abrazó y me dijo: Gracias. Gracias por haber escrito esto. También me dijo su nombre (José), me contó que era maestro jubilado y que había recorrido largos kilómetros de nieve desde su pueblo del norte sólo para venir a sonreírme aquella tarde.

Lo mejor que me ha traído el Premio Adonáis que obtuve en 2012 por La soledad criolla, sin lugar a dudas, son los instantes de luminosa compañía como aquel. Los atesoro como el oro que son en el estante de los trofeos que no pesan: tal vez por eso sean los únicos que importan.

LOS PERROS

ESTOY llena de perros.

Tienen grandes cabezas y cabezas oscuras, todas llenas

de dientes,

hambre todas. Estoy llena de perros,

preñada hasta las cejas de perros con cadenas,

pero no me dan miedo. Soy hectáreas y hectáreas de

docilidad para la espuma

contagiosa. Y me retumban.

Un océano de perros mariachis de perfil ladrándole

a la luna aquí en mi útero.

Yo les grito: SIT!

Y ellos ladran peor, porque tal vez les va la muerte

en ello. Le ladran a la luna, pero la luna sana está

escribiéndose

por el otro hemisferio del dolor. Luego les grito:

¡Lorca!

Pero no. Tampoco. Ladra que te ladra.

Y me miran

con los ojos tapiados por la rabia,

como diciéndome: es la sangre. Como diciéndome:

quiérenos, o te muerdo.

(De La soledad criolla)

ME ARRUGARON LOS MAPAS

SI alguien me ve pasar, que me lo diga.

Yo no sé adónde voy, con qué piernas salí

esta mañana de mi casa,

ni qué casa.

De las velas sopladas crecieron muy temprano

los insectos, yo vi soles en miniatura tatuados en sus

alas.

Tomaron el control de mis zapatos,

mi sexo,

los lunares que fui capaz de amar cuando era virgen.

Me arrugaron los mapas. Ahora

debo andar por el mundo en hueso vivo,

como alma que se llevara un ángel

colocado de crack.

Si alguien me ve llorar, NO

me lo diga.

(De La soledad criolla)

Rocío Arana

Nació en Sevilla, en 1977. Es licenciada en Filología Hispánica y doctora en Ciencias del espectáculo por la Universidad de Sevilla. Ha realizado su tesis doctoral sobre Calderón de la Barca, colaborando con el Grupo de Investigación Siglos de Oro (Universidad de Navarra.) Ha publicado diversos libros, capítulos de libros y artículos en revistas científicas atendiendo a tres líneas de investigación: Calderón de la Barca, poesía actual andaluza y literatura infantil. Desde 2011, es profesora asociada en la Universidad Internacional de La Rioja, donde imparte clases de Didáctica de la Literatura y dirige trabajos de Fin de Grado en la Facultad de Educación.

Ha publicado cuatro poemarios: Magia (Númenor, 2002), Pampaluna (Rialp, col. Adonáis, vol. 576, 2004; Premio Florentino Pérez Embid 2003), Mirar el fuego (Pre-Textos, 2010), La llave dorada (Rialp, col. Adonáis, vol. 636, 2013; accésit del Premio Adonáis 2012) y La noche que no existe (Renacimiento, 2016).

He publicado en Adonáis en dos ocasiones: ambas con motivo de haber ganado un premio literario, lo cual provocaría ilusión en cualquier autor, cuánto más en una chica tan joven como era yo por aquella época. ¿Qué ha significado para mí haber editado mis libros en esta prestigiosa colección? Pues supone haber salido a la luz como poeta, pasar de un ámbito muy cálido y querido pero local como era Númenor al ámbito nacional, por lo que siento orgullo y gratitud.

Pampaluna es casi un primer libro, con sus titubeos pero también su entusiasmo. En cambio, La llave dorada para mí ha supuesto el inicio de una cierta madurez y el fin de una sequía poética que me aquejó durante años y que, afortunadamente, ha quedado atrás. Mi sensación es la de que Adonáis me ha arropado durante dos momentos de mi trayectoria muy importante, y por ello sólo puedo dar mis más sinceras gracias.

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DE LLUVIA

CORREN ríos menudos por la calle,

agua con torbellinos de hojas rotas.

Un arce japonés se levanta, temblando

una canción de gotas por sus ramas,

y me paro en la brisa para ver

el arcear del arce, la esencia de las cosas

mojadas y despiertas.

Un mismo amor recorre los caminos:

Es la lluvia de siempre, pero yo soy distinta.

 

5.XII.02

(De Pampaluna)

LA ATRACCIÓN DE LA PIEDRA IMÁN

UN segundo tan solo y para siempre,

lo nunca visto, lo que brilla oscuro,

secreto, tan sin nombre de llamarlo,

y deslumbrante hiere, y no se marcha.

Basta un tenue segundo

de sol incandescente y doloroso

para encender el mundo, puro incendio.

Ese dardo feroz y luminoso

es lo que mueve el mundo de un poeta.

Un segundo que puede corromperte

o llenarte de lluvia soleada:

lo mismo que te abisma te da a luz.

(De La llave dorada)

FANTASÍA

UN cine-exín vibrante y derruido

en un rincón que llueve sin cesar.

Mi mente, revelando la película

que no se acaba nunca:

tu mirada de ciervo mudo y mágico.

(De La llave dorada)

Verónica Aranda

Nació en Madrid, en 1982. Ha vivido en Italia, Bélgica, Portugal, India y Marruecos. Es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense. Ha realizado estudios de doctorado en la Universidad Nehru de Nueva Delhi (India). Durante el curso 2005-2006 disfrutó de una beca de escritura en la Fundación Antonio Gala para jóvenes creadores (Córdoba).

Ha recibido los premios de poesía Joaquín Benito de Lucas, Antonio Carvajal de Poesía Joven, José Agustín Goytisolo, Arte Joven de la Comunidad de Madrid, Margarita Hierro, Fernando Quiñones, Antonio Oliver Belmás, El Buscón, y el accésit del Premio Adonáis 2009, entre otros.

Ha participado en encuentros internacionales de poesía en Portugal, Marruecos, en el Festival de Mujeres Poetas de Cereté (Colombia), en la Feria del libro de La Habana (Cuba) y en el Festival Ileana Espinel de Guayaquil (Ecuador).

Ha publicado los libros de poesía Poeta en India (Melibea, 2005), Tatuaje (Hiperión, 2005), Alfama (Fundación José Hierro, 2009), Postal de olvido (El Gaviero, 2010), Cortes de luz (Rialp, col. Adonáis, vol. 618, 2010), Senda de sauces (99 haikus) (Amargord, 2011), Café Hafa (Tres Fronteras, 2012; 2.ª ed.: El sastre de Apollinaire, 2015), Lluvias continuas. Ciento un haikus (Polibea, 2014), La mirada de Ulises (Colombia, Corazón de Mango, 2015), Inside the Shell of the tortoise (Antología bilingüe español-inglés) (India, Delhi, Nirala, 2016).

La concesión del accésit del Premio Adonáis en 2009 (anteriormente había quedado finalista dos veces), supuso para mi vida literaria una mayor difusión en librerías y la oportunidad de presentar el libro en distintos lugares como el Instituto Cervantes de Rabat junto a Mario Lourtau, también accésit en 2009.

Después de haber vivido algunos años en el extranjero, gracias al accésit y a la publicación en la editorial Rialp, puede volver a integrarme mejor en el panorama poético al volver a Madrid y participar en recitales y seminarios de poesía.

KERALA

VEO morir las tardes junto al mar

desde una baranda en Travancor

en donde leo a Borges. Hay jardines

con perros color luna y bibliotecas.

 

La memoria, sus plazas de palomas,

el desembarco de los portugueses,

la noche de Panjim, sin ataduras,

en que bebí licor mal destilado,

y este amor que se acaba lentamente

al igual que las tardes junto al mar,

bajo la tenue luz de salones de música

y la frondosidad de las palmeras.

 

Porque temer la noche

no es tan sólo un oficio de cobardes

o viajeros ociosos.

Es pensar en las celdas de septiembre

e ir por tu cuerpo como por las viñas:

la embriaguez transitoria y luego el desarraigo

como única forma de regreso.

 

Veo morir las tardes junto al mar,

con miedo a la palabra y sus astillas.

El doble filo de la dualidad

nos hace vulnerables

más allá del ocaso y de los patios

con la ropa tendida.

(De Cortes de luz)

OFRENDA

POR todo aquello que nos fue negado:

el néctar que bebían los amantes

de miniaturas persas

y fondo azul añil,

el cítrico esplendor

que precedía al rechazo,

recreo las ajorcas, su sonido

en los tobillos de la bailarina,

el sosiego rural

de los bueyes de agua

y la perplejidad de los viajeros

cegados por la luz magenta y cobre.

(De Cortes de luz)

Jorge de Arco

Nació en Madrid, en 1967. Licenciado en Filología Alemana por la Universidad Complutense, es profesor universitario de Escritura Creativa y Literatura Española. Además de su labor como crítico literario —pertenece a la Asociación Española de Críticos Literarios (AECL)—, ha vertido al castellano poesía alemana, italiana, inglesa y norteamericana.

Ha editado, entre otros, los siguientes poemarios: Las imágenes invertidas (Huerga y Fierro, 1996), Lenguaje de la culpa (Alcalá-Poesía, 1998), De fiebres y desiertos (Visor, 1999), Frontera del silencio (Algorán, 2001), La constancia del agua (La Garúa, 2007), La casa que habitaste (Rialp, col. Adonáis, vol. 614, 2009), Las horas sumergidas (Algaida, 2013) o La lluvia está diciendo para siempre (Talavera de la Reina, 2016).

Ha obtenido numerosos galardones: Premio Ciudad de Alcalá, Premio Comunidad de Madrid de Arte Joven, Premio San Juan de la Cruz, Premio José Zorrilla, Premio Rafael Morales...

Desde hace más de una década, dirige la revista de poesía Piedra del molino.

A un lado, la alegría que llevaba aparejado obtener un premio que tiene el nombre de uno de los más grandes poetas en lengua hispana [Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz], saber que mis versos tendrían el abrigo de Adonáis fue noticia aún más gozosa. Desde muy pequeño, tuve la fortuna de contar en la casa paterna con una amplia muestra de volúmenes de esta colección, y de ella, me nutrí en mis primeras lecturas poéticas. Buena parte de la mejor lírica del siglo xx está aquí recogida; y de su inagotable fuente bebí, y con su versatilidad de propuestas crecí.

Al cabo, La casa que habitaste, título con el que obtuve el citado galardón, se coló también en la casa de muchos familiares, poetas, críticos..., y fue testigo cómplice de ese libro que inauguraba una nueva etapa en mi decir, y que conserva en mi ayer y en mi mañana, la llama de la dicha y el calor de la esperanza.

[A VECES LA MEMORIA ES UNA CASA]

A veces la memoria es una casa

por habitar, un ámbito

oscuro, al que se accede

a través de un postigo que carece de llave,

pero que se resiste

a ser abierto.

Empujas

inútilmente. Un llanto

te llega desde el fondo

de las habitaciones desoladas,

y no hay nadie allá dentro, nadie vivo.

Nadie vive en sus largos corredores,

en sus salas de muebles polvorientos,

y sin embrago, queda

el eco lastimado

de unas pisadas que no cesan nunca

de resonar en los sombríos huecos

del corazón.

(De La casa que habitaste)

LUZ SEDIENTA

CREPITAN esta noche entre mis manos

la luz sedienta,

el verbo amante,

la desnuda madeja de tu cuerpo...,

y a resguardo del sueño, resucito

la súbita avaricia de tu carne,

los jirones de luna diurna y nuestra.

 

Ahora,

la soledad reclama su lugar y su instante

y la misma agonía que respiran

las ruïnas recientes de mis párpados,

recorre los cimientos de este hogar,

de esta conciencia

de cal y llanto.

 

Me asomo al ventanal de la memoria

y la lenta alborada me devuelve

La casa que habitaste