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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Stella Bagwell

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Viejos amigos, n.º 1727- septiembre 2018

Título original: A Baby on the Ranch

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-618-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

HABÍA estado buscándola durante tres meses. Para un agente del orden tan entregado como era Lonnie Corteen, eso no era mucho tiempo, pero, en esa ocasión, no había estado trabajando como sheriff del condado de Deaf Smith, en Texas. Había estado trabajando para un amigo. Y eso hacía que no pudiese echarse atrás.

Respiró profundamente, levantó el sombrero de vaquero negro que llevaba puesto y se pasó la mano por el pelo color caoba. No merecía la pena seguir posponiendo el momento. Tenía que acabar el trabajo. Había interrumpido su vida y su carrera durante demasiado tiempo. Por no mencionar su tranquilidad.

Subió las escaleras del edificio de dos plantas y fue hacia la puerta marcada con el número treinta y seis. No había timbre, así que golpeó la puerta con los nudillos. Mientras esperaba una respuesta, miró por encima de su hombro izquierdo hacia el aparcamiento que había debajo.

Hacía frío en Ford Worth. Tenía ganas de terminar con aquello y volver a Hereford. No porque allí hiciese calor, pero el tiempo en el oeste de Texas a finales de otoño podía ser helador. Aunque el tiempo era sólo uno de los motivos por los que quería volver a casa. Su ayudante estaba ocupándose de todo allí, pero a él no le gustaba dejar la seguridad del condado en manos de otra persona durante más tiempo del necesario. Además, aquella misión se le había atragantado.

Oyó girar el pomo de la puerta y dejó de reflexionar. Observó cómo se abría la puerta todo lo que permitía una cadena de seguridad y se asomaba una mujer.

—¿Sí?

Había miedo en aquella pregunta y dado que Lonnie no iba de uniforme ni llevaba puesta la placa, sacó su tarjeta de identificación y se la enseñó.

—Soy Lonnie Corteen, señora. El sheriff del condado de Deaf Smith, en Texas.

Pasaron unos segundos antes de que la mujer quitase la cadena y abriese del todo la puerta. Entonces, Lonnie se encontró con una mujer de unos veinticinco años, vestida con un jersey rojo y unos pantalones vaqueros negros. Estaba descalza y llevaba pintadas las uñas de los pies del mismo color que el jersey. No obstante, nada de eso captó toda la atención de Lonnie. Fue su vientre redondeado lo que lo sorprendió.

¡Estaba embarazada! No había contado con eso. De acuerdo con la información que había conseguido sobre ella, estaba soltera y vivía sola.

—Hola —lo saludó la chica—. ¿Puedo hacer algo por usted?

Su voz era baja, ronca y cauta. Eso último no le sorprendió. A la mayoría de las personas no les alegraba ver a un agente en la puerta de su casa.

—No estoy seguro —respondió Lonnie sonriendo—. ¿Es usted la señorita Mary Katherine McBride?

Ella asintió en silencio y Lonnie no pudo evitar pensar en lo mucho que se parecía a Victoria Ketchum. Tenía el mismo pelo moreno, largo y ondulado, los mismos ojos verdes y los mismos rasgos elegantes que su amiga de Aztec.

—Me alegro —comentó él cambiando el peso del cuerpo de un pie a otro y quitándose el sombrero—. Esto… ¿le importaría si entro unos minutos? Necesito hablar con usted.

Ella arqueó las cejas, sorprendida.

—¿Conmigo?

Lonnie sabía que a las mujeres embarazadas no les hacían ningún bien las sorpresas, pero no tenía otra opción. ¿Qué iba a hacer si no? Ya estaba allí, en su puerta. No podía decir que había cometido un error y marcharse dejándola preocupada.

—Sí. Si tiene usted un momento.

«¡Un momento! Maldita sea, Lonnie, lo que tienes que decirle va a llevarte mucho más que un momento. Tienes que hacer esto con cuidado, con tacto. La chica se lo merece», pensó.

Ella lo miró confundida y Lonnie no pudo evitar darse cuenta de que tenía la piel blanca y sedosa, tan suave como un pétalo de rosa. No solía fijarse tanto en las mujeres, pero aquella tenía algo que hacía que no pudiese evitar estudiarla.

—Supongo que sí —contestó ella con voz entrecortada—, pero…

—Intentaré ser lo más breve posible, señorita McBride —añadió él sintiendo su recelo.

Ella se llevó la mano a la frente.

—Pero no lo entiendo. ¿Le ha ocurrido algo a alguien que conozco?

—Eso es difícil de saber, teniendo en cuenta que no conozco a sus amistades, señorita. Pero puedo decirle que vengo a hablarle de algo… personal.

—¿Personal? —repitió ella, como si fuese la primera vez que oía la palabra.

A Lonnie no le extrañó que pareciese confundida, pero no sabía cómo hacer que se sintiese cómoda sin ir directo al grano.

—Eso es —dijo mientras entraba al apartamento—. Hace mucho frío ahí fuera. ¿Le importa si se lo cuento dentro?

Ella lo recorrió de pies a cabeza con la mirada y Lonnie sintió que se ruborizaba. Ninguna mujer lo había mirado nunca antes con tanto detenimiento. Al fin y al cabo, tenía treinta años y no era precisamente feo. Pero había algo en el escrutinio de aquella mujer que hizo que le costase levantar la vista de sus botas.

—Supongo que no —contestó ella por fin.

—Gracias, señorita McBride. Intentaré ser lo más rápido posible.

Ella se echó a un lado y le hizo un gesto con la mano para que entrase al pequeño salón comedor. Se oía silbar una tetera desde la cocina y en un rincón del salón había una televisión en la que se veía un canal de noticias veinticuatro horas. Había dos gatos, uno atigrado y otro negro, hechos un ovillo en un extremo del sofá. Los animales parecieron no notar la presencia de Lonnie, aunque tal vez estuviesen acostumbrados a que fuesen hombres al apartamento de Mary Katherine.

Aquella idea no le gustó, así que Lonnie la descartó rápidamente. A pesar de estar embarazada, no parecía ser una mujer promiscua. En cualquier caso, su vida personal no era asunto suyo.

—Iba a prepararme un café instantáneo, señor Corteen. ¿Quiere una taza?

Se lo ofreció mientras se apresuraba a entrar en la cocina. Él la siguió lentamente, mientras pensaba en cómo decirle lo que tenía que decir y marcharse de allí. Pero no era posible ser prudente, y el hecho de que ella estuviese embarazada complicaba todavía más las cosas.

Se quedó a la entrada de la minúscula cocina y observó cómo ella quitaba la tetera del fuego y echaba el agua en una taza. Lonnie odiaba el café instantáneo. Le gustaba el café de cafetera, para poder saborear la arenilla de los granos y sentir el efecto de la cafeína.

—Muchas gracias. Me vendrá bien, con este frío —mintió.

En la cocina casi no había espacio para la encimera, que estaba llena de platos sucios. Lonnie se dijo que a la señorita McBride no le gustaba hacer las tareas del hogar, o eso, o no tenía tiempo.

—Todavía no ha hecho demasiado frío este otoño, pero he oído que va a empezar a nevar dentro de uno o dos días —comentó ella mientras sacaba otra taza de un armario, la llenaba de agua caliente y echaba en ella una cucharada de café descafeinado—. ¿Dónde vive usted? ¿Ha dicho en Deaf Smith?

—Sí. En Hereford. Si tengo bien entendido, usted también estuvo viviendo por esa zona, en Canyon.

Ella se volvió y lo miró sorprendida.

—¿Cómo lo sabe?

—Llevo tres meses buscándola. La he seguido desde Hereford, hasta aquí.

Claramente molesta por lo que acababan de anunciarle, se dio de nuevo la vuelta y tomó un trozo de papel de cocina, recogió con él varias gotas de agua que se habían caído.

—Tal vez deberíamos llevarnos el café al salón —sugirió Katherine—. Allí estaremos más cómodos.

Lonnie asintió y ella le hizo un gesto para que tomase una de las tazas.

—¿Quiere leche o azúcar?

—Me gusta solo, gracias.

Ella no comentó nada al respecto, y Lonnie la siguió hasta el salón.

—Siéntese, por favor, señor Corteen.

Desde el medio de la habitación, Lonnie miró el sofá y a los gatos, que también lo miraron a él. Después de un momento de indecisión, decidió ir hacia un pequeño sillón encima del cual había una pila de libros.

Al ver su intención, Katherine se apresuró a quitar los libros.

—Siento el desorden, pero acabo de volver del trabajo y no he tenido tiempo de recoger la casa.

—No tiene por qué disculparse, señorita McBride, no la había avisado de que iba a venir —había pensado en llamar antes, pero luego había rechazado la idea. No quería darle la oportunidad de que se negase a recibirlo.

Katherine dejó los libros encima de la mesa y Lonnie se sentó. Mientras intentaba ponerse cómodo, ella se instaló en el sofá, al lado de los gatos. El atigrado se levantó inmediatamente y fue a sentarse en su regazo.

—De acuerdo, señor Corteen, ahora que ya estamos los dos sentados, por favor, dígame lo que haya venido a decirme. No sé cómo ha podido seguir mi pista desde Canyon. No viví allí mucho tiempo. Y hace muchísimo que viví en Hereford.

—Sí, ya lo sé. Vino de Canyon hace siete años.

Ella lo miró fijamente, era evidente que estaba haciendo funcionar su cabeza a toda velocidad.

—¿Por qué ha estado buscándome? ¿Por qué ha venido aquí? —preguntó bruscamente.

Él suspiró y decidió que no podía seguir evitando el momento.

—Tengo algo que contarle. ¿Conoció usted a su padre, señorita McBride?

—En primer lugar, nadie me llama señorita McBride. Soy Katherine. Y, en segundo lugar, ¿qué tiene que ver mi padre con todo esto?

—¿Te importaría limitarte a contestar mi pregunta? Es importante.

Ella se encogió de hombros y, con el gesto que hizo con los labios, dio a entender que ella no le parecía nada importante.

—No. No sé nada de mi padre. Salvo que era un tarambana.

—¿Cómo se llamaba?

—Ben.

—Ben, ¿qué más?

—No lo sé. Ben fue lo único que me dijo mi madre. No quería que supiese su apellido, así no pensaría que también era el mío —hizo una mueca de burla—. Como si hubiese querido cambiar de apellido.

—¿Nunca lo conociste?

—No, se marchó antes de que yo naciese. Y mamá nunca volvió a saber nada de él. De hecho, no creo que quisiese volver a saber nada de él. Ella nunca hablaba de su relación, así que yo siempre supuse que habían terminado muy mal.

Lonnie se preguntó cómo le iba a decir a aquella mujer que todo lo que había pensado siempre acerca de sí misma y de sus padres era mentira.

Katherine sacudió el pelo y unos largos mechones le cayeron sobre los hombros y un pecho. A Lonnie nunca le había parecido que las mujeres embarazadas fuesen sensuales, pero Katherine McBride tenía la capacidad de hacer que todas sus hormonas masculinas se revolviesen en su interior. Aquello lo puso nervioso, así que intentó mirar hacia la pared, al suelo, a todas partes menos a ella.

—¿Qué ha venido a contarme, sheriff? —preguntó ella—. ¿Ha encontrado a mi padre? ¿Está él intentado encontrarme a mí?

—Llámame Lonnie —sugirió él—. Y con respecto a tu padre, no, no lo he encontrado. Pero… —tragó saliva y contuvo un suspiro—. Dime, Katherine, ¿conoces a un hombre llamado Noah Rider?

Ella sonrió. Era la primera sonrisa que veía Lonnie en su rostro desde que había abierto la puerta, y eso le hizo sentirse todavía peor.

—Sí. Noah era amigo de mi madre. Venía a vernos de vez en cuando. En especial, cuando yo era pequeña. No obstante, hace mucho tiempo que no sé nada de él.

Lonnie había sido agente del orden desde los veinte años y, durante esos diez años, había dado malas noticias en muchas ocasiones. Nunca era una tarea sencilla, pero había algo en el tierno rostro de Katherine que hacía que se le atragantasen las palabras.

—Pues lo siento, pero tengo malas noticias, Katherine. No tengo otro modo de decírtelo… Noah Rider fue asesinado hace varios meses, casi un año, en realidad.

—¿Asesinado? —repitió ella atónita—. ¿Cómo? ¿Y por qué iba a querer alguien asesinarlo?

El gato que tenía en el regazo debió de sentir que estaba nerviosa, porque estiró las patas y saltó al suelo.

—Eso es lo que tengo que explicarte —respondió Lonnie—. Y es un asunto muy complicado.

Katherine frunció el ceño y señaló hacia la cocina.

—Tal vez sea mejor que vaya a buscar unas galletas. Tengo el estómago un poco revuelto.

—Sí. Será mejor que vayas —dijo él rápidamente, mientras pensaba que ya había hecho que le entrasen ganas de vomitar a la chica. Maldito Seth Ketchum. Tenía que haber sido él quien hubiese ido a darle la noticia. Al fin y al cabo, había sido él y su familia quien habían estado buscando a la chica. Lonnie se había ofrecido a buscarla en su lugar, pero luego Seth lo había camelado para que fuese también el mensajero.

Katherine intentó ponerse en pie y Lonnie se levantó inmediatamente de un salto y la agarró de la mano.

—Deja que te ayude —dijo.

Los ojos de ella brillaron de un modo extraño y a Lonnie le dio la sensación de que no estaba acostumbrada a que ningún hombre le ofreciese su ayuda. ¿Dónde estaría el padre del bebé? Estaba deseando preguntárselo, pero todavía tenía muchas cosas que contarle y no había tiempo para ahondar en el lado más romántico de su vida.

Aunque Lonnie se aseguró a sí mismo que no tenía ningún interés personal en ella. No, ya había intentado querer a alguien hacía varios años y había salido escaldado. Desde entonces, había huido del amor. No obstante, le habría gustado saber que Katherine y el bebé tenían el apoyo de alguien.

—Gracias —murmuró ella, agarrándose a su mano.

Lonnie la ayudó a levantarse y sonrió al ver que Katherine se ruborizaba.

—¿Para cuándo es el bebé?

—Para dentro de tres semanas. Y la verdad es que pesa cada vez más —dijo apartando su mano de la de él y poniendo espacio entre ambos.

—¿Es niño o niña?

—No lo sé. No se veía en la ecografía. Pero suelo hablar de él en masculino. Tengo el presentimiento de que es niño.

Él se acarició la barbilla, pensativo, y la miró fijamente.

—¿Y el padre? ¿Qué cree él que va a ser?

No había podido evitarlo, a pesar de saber que la vida personal de la chica no le incumbía. Lo único que tenía que hacer era hacerle llegar el mensaje y volverse a Hereford.

Ella se limitó a hacer una mueca y se dio la vuelta para ir a la cocina.

—Voy a por las galletas —dijo.

Lonnie la siguió y apoyó un hombro en el marco de la puerta de la cocina.

—Lo siento —se disculpó—. No quería hacer ninguna pregunta demasiado personal.

Ella no respondió inmediatamente, y Lonnie se preguntó cómo podía seguir cumpliendo con su tarea si ella estaba enfadada.

—No pasa nada —dijo Katherine de repente—. No es ningún secreto que el padre del bebé me ha abandonado.

—¿Abandonado?

—Sí. Ha huido de su responsabilidad como un gato escaldado, pero ahora me alegro. No habría sido un buen marido ni un buen padre. Evidentemente.

Estaba sola. Y eso debía de haberlo hecho sentir triste, incluso enfadado. Pero Lonnie se sentía aliviado. Eso le sorprendió e intentó librarse de aquel sentimiento preguntando:

—¿Eso era lo que pensabas que iba a hacer ese tipo? ¿Creías que se iba a casar contigo?

Ella apartó la mirada, abrió un armario y sacó un paquete de galletas de vainilla y otro de galletas Oreo.

—¿Acaso no es eso lo que pensamos todas? —comentó en tono cansado—. Me equivoqué, pero no volveré a cometer el mismo error dos veces.

Lonnie se fijó en que no parecía estar amargada, sino más bien decidida. Tal vez fuese lo mejor. Ya era bastante malo que hubiesen abusado de aquella guapa mujer en una ocasión.

Él no respondió, sobre todo porque Katherine no parecía esperar una respuesta, así que se limitó a ver cómo llenaba un plato de galletas.

—¿Te apetecen? —le preguntó.

Lonnie iba a decir que no, pero decidió que no sería amable rechazar el ofrecimiento. Y, de todos modos, no había tomado postre después de la hamburguesa de la cena.

—Por supuesto. Me encantan los dulces. Sobre todo las tartas de hojaldre. ¿No las preparas nunca, Katherine?

—A veces —dijo ella mientras sacaba otro plato del armario y lo dejaba al lado de las galletas—. Cuando tengo tiempo, o motivo —señaló el plato—. Sírvete las que quieras.

Él se acercó al armario, y ella retrocedió. Lonnie era alto y larguirucho. Se preguntó si era su tamaño lo que la intimidaba o el hecho de que fuese sheriff. O tal vez era sólo el hecho de ser hombre lo que hacía que fuese cauta con él. En cualquier caso, Lonnie no quería que le tuviese miedo. Quería que confiase en él. En todos los aspectos.

Lonnie echó varias galletas Oreo en el plato y unas pocas de vainilla. Detrás de él, Katherine comentó:

—Un sheriff no va en persona a casa de alguien sólo para decirle que ha muerto un conocido. Tiene ayudantes que se encargan de eso. ¿Qué estás haciendo aquí en realidad?

A Lonnie no tenía que haberle sorprendido su rapidez. Al fin y al cabo, era hermanastra de Ketchum, que era un tipo muy listo.

—Vamos a sentarnos y te lo contaré —se limitó a contestar él.

Los ojos verdes de Katherine estudiaron su rostro durante unos segundos. Finalmente, asintió y pasó rápidamente por delante de él.

De vuelta al salón, volvieron a ocupar los mismos sitios que habían ocupado anteriormente. Lonnie se sentó, dio un trago al café y la miró. Katherine no era una mujer pequeña, pero, aun así, a él le resultaba vulnerable, y habría deseado poder ponerse en pie y marcharse de allí. Le habría gustado decirle a Seth que la dejase tranquila. Que ya tenía bastantes problemas en su vida. Pero ella merecía saber la verdad acerca de sus padres. Merecía tener una familia.

—¿Recuerdas que hace unos minutos te he preguntado por tu padre? Bueno, lo he hecho por una razón. Quería saber lo que… lo que Celia te había contado acerca de él.

—No lo entiendo —dijo ella frunciendo el ceño—. Ya te he dicho lo poco que sé sobre mi padre.

—Ya, pero no sabía cómo plantearte esto —se detuvo, sacudió la cabeza y se pasó una mano por el pelo—. Permíteme que empiece de nuevo, Katherine, y espero que lo entiendas. Tengo un amigo que es policía estatal en Texas. Él me llamó hace tres meses y me pidió que te encontrase.

Ella se puso tensa.

—¿Un policía de Texas?

Lo repitió con voz temblorosa y débil, y a Lonnie le entraron ganas de levantarse y agarrarle la mano con fuerza. Quería asegurarle que nunca volvería a estar sola, pero era un sheriff y era la primera vez que veía a aquella mujer. No podía dejarse llevar. No habría sido profesional. No obstante, sabía que lo que sentía por ella tampoco era nada profesional. Era un tanto inquietante.

—Sí. Se llama Seth Ketchum. Vive en San Antonio. El resto de su familia vive en Nuevo México. ¿Te dice algo su nombre?

—No lo sé —respondió ella con sinceridad—. Me suena familiar. Pero mamá no solía hablar demasiado de su familia ni de sus amigos. Una vez la acusé de no tener amigos y ella se enfadó, así que no volví a sacar el tema nunca más.

—¿Así que nunca mencionó a su familia? ¿Ni a una mujer llamada Amelia?

—A excepción de un par de primos en Arizona, decía que no tenía más familia. Y con respecto a una tal Amelia, recuerdo que solía escribirse con alguien llamado así. Me dijo que era una compañera del colegio, pero, que yo sepa, nunca se vieron.

—Bueno, Katherine, no sé cómo decirte esto, pero… hay pruebas que me llevan a pensar, a mí y a la familia Ketchum, que Celia no era tu madre.

Ella apretó la taza de café con fuerza.

—¿Qué?

—Que Celia McBride no era en realidad tu madre, sino tu tía.

Katherine se llevó una temblorosa mano a la mejilla, que estaba pálida. Lonnie se sintió tan alarmado por su reacción que se levantó inmediatamente y fue a sentarse a su lado, al sofá.

Agarró la taza que tenía en la mano y le dijo:

—Dame, antes de que se caiga.

Dejó la taza en el suelo y luego le tomó la mano.

—¿Estás bien? No vas a desmayarte, ¿verdad?

Katherine cerró los ojos y respiró profundamente. No sabía lo que la perturbaba más en realidad, si lo que Lonnie acababa de decirle acerca de su madre, o el hecho de que le estuviese agarrando la mano.

—Estoy bien. Es sólo que todo me parece… increíble. Vas a tener que enseñarme alguna prueba. Una buena prueba —abrió mucho los ojos y lo miró fijamente—. No puedo creer sólo tu palabra.

—Lo entiendo. Y entiendo que estés sorprendida.

—¡Sorprendida! Estoy mucho más que sorprendida. ¡Estás hablando de mi madre!

Él le dio una palmadita en la mano y pensó que aquello no podía ser bueno para el bebé. Si no la tranquilizaba, ¡podía incluso ponerse de parto!

—Comprendo que te suene todo raro. Y no te culpo por no creerme, pero no tengo pruebas. Seth me envió una carta. Una carta que tu madre de verdad recibió de Celia. ¿Reconocerías la letra de Celia?

Aquello pareció asustarla, lo miró con los ojos muy abiertos.

—¿Una carta?

Lonnie asintió y se metió la mano en el bolsillo trasero de los pantalones vaqueros.

—Sí. La tengo aquí…

—¡No! —exclamó ella agarrándolo del brazo—. No quiero leerla ahora.

Él la miró confundido, Katherine se ruborizó.

—Quiero decir, que tal vez necesite que me cuentas algo más de todo esto antes.

—De acuerdo —Lonnie le apretó la mano y estudió con ansiedad su pálido rostro. Tenía mala cara, y le entraron ganas de pasarle la mano por el ceño fruncido. Le gustaban las mujeres. Y tenía muchas amigas. Pero, desde que le habían roto el corazón, había tomado la decisión de que nunca querría tener nada más profundo que una amistad con ninguna. ¿Por qué se sentía de repente tan posesivo con aquella? No era diferente de las demás sólo porque ser dulce y guapa, e ir a tener un bebé—. Si estás segura de que estás bien.

Ella suspiró y, de pronto, pareció darse cuenta de que seguía agarrándolo del brazo. Apartó la mano y la puso encima de su regazo.

—Estoy bien —dijo—. Por favor, continúa.

Lonnie debió haber puesto algo de espacio entre ambos, pero Katherine parecía tan frágil, y estar cerca de ella le hacía estar más tranquilo, así que se quedó a su lado.

—Creo que debería volver al principio. En realidad, todo trata de la familia Ketchum, que tiene un enorme rancho al norte de Nuevo México, cerca de Aztec. Allí crían ganado y caballos, sobre todo con fines reproductores.

—¿Conoces a esa familia? ¿Personalmente? —quiso saber ella.

Lonnie asintió.

—Seth me ayudó a ser elegido sheriff. Y también conozco a sus hermanos. Son buena gente.

—Y parece que tienen dinero —murmuró ella como si aquello fuese como tener sangre real.

—No son ricos, pero viven bien. No tienen problemas para pagar las facturas, si es eso a lo que te refieres.

—Yo no conozco a nadie que no tenga problemas para pagar las facturas —comentó ella.

En realidad, los Ketchum eran la única familia rica que conocía Lonnie, pero no se lo dijo a Katherine.

—El rancho se llama T Bar K, y lo pusieron en marcha Tucker Ketchum y su hermano, Rueben. Tucker estaba casado con una mujer llamada Amelia y su apellido de soltera era McBride. Los dos llevan varios años muertos.

—Quieres decir, que esta Amelia, era la mujer a la que escribía mi madre. ¿Y su apellido también era McBride?

—Eso es. Celia y ella eran hermanas.

Katherine empezó a sacudir la cabeza, incapaz de creer aquello.

—Pero… mi madre nunca me habló de una hermana. Ni de ser familia de unas personas ricas de Nuevo México. ¿Por qué no me lo habría contado? ¡Esas personas también eran familia mía!

Una vez más, Lonnie sintió la incontrolable necesidad de tocarla y tranquilizarla, así que tomó su mano. Ella lo miró desconcertada.

—Son mucho más que tu familia, Katherine —dijo cariñosamente—. Seth, Ross y Victoria, son tus hermanos. Amelia era tu madre en realidad. Celia sólo te crió.

—¡No! ¡No! ¡Eso no puede ser verdad!

Apartó la mano de la de él y se puso en pie. Fue hasta una de las ventanas y se quedó mirando el oscuro cielo de Fort Worth. Lonnie corrió tras ella. Cuando le puso las manos en los hombros, se dio cuenta de que estaba llorando. No había lágrimas, pero estaba llorando por dentro, y eso hacía que todo su cuerpo temblase. Le afectó mucho verla tan angustiada. Porque entendía perfectamente cómo se sentía. Él también había llorado mucho interiormente cuando había sido más joven. Tal vez fuese por eso por lo que Seth había pensado que él sería la persona perfecta para hacer aquel trabajo. Había debido imaginar que un hombre sin familia se entendería a la perfección con una mujer que creía estar completamente sola en el mundo.

—Es cierto, Katherine. Amelia Ketchum era tu madre.

Ella no dijo nada durante unos segundos, luego se volvió muy despacio y lo miró a los ojos.

—Si es verdad, entonces, ¿por qué no crecí junto a mis hermanos? ¿Por qué me mandaron a Texas?

Lonnie apartó la mirada, tomó aire y la agarró con más fuerza.

—Porque tú… —se obligó a mirarla de nuevo—. Porque Amelia había tenido una aventura y no quería que su familia supiese que se había quedado embarazada de ti.

Katherine se apretó instintivamente el vientre y Lonnie se dio cuenta de que no podía entender cómo una madre podía separarse de su hijo.

—Está bien. En ese caso, ¿quién es mi padre?

—Odio tener que decirte esto, Katherine, pero tu padre era Noah Rider.

Ella se puso todavía más pálida, y movió los labios, pero no salieron palabras de su boca.

—¿No… No… ah? —susurró por fin.

Lonnie comenzó a asentir, pero no le dio tiempo a más. Antes de que se diese cuenta, Katherine cayó desmayada contra su pecho.