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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Annette Chartier-Warren & Danette Fertig-Thompson

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un beso de tu boca, n.º 1739- septiembre 2018

Título original: What Makes a Family?

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9188-970-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

DEBERÍA haberlo esperado», pensó Cort Morente mientras trataba de no ser arrastrado por la muchedumbre que se dirigía a los autobuses. «Esto es lo que pasa cuando decides empezar a vivir el resto de tu vida un lunes».

Era la hora de salida del colegio de Luna Hermosa y Cort tuvo la impresión de que todos los niños intentaban salir a la vez, todos excepto el chico de once años que era la causa de que permaneciera allí de pie, en medio del caos, como un estúpido. No tenía ninguna esperanza de encontrarlo entre tanta gente.

—No digas que no te lo advertí —dijo Alex Trejos, el director del colegio, acercándose a él.

Cort conocía a Alex desde que habían ido juntos al instituto y sabía, por la afectada sonrisa que lucía, que estaba disfrutando de lo lindo a costa suya.

—Ya te había dicho que Tommy era muy nervioso.

—Sí, pero no que daba coces como una mula. Si ésta es tu idea de una terapia, creo que voy a volver a mi apartamento y sentarme a compadecerme de mí mismo.

La única razón por la que estaba allí era porque lo había estado haciendo durante más tiempo del que le importaba admitir. Y no le gustaba en lo que se estaba convirtiendo: casero, apartado de la vida pública, falto de paciencia y lleno de frustración. Se suponía que tenía que ser fácil volver a la vida normal después de casi dos meses de ingreso hospitalario y nueve de rehabilitación. El problema era lo que había perdido después de que uno de los sospechosos a quien seguía en un caso de drogas se hubiera sentido ofendido al ser investigado y hubiera decidido comunicárselo a Cort intentando hacer que formara parte del pavimento. En la colisión entre Cort y la camioneta, había ganado la segunda. Los médicos le habían dicho que tenía suerte de estar vivo. Lo que había muerto había sido su carrera en el departamento del sheriff.

Habían conseguido volver a unir su brazo derecho al hombro, pero el daño neurológico era irreversible, además le habían quedado unos dolores de cabeza que le duraban horas. Ya no valdría nunca para ningún trabajo con el sheriff que no fuera estar tras una mesa, y sabía que no pasaría una semana sin que el aburrimiento lo volviera loco. Así que había pasado los últimos meses asistiendo a terapia, recobrándose mientras su vida entera se desmoronaba y tratando de no pensar en que tenía que empezar una nueva partida con reglas completamente distintas.

Cuando Alex lo había llamado para pedirle un favor, había aceptado reacio, no porque le apeteciera especialmente, sino porque simplemente era hacer algo. No estaba acostumbrado a permanecer sentado. La mayor parte de los diez años que había pasado en la oficina del sheriff había estado en el departamento de narcóticos. Había trabajado infiltrado y se había hecho adicto a una mezcla especial de adrenalina, falta de sueño, infusiones de cafeína y vida al límite. La retirada había sido un infierno.

Sospechaba que Alex lo sabía y que le había pedido que hablara con Tommy Lujan más como una distracción que porque pensara que era la persona adecuada para ese trabajo.

Tommy tenía problemas. Su madre lo había abandonado cuando tenía dos años, no sabía quién era su padre, había vivido durante años con un tío maltratador que iba a estar en prisión una buena temporada, después de pasar por una casa de acogida a otra. El chaval nunca se había metido en un lío realmente serio, pero Alex estaba preocupado porque, a menos que alguien pudiera conectar con Tommy, hacerse su amigo, era sólo cuestión de tiempo que las cosas empeoraran.

Cort no tenía mucha confianza en su capacidad para convertirse en una especie de mentor de Tommy. Los únicos chavales con los que estaba acostumbrado a tratar eran con los que traficaban en los institutos y sus sobrinos, ninguno de los cuales le hacía sentirse preparado para tener una conversación con Tommy. Había pensado aceptar la propuesta de Alex y hablar con el chico, pero en el momento en que Tommy lo había visto, lo había mirado como si fuera el diablo y había intentado huir. Cuando Cort lo había agarrado, el chaval le había dado una patada en la espinilla y había salido corriendo del despacho de Alex antes de que ninguno de los dos pudiera detenerlo.

—Supongo que todo esto te parece divertido —gruñó al ver que la sonrisa de Alex se ensanchaba.

—Bueno, digamos que ver al gran Cort Morente burlado por un crío de once años es bastante divertido. Y tienes que admitir que así tienes algo en qué pensar —Alex se puso serio—. Estoy preocupado por Tommy. A pesar de todo es un buen chico. No quiero pensar en que vuelva a escaparse. No tiene donde ir.

—¿Así que no tienes ni idea de adónde ha podido escaparse? —a lo mejor si encontraba al chaval podría sentir que no había sido un día perdido.

—No, pero Laurel puede que sí. Laurel Tanner — añadió Alex al ver el gesto interrogativo en el rostro de Cort—, la profesora de apoyo de Tommy. Trabaja con los chicos que necesitan ayuda en sus estudios y lo conoce mejor que nadie. Ella le gusta y de confiar en alguien, sería en Laurel.

Cort miró a su alrededor. La mayor parte de los niños se habían marchado ya y el edificio parecía vacío.

—¿Está aquí?

—Seguramente —dijo Alex mirando por encima del hombro—. Deja primero que la avise de que estás aquí. Es nueva y una de las mejores profesoras que tengo, no quiero que ella también huya.

Cort siguió a Alex mientras éste miraba en el aparcamiento.

—Espera, ahí está. Hoy debe de tener entrenamiento en el centro comunitario. ¡Eh, Laurel!

Alex agitó una mano en dirección a una mujer que estaba de pie al lado de un baqueteado coche. Al oír la llamada de Alex, levantó la cabeza y miró en dirección a Cort que pudo ver a una mujer alta y delgada con un pelo que la luz del atardecer volvía color miel. Su expresión le recordó la de Tommy justo antes de escapar.

Cort empezó a andar y ella, rápidamente, agitó la mano en dirección a Alex, se metió en el coche y se fue. Con el ceño fruncido, Alex dijo:

—Supongo que habrá pensado que le estaba diciendo adiós.

—No creo —murmuró Cort sabiendo de forma instintiva que ella también había decidido marcharse cuando lo había visto a él—. ¿No has dicho que iba a un entrenamiento en el centro comunitario?

—Entrena a las chicas de baloncesto, pero no puedes seguirla. ¡Eh, Cort!

Pero Cort ya se dirigía al lugar donde había dejado aparcada su moto, se puso los guantes y se marchó. Iba a averiguar qué pasaba con él ese día que hacía que todo el mundo huyera.

Laurel Tanner miró al asustado muchacho que se encogía en el asiento trasero del coche y decidió que ambos tenían problemas.

Se había quedado sorprendida al encontrar a Tommy escondido en su coche. Nunca lo cerraba pensando que las posibilidades de que se lo robaran eran prácticamente nulas dado que ella misma tenía problemas para que arrancara, pero nunca se había imaginado que uno de sus alumnos lo aprovechara para refugiarse en el asiento de atrás.

—No le vas a decir que estoy aquí, ¿verdad? —le preguntó Tommy por enésima vez desde que lo había descubierto escondido en el coche y le había rogado que lo ayudara a escapar del hombre que estaba con Alex.

En un impulso repentino del que se estaba empezando a arrepentir después de haber tenido tiempo para pensar, lo había ayudado a huir.

Tommy se había resistido a ir con ella al centro comunitario, pero Laurel había insistido. No podía esconderse en su coche para siempre y necesitaba hablar con él en un lugar donde no tuviera que preocuparse de que los oyeran. La clase de baloncesto no empezaba hasta las cuatro y conocía el centro, en especial la cafetería adonde lo llevaba y que estaría prácticamente vacía la siguiente hora y media. Y lo que era mejor, la cafetería daba al aparcamiento por lo que Laurel podría controlar si llegaba alguien.

—No se lo voy a decir a nadie —aseguró Laurel que no quería que Tommy se preocupase—, pero tienes que decirme por qué huyes.

—Ya te lo he dicho, por él —sentado en el asiento de atrás empezó a mordisquear el borde de una servilleta de papel—. Tiene algo que ver conmigo y con los asuntos de mi tío.

Tommy había salido de casa de su tío hacía casi dos años cuando al tío lo habían mandado a la cárcel. Laurel no conocía la historia completa, pero sí que a Tommy le habían quedado cicatrices.

—¿Lo conoces? —cuando el chico negó con la cabeza, preguntó con suavidad—. ¿Entonces cómo sabes que tiene algo que ver con tu tío?

—Ya lo has visto. Tenía la misma pinta que los tipos que solían venir a ver a mi tío. Lo habrá mandado él.

Laurel no le recriminó tener miedo de él. El hombre que ella había visto junto a Alex era grande e intimidatorio y que fuera vestido completamente de negro no suavizaba la primera impresión. El segundo que se habían cruzado sus miradas, había tenido la sensación de que podía leerle el pensamiento y que ya sabía que iba a huir con Tommy.

Dudó un momento antes de abordar un tema que podía ser tabú.

—Creía que tu tío estaba en la cárcel.

Pudo ver cómo la miraba a través del espejo retrovisor. La expresión de sus ojos era una mezcla de miedo e impaciencia.

—Lo está, pero eso no significa nada. Apuesto a que puede hacer cualquier cosa desde la cárcel.

—¿Qué es cualquier cosa?

—Eso… cosas. Muchas cosas. No quiero hablar de él —apartó la mirada.

—De acuerdo, no tienes por qué hacerlo.

Más tarde, en el centro comunitario, Laurel pensaba cómo hacer para que Tommy confiara en ella. Rebuscó en el bolso y le dio algo suelto para que se comprara un refresco en una máquina y mientras pensar qué iba a hacer.

Podía tener un problema serio por huir con Tommy, pero había actuado de modo impulsivo, por el instinto de protegerlo. No sabía qué pensar de la historia que le había contado. Estaba segura de que Alex no hubiera permitido que un hombre de la calaña que Tommy pensaba que era aquél, entrara en el colegio, pero el chico tenía miedo de ese hombre y de su tío que se imaginaba que lo había mandado.

No era la primera vez que Laurel intentaba hacer algo para ayudar a Tommy. Desde que había llegado a Luna Hermosa dos meses antes y aceptado el puesto de profesora de apoyo, había conectado con ese chico flaco y callado que pasaba solo la mayor parte del tiempo. A lo mejor había sido por eso, porque lo dos, cada uno por sus circunstancias, estaban solos, desconectados del resto de la gente. También podía ser porque implicarse en los problemas de los demás se había convertido en un hábito, una de las cosas que hacía, además de enseñar baloncesto o pasar horas corriendo o andando por el campo, para no estar en casa sola con sus recuerdos y sus fantasmas.

—Tommy, estoy segura de que el señor Trejos no dejaría entrar en la escuela a nadie que pudiera hacerte daño. Además, ¿para qué iba a mandar tu tío a alguien?

—No conoces a mi tío —dijo mirándola muy serio—. Nadie se la puede jugar —desvió la mirada—. Me dijo que algún día volvería a por mí.

Parecía tan perdido que Laurel tendió una mano por encima de la mesa para tocarlo, para asegurarle que su tío no podría hacerle daño nunca más, pero en ese momento un ligero ruido atrajo su atención y Laurel se dio la vuelta para mirar en dirección de la mirada de Tommy.

El hombre de la escuela estaba allí.

Laurel se recriminó haberse concentrado tanto en Tommy que no se había dado cuenta de la llegada de ese hombre.

Tommy no se paró a pensar. Saltó de la silla y corrió hacia la puerta. El hombre hizo un movimiento como para salir tras el niño, pero Laurel fue más rápida y se metió entre Tommy y su perseguidor y lo agarró de la chaqueta de cuero a la altura del codo.

El hombre emitió un sonido de frustración y la agarró del hombro como si intentara apartarla para poder correr tras Tommy. Cuando se dio cuenta de que eso ya era imposible, le dedicó a ella una oscura mirada.

Laurel sintió en su interior un extraño estremecimiento. Miedo. Tenía que ser miedo. Era el hombre que perseguía a Tommy, la tenía agarrada y parecía peligroso. Así que lo llamó miedo aunque supuso que cualquier otra mujer hubiera pensado que la causa era que ese hombre parecía un malo de película.

Pero se dijo a sí misma que era por la forma en que la miraba, despacio, calculador, como si estuviera registrando cada detalle. Eso le hizo sentirse pequeña, diminuta. Con más de un metro setenta eso casi nunca le pasaba, pero ese hombre debía de medir un metro noventa y por su constitución debía pasar gran parte de su tiempo haciendo ejercicio.

A esa distancia pudo ver que tenía los ojos marrones oscuros, casi negros, pero no daban ninguna pista de lo que estaba pensando mientras la miraba. Laurel se había cambiado antes de salir del colegio y se había puesto una sudadera gris, se había recogido el pelo en una coleta y no llevaba prácticamente maquillaje.

Le llegó su aroma a cuero y viento, tan cerca en ese momento en que la tenía entre sus manos. Sintió que se le erizaba la piel por la anticipación y luego un destello de irritación. ¿Qué le pasaba? Nunca había sentido algo así cerca de ningún hombre. No podía entenderlo cuando estaba pensando que él no era un adversario sino un enemigo. Y, definitivamente, eso no le gustaba.

Quería paz y no iba a encontrarla con extraños de oscuro y misterioso aspecto que hacían que se le desbocara el pulso con sólo una mirada.

Al ser consciente de que era ella la que estaba atrapada mientras le agarraba la chaqueta, Laurel lo soltó al mismo tiempo que él bajó las manos. Dio dos pasos atrás y se detuvo. No estaba segura de querer enfrentarse con él, aunque estaba claro de que no la dejaría ir.

La miró de arriba abajo.

—Supongo que eres Laurel Tanner —dijo irónico haciendo que ella se ruborizara.

No podía negarlo dado que se lo debía de haber dicho Alex.

—Sí —antes de pensarlo mejor, soltó—. ¿Por qué persigues a Tommy?

Laurel podría haber jurado que hubo un destello de diversión en sus oscuros ojos.

—No es exacto que lo esté persiguiendo —hizo como si fuera a sacar algo de un bolsillo, pero se detuvo. La miró—. Algunas costumbres son difíciles de olvidar. Antes era policía. Soy Cort Morente. Sé que me has visto con Alex. Alex y yo somos viejos amigos, me ha contado los problemas de Tommy y me ha pedido que hable con él. Alex piensa que podría ayudarlo.

—Oh… tú… pensaba… —Laurel gritó en su interior.

«Muy bien», pensó, «me he metido en un lío por ayudar a un niño a escapar del colegio. Estupendo».

—Me puedo imaginar lo que has pensado. ¡Toma! —la rodeó y le ofreció una silla. Esperó a que ella se sentara para hacerlo él—. No soy uno de los malos que trata de llevarse a Tommy. Aunque es evidente que vosotros dos habéis pensado así. Puede que tenga que cambiar mi imagen.

—No es exactamente… eso —dijo Laurel.

Lo estudió con más detenimiento, sin la distracción producida por su activa imaginación. No parecía tan amenazador, sobre todo cuando sonreía; además su voz rezumaba sentido del humor. También apreció las líneas de tensión que surcaban su rostro y las sombras que había en sus ojos. Eran casi idénticas a las que veía cada mañana cuando se miraba al espejo. Tenía el aspecto de no haber dormido una noche entera en mucho tiempo, como si tuviera que enfrentarse a sus propios fantasmas.

—Tommy piensa que estás relacionado con los asuntos de su tío. Dice que te pareces a los tipos que solían ir a su casa.

—Sí, eso he oído —le dijo haciendo que se diera cuenta de que había podido escuchar parte de su conversación con Tommy.

—Por eso huyó, porque tenía miedo.

—¿Y por eso huiste tú con él? —dijo sonriendo.

—Yo… él… estaba preocupada por él —lo miró y dijo de repente—. No pareces precisamente el héroe de toda esta historia.

—Supongo que no —respondió con otra sonrisa—. Mira, trabajaba en le departamento de narcóticos y solía actuar infiltrado. Todavía no se me ha quitado la costumbre de vestirme así.

La amargura que notó en su voz hizo que sintiera curiosidad, pero acostumbrada como estaba a no responder las preguntas que a ella le hacían sobre sus propios demonios, decidió no indagar.

—Háblame de Tommy. Alex dice que le conoces mejor que nadie en el colegio.

—No sólo en el colegio. No creo que Tommy tenga a nadie cercano, creo que nunca lo ha tenido. No llevo mucho aquí, he empezado en agosto y Tommy es uno de mis alumnos de apoyo —se miró a las manos en las que tenía la servilleta que el niño había estado mordisqueando—. Se mantiene aislado desde el principio porque es muy retraído. Apenas habla con los otros chicos. Me ha llevado bastante tiempo conseguir que me dijera más de dos palabras seguidas.

No le dijo que había conseguido romper esa distancia con Tommy cuando había descubierto el talento que tenía para escribir. Lo había animado y eso había hecho que muchos días la esperara a la salida con la excusa de enseñarle algo que había escrito. Laurel sospechaba que tenía más que ver con que estaba solo.

Le había dicho muchas veces que fuera con ella al centro comunitario y participara en alguna de las actividades. Había ido una temporada, pero sólo a mirar, nunca participaba.

—Está solo y, por lo que he podido averiguar, decir que su vida familiar se ha roto es un cumplido. Es duro no tener nadie en quien confiar —dijo casi refiriéndose a ella misma—. Te sientes tan aislado. Sientes como si no pertenecieras a ningún sitio… —se detuvo, consciente de que estaba hablando de más y de que Cort la miraba extrañado.

—Parece como si lo entendieras muy bien —dijo lentamente.

Un grito de «¡Señorita Tanner!» salvó a Laurel de tener que dar una respuesta. Una niña de piernas largas con pantalones cortos y una enorme sudadera asomó la cabeza por la puerta.

—Son más de las cuatro. ¿Vamos a tener entrenamiento hoy?

Laurel miró el reloj.

—Claro. Estoy con vosotras en un minuto. Empezad a calentar.

Cort se puso de pie a la vez que ella.

—¿No le importa a tu marido que te dediques a hacer actividades extraescolares? —preguntó con una ligera sonrisa—. Ya sabes, ayudar a niños a escapar del colegio…

Estaba bromeando, pero Laurel se quedó helada. Se obligó a relajarse diciéndose que no era más que una broma.

—Estoy divorciada —dijo cortante—. Lo siento, tengo que irme. Tengo una clase. Y sobre Tommy… —no quería dejar las cosas así cuando había mucho más que decir, muchas más cosas que saber.

Cort sacó unas gafas de sol de un bolsillo y se las puso.

—Esperaré a otro momento para hablar con él, pero seguramente necesitaré tu ayuda para convencerlo de que no soy uno de los colegas de su tío. A lo mejor podemos hablar más tarde cuando tengas más tiempo.

—A lo mejor —dijo dubitativa.

—Estaremos en contacto, entonces —inclinó ligeramente la cabeza y se marchó.

Laurel esperó y un minuto después lo vio en el aparcamiento. Algo la mantuvo allí quieta, mirándolo mientras caminaba hasta una moto negra y plateada. Se movía con la confianza de un hombre conforme con su tamaño y su fuerza. Se detuvo un momento al lado de la moto y miró en su dirección como si supiera que ella lo estaba mirando, después sacudió la cabeza y se puso los guantes y el casco antes de subirse en la moto, encender el motor y alejarse del centro.

Cuando dejó de verlo, se movió. Fue hacia el gimnasio sin estar segura sobre qué pensar de Cort Morente. Lo único de lo que estaba segura era de que nada en él era sencillo ni fácil.

Después de sólo unos minutos con él, sentía que podía ser una amenaza para la frágil paz que había luchado tanto para conseguir. La paz que defendía con tanta fuerza.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

COMER y después dormir era todo lo que Laurel quería. Su inexperto equipo acababa de darle un entrenamiento que la había dejado sin aliento. Como solía hacer los lunes, miércoles y viernes después del maratoniano entrenamiento con las chicas del colegio, que tenían más energía de la que recordaba ella haber tenido nunca, estaba demasiado cansada para cocinar, así que se paró en un restaurante que había de camino a casa.

Todavía ligeramente sudada por correr por la pista tras las chicas, Laurel aparcó el coche frente al restaurante. Se puso la chaqueta y se recogió el pelo en una coleta. Sabía que parecería desaliñada con la sudadera gris, pero era como si no le importara lo más mínimo a ninguno de los habituales del restaurante. Nunca se fijaban en la extenuada maestra que comía sola.

Por supuesto, Nova Vargas se dio cuenta en el instante que Laurel empujó la pesada puerta del restaurante de adobe. Un edificio con azotea hecho con tierra del desierto por fuera y con decoración estilo años cincuenta en el interior. El tentador aroma a pollo frito, chiles y pastel de manzana hizo que se dirigiera rápidamente a la camarera a pesar de la mirada de reprobación que había en su rostro perfectamente maquillado. Delgada y atractiva, llevaba un delantal rosa unos centímetros más corto que el de las demás mujeres, Nova sabía cómo usar su cuerpo y su sonrisa para ganar con las propinas lo suficiente para hacer que su trabajo de salario mínimo valiera la pena.

—Te he dicho muchas veces que no tendrás nunca una vida si andas por ahí un viernes por la noche con el aspecto de haber salido de la lavandería —le dijo mientras agitaba una carta en dirección a Laurel.

Mientras alisaba la arrugada sudadera con las palmas de las manos en un vano intento de parecer más presentable, Laurel se encogió de hombros.

—No vas a echarme a patadas por no respetar el código de vestuario, ¿verdad? —en ese momento su estómago hizo un ruido escasamente femenino—. Ten piedad, me muero de hambre —rogó.

—Por supuesto que no. Siempre vas así y me gusta, no me importa, pero esta noche…

Antes de que Laurel pudiera entender el comentario, Nova se dio la vuelta y le hizo un gesto para que la siguiera. En lugar de llevarla a su sitio habitual, al lado de la ventana, siguió más allá de las mesas cubiertas con manteles de plástico rojo, donde se sentaba la mezcla habitual de familias y clientes mayores, y la llevó a una mesa del fondo del comedor. Excepto por el grito ocasional de un niño aburrido o la voz un poco más alta de alguien tratando de comunicarse con un anciano, la gente hablaba bajo. Laurel raras veces veía a veinteañeros como ella en ese restaurante. La gente joven era evidente que iba a sitios más modernos.

Nova se detuvo frente a la última mesa y dejó encima de ella la carta.

—Aquí está.

Confusa, Laurel dio un paso en dirección a Nova y vio unos conocidos ojos oscuros, pero lo demás no lo reconoció. La ropa de motero había sido sustituida por una camiseta blanca y unos vaqueros desteñidos. Aun así, el estómago se le hizo un nudo y en esa ocasión no fue por el hambre. De hecho, su apetito casi había desaparecido, reemplazado por el instinto de huida.

Cort la miró con una media sonrisa en los labios.

—¿Tomas algo conmigo? —preguntó con profunda voz que contrastaba con el brillo de sus ojos.

Era una pregunta bastante sencilla, pero a Laurel se le hizo de pronto complicada ya que implicaba conversar con un hombre que la ponía nerviosa y que podía preguntarle cosas de las que no quería hablar.

—No, gracias —dijo tratando de parecer desenfadada—. Esta noche no puedo.

—No me irás a decir que tienes una oferta mejor…

—Oh, venga Laurel, haz compañía al pobre chico, ¿no ves que está solo? —dijo Nova apoyando las brillantes uñas rojas en el hombro de Cort—. Claro que de eso sólo tú eres el culpable.

—¿No sería mejor que volvieras con tus queridos clientes? —dijo Cort quitándose de encima la mano de Nova—. El señor Padilla parece estar a punto de saltar sobre mí por quedarme contigo para mí solo.

—De acuerdo. Hacedme una señal cuando sepáis lo que queréis —con una sacudida de la coleta, Nova se dio la vuelta y caminó como un gato hacia la otra parte del restaurante.

Cort volvió a dedicar su atención a Laurel.

—Bueno, ¿qué tengo que hacer para que cambies de opinión? Te prometo que no estoy aquí para hurgar en tus más profundos secretos. Es sólo una cena de amigos.

—No somos amigos —dijo Laurel preguntándose a qué estaría jugando Cort—. Apenas nos conocemos.

—Esta noche me gustaría que eso cambiara —el escepticismo debió de notársele en la cara porque él alzó las manos en un gesto de rendición—. De acuerdo, tú ganas, lo confieso, quiero hablar contigo sobre Tommy. Éste parece un sitio tan bueno como otro cualquiera.

—Supongo… —estaba empezando a considerar quedarse cuando algo le vino a la cabeza—. Espera, ¿cómo sabías que estaría aquí?

—Si te sientas, te lo explicaré. Además no me puedo creer que no tengas hambre después de jugar al baloncesto con esas niñas. Sólo mirarlas ya cansa.

—¿Estabas allí?

—Un ratito. Otra de las ideas de Alex para mantenerme fuera de casa.

No entendió el comentario, pero notó cierta exasperación en su voz. Le recordó a la suya propia cuando alguien trataba de darle consejos sobre todo lo que iba mal en su vida.

Eso le hizo dudar y considerar aceptar su invitación, pero la razón se imponía al instinto en su cabeza y le decía que se marchara, aunque algo la atraía hacia él como un imán. No era la primera vez desde que había abandonado su pequeño pueblo y se había trasladado a un mundo que no conocía, que Laurel se sentía completamente fuera de su elemento. No tenía experiencia con hombres como Cort Morente que parecía una invitación viviente a meterse en la cama con él.

Algunas veces envidiaba a las mujeres como Nova, cómodas con su sensualidad y mostrándola sin miedo. Mujeres que sabían mantener la atención de un hombre. Ella nunca había sido así. Su ex marido, Scott, se lo había recordado brutalmente el día que había salido por la puerta: «Eres estupenda como amiga, Laurie, pero eres pésima como mujer», había dicho.

Dudó sobre cuáles serían las verdaderas intenciones de Cort. «Quiere informarse sobre Tommy», se dijo. Seguro que podía aceptar cenar con él si así ayudaba al niño, tampoco perdía nada, así que sonrió un poco forzada y se deslizó en el asiento.

—De acuerdo, qué demonios, se está haciendo tarde, tengo que comer algo y luego todavía tengo que corregir.

—Así me gusta. Te prometo que no morderé.

No parecía un depredador en ese momento, pero la alarma seguía sonando en la cabeza de Laurel. Cuando lo había visto antes le había parecido tentador, peligroso; en ese momento, con el pelo oscuro cayéndole hasta las cejas, las duras líneas de la mandíbula, relajadas y una ligera barba que le sombreaba las mejillas, parecía más sexy que ningún hombre que hubiera visto antes.

—¿Tienes hambre? —preguntó él.

—Me muero de hambre.

—Eso me imaginaba —dijo él recorriéndole el rostro y el pelo con la mirada—. Tienes el mismo aspecto que esas niñas a las que entrenas.

—No había planeado cenar acompañada. Siento estar hecha un asco.

—¿He dicho yo eso? —su voz fue un poco más grave—. Para nada. Estás algo colorada por el ejercicio, saludable. Guapa, en realidad —añadió levantando la mano para acariciarle las mejillas con los nudillos—. No hay nada como un poco de ejercicio para llenar de color el rostro de una mujer.

Laurel trató de ignorar que el rubor que le estaba subiendo por las mejillas no tenía nada que ver con el ejercicio. Se estaba empezando a sentir como una pelota de ping-pong que pasaba se una emoción extrema a otra. Tenía que buscar un punto de agarre antes de perderse por completo. El problema era que llevaba demasiado tiempo con la sensación de no controlar nada en su vida.

Seguía sintiendo en la mejilla el calor de su caricia. Tenía que cambiar de tema y hacerse con las riendas de la conversación.

—Bueno, he aceptado tu invitación y todavía no me has dicho por qué sabías que venía aquí.

—Era detective —dijo Cort encogiéndose de hombros—. No hace tanto que dejé el trabajo como para haber olvidado seguir a alguien, Laurel —su nombre dicho por él sonaba casi exótico—. Tampoco es que haya sido una proeza encontrarte. Por lo poco que sé de ti, pareces una persona de costumbres.

Ya lo sabía, pero nunca lo había reconocido ante nadie y desde luego él no iba a ser la primera persona a la que confesara su secreta frustración por sentirse una persona tan poco interesante.

—Haces que parezca increíblemente aburrida —murmuró pensando que así era exactamente, al menos para un hombre como él.

—En absoluto —dijo Cort acomodándose en su asiento—. Cuando no tienes ni idea de adonde ir, predecible suena muy bien.

—No me creo que seas una persona que se pierde fácilmente —respondió ella.