images

ÍNDICE

PRÓLOGO: LAS CONSTELACIONES

1. EL MOVIMIENTO DEL 68: ACTOS DE MEMORIA Y LUCHAS POR LA SIGNIFICACIÓN

2. JOSÉ REVUELTAS Y LA CONFIGURACIÓN FILOSÓFICA Y LITERARIA DEL 68

3. TIEMPO Y LIBERTAD

4. CONTINUAR EL 68 POR OTROS MEDIOS: LA IMAGEN COMO LUGAR DE INTERVENCIÓN POLÍTICA

5. DESCENTRAMIENTOS DE GÉNERO: INTERVENCIONES FILOSÓFICAS

6. EMANCIPAR LA MEMORIA. RECUERDOS DE LA CÁRCEL DE MUJERES Y LA PREPARATORIA POPULAR

CONCLUSIÓN

BIBLIOGRAFÍA

historia
inmediata

MÉXICO 1968

EXPERIMENTOS DE LA LIBERTAD
CONSTELACIONES DE LA DEMOCRACIA

por

SUSANA DRAPER

images

siglo xxi editores, méxico
CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310 MÉXICO, DF
www.sigloxxieditores.com.mx

siglo xxi editores, argentina
GUATEMALA 4824, C1425BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA
www.sigloxxieditores.com.ar

anthropos editorial
LEPANT 241-243, 08013 BARCELONA, ESPAÑA
www.anthropos-editorial.com

LA428.7

D73

2018 Draper, Susana

México 1968 : experimentos de la libertad Constelaciones de la democracia / por Susana Draper — México, Ciudad de México: Siglo XXI Editores, 2018.

1 recurso digital. – Historia inmediata

e-ISBN: 978-607-03-0921-2

1. Movimientos estudiantiles – Ciudad de México – 1968- 2. Movimientos estudiantiles – 1968- .3. México – Política y gobierno – 1968- 4. Estudiantes universitarios – México – Actividad política. I. t. II. ser

primera edición, 2018

DR© 2018 siglo xxi editores, s.a. de c.v.

e-isbn 978-607-03-0921-2

derechos reservados conforme a la ley

“Por otra parte hay interrupciones: momentos en que se detiene una de las máquinas que hacen funcionar el tiempo —puede ser la del trabajo, o la de la escuela—. Hay asimismo momentos donde las masas en la calle oponen su propia orden del día a la agenda de los aparatos gubernamentales. Estos “momentos” no son solamente instantes efímeros de interrupción de un flujo temporal que luego vuelve a normalizarse. Son también mutaciones efectivas del paisaje de lo visible, de lo decible y de lo pensable, transformaciones del mundo de los posibles.1

1 “Entrevista a Jacques Rancière: desarrollar la temporalidad de los momentos de igualdad ”, por Colectivo Situaciones, en La noche de los proletarios, Emilio Bernini y Enrique Biondini (trads.), Buenos Aires, Tinta Limón, 2010, p. 9.

¿Qué fue el 68 para ti?

“Para mí fue una fiesta, en principio… Ese despertar, un despertar que nos despertó y no nos despertó.”1

MARTÍN DOZAL

“El 68 para mí fue la apertura del pensamiento.”2

GUADALUPE FERRER

“El 68 revolucionó absolutamente mi vida.”3

ESMERALDA REYNOSO

“El 68 fue como un despertar, no sólo el mío, sino de la juventud de esa época aquí en México: el ver otros horizontes, otros rumbos, otros modos de pensar, de vivir, de conocer. Fue como un despertar a una realidad real, valga la redundancia, no a lo que te ponían en la televisión, en la familia…”4

GLADYS LÓPEZ HERNÁNDEZ

“Teníamos fuertes discrepancias acerca de cómo hacer la revolución. En el 68 por primera vez dejamos de pelear y todos nos unimos en lo mismo. Fue muy bonito.”5

MERCEDES PERELLÓ

1 Susana Draper y Vicente Rubio-Pueyo, Entrevista a Martín Dozal. 1968: Modelo para armar. Archivo de memorias desde los márgenes, <www.mexico68conversaciones.com>.

2 Guadalupe Ferrer, Entrevista. 1968: modelo para armar.

3 Esmeralda Reynoso, Entrevista. 1968: modelo para armar.

4 Gladys López Hernández, Entrevista. 1968: modelo para armar.

5 Heidrun Hozfeind, “Entrevista a Mercedes Perelló”, México 68. Entrevistas con activistas del movimiento estudiantil, Kodoji Press, <www.mexico68.net/files/mex68spanishrz.pdf>.

PRÓLOGO: LAS CONSTELACIONES

Las ideas son a las cosas lo que las constelaciones a las estrellas. Esto quiere decir, antes que nada, que las ideas no son ni las leyes ni los conceptos de las cosas.1

WALTER BENJAMIN

Una constelación es una imagen que forjamos en el juego de un reconocimiento singular: miramos un conjunto de puntos luminosos e identificamos una figura en el acto de enlazarlos. La relación temporal con el pasado, la distancia pero también el contacto que establecemos con él se parece a cuando miramos hacia las estrellas: vemos luces que nos hacen perder de vista el desfase temporal producido por la velocidad que nos separa de lo que ya fue. Y sin embargo, logramos ver o reconocer figuras en una simultaneidad curiosa: vemos algo allí donde ya no existe. Ni la imagen proyectada ni mucha de esa luz existe en tanto tal —la primera remite a nuestras figuraciones, la segunda muchas veces remite a algo que ha muerto pero que el desfase en la velocidad permite que veamos—. Al jugar con la noción de constelación para expresar el modo de presentación o representación (Darstellung) de una idea en el tiempo de su acontecer en el texto, Walter Benjamin trazó una forma sui generis de abordar la forma en que pasado y presente interactúan en los procesos de rememoración. Evitando el positivismo historicista en el que el pasado se observa como un hecho objetivo sin considerar la fuerza de invención que permea el proceso de su aproximación cognitiva, el pensador construye una suerte de “pedagogía materialista” del recuerdo.2 Ésta hace posible mirar de forma crítica y revolucionaria ese trabajo reflexivo e imaginativo que implica cada acto de rememoración en tanto que su fuerza radica en que el pasado nunca emerge desde el presente como algo dado y completo en sí (un hecho cerrado); más bien, parecería establecer un vínculo con aquello que permanece abierto en ese haber sido: su promesa y, por lo tanto, aquello que no llegó a ser en lo sido y lo mantiene susceptible a constantes reconfiguraciones. En este sentido, nos recuerda que “la historia no es sólo una ciencia, sino no menos una forma de rememoración”.3 En este sentido, el juego que se produce entre tiempos diferentes tiene que ver con el hecho de cómo cada presente plantea sus modos de comprender ese pasado como si algo de ese pasado nos llamara o irrumpiera horadando el aquí y ahora de un presente. El carácter constructivo de una constelación permite hacer hincapié en el tipo de cognición que emerge cuando abordamos un momento del pasado intentando enlazar diferentes instancias a través de una configuración que proyectamos desde ellas.

A veces, parecería que el 68 fuera una figura saturada de proyecciones y evaluaciones: punto de origen, parteaguas de la historia, instancia democratizadora, fracaso histórico… A veces, parecería que el 68 se volviera una nebulosa cargada de deseos incumplidos o de recuerdos gloriosos. Y al mismo tiempo, parece como si cuanto más miráramos y leyéramos, más se desdibujaran sus contornos, sus fechas, su coherencia. Al escribir Amuleto, ese gran gesto poético sobre el 68, Roberto Bolaño juega con tal desbarajuste. Su protagonista, Auxilio Lacouture, inspirada en la persona de Alcira Soust, poeta uruguaya que vivía en México sin papeles, se obsesiona por el modo en que al intentar recordar las fechas, éstas se entrelazan en un proceso curioso de devenir: “El año 68 se convirtió en el año 64 y en el año 60 y en el año 56. Y también se convirtió en el año 70 y en el año 73 y en el año 75 y 76.”4 Encerrada en el baño de mujeres de la Facultad de Filosofía y Letras durante la ocupación militar de la UNAM, Alcira-Auxilio siente “como si el tiempo se fracturara”5 y el 68 se convirtiera en un “mirador” de la historia.6 Parecería que una de las claves de Amuleto, publicada a treinta años del movimiento, radicara en el énfasis de lo inconmensurable y desmedido que implica todo acto de imaginación hacia el pasado. Esto implica un gesto crítico interesante dado que no se postula la idea de pensar el pasado, en masa, como un gran fracaso o derrota que pone al presente como medida para proyectar otro futuro. Por el contrario, el texto desestabiliza toda noción de linealidad progresiva en el tiempo, haciéndonos pensar en la singularidad que atañe a los modos de hacer perceptible la historia, el salto que implica el pasaje que va de la experiencia a su narrativización.

Esto me parece importante porque circunda en torno al 68 mexicano (o a “los 68” en todas partes) cierta mirada moralizadora de “balances” (¿fracasó, triunfó, dio frutos?) que deja a un lado el carácter singular del evento como movilizador de todo un contexto político más que como proceso del cual se han de desprender resultados concretos. Como explicaré de modo más detallado en la introducción, este libro intenta suspender o desplazar dos de los encuadres que considero que han dado forma a la construcción de la mirada más dominante del 68 en México: una remite a la predominancia de voces, recuerdos, testimonios y disputas de algunos (muy pocos) líderes masculinos, que eran estudiantes universitarios y figuras cruciales en el Consejo Nacional de Huelga; otra remite a la primacía que tiene la masacre de Tlatelolco a la hora de hablar y pensar el 68, casi convirtiéndose en una figura metonímica en la que muchas veces “el movimiento del 68” parecería adquirir el nombre de “la masacre de Tlatelolco.”

Al pensar este libro, la noción de constelación vino de inmediato a mi mente para darle un nombre a lo que aquí emerge como 68: seguir el trazo que va vinculando diferentes puntos centelleantes en una multiplicidad de conceptos, imágenes, cuerpos y memorias que emergen como modos diferentes de continuarlo en el pensamiento, en la imagen o en un presente distante. En ningún momento pensé en este proyecto como una forma de “dar cuenta” del momento en el sentido que lo hace un historiador o un sociólogo que muchas veces reconstruyen los eventos desde cierta demanda de veracidad propia de su disciplina. Incorporando sus lecturas, pero intentando ir hacia otro lugar, mi deseo era suspender cierto criterio de veracidad positivista que se expresa cuando se propone “dar cuenta” de lo correcto o incorrecto de un momento. Me interesaba forjar cierta aproximación transversal al momento, esto es, atender a la posibilidad de construir un 68 desde la constelación que permite armar una serie de materiales que remiten a unidades disciplinares diferentes, con el propósito de indagar el modo en que el 68 se expresa, continúa o piensa en varios planos: filosófico, ensayístico, testimonial, visual. Así, más que un análisis de un archivo que crea al 68 como “objeto”, me interesaba indagar no solamente cómo es configurado el efecto 68 sino también cómo afecta determinadas prácticas de escritura, de visualización, de subjetivación. Esto es, cómo se repite el 68 como “gesto” que no sólo desestabiliza la política y los cuerpos, sino también que instituye formas diferentes de lenguaje crítico, pensamiento, cinematografía, pedagogía… Se trata de traer a la estructura del libro algo que en el 68 fue una clave para la reflexión sobre la autogestión y la democratización del saber: la interdisciplinariedad, el diálogo entre diferentes lenguas y prácticas como modo de hacer frente a una universidad que reiteraba el mandato tecnocrático de la hiperespecialización que parcela el saber al punto en que éste pierde de vista su conexión con los problemas sociales. Como veremos en el análisis de José Revueltas, la propuesta de otro tipo de comunicación y pedagogía que emerge en los debates sobre autogestión, remite a la posibilidad de comprender procesos que atraviesan diferentes disciplinas, evitando la unilateralidad de un saber dividido en partes que no dialogan entre sí.

Cada capítulo remite a diferentes disciplinas y temporalidades en las que se reconfigura cierta reflexión sobre el 68 pero también en donde el 68 afecta a una práctica determinada: será el universo de reconfiguración de la libertad e historicidad a partir de las ideas, palabras y tiempos en la obra de Revueltas, cuando el movimiento le plantea otro modo de entender las formas de liberación en lo cotidiano, despojadas de la teleología finalista de la revolución como toma del Estado. Será en los años setenta, la forma en que el 68 es continuado en el terreno visual, cinematográfico, desarmando las unidades clásicas que definen la “obra” y el “productor” para postular formas de colaboración y producción cooperativa, que en los ejemplos que analizo postulan puentes entre diferentes grupos (como las huelgas obreras en la Cooperativa de Cine Marginal) y realidades históricas en otros países (como la colaboración establecida entre intelectuales y artistas mexicanos y franceses para producir Historia de un documento). Estos experimentos dislocan el lugar social la imagen y operan como mecanismos que responden a cierta desmovilización posterior al 68, continuando el evento más allá de su temporalidad y conectándolo con una historia mayor de realidades sociales. Surgirá en los años ochenta la reflexión sobre otro tipo de memoria y subjetivación sobre el evento, que emerge desde lugares marginales, en la textualidad que producen algunas mujeres. Si en la memoria del 68 ha dominado un esquema masculino de liderazgo, ¿qué tipo de operaciones epistemológicas e imaginativas emergen si se abre la memoria a otros sitios menos heroicos que profundizan en un tema que había sido crucial: el encuentro entre diferentes? Así, con la obra de Fernanda Navarro, ingreso en la estela que deja el feminismo de segunda ola en la década que sigue al movimiento, para abordar su intervención filosófica en torno a un materialismo del encuentro. En los años noventa, la figura del encuentro emerge en una memoria del 68 que escribe Roberta “Tita” Avendaño, que se centra, casi en su totalidad, en la experiencia en la cárcel de mujeres, tematizando el conflicto entre clases sociales que la situación genera. Esto había permanecido totalmente fuera de las voces más dominantes y apunta a una forma contextualizada de abordar el diálogo y la desigualdad en un ámbito que salía de y excedía a las formas de otredad que eran más próximas al estudiantado en el pico de sus movilizaciones (trabajadores, obreros, campesinos). En el presente, otra memoria de una mujer trae una reflexión que atraviesa también la cárcel pero que es vista desde otro ángulo y otro lugar social: se trata de Ovarimonio, ¿yo guerrillera? de Gladys López Hernández, un texto que se teje alrededor de una serie de recordatorios de esos experimentos del 68 que fueron cruciales para la vida de tantos jóvenes de clases populares y que han quedado marginalizados en la dominante de una memoria más universitaria. Se trata de la experiencia de la preparatoria popular de la calle Liverpool 66, embrión de una experiencia de autogestión que traía a la práctica aquello que Revueltas teorizaba como un componente crucial del momento.

A través de este recorrido marcado por una línea temporal que decidí respetar al moverme a través de diferentes décadas, escogí obras y figuras que nos sacan del ambiente “familiar” de memorias. Como es notorio, la constelación de memorias que propongo trazar aquí no siguen la figura dominante del estudiante universitario que fue líder; fuera de la figura de “Tita” Avendaño, una de las pocas mujeres que se recuerdan con liderazgo, el resto son figuras que traen miradas que iluminan modos de pensar o continuar el 68 desde otros ángulos, forzándonos a cavilar en cómo un evento sobrevive a su tiempo en modos dispares y múltiples. Así, este trabajo propone una configuración que, atendiendo a la historia y la conceptualización más dominante sobre el momento, traiga también otros puntos que centellean en los márgenes, apuntando a una posible constelación diferente de lectura. Autogestión en la palabra y la imagen, encuentro entre quienes no se encontraban, demanda de igualdad son temas que abren un territorio de preguntas y reflexiones que se hicieron posibles a partir del 68. Se trata de procesos textuales, reflexivos y visuales que construyen una faz del evento o participan en él desde ciertos actos de interpretación que lo recuerdan desde puntos frágiles (como la desigualdad de clase y de género) o puntos fuertes (el gran encuentro entre distintos, la sensación de liberación y de realidad en una participación equitativa en lo político). Así el 68 emerge de una forma múltiple: se trata del año específico en el que se constituye el movimiento estudiantil y popular, que en el correr de unos pocos meses, revoluciona la vida social, política y subjetiva de muchas personas. Se trata también de una constelación que va más allá de esos meses de acción y continúa de diferentes formas a lo largo del tiempo posterior, lo que podríamos denominar más bien como “momento 68 ” tomando inspiración en el estudio que realiza Zancarini-Fournel. Su libro, Le moment 68. Une histoire constestée, propone desplazar la mirada con respecto a la fijación temporal que se hizo en Francia de los meses de mayo-junio para poder atender a una figura mayor, un “momento” que se ha ido interpretando y convirtiendo en un espacio de luchas por la significación política e histórica así como también un “campo de experiencia” en el que el pasado es constantemente movilizado por un presente y el horizonte de un futuro.7

A pesar de las décadas que han pasado, parecería que el carácter abierto del 68 lo dejara como una figura central para abordar la poética de una liberación que no se limita a las demandas específicas y puntuales de un grupo, un sindicato o un partido. En cierta forma, algo que me interesa destacar como carácter distintivo del 68 es su afán de conectividad social, esto es, el modo en el cual la demanda de un cambio de sistema logró agrupar los deseos y afectos entre personas y grupos diversos, que poco se habían encontrado en un hacer común hasta ese momento. Jugando con una expresión de Vinicius de Moraes, podríamos decir que el 68 podría definirse como el arte del encuentro y que en esta figura radica una gran potencialidad para iluminar otros procesos sociales. Al hablar del carácter conectivo del tejido social, remito a su capacidad de plantear desde los centros educativos una lucha que fuera más allá de su situación particular universitaria, consolidando un movimiento nacional que contaba con el apoyo y participación de muchos grupos unidos por una demanda de democracia, igualdad y libertad. Ésta implicaba una reconfiguración de lo político y del derecho a la política. Por esto, la figura del encuentro tiene en este libro un papel esencial dado que remite al carácter conectivo que tuvo el 68 a diferencia de los movimientos que se han ido dando a lo largo del tiempo. En cierto modo, una frase de Mercedes Perelló resume un poco el tono del momento cuando dice “en el 68 por primera vez dejamos de pelear y todos nos unimos en lo mismo”, haciendo referencia a la forma en que el movimiento agrupó a personas que tenían posiciones políticas diversas así como a quienes no tenían experiencia alguna en la participación política.8

Uno de los puntos más novedosos del momento-68, en el que me interesa ahondar aquí, es la desestabilización que provoca en los horizontes que organizaban el campo de decibilidad e imaginación sobre la libertad y la liberación desde el liberalismo y el marxismo dogmático. Digo desestabilización porque no se trata de una suerte de “rechazo” absoluto sino más bien formas de tensión, deconstrucción y mezclas impuras de elementos que componen las lenguas para expresar y vivir la libertad.9 Es quizá la posibilidad de pensar juntos, en un mismo espacio, las figuras de composición compleja que marcan el pasaje entre la lengua política más tradicional (como lo era ya el marxismo en los años sesenta) y los balbuceos que expresan otras formas alternativas de libertad colectiva a partir del papel que empieza a tener lo cotidiano, lo marginalizado, lo singular de los deseos que se desvían de la norma, renovando de un modo revolucionario la comprensión de lo libre y sus procesos de emancipación. En este sentido, el momento 68 modificó de un modo radical todo un “clima” filosófico, artístico y político.10

*

A título de nota personal, vale decir que un libro se gesta en muchos tiempos, al ritmo de un sinfín de conversaciones, lecturas y experiencias. La idea de descentrar al 68 a partir de otras figuras y voces, así como también, respecto a cierta mirada que lo puntuaba desde la masacre del 2 de octubre, emergió en conversación con Vania Markarian, cuando me contaba la gesta de su libro sobre los estilos nuevos de militancia que la contracultura hizo posible en los años sesenta en Uruguay y que usualmente no se analizan dada la primacía de un análisis del horizonte represivo que dejó la dictadura militar en todo un imaginario histórico.

“Y si no hubiera habido una dictadura, ¿qué habría pasado?, ¿cómo nos contaríamos esta historia?” Éstas preguntas me quedaron flotando en la cabeza como instancia capaz de abrir la memoria de estos momentos altamente creativos desde otros estilos y cuestionamientos. En parte, conecté esta posibilidad con el grafiti tan caro del 68: “Seamos realistas, pidamos lo imposible.” Con esta suerte de mandato aporético se expresa uno de los sentidos más profundos de un acto verdaderamente político: si pedimos lo posible, sólo estamos reclamando lo que ya es definido por una política dada. Un acto políticamente revolucionario pide lo imposible para ese orden que se cuestiona, aquello que la política de su presente, la política actual (en acto) niega. En cierta forma, las demandas de veracidad y constitución de archivos a partir de los hechos nos hacen menospreciar el carácter esencial que la exigencia de lo imposible adquiere en los momentos históricos más relevantes.

En la zona de encuentros azarosos, la escritura del libro se vio interrumpida por la emergencia de Occupy Wall Street, en 2011, momento en el que el 68 se hizo presente de muchas formas en el imaginario y la poética capaz de nombrar lo innovador de estos movimientos. La participación en el movimiento me produjo una forma de suspensión de la escritura ya que además de la falta de tiempo que proliferó en los primeros meses de un momento intenso de proyectos y asambleas, comencé a sentir una distancia fuerte con respecto a lo que escribía. La proximidad entre muchos temas que nos planteábamos se vinculaba a la idea de una democracia del saber y el conocimiento, al encuentro entre diferentes y la potencia del diálogo —toda una serie de puntos que eran cruciales en mi proyecto sobre el 68—. De pronto, me sentí llena de interrogantes y la idea de escribir a modo individual este libro se volvió algo distante.

Comencé entonces, junto con Vicente Rubio, un proyecto que seguía la investigación sobre el 68 mexicano de otro modo: armar un archivo de voces y memorias del 68 que no fueran las mismas de siempre, abrir el espacio de la palabra hacia otras zonas, llevar la forma de la asamblea a la práctica de memoria. Eso fue dando forma a un archivo virtual que llamamos 1968: modelo para armar. Archivo de memorias desde los márgenes. La escucha abría para mí nuevas ideas y planteos, dejando semillas para el proceso de continuar la escritura del libro. En parte, éste no podía seguir sin ese otro lado del proceso, la conversación y el acto de hurgar en las palabras de quienes tenían aportes fundamentales pero no habían escrito su “libro del 68” como lo habían hecho otras personas. La labor de recoger voces coincidió con la inesperada emergencia de #YoSoy132, algo que de modo increíble trajo el 68 como referente inspirador desde una petición similar de apertura del lenguaje de la información, de cambio de guion y denuncia al monopolio político de PRI y PAN.

Volver a un proceso más sistemático de escritura de este libro en el año 2013, al compás de un seminario graduado sobre el momento en Princeton, fue una forma de exigirme pensar varios tiempos y problemas a la vez, pero ahora con el grato sentimiento de paciencia que dota la distancia temporal. Esto me permitió ver de modo más nítido la relevancia que tienen esos instantes históricos que, como el 68, son capaces de agrupar a muchas gentes, grupos, sectores, así como también la necesidad de insistir en la forma de elaborar sus memorias desde la polifonía y el afán de conectividad. Vivimos en una época en la cual los aparatos necrológicos del Estado, del narco, de las máquinas de guerra, insisten en seguir puntuando los circuitos de demanda de justicia, democracia e igualdad con policía, desaparición y masacre. Sin embargo, a veces parece que pasamos de una demanda a la siguiente, de una necrológica a la otra, perdiendo de vista la necesidad que las luchas tienen de construir un lenguaje común, una historicidad que permita salir del presentismo inusitado con el que el neoliberalismo viene puntuando la vida. En este sentido, la relevancia de traer al presente la memoria de esos momentos tan profundamente grandes en su demanda de otro modo de política, de otra forma de participación desde lo cotidiano y desde el tejido social, del diálogo y la cooperación, sigue siendo vigente. Intentar traspasar el horizonte de las identidades fijas con las que cierta política mantiene un orden controlable, implica en reflexionar sobre el encuentro entre dispares como figura esencial de lo político, donde la igualdad no sea el reclamo de un pequeño grupo sino una demanda de reconfiguración del escenario mismo que hace posible lo político. Dentro de este escenario habitan las palabras y las imágenes como elementos con los que nos narramos la posibilidad de cambio, la historicidad del presente en constante diálogo con el pasado, las relaciones de aprendizaje que vamos estableciendo, casi sin pensar, entre pasados y presentes, tiempos y lugares que de pronto se conectan y generan constelaciones críticas.

1 Walter Benjamin, El origen del drama barroco alemán, Madrid, Taurus, 1990, p. 16.

2 La expresión viene de Susan Buck-Morss, The Dialectics of Seeing. Walter Benjamin and the Arcades Project, Cambridge, Londres, The MIT Press, 1989, p. 290.

3 Benjamin, op. cit., p. 473.

4 Roberto Bolaño, Amuleto, Barcelona, Anagrama, 1999, p. 35.

5 Bolaño, op. cit., p. 33.

6 Bolaño, op. cit., p. 52.

7 Michelle Zancarini-Fournel, Le moment 68. Une histoire contesté, París, Seuil, 2008.

8 Heidrun Hozfeind, “Entrevista a Mercedes Perelló”, México 68. Entrevistas con activistas del movimiento estudiantil, Kodoji Press, <www.mexico68.net/files/mex68spanishrz.pdf>.

9 En el campo filosófico, esto genera posiciones interesantes dentro de la tradición del marxismo heterodoxo y refina modalidades de entender la práctica de la liberación. Figuras y trayectorias filosóficas como las de Grace Lee Boggs, Angela Davis, Fernanda Navarro, Henri Lefebvre y José Revueltas, son marcadas por este momento y nos remiten a gestos críticos y movimientos revolucionarios dentro del campo mismo de la conceptualización de lo libre, algo que les hace pensar de modo crítico y creativo los instantes de captura del pensamiento dialéctico sin renunciar de lleno, al menos en ese momento, a la lengua del marxismo.

10 Uso la noción de clima que propone Amador Fernández Savater para explicar los movimientos que emergen en el 2011 en su desplazamiento de las formas de nombrar políticas tradicionales. Un clima implica un ambiente que se va modificando y en el que coexisten una multiplicidad de proyectos, expectativas, deseos, que se engarzan bajo la sombrilla o estela de un nombre (15-M, Occupy Wall Street, etc.) en lugar de seguir la lógica de un “partido” o una petición específica (proyecto con principio y fin). “¿Cómo se organiza un clima?”, <https://blogs.publico.es/fueradelugar/1438/%C2%BFcomo-se-organiza-un-clima>.

1. EL MOVIMIENTO DEL 68: ACTOS DE MEMORIA Y LUCHAS POR LA SIGNIFICACIÓN

EL 68 Y LO SINGULAR-PLURAL

Hablamos del 68 y de los diferentes 68 en el mundo como si la fecha misma se hubiera convertido en un lugar donde acontece la memoria de una singularidad plural: a diferencia de otros momentos cruciales en la historia mundial, como la revolución rusa, la comuna de París o la revolución cubana, el 68 es una fecha con la que marcamos un evento que remite a una variedad de localidades geográficas. Como menciona Daniel Bensaid, en el 68 las dimensiones de lo local e internacional se vuelven inseparables.1 La fecha se convierte en el nombre de un evento plural, difícil de caracterizar en un solo sentido ya que se trata de una serie de movilizaciones sociales, políticas y culturales. Esto hace que se hable del 68 como la primera revuelta verdaderamente global que produce cambios profundos en diferentes dimensiones de la vida (cultural, política, sexual, social).2 Parte de su singularidad es su componente plural o polifónico en tanto que remite a un momento en el que se genera un sentir compartido entre personas que hasta entonces poco compartían.

Si bien se trata de un momento que emerge de modo internacional, visto como nacimiento de una conciencia global, es importante notar que cada 68 abre una doble temporalidad: de una nueva forma de habitar el presente, sobre todo desde un impulso irreverente hacia las autoridades fijas que marcan el horizonte cultural y político de la época así como un descubrimiento de otra historia, esto es, la emergencia de una serie de realidades que las narrativas nacionales dominantes acallaban.3 Lo último remite a la idea que recorre muchos relatos del 68 como el despertar a un México hasta entonces desconocido, una realidad hasta entonces acallada o marginalizada. Esto hace que el estudio de cada 68 se mueva en dos horizontes simultáneamente: nacional e internacional, cada uno de los cuales trae una reconfiguración a partir de tropos similares, como el deseo de democratización de las estructuras de lo político, la participación de personas que o bien no habían participado en política o que pertenecían a líneas o partidos diferentes, la resignificación del horizonte de la libertad fuera de la dicotomía que hasta entonces organizaba la narrativa emancipatoria o el imaginario liberal o el marxismo dogmático.

Sumido muchas veces en el reino de lo incatalogable, por demandar un liberación y democratización que no correspondía a una forma tradicional de política representativa (un partido o una demanda específica), el 68 se ha ido convirtiendo en esa suerte de ensayo abierto de la historia, jugando con la idea propuesta por Bensaid y Weber en 1968: un ensayo general, cuyo estreno falta y queda como promesa de futuras actualizaciones. La idea es retomada en el clásico estudio de Giovanni Arrighi, Terence Hopkins e Immanuel Wallerstein sobre los movimientos antisistémicos,4 sugiriendo también la forma en que el 68 emerge a lo largo de la historia como cita, inspiración o referente cada vez que irrumpen nuevos movimientos sociales caracterizados por la brevedad de su tiempo y la amplitud de su demanda (la transformación de la política). En la intensidad de 2011 y 2012, con las irrupciones movimentistas que atravesaron diferentes problemáticas configurando un grito común en Egipto, España, Grecia, Estados Unidos, México y Brasil, el 68 se planteó como referente histórico que emergía en los intentos de explicar aquello que no era pasible de recibir una identificación inmediata. El carácter singular de movimientos como el 15M, Occupy Wall Street o #YoSoy132 tenía como centro una demanda de democratización que recordaba al 68 en una suerte de sintonía. Frente a cierta frustración intelectual que aparecía a la hora de no poder identificar cada uno de estos movimientos con una línea ideológica o demanda específica, el 68 emergía como referente explicativo de otro deseo político.5

Si bien son muchos los estudios que abordan el 68 en su doble componente local-internacional dentro del ámbito de lo que serían los estudios sobre la globalización, son pocos los análisis que abordan la serie de intercambios y formas de colaboración que existieron entre movimientos de diferentes países. Esto abre un paraguas amplio de preguntas y de formas de comunicación que marcan puntos de encuentro y desencuentro. A nivel de la prosa general de una época, las diversas lecturas, viajes y problemáticas filosóficas marcan un lenguaje compartido. La lucha contra el marxismo ortodoxo o dogmático es una clave de esto, así como lo es la búsqueda de un lenguaje para una libertad que no siguiera la teleología dominante de la revolución, lo que abre todo un campo de búsqueda emancipatoria desde lo cotidiano y la gestión colectiva. En el caso del 68 mexicano, las conexiones con el 68 francés se pueden notar en muchas formas de intercambios y apoyos, desde las cartas de solidaridad que se generan tras el mayo francés, los intercambios sostenidos entre intelectuales (con la constante presencia de Sartre) o formas muy específicas de colaboración, como la que existió en la producción del documental que analizaré en el tercer capítulo, Historia de un documento, editado en Francia y proyectado en París antes que en México.

Al acercarnos al cincuenta aniversario, emergen nuevas preguntas y desafíos: ¿queda algo por decir? ¿Qué tipo de preguntas pueden intervenir para desestabilizar el imaginario dominante de un momento crucial de la historia? A pesar de que la mayoría de los aniversarios funcionan como oportunidades para monumentalizar, también pueden convertirse en espacios para lanzar nuevas preguntas y miradas. Como expresa Katherine Hite, las conmemoraciones no solamente funcionan como ejercicios de reconocimiento (muchas veces oficial y estatal) sino que también son instancias que pueden alumbrar componentes de un pasado capaces de movilizar al presente.6 La aparición de nuevas miradas a los 68, como la que escribe Vania Markarian en relación con el 68 uruguayo o Kristin Ross en torno al 68 francés, indican señales de un deseo de construir memorias alternativas, desanudando cierta oficialización del recuerdo que lo despotencia de su fuerza política singular.7 Al decir esto, remito a la capacidad disruptiva del 68 como instancia sui generis de cuestionar, en modos propositivos, formas esclerosadas de institucionalidad política que eran contestadas a partir de una dislocación de los papeles y lugares sociales, incluida la forma aceptada de “intervenir” en política. Markarian destaca la pregunta por la articulación entre contracultura y formas singulares de militancia que generalmente han quedado desplazadas en la memoria del 68 uruguayo a partir de narrativas que historizan ese instante dentro de una suerte de teleología que culmina en la dictadura militar. Abrir el pasado a la singularidad de su carácter de evento implica atender también a las formas aún desdibujadas y cotidianas de organización que quedan acalladas por el peso de una historia arrolladora. En cierta forma, el texto de Ross aborda la misma problemática desde otro sitio, atendiendo a la domesticación del 68 francés que la memoria dominante llevó a cabo, haciéndonos perder de vista la singularidad y fuerza de un momento de desbarajuste radical de los sitios sociales fijos. Al quedar encuadrado en la escena familiar de una generación, la categoría de una juventud (pasajera en su rebeldía), el mes de mayo y un barrio de la ciudad de París (le quartier latin), todo un proceso político nacional que atravesó sectores y clases, que queda acotado a una pequeña parcela del ámbito universitario y a la primacía de una voz: la autoridad masculina y sus formas de liderazgo. Muchas voces comienzan a emerger en el campo discursivo que reescribe el 68 mexicano, atendiendo a problemas similares, como veremos más abajo.

Lo importante de abrir el campo de decibilidad sobre un episodio tan importante en la historia de muchos países, es que el carácter polifónico del momento es desplazado por cierta forma de autoridad y propiedad que en el presente comienza a ser cuestionado con la posibilidad de abrir el pasado a otros modos de narrarse. Un texto como el de Gladys López, que analizaré en el último capítulo, nos exige plantearnos cómo la memoria del 68 no solamente ha reiterado un patrón de masculinidad sino que también ha reproducido un esquema de clase social en el tipo de recuerdo que mantiene. Usualmente, la figura del Consejo Nacional de Huelga funciona como instancia de autorización de memoria, dejando a un lado todas las estructuras que lo hacían posible en su mecanismo organizador: las asambleas, los comités de lucha de cada escuela, las brigadas que conectaban al movimiento con el tejido social así como también algunos experimentos cruciales de democratización del saber, como lo fueron la preparatoria popular o la experiencia de un saber cooperativo entre estudiantes y la población de Topilejo. Mirado desde esta perspectiva, es sorprendente que de un momento profundamente democratizador predominen formas tan jerarquizadas de recuerdo, dejando abierta una posibilidad para que quizá a medio siglo del evento, podamos comenzar a hurgar en otras aristas, intentando forjar formas más horizontales e impropias de recuerdo. Éstas cobran una dimensión ética si observamos cómo una democratización del recuerdo implica una forma de reiterar el gesto poético de aquel momento de otro modo. En este sentido, la memoria de la vida y sobrevida de los 68 en diferentes partes se convierte en un campo de lucha por diferentes formas de significar el pasado desde un presente que acaso exige otras imágenes más democráticas de un instante democratizador. Abrir el espacio de la memoria se convierte en una forma de intervenir e incidir en el presente de ese pasado abierto y singular.

LAS LUCHAS DE SIGNIFICACIÓN: MEMORIAS Y REGISTROS DEL 68

Como decía anteriormente, el 68 emerge de muchas formas en este libro: se trata del año específico en el que se constituyó el movimiento estudiantil y popular del 68 así como también de una serie de reflexiones y reconstrucciones que intentaron pensarlo o continuarlo a lo largo del tiempo posterior. También remite a un espacio de luchas por la significación del evento que ayudan para iluminar diferentes aspectos que permanecían marginalizados o para provocar la reflexión sobre su relevancia a través de procesos textuales o reflexivos que no necesariamente remiten a un recuento de sus actividades. En esas luchas por la significación se van tejiendo diferentes modos de sobrevida del evento, algo que siguiendo el trabajo revolucionario que realiza Ross sobre el 68 francés, implica toda una insistencia en afirmar una memoria de lo político disruptivo haciendo frente a las formas fosilizadas, oficiales e instrumentalistas con las que el evento ha sido domesticado por la historia nacional a partir de un tipo de legibilidad: la revuelta “juvenil” de una generación, la reducción al mes de mayo y a una zona de la ciudad de París (el barrio latino). Ross argumenta que la gestión dominante de la memoria del 68 francés ha borrado un componente esencial del momento: la fuga respecto a las fuertes determinaciones sociales que marcan los lugares y los papeles dentro de un orden determinado.8 De modo paradójico, la memoria que prevalece sigue un criterio de normalización en el que la historia del 68 termina siendo inscrita en un marco familiar donde los jóvenes de una generación manifestaron su rebeldía hacia la autoridad y acompañaron de ese modo un proceso de modernización del país que pasaba de un estado burgués autoritario a una burguesía liberal financiera.9 Con este encuadre, la historia oficial del 68 elimina toda una cantidad de componentes que fueron cruciales para entender la centralidad y amplitud del fenómeno, por ejemplo, el papel que jugó la lucha argelina, la migración, la participación de la clase trabajadora.

Con el paso de las décadas, los encuadres dominantes que han minado las narrativas de los múltiples 68 dentro de un marco generacional, modernizador y transicional, han comenzado a modificarse en algunos sentidos. En su clásico Los trabajos de la memoria, Elizabeth Jelin nos advierte sobre la dinámica metamorfoseante que caracteriza los procesos sociales de memoria: “Nuevos procesos históricos, nuevas coyunturas y escenarios sociales y políticos, además, no pueden dejar de producir modificaciones en los marcos interpretativos para la comprensión de la experiencia pasada y para construir expectativas futuras. Multiplicidad de tiempos, multiplicidad de sentidos, y la constante transformación y cambio en actores y procesos históricos, son algunas de las dimensiones de la complejidad.”10 Esta dinámica se puede notar en el caso mexicano, donde la narrativa de memoria sobre el 68 ha ido cambiando a través de las décadas. El detallado estudio de Eugenia Allier Montaño lo describe como un pasaje de la primacía en la figura de los “caídos” a la de los “luchadores sociales.”11 La construcción misma del Memorial del 68 inaugurado en el año 2007 en el complejo Tlatelolco donde aconteció la masacre del 2 de octubre es quizá una síntesis del proceso: erigiéndose en el sitio mismo del horror, se intercalan en su memoria una serie de narraciones que ajustan el recorrido de eventos que van desde julio a diciembre de 1968 a través de las voces de algunos de sus militantes. Si bien un libro como La noche de Tlatelolco condensaba de un modo más polifónico esta doble función, el memorial plantea ya una materialización espacial que habla de la nueva época dominada por lo que Allier Montaño llama el “elogio del 68” como una lectura del 68 “como movimiento que impulsaba la democratización del país”. Esta lectura se convierte en una forma paradójica de memoria instrumentalizada, “conveniente para los fines de diversos actores sociales y políticos. Para el PRI como forma de separación de los gobiernos priistas anteriores. Para el PAN (especialmente en el gobierno de Vicente Fox) y los diferentes partidos de izquierda, como exigencia de la efectiva democratización de México”.12

Para introducir otro ángulo de visión, algo interesante de mencionar aquí es una reflexión que planteó en una entrevista la actual coordinadora del Memorial del 68, Esmeralda Reynoso. Al comentar la necesidad de repensar el espacio en un sentido más dinámico y dialógico con el presente, mencionaba que cuando jóvenes de diferentes escuelas visitan el centro, salen generalmente con una doble impresión: el dolor de la masacre y la admiración a aquellos jóvenes tan valientes del pasado. El pasado parece algo distante y la primacía del tono épico que sostiene la narrativa expresada en los videos que se reproducen, con los recuerdos en su mayoría de líderes hombres miembros del CNH, genera la distancia de admiración y respeto. El pasado parece gigante al lado de un presente de enanos.13 Diversos análisis de la estructura narrativa del memorial enfatizan los problemas que emergen de una memoria que quedó encuadrada en una serie limitada de voces que parecerían generar tan sólo un lado de ese momento tan polifónico de protesta y movilización.14

En este sentido, se vuelve necesario cuestionarnos ciertas formas monumentales del 68 para abrir otros procesos, otras vetas a seguir en donde el peso de cierta moralización abra paso a otra forma de construcción de ese momento crucial. Si acordamos con Daniel Bensaid que “desmoralizar” la historia “es politizarla, abrirla a una conceptualización estratégica”,15 se nos plantea el desafío de abrir otros recorridos, escuchar otras voces, siguiendo en el acto de interpretación la forma asamblearia horizontal que atiende a la necesidad de dejar hablar a quienes no han hablado tanto.

Hermann Bellinghausen y Hugo Hiriart comienzan su Pensar el 68 con una serie de afirmaciones y preguntas: “Recordar no es lo mismo que pensar […] ¿Hasta qué punto la imagen ‘socializada’ del Movimiento Estudiantil es ya una foto fija? ¿Ese acontecimiento de la memoria aún se mueve?”16 Podríamos decir que esa foto fija se configura a partir de dos núcleos dominantes de memoria que en las últimas décadas han comenzado a ser problematizados en diferentes formas: una remite a la primacía que la masacre de Tlatelolco adquiere a la hora de generar un habla del 68 y otra remite a la primacía que adquieren algunas voces de liderazgo masculino a la hora de generar una historia del 68 a partir de su experiencia en el Consejo Nacional de Huelga del movimiento estudiantil. La puntuación del 68 desde la masacre del 2 de octubre genera una paradoja ya que la relevancia de un movimiento que se erige contra el autoritarismo queda delimitado por el acto de despotismo con el que el Estado masacra a un número todavía indefinido de personas.17 Varios son los problemas que abre esta delimitación; por un lado, Bruno Bosteels insta a pensar cómo la masacre actúa retroactivamente sobre la forma en que se rememora el movimiento estudiantil, convirtiendo uno de los momentos más importantes de la historia en una revolución de la pena. A contrapelo con esto, su propuesta es que insistamos en generar memorias desde la igualdad y las nuevas subjetividades que se hicieron posibles.18 Por otro lado, la puntuación del 68 desde la masacre de Tlatelolco invisibiliza la represión del movimiento en su antes y después de la masacre. Como afirma Esteban Ascencio:

Hubo violencia pero no sólo el 2 de octubre, la hubo todo el tiempo mientras duró el movimiento: tomas de escuelas por parte del ejército y la policía, provocaciones, amenazas, censura, tergiversación de los hechos por parte de los medios, aprehensiones, etc. La violencia siempre existió. Pero reducir el movimiento del 68 a lo ocurrido el 2 de octubre, encerrar todo un proceso de lucha en un solo día, es por un lado minimizar la multiplicidad de sus expresiones y, por otro, rendirle culto a una necrofilia muy elemental.19

Sin duda que no se trata de minimizar el alcance y el horror de la masacre ni el papel que jugó como medida puntual para desestabilizar la vitalidad de un movimiento que generaba gran impotencia para el orden policial del Estado. Sin embargo, hay algo problemático en el hecho de que la relación casi metonímica que se hace a veces entre movimiento y masacre de Tlatelolco termina puntuando todo un ejercicio de revolución democrática desde la acción represiva del Estado. Al mismo tiempo, limita la memoria de un evento político que contaba con componentes de alegría y festividad, a un imaginario martirológico en el que prevalece el horror y la muerte. En cierto modo, podríamos pensar que el siglo XX mexicano está puntuado por el aparato necrológico que el Estado despliega para desentenderse de lo que disiente. Sin embargo, el instante de peligro emerge cuando las memorias de los momentos en que una colectividad decide abrir otro camino político amenazan a quedar capturadas en el mero recuerdo del horror y la pérdida. Como analizan Gareth Williams y Eric Zolov, esto resulta en una suerte de martirología que nos impide asir el carácter revolucionario del evento ya que se lo inscribe en lo sacrificial, despojándolo de la frescura en que se fue desenvolviendo.20

Por otro lado, el recuerdo del 68 desde la mirada de algunos de los líderes que participaron en el Comité Nacional de Huelga es otra memoria que se ha fijado y que ha comenzado a ser también cuestionada, sobre todo porque produce una memoria jerárquica de un movimiento polifónico de alta participación igualitaria. Se puede notar que existe un contraste entre un tipo de recuerdo frecuente que se hace de la participación fresca y masiva en la que, como dice Gastón Martínez, “todo mundo era protagonista”, y las pocas voces con las que se ha ido consolidando una conceptualización del momento.21 Como afirma David Vega, entonces estudiante del politécnico:

A veces, cuando se habla del movimiento estudiantil, se hace referencia a uno o dos líderes, a controversias entre personalidades, pero en realidad, se trató de algo más profundo y menos individual que necesitamos revisar en toda su magnitud.”22

En la misma línea, Pablo Gómez Álvarez destaca la horizontalidad que acontecía en los movimientos de base:

Nunca he visto un movimiento que creara tantas formas de acción desde abajo, desde la base. Era impresionante esa descentralización tan creativa de la propaganda y de la acción política verdaderamente admirable.23

Abriendo aún más este preguntar fundamental sobre cierta economía política de la memoria, emerge también una problematización de la dominante masculina en la gestión del recuerdo. A partir del análisis que hacen Cohen y Frazier en “No sólo cocinábamos… Historia inédita de la otra mitad del 68”, se abre el campo de toda una serie de reflexiones sobre la desigualdad de género que constituye la memoria dominante del 68.24corpus