Susana Dzuiba Sobeski

 

Despiertos

Cuentos cortos para niños
de cinco a cien años

 

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Primera edición: septiembre de 2018

 

© Grupo Editorial Insólitas

© Susana Dzuiba Sobeski

 

ISBN: 978-84-17467-35-7

ISBN Digital: 978-84-17467-36-4

 

Difundia Ediciones

Monte Esquinza, 37

28010 Madrid

info@difundiaediciones.com

www.difundiaediciones.com

 

IMPRESO EN ESPAÑA —UNIÓN EUROPEA


 

ÍNDICE

Teru Teru

El nido en el duraznero

Un partido divertido

El molino custodiado

Recuerdo para siempre

Las manzanas podridas

Los bichos del abuelo

En primavera

Fue solo una vez

Como un globo

Pensar y pensar

Héroe por un rato y por todo el día

Susana

Maestra

Preocupado

Audaz

Como un pez

Cosas que pasan

Que frío

De pelos parados

Un buen pescador

Pegajosa

Como un bólido

El cazador cansado

Renacer

Todos juntos

Luly

Un ladrón misterioso

Vigilante disimulado

Como un resorte

Nunca más

La voz del grupo

Invitados especiales

El viejo

Sensibilidad ausente

Doña enmeregilda

Negocio

Y el ganador es:...

Casi enamorado

Grande como un dinosaurio

Un pequeño error

Todo un experto

Casi unos angelitos

Delicioso

Día gris brillante

El bicho

Inoportuno

Miedo

Cambio injusto

Algo diferente

 

 

No es la riqueza que se persigue durante la vida la que forja a ésta, sino cada situación compartida con nuestros semejantes que nos hacen ricos en ella.

No dejar pasar los momentos que se quedan profundo en nuestra memoria sin saberlo, es importante.

Las situaciones y vivencias que la vida nos presenta son la vida misma: cuantas más memorias buenas conservemos más felices seremos.

Nuestra familia y amigos deben ser conservados como tesoro, del cual iremos tomando riquezas para enriquecer nuestro ser a lo largo de la vida.

 

 

Teru Teru

«Corro y pico, corro y pico» que vida fácil tiene el terito.

En las mañanas al despertar escucho fuerte su cantar,

siempre anunciando que un nuevo día ya va a comenzar.

«Corro y pico, corro y pico» que vida buena tiene el terito.

Cuando en las tardes quiero sestear con sus amigos vuelan gritando,

ya estoy despierto y quiero cantar.

«Corro y pico corro y pico» que vida dura tiene el terito.

Cuando el soguero voy a buscar siempre anuncia mi caminar

y todos los pájaros me ven pasar

porque al centinela escucharon ya.

«Corro y pico, corro y pico» que vida difícil tiene el terito.

Cuando al pichón quiere esconder alguna farsa te hace creer.

«Corro y pico corro y pico» que pájaro fiel es aquel terito.

Cuando el linyera se quiere acercar

seguro, seguro, que lo va a anunciar.

«Corro y pico corro y pico» que linda vida tiene el terito.

 

 

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El nido en el duraznero

Temprano en la mañana comienzan su trajinar,

aquellas palomitas para su nido armar.

Una ramita aquí, un palito allá y poco de a poquito,

va tomando forma ya.

Colocar las ramitas en el sitio elegido no es al azar,

puesto que lo más preciado en él van a depositar.

Probar esa ramita que parece muy grande muchas veces,

como queriéndose convencer,

de que de algún modo entrará.

Casi al terminar alguna lanita habrá que traer para el piso ablandar

porque muchas horas de postura ahí habrá.

Luego de unos días el huevo va a eclosionar

y mucha comida papá traerá.

En algunas semanas estará listo ya,

para abandonar el nido y su vida comenzar.

Entonces, aquel nido que tanto amor y trabajo llevó,

su cometido alcanzó y el milagro de la vida se realizó...

 

 

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Un partido divertido

Como siempre nos juntamos en el predio a jugar al fútbol; hoy vinieron más que los que siempre venimos.

Dividimos los jugadores y Carlos, el primo de Daniel, como es más grande, cuenta como dos, entonces juegan con uno de menos.

Casi a los minutos de comenzado el juego, en nuestra área, Javier va a rechazar para defender el gol y trancan con Carlos. «Blof!!!», fue un ruido por demás fuerte y la pelota sale como bólido lejos del área.

Paulo, quién fue por la pelota, gritó: «la rompieron ¡!!!». Quedó ovalada.

Por unos minutos quedamos atónitos. Todos la tomaban en sus manos como expertos sabiendo qué hacer; al final de la conversación no encontramos solución, entonces decidimos continuar el partido así nomás.

Para nuestra sorpresa, cada vez que íbamos a recibir un pase, ésta saltaba como loca y se iba para otro lado.

Al final, después de tanta risa y persecución de la pelota, terminamos cero a cero y muy cansados...

 

 

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El molino custodiado

Muy fuerte cantaba aquella calandria en el molino de agua, de tanto en tanto combinaba el mismo con el chirrido estridente de los engranajes oxidados que en cada vuelta dejaba.

Estaba su nido, al terminar la torre, casi pegadito a las aspas, como arriesgando en cada vuelta el ser arrancado de ella.

Ningún otro pájaro se atrevía a acercarse a él, aquella calandria vigilaba alerta a sus vecinos y tampoco quería compartir las gotas de agua que se desprendían de los caños agujereados por el tiempo.

Osadamente, un benteveo burlaba al guardián y satisfacía su sed hasta que fue descubierto, al ser visto voló rápido en escapada.

Una tacuarita se colaba por los ángulos de la torre, buscando gusanitos de la polilla y arañas sin darle importancia al resto.

También el viento pasaba sin permiso y movía las aspas del viejo molino.

De tanto en tanto la calandria se tomaba el tiempo para volver a cantar y embelesar con su melodía inspirada.

Como si escuchara el canto, el molino hacia una pausa en su chirriar para darle espacio al sonido de su cuidador.

No me atrevía a acercarme al molino con tan celoso custodio.

 

 

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Recuerdo para siempre

Aquella taza adornaba la cocina no importa donde ella se posara, con flores rojas y amarillas, grande, redondeada, y con una pequeña asa, era la taza de la abuela.

Recuerdo como si fuera hoy: la rodeaba con sus manos blancas y su anillo viejo con una piedra azul, tomaba su té de hierbas mientras me contaba historias de su vida y de cuando era niña, sus ojos brillaban y la expresión de su cara era hermosa.

En la tarde me la prestaba para tomar la leche a las cinco, y me hacía tostadas con el pan viejo.

También recuerdo aquella noche después de que la abuela partió que me levanté para ver si ella había dejado su taza, y no estaba.

Quizás la dejaron en el hospital donde pasó sus últimos días.

Espere todo el día a que mamá regresara de ese lugar con las cosas de la abuela, pero la taza no estaba.

Lloré y lloré toda la noche; al otro día mamá me prometió que iría a ver dónde quedó.

Y otra vez volvió sin ella. Una gran tristeza me invadió. Cómo sufrí en aquellos días, y cada vez que entraba a la cocina me acordaba de la abuela, de su sonrisa y de aquel sorbo que tomaba muy lentamente.

Pasó todo un año y nos mudábamos de esa casa. Al limpiar mi ropero encontré una caja vieja y dentro de ella, la taza, con una nota que decía: «para mi nieto preferido te heredo mi más grande posesión, te quiero mucho»….lloré de emoción.

Todavía uso la taza de la abuela, todos los días, cada flor de ésta, es una sonrisa de ella….

 

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Las manzanas podridas

Al regresar de la escuela entro por la cocina, para no ensuciar el piso de la sala, porque sabía que mamá lo había lavado; en el suelo llama mi atención aquella bolsa de arpillera que despedía un olor agrio.

Pensé que eran las frutas pasadas de maduro que el verdulero le regalaba a mamá para los conejos, la saqué y la puse junto con la ración de semillas.

Pasé más de dos horas haciendo los deberes de la escuela y mamá trajinaba en la cocina.