Patricio Jacome Viteri

 

Hamtub,

el otro cielo

 

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Primera edición: septiembre de 2018

 

© Grupo Editorial Insólitas

© Patricio Jacome Viteri

 

ISBN: 978-84-17467-43-2

ISBN Digital: 978-84-17467-44-9

 

Difundia Ediciones

Monte Esquinza, 37

28010 Madrid

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IMPRESO EN ESPAÑA - UNIÓN EUROPEA


Introducción

New York, 18 de octubre de 2014 La cita

II

Manhattan, 18 de Octubre de 2014, 8 am.

Manhattan, Paramount Building, 18 de Octubre de 2014, 18 pm. Primavera de Cenizas

Wyoming, 19 de Octubre de 2014, 5:50 am Grand Teton National Park

Despertar

El reencuentro

Manhattan se despierta con olor a Chocolate

Wisconsin, Milwaukee, Departamento de Investigación de Nanotecnología, 11 de Abril de 2018

Con el alma apabullada

La abducción

Viaje hacia el abismo negro del tiempo

La revelación

Susan Royce y la línea del tiempo

La profecía de Hamtub

El nacimiento de una nueva era

El silencio de los amantes

Esperanza y desconsuelo

Decisión de viajar tras una tormenta mediática

Crónica de una pira humana

El testimonio de Pablo

«Ultimátum a la Tierra»

Letras blancas sobre pañuelo rojo

La clave es la obra «on the map»

Cárcel de máxima seguridad de Wisconsin, 21 de Junio de 2020

Agradecimientos

 

Dedicado a mi compañera María,

a mis hijos Anahí, David, Salvador y Maria Paz

 

 

Introducción

El escritor que te permite viajar en otras dimensiones está condenado a ser leído eternamente.

Quien te permite conocer un amigo descrito, retratado o camuflado en una novela se gana tu aprecio inconmensurable, y más aún si está escrita en clave de ciencia ficción y cuando en la narración, van floreciendo inquietudes y sospechas, recuerdos de aspectos fascinantes en los caracteres de nuestros amigos, su humor y su paso por nuestras vidas, la novela adquiere una tonalidad multicolor, porque los colores son esenciales en esta narración y el vértigo como elemento de lectura.

Para la mayoría estos personajes son ficticios pero no por ello dejan de ser subyugantes y únicos en el marco de la novela, me estoy refiriendo a Hamtub, el otro cielo de Patricio Jácome una descripción alucinante de acontecimientos en donde intervienen inverosímiles temas para recorrer junto a dos hombres, el camino del conocimiento y la búsqueda de la verdad.

En el volcán Tayta Imbabura se hace presente un ser estrambótico, ante un prodigioso músico de Julliart y amante de la astrofísica, Matías Orozco, aparece con un sílex que cuando se desfragmenta en tres partes enseguida se vuelve a unir como una gota de mercurio momentáneamente separada. Con ella viaja a los EE. UU. para encontrarse con un amigo de la infancia que le ha conseguido una cita con un Premio Nobel, celebridad de la física moderna del siglo XXI, para hacerle la entrega de la mencionada piedra, con el propósito que gente preparada científicamente le brinde respuestas porque se considera un guerrero de las sospechas y junto, a su amigo pintor y al científico empiezan a vivir una aventura que, bien descrita, con destellos de cromática mestiza y un lenguaje depurado en detalles y alegorías nos introduce en múltiples escenarios históricos donde la turbamulta de la muerte se codea con los fenómenos sociales y las barbaries humanas en ciclos de imágenes que trastocan el discurso narrativo.

La primera parte de la novela describe su encuentro con el amigo de la infancia y la atmósfera que rodea su vida en la gran manzana, su departamento, su estudio; Pablo Caviedes es un personaje entrañable, calvo, con importantes premios en el ámbito de la pintura y gran ser humano. La relación que se hace con el antes y el después del 11 de septiembre en Nueva York; su redacción creativa acerca de la ciudad y los diseños arquitectónicos que la inunda, nos transporta hacia callejones, rascacielos e inusitados portales, repentinamente.

Pablo es trasladado a situaciones que tiene mucha semejanza con aquello que los zaparas ecuatorianos llaman nuestro Interlocutor onírico porque Matías Orozco el personaje principal viaja con él y otros científicos hacia circunstancias que por su intensidad, velocidad, variedad y caos puede producir una conmoción en la lectura, sin embargo cada etapa del discurso te enreda con la curiosidad propia de quién descubre por primera vez fenómenos paranormales de bilocación y tele transportación.

El equipo cognitivo atrapa los sueños al vuelo y el mineral que encontraron en el volcán les permite ingresar a un pasado que integra todos los pasados en un solo aleph.

Ingresan a mundos donde la comunicación tiene un papel vibrante pues la telepatía, las formas, nexos y secretos de la mente parecen sueños descritos por aquellos que suelen viajar por esferas mentales donde los espíritus tienen una importancia vital y los pensamientos son diálogos que se trasladan casi simultáneamente de razón a razón.

Aventuras en medio de la desolación de tiempos incontrolados, poesía en la enumeración de sitios, números, épocas y espacios geográficos de nuestro país. Galápagos como núcleo de un descubrimiento que trasformará la historia de la humanidad y Pablo Caviedes como un personaje que va de la gloria al fracaso, de la quietud e inmensa calma a la afiebrada travesía internáutica de un pintor que atraviesa las dimensiones del tiempo para encontrarse con lo más profundo de su esencia moral.

Libro para disfrutar sin restricciones pero que requiere atención absoluta para entender la naturaleza de sus personajes principales. No necesitan de títulos para ser recordados, son científicos de una historia extraordinaria que los ubica en atmósferas paroxísticas. Son ecuatorianos que entran en el universo de la fantasía con destreza y coherencia, con la autoridad que confiere este tiempo planetario de características globalizantes.

El autor nos ofrece una visión desadaptada de la realidad, una metafísica deslumbrada por la ciencia y la locura de la belleza trasmitida por los colores, un retrato fugaz de un artista ecuatoriano cuya influencia se palpa en los acertijos y enigmas de la novela. El final es magistral, violento y audaz, tan fuerte que haremos una especie de mueca en forma de sonrisa para entender la voluntad de leer y escribir esta maravilla. ¡Pay Katurias!

 

Jorge Luis Narváez Torres

 

 

El universo de los venenos es tan variado como variados son los misterios de la naturaleza.

 

Umberto Eco

 

 

New York, 18 de octubre de 2014
La cita

Es una mañana fría y gris de Octubre; los primeros atisbos del amanecer, dibujan a Manhattan sobre el lienzo de una pesada neblina.

Desde el avión, a mil pies de altura, se vislumbra Fire Island y a su erecto faro iluminando la pintoresca estatua de la libertad.

Ante los ojos fugitivos de los turistas, un ejército de colosales rascacielos penetran en las alturas hacia las bóvedas del firmamento. Aquel instante seductor es acribillado en ráfagas fotográficas.

Entre los flashes y la algarabía de los pasajeros, el eco de una voz tenue y delicada con acento irlandés, me solicita en inglés, que le tome una foto con el fondo de Manhattan, la proyección del lente registra unos radiantes ojos de azul ultramar, el primer plano de su rostro florece en los aterciopelados mechones de color caoba que descienden como llamas por sus rosadas mejillas, su esbelta silueta se esconde caprichosa tras el encuadre. Distraído por la fugaz sensualidad derrochada de aquella criatura, dedico una docena de fotos en honor a los besos imaginarios que le robo a sus labios de mariposa. El reloj marca las seis de la mañana y por la ventana del avión se deja ver el río Hudson cortando severamente en dos la prolífica ciudad de New York.

En el aeropuerto John F. Kennedy, me espera un viejo amigo de infancia, tras vivir quince años en Nueva York, logró nacionalizarse como ciudadano norteamericano.

Tomé contacto con Pablo después de dos décadas; no sabía mucho de él, a pesar del tiempo nuestra amistad sigue siendo afortunadamente entrañable.

Pablo traía puesto un gabán verde oliva y en la mirada un leve destello de sosiego. En el pecho resaltaba un cartel que decía: Welcome cabezón. Había olvidado su peculiar y natural forma de bromear.

Pablo vive en el Paramount Building en Times Square 1501 de Broadway; es un artista plástico, ecuatoriano cien por ciento, sus pinceladas son un placentero olor a velo de musa, agita sus alas de tinta y reinventa el caligrama de un poeta.

Con un fuerte y prolongado abrazo, nos saludamos en la sala de espera. Aquel gabán de paño escondía a plenitud la famélica coraza llena de piel y huesos.

—Llegas con la puntualidad de un gringo —Matías esbozó de su boca una bruma azulada y una especie de mueca como sonrisa.

—Supongo que no he tenido otra opción —asistí devolviendo su sonrisa; mientras urdía la mirada en el mundo de la gran manzana.

El ruido de las maquinarias inunda las calles llenas de almas en vértigo, los hombres que habitan esta inmensa arteria de hervor continuo caminan como hormigueros humanos de un lugar a otro. Arrastran el hastío en sus rostros por vivir deprisa.

Eclécticas e invasivas publicidades flamean en lo alto de las cornisas de las imponentes estructuras arquitectónicas de Fine-arts.

Un conjunto armonioso con insistencias barrocas y monumentos vistosos de nobleza algo teatral se dibujan entre enormes edificios abrazados de vidrio y hierro.

Los escaparates genialmente diseñados para la cultura del consumo en las tiendas de moda vivifican los sentidos con todo el color posible de un encanto subyugador.

Esta metrópoli de geometría masónica es Manhattan, la isla de hierro y como toda gran ciudad tiene sus vivos contrastes; anuncios para adelgazar, la moda del Fitnees, el pop art de Andy Warhol, el genial estreno de Christopher Nólan «Interestellar» Mac Donald´s, y un nacionalismo de indigentes que vive bajo el asfalto de las asimetrías sociales y muchas veces muere por hambre y frío, todo envuelto en incesantes vallas promocionales del Central Park. En fin, el mundo neoyorquino se dibuja ante mí, deslumbrante y frívolo.

He allí Broadway; llegamos a Times Square, al Paramout Building, a las 9:45 am, el enorme reloj suspendido en lo alto del edificio nos señaló la hora justo en la West 43rd y 44 th Streets.

A esta hora los vientos fríos del sudeste del Atlántico cesaron de galopar por las calles de Manhattan.

Un sol esplendoroso y levemente cálido dejó caer sus rayos afilados por las esquinas de los rascacielos dibujando contrastes de luz y sombra en las icónicas y multi coloridas publicidades neoyorquinas.

Sin duda la New York de R.F. Lichteinsten mira desde el Subway delirante y apacible como un subtema del tema.

Mi visita en los EE. UU. está limitada a una cita con el profesor Steven Wells, quien lleva treinta minutos en estoica espera.

A las 10:15 de la mañana llegamos al Hard Rock Café del Paramout building, en donde nos espera el profesor y Premio Nobel de Física.

Una glamurosa entrada se presenta imponente en la Brodway 1501, un arco de piedra de nueve metros de altura por ocho de ancho nos da la bienvenida con una leyenda en inglés «Help us reach 10 millon meals», al extremo derecho un rótulo de Hard Rock compuesto de una maravillosa guitarra eléctrica de doce metros de color vino con cuerdas doradas enmarcada por un ramillete de bombillas pende del coloso edificio de un estilo Arquitectónico de Art Decó.

A las diez y veinte entramos por la puerta de aquel fortín, el edificio produce en sus entrañas vértigo y vergüenza ajena, hacer esperar al profesor era un sacrilegio.

Entre los muros de hierro y granito descansa un reluciente piso de mármol gregoriano que sirve como pea para las mesas de roble finamente lacadas de rojo inglés. Un auto, Oldsmobile 442 convertible del año 67 color rosa cuelga del techo flanqueado por un regimiento de tambores y platillos, mientras los comensales disfrutan de sus alimentos a escasos tres metros de sus cabezas.

En el fondo del salón, se encuentra el profesor con una taza de café tinto, leyendo una crónica de Gay Talese. El motel del Voyeur.

 

—Me he tomado la libertad de pedir tres tazas de café tinto que es lo que mejor sienta en una mañana apacible como esta —inquirió con un tono sarcástico, mientras sus profundos ojos azules resaltaron detrás de sus lentes, la mirada más gélida del mundo. Una brisa fría me arrebujó por completo.

—Lamento la demora —dijo Pablo en inglés.

—Mucho gusto profesor —me adelanté a la presentación con un firme y extendido saludo de mano. Desde la silla de roble, el Premio Nobel permanecía sumido de incertidumbre. Su pelo cano señal de vehemencia pudo a favor para que nos invitara a acompañarlo.

—Buen día señor…

—Me llamo Matías Orozco —asistí ligeramente con un tono en la voz trémulo intentando recobrar el aliento que se me había caído desde el momento en que el profesor escaneó con su mirada cada partícula de mi ser.

El profesor aprovechó el momento para beber un trago de su brebaje y guardar la revista en el bolsillo derecho de su gabardina de paño púrpura.

Habían transcurrido cuarenta y cinco segundos desde mi primer encuentro con tan eminente personaje de la física moderna y aquellos segundos me parecieron un siglo. Es extraño como la noción del espacio y tiempo se conjugan en el cerebro de manera particular y subjetiva.

Todo era inusual, irreal, el Premio Nobel de la Física estaba esperándome en el Hard Rock del Paramount Building, uno no logra dimensionar la vida privada de un científico tan importante, peor aún, conocer de cerca a especies de esta clase humana, en esta clase de lugares, destinados para otra clase de talentos.

Así, esta posibilidad que me brinda la vida de compartir un encuentro con el profesor Steven, celebridad de la física moderna del siglo XXI, era la oportunidad perfecta para indagar personalmente sobre la naturaleza de su pensamiento y recibir alguna respuesta lógica acerca de los objetos rocosos que traía desde Ecuador.

Pensé en la diligente misión de Pablo y me daba la certeza que si le hubiera solicitado una cita para almorzar con Steve Jobs en su sede de Cupertino, para presenciar el lanzamiento del iPhone, lo hubiese conseguido sin problema. El mundo ha perdido tantos genios, pero sus investigaciones científicas viven eternamente inmersas en él y en cada uno de nosotros.

—Pensará usted que somos impuntuales de naturaleza —dijo Pablo dirigiéndose al profesor Steven Wells, no sin antes solicitar las disculpas del caso.

—No dramatice, estimado Pablo —con la mirada fija en el ligero equipaje cargado sobre mis hombros el profesor Steven nos invitó a hacerle compañía.

—Llevan ustedes el cansancio del tiempo, tomen asiento.

Cerré los ojos y respiré profundo, la bendita calma en el ambiente retomaba vida.

En el extremo derecho, me percaté de que junto a la barra estaba atento al acecho un joven de cabello amarillo como la manzanilla, enfundado en una camiseta negra con el logotipo de Hard Rock y sobre los Jeans colgaba un pedazo de tela de satín blanco.

Solicitamos al mesero el desayuno; el break-lunch, vino acompañado de huevos americanos con tocineta, dos tostadas, un plato de pancakes decorado con frutillas, tres rodajas de kiwi bañadas con una delicada esencia de maple y por su puesto un humeante café traído de Colombia.

Pablo y el profesor Steven entablaron una conversación fluida en inglés, a pesar de que el profesor tiene una mente científica, le apasiona el mundo del arte y es así como conoció a Pablo en una de las exposiciones de arte moderno de New York.

Estaba a punto de terminar con el suculento desayuno, cuando una pregunta sobrecargada de sonidos guturales y acentos en español, fluía desde el profesor hacia mí:

—¿Dime, qué puedo hacer por ti?

Pablo, retomando la servilleta de la mesa hacia su boca, y haciendo un ademán de ingerir a premura la bocanada de café que apenas estaba llevando a su deleite respondió:

—Estamos aquí porque Matías tiene algo que a usted, y como ya le había manifestado en correo electrónico, le puede ser de útil información.

—Vine hasta aquí porque aprecio tu amistad y confío en tu sólido juicio y persona. ¿Entonces de qué se trata? ¿Qué misterio guardan en sus ojos?

El profesor Steven tenía pocos detalles sobre la razón de nuestra cita.

Pedí a Pablo ser lo más cauteloso con la escueta información que yo le había otorgado vía telefónica.

Sin embargo su espíritu de investigador lo llevó hasta aquí.

Los científicos son detectives de un tipo muy peculiar, buscan la naturaleza de las leyes; más no a quien las infringe, investigan las causas y efectos del universo.

Sin esperar respuesta el profesor Steven me volvió hacer otra pregunta.

¿Tienes miedo?

Levanté la taza de café y súbitamente tomé el brebaje caliente hasta el fondo. Sentí un fuerte escozor en la lengua, clavé mi pupila café en sus ojos azules, sin una sola palabra tomé de la mochila un pedazo de roca blanca y se la extendí como muestra de veracidad.

Respondí con otra pregunta.

¿Está usted preparado para esto?