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Cartografías del mal

Los contextos violentos de nuestro tiempo

BIBLIOTECA JOSÉ MARTÍ

 

 

 

 

Justicia & Conflicto

Grupo de Estudios de Derecho Penal y Filosofía del Derecho

 

 

 

 

Directores

 

Gloria María Gallego García

Juan Oberto Sotomayor Acosta

 

 

 

 

Consejo Editorial

 

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Francisco Cortés Rodas, Universidad de Antioquia (Colombia)

José Luis Díez Ripollés, Universidad de Málaga (España)

Luigi Ferrajoli, Università degli Studi Roma Tre (Italia)

María José González Ordovás, Universidad de Zaragoza (España)

Luis Prieto Sanchís, Universidad de Castilla La Mancha (España)

Jaime Sandoval Fernández, Universidad del Norte (Colombia)

Cartografías del mal

Los contextos violentos de nuestro tiempo

 

 

 

 

Camila de Gamboa y Cristina Sánchez (Eds.)

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Gamboa, Camila de.

Cartografías del mal: los contextos violentos de nuestro tiempo / Camila de Gamboa
[y otros]. – Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 2018.

284 páginas; 21 cm. – (Justicia y Conflicto)

1. Conflicto armado colombiano 2. Víctimas de la violencia -  Colombia 3. Memoria
histórica - Colombia 4. Reparación (Justicia penal) I. Tít. II. Serie

 

303.660986 cd 22 ed.

A1618058

 

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

 

 

 

© Camila de Gamboa y Cristina Sánchez (Eds.)

 

La presente edición, 2018

 

 

© Siglo del Hombre Editores

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editorial.urosario.edu.co

 

 

 

Esta obra es resultado del proyecto de investigación “Los residuos del mal en las sociedades postotalitarias: respuestas desde una política democrática”, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad de España

 

Diseño de carátula

Amarilys Quintero

 

Diseño de la colección y armada electrónica

Precolombi, David Reyes

 

ISBN: 978-958-665-540-8

ISBN ePub: 978-958-665-541-5

ISBN PDF: 978-958-665-542-2

 

Versión ePub

Lápiz Blanco S.A.S.

Bogotá, D. C.

 

Hecho en Colombia

Made in Colombia

 

 

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida total ni parcialmente, ni registrada o transmitida por sistemas de recuperación de información en ninguna forma y por ningún medio, ya sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo y por escrito de la editorial.

ÍNDICE

 

 

 

 

Presentación

Camila de Gamboa y Cristina Sánchez

 

 

PRIMERA PARTE
EL LENGUAJE DEL MAL

 

I. Entre la banalidad del mal y la realidad del deseo

María Victoria Uribe

 

II. El mal como el doble oscuro en la realización histórica de la Modernidad

Luis Fernando Cardona Suárez

 

III. Neoliberalismo y violencia moral: escenarios de humillación

Ángela Sierra

 

 

 

 

SEGUNDA PARTE
FRENTE A LA VIOLENCIA

 

IV. Pensar en el mal, pensar contra el mal

Cristina Sánchez

 

V. Emociones en narrativas del mal que con-sentimos

Marieta Quintero Mejía

 

VI.  La sencillez del perdón. Reconocimiento, amor y justicia en Paul Ricoeur

Gabriel Aranzueque

 

VII. Las disculpas políticas y su propósito en la justicia transicional

Camila de Gamboa y Wilson Herrera

 

VIII. “Por eso, Sr. Eichmann, debe Ud. ser colgado”. De Eichmann en Jerusalén a los “Juicios” en Argentina (reflexiones situadas)

Claudia Hilb

 

 

TERCERA PARTE
LA MEMORIA Y SUS LUCHAS

 

IX. Verdad y narración. La lucha por la memoria en Alemania después del Holocausto

Wolfgang Heuer

 

X. Los pliegues de la memoria. Daño y testimonios de segunda generación en la dictadura chilena

María José López Merino

 

 

Los autores y autoras

PRESENTACIÓN

 

 

Camila de Gamboa y Cristina Sánchez

 

 

 

 

 

[…] Mis dos caras divisan el pasado

y el porvenir. Los veo y son iguales,

los hierros, las discordias y los males

que Alguien pudo borrar y no ha borrado

ni borrará. Me faltan las dos manos

y soy de piedra inmóvil. No podría

precisar si contemplo una porfía

futura o la de ayeres hoy lejanos.

Veo mi ruina: la columna trunca

y las caras, que no se verán nunca.

 

(Borges, 1998, p. 40)1

 

 

Este libro es el resultado de una serie de azarosas y felices coincidencias, de caminos académicos y personales entrecruzados y de lo que podríamos denominar “afinidades electivas”, que se han ido tejiendo entre los autores y autoras que componen este libro, a lo largo de los últimos cinco años. Las dos editoras, Camila de Gamboa y Cristina Sánchez, veníamos trabajando desde hacía un tiempo, en nuestros respectivos países, en cuestiones que tenían que ver con los pasados violentos, las formas de las violencias contemporáneas o las responsabilidades ante estas. Un camino previo común, en el que habíamos transitado por temas como las fuentes del mal, la memoria o las respuestas políticas frente al mal. En esta empresa conjunta, además de los autores de los trabajos que aquí se presentan, son varias las personas que también nos han acompañado. No podemos dejar de mencionar, en este sentido, al recordado y querido Guillermo Hoyos, verdadero artífice y motor de tantos encuentros académicos transatlánticos, que nos permitió comenzar a construir las sendas comunes que hoy se reflejan en esta obra.

Estos esfuerzos colaborativos se plasmaron finalmente en la concesión por parte del Ministerio de Economía y Competitividad español de un proyecto de investigación bajo el título “Los residuos del mal en las sociedades postotalitarias: respuestas desde una política democrática”2. En dicho proyecto, con una duración de cuatro años (2013-2016), logramos reunir un equipo internacional para analizar la problemática del mal, desde un paradigma multidimensional y transnacional. El grupo de investigación, compuesto por investigadores e investigadoras de España, Colombia, Alemania, Argentina y Chile, países todos ellos confrontados a sus pasados traumáticos, nos permitía realizar análisis situados desde distintos contextos y ofrecer una lectura que intentaba encontrar líneas comunes en la comprensión y el enfrentamiento del fenómeno de las violencias ­masivas. Desde el inicio del proyecto de investigación, en el 2013, el interés en trabajar el tema del mal nos motivó a realizar en Colombia un seminario anual, bajo el título de Cartografías del mal. En ese año, el primer congreso tuvo lugar en Bogotá, con la participación de la Universidad Distrital, la Universidad del Rosario y la Universidad Autónoma de Madrid. En el 2014, el segundo seminario se trasladó a Cali, con la Universidad Javeriana de Cali y la Universidad del Valle. Y en el 2016 se realizó el tercer y último congreso en Bogotá, organizado nuevamente por la Universidad Distrital, la Universidad del Rosario y la Universidad Autónoma de Madrid. Son varias, por tanto, las instituciones que nos han permitido articular y difundir, a uno y otro lado del Atlántico, nuestro recorrido investigador, y a todas ellas queremos agradecer su participación3.

Este volumen se compone de los artículos de once autores y autoras que reflexionan desde diversos países y disciplinas sobre las múltiples formas del mal contemporáneo que se presentan en nuestras sociedades, en especial en el ámbito político, y la manera en que dichos males se difuminan y afectan no solo a nuestras instituciones políticas y jurídicas, sino también a las identidades colectivas e individuales de los ciudadanos que conviven con violencias recientes o de un pasado no muy lejano. En todos los textos encontramos un esfuerzo por situar estas violencias siempre en un contexto desde el que se pueda construir un marco teórico de análisis que permita dar cuenta de las formas que han revestido estos males, los trabajos para responder a ellos y también para aceptar que representan un peligro inminente a la promesa del “nunca más” que se gestó después del Holocausto como un imperativo moral, político y jurídico de las naciones democráticas, pero que parecería ser por ahora una promesa incumplida. Escogimos Colombia como país receptor de nuestros intereses investigadores porque pensábamos que los aconteceres políticos que estaban ocurriendo, con un escenario que permanece todavía abierto al día de hoy, nos permitían analizar cuestiones que ya habían tenido lugar en otros contextos de violencia: la responsabilidad colectiva, el papel del perdón, las narrativas de víctimas y perpetradores o la elaboración de una memoria de los acontecimientos traumáticos, entre otros. Frente a lecturas en las que se presenta cada contexto destacando y reafirmando su singularidad, con este libro pretendemos cruzar nuestras investigaciones sobre Colombia, Chile, Alemania y Argentina, a fin de comprender los procesos que producen y conducen, finalmente, a la violencia, y que no difieren tanto unos de otros, más allá de las situaciones históricas concretas, como el lector podrá comprobar a lo largo de estas páginas. Por consiguiente, con esta obra no buscamos ofrecer una lectura “de la situación colombiana” o de “la situación alemana” o “de las dictaduras del Cono Sur”, sino proponer hilos conductores —o trazos rojos— que de alguna manera u otra se presentan en los distintos escenarios de las violencias masivas, y suscitan preguntas muy parecidas y respuestas contextualizadas pero tampoco muy disímiles.

Los ensayos que conforman estas Cartografías del mal se articulan en tres partes. En la primera de ellas, El lenguaje del mal, los trabajos se centran en el análisis conceptual de ese fenómeno plural y diverso que denominamos “mal”. Este, como el ser de Aristóteles, se dice de muchas maneras, y adquiere distintas formas, muestra una maleabilidad ciertamente sorprendente e inquietante, adopta distintos lenguajes, ya sea el del deseo, el de la humillación o bien se trasviste con el lenguaje de la Modernidad. En esta parte se encuentran los trabajos de María Victoria Uribe, Luis Fernando Cardona y Ángela Sierra.

El texto de María Victoria Uribe, “Entre la banalidad del mal y la realidad del deseo”, analiza el comportamiento de muchos actores de la violencia en Colombia, en particular el de los denominados “bandoleros” de la Violencia de los años cincuenta del siglo XX, y la de los llamados paramilitares de final de ese siglo. A través de testimonios de diversos ofensores, la autora analiza la forma como estos sujetos son capaces de realizar acciones crueles y despiadadas sin considerar malas sus acciones. En su análisis, Uribe muestra cómo estos sujetos construyen diferentes identidades que les permiten no solo transitar entre el bien y el mal con cierta facilidad, sino camuflar y esconder tanto sus acciones cuanto la realidad de sus deseos. Uribe, en una muy aguda exploración, da cuenta de ciertos casos en que esos dos mundos paralelos, que no se tocan, se quiebran por un agente externo, por lo general una víctima que les hace o bien ver que la realidad de su secreto deseo es matar a sus enemigos, o, en otros casos, el comportamiento de la víctima lo transforma en lo que desea ser y no es: una persona decente.

Luis Fernando Cardona, en “El mal como doble oscuro en la realización histórica de la Modernidad”, nos plantea cómo el mal surge de uno de los elementos consustanciales a la Modernidad: la libertad, y cómo, entonces, el mal representaría esa cara oscura del mundo moderno, para mostrarnos las contradicciones de este. Para ello, el autor explora las críticas al proyecto humanista ilustrado desde la obra de poetas como Baudelaire o de escritores como Sade y Conrad, entre otros. El análisis del idealismo alemán —Schelling— nos desvela cómo el mal está anclado en el ser, mediante la libertad de hacer el bien o el mal. A lo largo del texto el autor analiza cuestiones como la inevitabilidad del mal, la idea de progreso o la satisfacción individual de nuestro bienestar como germen del mal, remitiéndonos a autores como Kant, Sócrates o Heidegger.

Ángela Sierra, en “Neoliberalismo y violencia moral: escenarios de humillación”, nos dibuja un escenario del mal en donde la humillación ocupa el lugar central. La humillación (no solo de individuos, sino de colectivos, de grupos despreciados) se nos revela en este trabajo como uno de los problemas principales del mundo contemporáneo, como uno de los instrumentos más poderosos de dominación y sometimiento. La autora analiza el neoliberalismo como una ideología que produce desintegración social, violencia y estigmatización hacia los sujetos situados en las periferias del poder. De la mano de autores como Bauman o Lindner, nos muestra los procesos de devaluación del “otro” que devienen en la imposibilidad epistémica de señalar las injusticias sufridas. La humillación, en suma, se presenta como un instrumento del discurso neoliberal que permite establecer universos diferenciados en cuanto a lo que significa la dignidad humana, identificada dentro del paradigma neoliberal con la tenencia de riqueza.

La segunda parte del libro, Frente a la violencia, examina con qué herramientas podemos afrontar el mal, esa violencia masiva. No hay respuestas definitivas que clausuren por completo las heridas, tan solo tentativas (el perdón, la capacidad de pensar en lo que hacemos, el papel de las emociones, las disculpas políticas o los tribunales de justicia) que han tenido lugar —o están ocurriendo ahora, como es el caso de Colombia— en distintos escenarios y contextos: Alemania, Argentina, Colombia, Chile. Los trabajos de Cristina Sánchez, Marieta Quintero, Gabriel Aranzueque, Camila de Gamboa y Wilson Herrera, y de Claudia Hilb dan buena cuenta de estas cuestiones.

Cristina Sánchez plantea en “Pensar en el mal, pensar contra el mal” si la realización del mal, de la violencia masiva, requiere de una inhibición de nuestra capacidad de pensar. Esto es, si, como planteó Hannah Arendt, el mal banal, representado por Adolf Eichmann, nos muestra un sujeto “incapaz de pensar”. Para ello, examina en primer lugar qué papel desempeña el pensar antes de la realización del mal, esto es, qué mecanismos y prácticas sociales conducen a la extensión de sujetos irreflexivos, indiferentes y cómplices ante situaciones de deshumanización de otros. En segundo lugar, analiza el rol del pensar en el momento mismo de la violencia, ya extendida y ejercida, centrándose en la relación entre el mal banal y el mal radical, en la responsabilidad colectiva frente a ella y en la posibilidad de la disidencia. Por último, una vez que el mal ya ha tenido lugar, la autora examina el papel del pensar después de la violencia. En este último punto se pone de manifiesto la relevancia de los testimonios y narrativas, dentro de lo que sería un deber de escuchar y un deber de recordar.

Marieta Quintero, en “Emociones en narrativas del mal que con-sentimos”, reflexiona sobre los motivos por los que después de hechos bélicos de largo aliento, como los ocurridos en el conflicto armado interno colombiano, las sociedades son incapaces de salir de la espiral de la violencia. La autora muestra cómo las narrativas de odio que incitan a la violencia y la intolerancia estuvieron presentes en el espacio público en Colombia durante las negociaciones de paz entre el gobierno del presidente Santos y las FARC-EP, la guerrilla más antigua del mundo, y en los resultados del plebiscito al que se sometió el Acuerdo, que ganaron por un estrecho margen quienes se oponían a este. Quintero muestra cómo el conflicto armado no concluye con las negociaciones, sino que en una situación tan prolongada de guerra se desarrollan unas narrativas del mal que permean a toda la sociedad y crean un sustrato emocional hostil que continúa en la lógica de la guerra y en la visión simplista y binaria de amigos-enemigos, en la que se excluye no solo a los miembros que se desmovilizan de la guerrilla, sino a todos aquellos que de alguna manera defienden la paz, y se pone obviamente en riesgo la posibilidad de hacer las transformaciones institucionales, jurídicas y sociales que la paz requeriría en Colombia.

Gabriel Aranzueque nos presenta un trabajo centrado en el papel del perdón frente al mal, y su elaboración desde la obra de Paul Ricoeur (“La sencillez del perdón. Reconocimiento, amor y justicia en Paul Ricoeur”). El trabajo parte del objetivo de restaurar la vida ética de la comunidad tras la violencia. Para ello atenderá a lo que Ricoeur denomina una “verdadera mutualidad” (la mutua comparecencia de todos) en donde el reconocimiento y la reciprocidad entre las partes sean auténticos. Ni la Historia ni la Justicia pueden suturar definitivamente la herida causada por la violencia. Es entonces cuando el amor y el perdón entran en escena. La disposición al perdón, en Ricoeur, tiene el carácter de lo extraordinario. No es simulacro ni tolerancia. No admite la devolución o la contrapartida. Por el contrario, presenta una confianza en la capacidad de regeneración, en el desprendimiento desinteresado. Ricoeur, en este sentido, nos plantea el perdón como un mecanismo alejado de la contraprestación, cuya grandeza está precisamente en su sencillez.

Camila de Gamboa y Wilson Herrera, en su artículo “Las disculpas políticas y su propósito en la justicia transicional”, indagan sobre el papel que podrían tener las disculpas de los ofensores de hechos atroces en situaciones en que se usan modelos de justicia transicional, como un elemento de la reparación moral frente a los daños causados a las víctimas. En el artículo, De Gamboa y Herrera dan cuenta de las características propias de una disculpa política y la distinguen del perdón interpersonal con el que comparte cierto aire de familia, no obstante sus naturalezas y propósitos diversos. Los autores muestran el potencial reparador de las disculpas políticas en contextos de justicia transicional, así como sus límites y los riesgos de sus abusos.

Claudia Hilb, en su artículo “‘Por eso, Sr. Eichmann, debe Ud. ser colgado’. De Eichmann en Jerusalén a los ‘Juicios’ en Argentina (reflexiones situadas)”, se apoya en la reflexión que hace Hannah Arendt del juicio de Eichmann en Jerusalén para analizar los problemas políticos, jurídicos y morales que se presentan cuando Argentina enjuicia a los autores de los crímenes cometidos durante la dictadura militar. Estos juicios tienen lugar en dos momentos: el período que conduce a los juicios de las Juntas en el gobierno de Alfonsín y la reapertura de los juicios a partir del 2005. Advirtiendo las grandes diferencias de los dos contextos, Hilb señala que en Argentina, al igual que en Jerusalén, la sociedad se debía enfrentar a la vez a un nuevo tipo de crímenes cometidos durante la dictadura argentina para cuyo juzgamiento no se disponía de leyes y a un nuevo tipo de criminal que considera que había seguido órdenes y cumplido su tarea. La autora expresa las dificultades morales y jurídicas de juzgar estos crímenes y a estos criminales debido a que se presenta una tensión entre un suceso extraordinario de injusticia que se debería castigar y un intento de responder con las normas jurídicas ordinarias, como si no se tratara de una situación excepcional. En el análisis de estos dos momentos, se pregunta si el accionar de la justicia en estos casos no cae fácilmente en una pasión retributiva que la sociedad argentina ha evitado discutir en el espacio público.

Por último, la tercera parte de este libro, La memoria y sus luchas, examina las dificultades a las que se enfrenta la elaboración de las memorias de las violencias en dos escenarios concretos: la Alemania posterior al Holocausto y el Chile de la dictadura, pero desde un punto de vista poco habitual: lo que se ha denominado “las memorias intergeneracionales”, esto es, la transmisión de las memorias de la violencia y los traumas, de una generación a otra. Ambas posmemorias nos presentan las tensiones, los dilemas, los silencios y olvidos en los complejos y desolados paisajes que quedan tras la violencia. Wolfgang Heuer y María José López examinan las dificultades de la memoria de larga duración respecto a la violencia acaecida hace tiempo.

Wolfgang Heuer, en “Verdad y narración. Las luchas por la memoria en Alemania después del Holocausto”, plantea las dificultades a la hora de establecer desde la sociedad civil una memoria de lo acontecido, en este caso el Holocausto, a través de las generaciones, es decir, lo que se conoce como “memoria intergeneracional”. En este sentido, el autor examina tres generaciones en Alemania: la que vivió los acontecimientos, la inmediatamente posterior y la llamada “generación de los nietos”. En su análisis aparecen cuestiones como el rechazo de la culpa, la negación, el ocultamiento o la falsificación de los acontecimientos. Mediante un análisis de la literatura popular, las series de televisión y las exposiciones artísticas, Wolfgang Heuer presenta un panorama en el que la memoria no es estática, donde los hechos quedan ya fijados de una vez para siempre, sino que, por el contrario, a lo largo de estos setenta años desde los acontecimientos, en la memoria cotidiana en las familias alemanas se ha ido desvaneciendo la participación y colaboración de la población que realmente tuvo lugar. Nos muestra también, a través de algunas figuras clave en la política alemana, las dificultades, contradicciones y tensiones para la elaboración de una memoria colectiva que se transmita de generación en generación.

María José López, en su artículo “Los pliegues de la memoria. Daño y testimonio de segunda generación en la dictadura chilena”, indaga sobre la violencia que se ejerció sobre los niños y adolescentes chilenos durante la dictadura, y la forma en que estos, ya adultos, han construido su experiencia del daño. López usa el concepto de posmemoria de Beatriz Sarlo a fin de mostrar cómo la construcción de la memoria de esta segunda generación se ve afectada no solo por la forma como las dos generaciones ven el pasado, sino también por los contextos sociales y de tiempo desde donde esta segunda generación recuerda y a su vez construye y reconstruye su propia identidad. López analiza en su investigación los testimonios de tres tipos diferentes de grupos: los niños y adolescentes que fueron usados como un instrumento de violencia, en general, en contra de sus padres; los niños y adolescentes que fueron vistos por el régimen represivo como potenciales enemigos del futuro, y por último los niños y adolescentes que fueron vistos como enemigos activos del régimen. La memoria de esta segunda generación, como lo afirma López, no hereda la visión del pasado de sus padres, sino que elabora una reflexión propia, que aunque no niega el dolor de reconocerse como víctima, tampoco se siente paralizada por esta categoría, y es capaz de juzgar ese pasado y rehacer su identidad.

Con los análisis que componen este libro esperamos contribuir a los debates sobre ese fenómeno de las violencias masivas contemporáneas. Esperamos asimismo que las cartografías del mal que desplegamos a lo largo de estas páginas sirvan para seguir tejiendo respuestas democráticas y plurales a las múltiples demandas que se plantean, en términos de responsabilidad, memoria y justicia.

Primera parte

EL LENGUAJE DEL MAL

I. ENTRE LA BANALIDAD DEL MAL
Y LA REALIDAD DEL DESEO

 

 

María Victoria Uribe

 

 

 

 

 

A. LOS DOS CORAZONES

 

Hace ya varios años, cuando investigaba en la zona esmeraldífera colombiana, tuve un fugaz encuentro con un joven asesino a sueldo quien antes de comenzar a responder las preguntas que yo pretendía hacerle mediante una entrevista, tomó la iniciativa y me dijo lo siguiente: “Yo quisiera tener dos corazones, uno para tratar con la gente buena y otro para tratar con la gente puerca” (comunicación personal, marzo de 1995)4. Desconcertada por lo que el muchacho acababa de decirme, y buscando ganar tiempo mientras digería su oscura sentencia, le pregunté quiénes eran los puercos a los cuales se refería, a lo cual respondió: “Esa gente que no tiene enemigos, por lo cual es peligrosa y traiciona” (ibídem). El joven sicario estaba planteando un problema de fondo, valiéndose de lo que parecía ser una metáfora mediante la cual establecía una distinción relevante para quienes se mueven en el ámbito de la delincuencia y de la ilegalidad: la oposición entre lealtad y traición. Más tarde supe que los dos corazones eran el tema de un narcocorrido que lamentablemente nunca pude escuchar porque los corridos compuestos por esmeralderos no tienen en su mayoría una circulación muy amplia y son difíciles de conseguir.

Como si se tratara de un tesoro, guardé la metáfora para ocasiones futuras porque tenía la certeza de que encerraba una verdadera explicación del comportamiento criminal que tanto me intrigaba. Años más tarde, y en el contexto de una nueva investigación, pude comprobar que la lógica de los dos corazones es común a ciertos individuos que se mueven en el mundo de la ilegalidad y la corrupción como el paramilitarismo, el narcotráfico, el contrabando, las economías paralelas, el sicariato y también, por qué no, la política. Una lógica que explica muy bien por qué en sociedades, como la colombiana y tantas otras latinoamericanas, donde los delincuentes son en su mayoría católicos, pues han sido bautizados, contraen matrimonio, hacen la primera comunión y son devotos de algún santo o santa en particular, la única manera de circular entre la legalidad y la ilegalidad es evitando que colisionen las nociones de bien y mal que tiene cada quien.

El manejo del bien y del mal en sociedades católicas rurales que viven apartadas, que están reguladas por adscripciones políticas heredadas, que tienen una estructura patriarcal y donde existe un alto nivel de violencia intrafamiliar es un asunto de gran complejidad. En este tipo de sociedad son frecuentes las figuras paternas autoritarias y las figuras maternas permisivas. A pesar de todos esos condicionantes, son comunidades donde existen creencias populares que mitigan o desactivan el impacto emocional y moral que los comportamientos amorales del sujeto pudieran tener en su propia conciencia y donde la venganza es una forma de justicia socialmente aceptada. Son estas figuras y estas creencias las que propician la existencia en paralelo de los dos corazones, una cierta forma de esquizofrenia funcional no muy diferente de otros modelos estudiados. Tal y como lo dijo el mismo sicario, en el mundo de las mafias y de la delincuencia organizada aquel que no tiene enemigos desconoce a quién ser leal, en cambio quien tiene enemigos no traiciona porque sabe a quién le debe lealtad y cuál es el precio de esta.

A partir de la entrevista con el matón a sueldo y de posteriores encuentros con paramilitares y homicidas, entendí que se puede ser asesino cruel y despiadado y devoto practicante de manera simultánea, siempre y cuando la mano derecha no conozca lo que hace la mano izquierda. O, para decirlo de otro modo, se puede ser indistintamente las dos cosas pero con la condición de que mientras uno de los corazones peca, el otro “rece y empate”, de modo que se anule cualquier juicio moral.

 

B. CHUANG TSE, LA MARIPOSA Y EL USO DE RECURSOS FANTASMÁTICOS

 

Y pensando en los dos corazones me viene a la memoria el texto de Žižek (2013), quien, parafraseando la parábola de Chuang Tse y la mariposa, hace referencia a un profesor burgués tranquilo, bondadoso y decente que, por un momento, sueña que es un asesino5. En Colombia, los asesinos con frecuencia sueñan que son personas decentes. En la parábola china, Chuang Tse sueña que es una mariposa, despierta y se pregunta si él no será más bien una mariposa que sueña ser Chuang Tse. Apelo a esta figura metamórfica del pensador que se piensa mariposa porque resulta útil para analizar la profusa utilización de alias o segundos nombres por algunos delincuentes en Colombia quienes, de esta manera, oscilan entre diferentes identidades con el fin de camuflar y esconder no solo sus actos, sino la realidad de sus deseos. La parábola china también es mencionada por el psicoanalista francés Jaques Lacan en su Seminario 14, denominado “La lógica del fantasma” (1966), quien la utiliza para referirse a uno de los temas centrales del psicoanálisis, a saber, la realidad del deseo. Según Lacan, los sujetos disponen de un mecanismo que les permite construir identidades diferentes de aquella que los sitúa en la red simbólica universal y por la cual todos somos conocidos, y afirma que dicho mecanismo no es otro que la fantasía. Según Lacan, los sujetos construimos objetos fantasmáticos que nos permiten crear identidades a las cuales nos aferramos. En términos subjetivos, mientras en la red simbólica Chuang Tse es Chuang Tse, en lo real de su deseo es una mariposa (ibídem). Resumiendo, podríamos decir que Chuang Tse es Chuang Tse porque esa es su identidad para con los demás, una identidad que le es conferida por la red intersubjetiva de la cual él forma parte; en cambio cuando es una mariposa está expresando la secreta realidad de su deseo.

A partir de las anteriores consideraciones, quisiera explorar el tema del manejo del mal cuando este se hace por intermedio de objetos fantasmáticos. El tema entraña múltiples dificultades pues se trata de trasladar conceptos del campo psicoanalítico al campo de lo social. En su escrito, Žižek (2013) pretende ir más allá del sentido clínico que Lacan le da a lo que él llama la realidad del deseo, refiriéndose al concepto lacaniano de goce como aquella forma de estar en el mundo del sujeto que sostiene los diferentes fantasmas. En relación con el modo de proceder de ciertos delincuentes, la entidad por examinar en este artículo sería entonces no la forma de estar en el mundo por parte del sujeto que sostiene diferentes construcciones fantasmáticas, sino cómo mediante estas el sujeto esconde la realidad de su deseo, la realidad de ese goce secreto.

Ahora bien: ¿Acaso el sujeto es únicamente aquello que es para los demás, acaso su existencia solo obedece a ­determinaciones simbólicas y a los mandatos que se le han conferido en su deambular por el mundo de los hombres? No parece ser así, no al menos en los casos que analizaré a continuación de sujetos que viven en las fronteras del pacto social y que crean identidades alternas, fantasmáticas o espectrales, que les permiten creer que sus actos de maldad no van a tener consecuencias porque no se reconocen en ellos, y no lo hacen porque manejan varias identidades mediante las cuales se piensan a sí mismos por fuera de los dilemas morales.

Con el fin de construir mi argumento necesito situarlo, y el locus es Colombia, un lugar donde la figura del “desaparecido”6, o del “NN7, constituye una devastadora inscripción rutinaria de lo espectral en lo social, como afirma Francisco Ortega (2003). Ortega define al fantasma como aquel que escribe en otra escena el guion de lo que ocurre en esta, acto que le permite la realización de un deseo inconsciente (ibídem). Son muchos los ejemplos de este tipo de inscripción fantasmagórica, pero es uno en particular el que me interesa explorar por tratarse de una modalidad poco estudiada: el de los alias. El alias actúa lo real del deseo poniéndolo en el dominio simbólico, y esta operación le permite al sujeto realizar el mal sin pena, como si no estuviese allí, como si no fuera con él. A partir del uso de uno o varios alias el sujeto criminal entra de lleno en el mundo de sus deseos inconscientes siempre y cuando el alias haya sido escogido por él y no le haya sido impuesto, como ocurre muchas veces cuando el alias se relaciona con un defecto físico y es el nombre con el que es identificado por sus compañeros de cuadrilla o de grupo.

 

C. EL ALIAS COMO RECURSO MIMÉTICO

 

La utilización de alias por personas que se mueven en el mundo de la ilegalidad ha ido variando a lo largo de los años. En la época de La Violencia (1948-1964), por ejemplo, para los bandoleros colombianos que operaron en las áreas rurales, el alias era un significante que los representaba cuando, vestidos como soldados o policías y al amparo de la oscuridad, asesinaban a quienes consideraban sus enemigos. Era una identidad que sustituía aquella que les era dada el día en que los bautizaban. Los cuadrilleros, tanto liberales como conservadores, eran en su mayoría analfabetas y utilizaban uno o varios apodos o alias para identificarse. Estos podían aludir a personajes a los que se admiraba y se quería imitar o ser simplemente una alusión a un rasgo del carácter del bandolero. El alias tenía una propiedad mimética, ya que por su intermedio el cuadrillero hacía suya una cualidad o destreza que muy posiblemente no poseía. Había ocasiones en que el alias le era impuesto al bandolero por sus compañeros de cuadrilla a partir de su apariencia física, y aludía a un defecto físico: el cojo, el tuerto, el enano, entre otros8.

Parece haber existido una relación estrecha entre el nivel de escolaridad de los bandoleros y el papel que desempeñaron los alias. Entre los analfabetos absolutos, por ejemplo, el alias no solo reemplazó al nombre de pila, sino que lo suplantó totalmente, lo hizo desaparecer. Entre aquellos bandoleros que ocupaban puestos de mando, el alias era escogido por su portador y no impuesto por los compañeros de cuadrilla. Los comandantes llegaron a tener hasta tres alias simultáneamente, lo cual les permitía deslizarse entre una identidad y otra y, de esta manera, mimetizarse más fácilmente. Pedro Antonio Marín, por ejemplo, campesino que llegó a ser comandante supremo de la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), tuvo dos alias emblemáticos: “Manuel Marulanda Vélez”, que él escogió para hacerle honores a un líder sindical comunista que fue asesinado en Bogotá en 19519, y “Tirofijo”, nombre que, al parecer, le fue impuesto por los soldados y que aludía a su notable puntería con las armas de fuego.

En los expedientes judiciales de la época y en otras fuentes documentales consultadas, se registra gran cantidad de alias con nombres de animales salvajes, semisalvajes y unos pocos animales domésticos. Sin embargo, no todo era animalidad en el mundo de estos campesinos vueltos bandoleros. También escogían nombres provenientes del folclor popular, de la Biblia o de héroes de la cultura popular mexicana a la cual accedían a través del cine mexicano que se proyectaba de tanto en tanto en las paredes de los pueblos. Entre los alias que se referían a personajes de la Biblia se registran algunos que encarnan el mal, como “Judas” y “Caín”. También se mencionan otros nombres alusivos a la Biblia, como “Dimas”, “Calvario” y “Milagro”, entre otros. Hay muchos alias que aluden a un atributo perverso o siniestro con el cual, posiblemente, se identificaba el portador: “Ave Negra”, “Sangre Negra”, “Alma Negra”, “Mano Negra”, “Sombra Negra”, “Cianuro”, “Rematador”, “Desquite”, “Veneno”, “Incendio”, “Sospecha”, “Peligro”, “Venganza”, “Puñalada”, “Maligno”, “Diablo” y “Hierba Mala”.

También se registran nombres de algunos personajes provenientes de historietas populares, como “Tarzán”, “Superman”, “Sultán” y “Piel Roja”. Hay alias que aluden a próceres y a figuras históricas reconocidas, como “Libertador”, “Nariño”, “Santander”, “Córdoba” y “Nerón”. Otros alias eran portadores de un pathos ligado al sufrimiento y a la desesperación, como “Suicida” y “Mala Suerte”. Nombres que hablaban de grandeza o de fuerza, como “Gigante”, “Vencedor”, “Huracán”, “Triunfo”, “Brillante” e “Invencible”. Nombres que recuerdan defectos físicos de sus portadores: “Caratejo”, “Tartamudo”, “Media Vida”, “Arrugado”, “La Vieja” y “Peludo”. Algunos bandoleros prefirieron utilizar nombres que hacían alusión a su destreza o rapidez: “Espada”, “Flecha”, “Machetazo”, “Punto Fijo”, “Tiro Fijo”, “Puñalada”, “Zarpazo”, “Chorro de Humo”, “Puñalito”, “Metralla”, “Cartucho” y “Gatillo”, entre otros. También aparecen otros nombres que aluden a un rasgo bondadoso o amable del carácter del bandolero, alias como “Campante”, “Saltarín”, “Tranquilo”, “Errante”, “Sereno”, “Nobleza” y “Prudente”.

La utilización de alias por los paramilitares durante las décadas de 1980 y 1990 también fue muy profusa. Una vez dentro, en el proceso de entrenamiento, los aprendices reclutas eran marcados mediante el uso de uniformes, la imposición de alias y sobrenombres, las mutilaciones corporales y el despojo de todo lo que podía resguardar su identidad anterior como fotografías, ropa, accesorios, entre otros (Navarro, 2016). Los alias eran o impuestos por los instructores o adquiridos por los aprendices reclutas a lo largo del entrenamiento. De todas formas, los reclutas que pasaban el examen y no eran eliminados por debilidades físicas o psicológicas debían portar un alias que los identificaba con su nueva situación. Los paramilitares preferían alias que no tuvieran nada que ver con animales, sobre todo en los rangos medios y altos de la jerarquía de mando. Se usaban alias que tenían un sistema de letras y números como “HH”, “Doble Cero”, “JL”, “R-15”, “5.7”, entre otros.

 

D. BANDIDOS QUE SUEÑAN SER BUENAS PERSONAS

 

Un caso que quisiera examinar en particular es el de un paramilitar que conocí en la Cárcel Modelo de Barranquilla cuando comenzaba el proceso de Justicia y Paz y los paramilitares ­rendían sus primeras versiones libres. El hecho paradigmático es el encuentro de dicho paramilitar en la cárcel con la hermana de un “desaparecido” que indaga por la suerte de su familiar. Ante la falta de noticias sobre el paradero de su familiar, la mujer siente la necesidad de buscar al culpable de la desaparición para preguntarle por la suerte de su hermano. Consulta con una abogada amiga, quien le aconseja visitar a un paramilitar que operaba en la zona y que ahora está en la cárcel. La mujer narra las dificultades que tuvo para encontrarse con el presunto asesino hasta que finalmente los guardias carcelarios la autorizan a entrar. Ella estaba nerviosa por las incertidumbres que planteaba el encuentro y quedó muy sorprendida cuando el preso, luego de saludarla, comenzó a hablarle de su nueva vida como cristiano, y a pedirle perdón varias veces por sus actos, siempre exhibiendo la Biblia.

Aquí vemos en escena al asesino que cree que es una buena persona porque se ha vuelto cristiano, lee la Biblia y pide perdón. La condición de postulado al sistema de Justicia y Paz obliga a los delincuentes a mostrarse arrepentidos por sus crímenes y a pedir perdón a las víctimas. Y todos piden perdón. Sin embargo, el rol de buena persona se convierte en una ilusión en el momento en que prima lo real de su deseo y esto sucede cuando la mujer le pregunta al preso dónde fue enterrado su familiar. Ante su solicitud, él le dice que recuerda que en el lugar había una palmera y un quiosco y hace una descripción tan precisa del lugar donde supuestamente estaría enterrado el cuerpo de su hermano que el lugar se convierte en un locus de esperanza para la mujer. Sin embargo, con su retórica el preso se está refiriendo a un espacio inexistente, desprovisto de espacialidad y de tiempo reales. La palmera y el quiosco adquieren tal materialidad para la mujer que crean en ella un sentimiento de urgencia, más creciente a medida que el preso proporciona más pistas. Convencida de estar sobre la pista correcta, la mujer viaja al lugar descrito por el preso, toma varias fotografías y regresa a la cárcel para enseñárselas. Al ver las fotos, el preso comenta: “Ay, usted no sabe, pero a mí estas fotos me traen tantos recuerdos, es que yo allá pasé los mejores momentos de mi vida”. El hombre bondadoso y arrepentido que conversaba tranquilamente en la cárcel cae en la trampa de la nostalgia por su mundo perdido, lo que da paso a lo real de su deseo: deambular vestido de camuflado, cometiendo atropellos y matando supuestos guerrilleros.

Otro caso que permite ilustrar de qué manera el blindaje que utilizan estos sujetos para evadir las autorrecriminaciones morales es el de un paramilitar que fue mando medio de las Autodefensas Unidas del Magdalena Medio. Hijo de madre soltera, nunca conoció a su padre y a los doce años de edad se fue de la casa, una historia de desarraigo emocional que se repite con mucha frecuencia entre paramilitares y guerrilleros. No era arrogante, ni tenía ínfulas de héroe, como la mayoría de sus compañeros, y contaba de sus andanzas criminales como si fueran juegos de niños. Lo dejé de ver un tiempo y cuando lo volví a encontrar se me acercó y me dijo lo siguiente:

 

No sabe lo que me pasó. En una versión libre que rendimos todos los del bloque paramilitar, se presentó una viejita que se me acercó, me abrazó por la cintura y en medio del llanto me dijo: “Usted me mató a mi marido y me mató a mis hijos, pero yo lo perdono. Lo único que le pido es que me diga dónde enterró al pequeño”. (Comunicación personal, marzo del 2011)

 

Según me dijo, después de ese encuentro él nunca volvió a ser el mismo. ¿Qué fue lo que conmocionó a este paramilitar, fue el encuentro con esa madre anciana capaz de alterar esa vía paralela entre el bien y el mal en medio de la cual se mueven estos criminales?

Son varios los reportes que hablan de reclamos directos de madres, en encuentros cara a cara, por un hijo asesinado o desaparecido. Al parecer se trata de encuentros que logran transformar al sujeto, algo que no se percibe claramente en las versiones libres ni en los incidentes de reparación, donde el arrepentimiento hace parte del libreto que impone el proceso de Justicia y Paz, un sistema judicial empeñado en convertir héroes en criminales. Si los acusados quieren acceder a la pena alternativa y a todos los demás beneficios, tienen que desestructurar su identidad de héroes, cambiando el lenguaje militar por uno humanitario; quedan prohibidos términos como “dados de baja en combate” o “daños colaterales del conflicto”; no pueden referirse a las víctimas con términos despectivos en presencia de los fiscales, deben referirse a ellas con respeto. Lo que parece realizarse en este tipo de encuentros es la relación imaginaria con la madre, el deseo por la madre ante un padre ausente. Se trata, quizá, del encuentro con lo materno, y lo crucial en este caso parece ser la mirada de esa madre que reconoce al perpetrador y al reconocerlo lo transforma y lo trasmuta en eso que siempre quiso ser, una persona decente.

¿Cómo explicar, entonces, las transformaciones que pueden haber sufrido las identidades de estos criminales al enfrentarse a sus víctimas después de estar unos años en la cárcel? Es posible que algunas palabras y frases que les oí decir en diferentes ocasiones nos permitan entender. “Dar la cara”, por ejemplo, es una de ellas: “dar la cara ha sido durísimo”. ¿Qué quieren decir cuando hablan de “dar la cara”? ¿Se estarán refiriendo con ello al hecho de ver a los ojos a las víctimas? ¿O, más bien, estarán aludiendo a la renuncia que hacen a sus diferentes caras, encarnadas en las diferentes identidades fantasmáticas? Otro de ellos manifestó lo siguiente: “Hemos despertado de un sueño y miramos a nuestro alrededor y vemos tanto daño […]” (comunicación personal, mayo del 2011). ¿Soñaban mientras delinquían y solo les es posible constatar los daños ahora que están despiertos? La narrativa del sueño es frecuente entre ellos. Como si el mal propio no fuera con ellos, como si el cúmulo de dolor y desconcierto que dejaron a su paso les fuera extraño. Otra frase que le oí repetir varias veces a otro fue “Ninguno de nosotros estábamos [sic] preparados para enfrentar a las víctimas” (comunicación personal, mayo del 2011).

Claro que no, nadie está preparado para enfrentar a su víctima, y menos cuando esta está encarnada en la figura de una madre que otorga el perdón de manera espontánea. Nadie resiste la mirada incriminadora de esa otra desconocida que se materializa con su reclamo, esa otra a quien se ha hecho tanto daño, y menos si su mirada es la de una madre desconsolada que busca esclarecer el crimen de su ser querido. La víctima es el espejo en el cual, finalmente, el criminal verá reflejada la realidad de su deseo y esa realidad innombrable que él no ha querido ver, que ha negado una y otra vez —escondiéndose detrás de lo buen padre que es, de lo mucho que ama a sus hijas—, terminará apareciéndose bajo la forma de una madre implorante. Dicha figura parece ser la única capaz de desarticular el montaje que el sujeto criminal ha hecho con los dos corazones para evadir sus culpas. Y será entonces cuando ese asesino, que sueña con ser un sujeto tranquilo, bondadoso y decente, se enfrente a la triste realidad de su deseo.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

 

Lacan, J. (1966). Escritos 1 y Escritos 2. Buenos Aires: Siglo XXI.

Navarro Camacho, D. A. (2016). Por acá se entra pero no se sale. Análisis de los centros de entrenamiento paramilitar (tesis inédita de maestría). Universidad Nacional de Colombia, Bogotá.

Ortega, F. (2003). Crisis social y trauma. Perspectivas desde la historiografía cultural colonial. Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura (30), pp. 45-96.

Uribe, M. V. (1996). Limpiar la tierra. Guerra y poder entre esmeralderos. Bogotá: Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP).

Žižek, S. (2013). El más sublime de los histéricos. Buenos Aires: Paidós.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Aranguren Romero, J. P. (2011). Las inscripciones de la guerra en el cuerpo de los jóvenes combatientes. Historias de cuerpos en tránsito hacia la vida civil. Bogotá: Ediciones Uniandes.

Arendt, H. (1999). Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. Barcelona: Lumen.

Castillejo, A. (2015). La imaginación social del porvenir: reflexiones sobre Colombia y el prospecto de una Comisión de la Verdad. Buenos Aires: Clacso.

Uribe Botero, Á. (2009). Perfiles del mal en la historia de Colombia. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.

Uribe, M. V. (1990). Matar, rematar y contramatar. Las masacres de La Violencia en el Tolima, 1948-64. Serie Controversia, (159-160). Bogotá: Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP).

Uribe, M. V. (2004). Antropología de la Inhumanidad. Un ensayo interpretativo sobre el terror en Colombia. Bogotá: Grupo Editorial Norma.

Uribe, M. V. (2008). Mata que Dios perdona. Gestos de humanización en medio de la inhumanidad que circunda a Colombia. En F. Ortega (ed.), Veena Das: Sujetos de dolor, agentes de dignidad (pp. 171-184). Bogotá: Centro de Estudios Sociales (CES) e Instituto Pensar.

Uribe, M. V. (2012). Reflexiones sobre Estética y Violencia en Colombia. En H. Chávez (ed.), Estética y Violencia: Necropolítica, Militarización y Vidas Lloradas (pp. 66-79). México, D. F: Museo Universitario de Arte Contemporáneo, Universidad Nacional Autónoma de México.

Žižek, S. (1997). The plague of fantasies. Londres: Verso.

II. EL MAL COMO EL DOBLE OSCURO
EN LA REALIZACIÓN HISTÓRICA
DE LA MODERNIDAD

 

 

Luis Fernando Cardona Suárez

 

 

 

 

 

A continuación examinamos el proceso histórico de la Modernidad a la luz de la problemática general del mal. La presencia del mal en el mundo moderno no es simplemente un elemento accidental de su desarrollo histórico; es, más bien, su doble oscuro que emerge desde el núcleo que le da identidad a este proceso civilizador, la libertad. Siguiendo la teoría kantiana del mal radical, queremos mostrar, en un primer momento, la filosofía de la historia que está en la base de la construcción cultural de la Ilustración. En un segundo momento, observaremos este proceso cultural a partir de la conciencia estética de las contradicciones internas del mundo moderno, deteniéndonos, de manera particular, en la vivencia que de ellas tienen poetas como Baudelaire, Lautréamont y Conrad, pues en sus obras estos escritores expresan con claridad el inmenso desgarro y sufrimiento que se anida en la pretensión de progreso que caracteriza al mundo moderno ilustrado. Y, en un tercer momento, siguiendo ahora las investigaciones de Schelling sobre la esencia de la libertad humana, queremos mostrar el dispositivo antropológico que se pone en juego en la realización desmedida de la libertad. Aquí el mal se nos presentará, finalmente, como el doble oscuro o invertido de la realización cultural de la Modernidad.

 

A. LA ILUSIÓN HISTÓRICA DEL PROGRESO

 

En La religión dentro de los límites de la mera razón, más precisamente en la primera parte, titulada De la inhabilitación del principio malo al lado del bueno o sobre el mal radical en la naturaleza humana, Kant señala que el mundo mismo está en permanente conmoción. En efecto, se trata de una queja tan antigua como la historia misma. De esta queja se desprenden dos posiciones distintas de filosofía de la historia. La primera puede ser considerada hoy una perspectiva conservadora, pues señala que el mundo empieza por “el bien: por la Edad de Oro, por la vida en el Paraíso o por una vida más dichosa aún, en comunidad con seres celestes” (Kant, 1969, p. 29). Pero esta felicidad pronto se estropeó debido a un trauma, e inició así “la caída en el mal (el mal moral, con el cual siempre fue a la par el físico), lo que para desgracia hacen [sic] correr en acelerado desplome” (ibídem) grandes penalidades físicas, una serie infinita de molestias que traen consigo nuevas caídas, “de modo que ahora (pero este ahora”, las leyendas de la expulsión del Paraíso11.