SALVADA

V.1: Enero, 2019


Título original: Heart Recaptured

© Tillie Cole, 2014

© de la traducción, Aitana Vega, 2019

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2019

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imagen de cubierta: Viorel Sima/Shutterstock

Corrección: Isabel Mestre


Publicado por Principal de los Libros

C/ Aragó, 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

info@principaldeloslibros.com

www.principaldeloslibros.com


ISBN: 978-84-17333-51-5

IBIC: FR

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

SALVADA

Tillie Cole

Los verdugos de Hades 2


Traducción de Aitana Vega

Principal de los Libros

5

Sobre la autora

2


Tillie Cole es una escritora británica de madre inglesa y padre escocés. Creció en una granja, pero, tan pronto como pudo, abandonó el campo por las brillantes luces de la gran ciudad.

Después de graduarse en Religión en la Universidad de Newcastle, siguió a su marido, un jugador profesional de rugby, por todo el mundo durante diez años. Mientras trabajaba como profesora en varios institutos, empezó a escribir su primera novela.

Pasa la mayor parte del tiempo entre libros, escribiendo y cuidando de su hijo.

CONTENIDOS

Portada

Página de créditos

Sobre este libro


Glosario

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Epílogo

Profeta Cain


Sobre la autora

SALVADA

Solo su amor podrá salvarla…



Delilah, separada de la Orden, teme estar

atrapada en el pecaminoso mundo de los

Verdugos de Hades para siempre, pero,

cuando conoce a Kyler, se plantea si el

atractivo y salvaje motero puede ofrecerle

algo que creía imposible: amor incondicional.

Pero el pasado siempre vuelve, y Lilah y Ky

tendrán que luchar por permanecer

juntos pase lo que pase.



La esperadísima segunda entrega de la saga de Los Verdugos de Hades


«Tillie Cole nos adentra una vez más en el mundo de los Verdugos de Hades, donde sentimos, respiramos y vivimos la historia de Lilah y Ky. Una autora extraordinaria.»

Totally Booked Blog


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Glosario

(Los términos no aparecen por orden alfabético)


Terminología de la Orden


Ancianos: Grupo compuesto por cuatro hombres, Gabriel, Moses, Noah y Jacob. Se encargan del día a día de la comuna. Son los segundos al mando del profeta David y los responsables de la educación de las Malditas.

El pecado original: Creencia cristiana que, según san Agustín, afirma que el ser humano ha nacido pecador y tiene un deseo innato de desobedecer a Dios. El pecado original es el resultado de la desobediencia de Adán y Eva cuando comieron el fruto prohibido en el Jardín del Edén. En las doctrinas de la Orden, creadas por el profeta David, se culpa a Eva de tentar a Adán para pecar, por lo que se considera a las hermanas de la Orden seductoras y tentadoras desde el momento en que nacen.

Guardias discípulos: Miembros masculinos de la Orden. Se encargan de proteger la comuna y a sus habitantes. Están bajo el mando de los ancianos y del profeta David.

Intercambio divino: Ritual sexual que se lleva a cabo entre los miembros masculinos y femeninos de la Orden. Se cree que ayuda a los hombres a acercarse a Dios. El acto se realiza en ceremonias comunitarias. A menudo se utilizan narcóticos para conseguir una experiencia trascendental. Las mujeres tienen prohibido experimentar placer como castigo por acarrear el pecado original de Eva. Además, como parte de sus deberes de hermanas, deben realizar el ritual siempre que se les requiera.

La comuna: Propiedad de la Orden controlada por el profeta David. Es una comunidad segregada, vigilada por los discípulos y los ancianos y equipada con armas por si reciben un ataque del mundo exterior. Los hombres y las mujeres permanecen en áreas separadas. Las Malditas viven en alojamientos privados apartadas de todos los hombres, excepto de los ancianos. Todo el terreno está rodeado por una verja.

La Orden: Nuevo movimiento religioso apocalíptico cuya fe se fundamenta en ciertas enseñanzas cristianas seleccionadas y en la fuerte creencia de que el apocalipsis es inminente. Está liderada por el profeta David, quien se declara a sí mismo profeta de Dios y descendiente del rey David, junto con los ancianos y los discípulos. Los miembros conviven en una comuna aislada y llevan una forma de vida tradicional y modesta basada en la poligamia y las prácticas religiosas no ortodoxas. Afirman que en el «mundo exterior» solo existen el pecado y el mal. No tienen contacto con nadie externo a la Orden.

Las Malditas: Mujeres y niñas de la Orden consideradas demasiado hermosas y pecadoras por naturaleza. Viven separadas del resto de la comuna. Se considera que son demasiado tentadoras para los hombres. Se cree que las Malditas son las que más posibilidades tienen de alejar a los hombres del camino correcto.



Terminología de los Verdugos de Hades


Base madre: Sede principal del club. Ubicación original.

Conocer al, ir o irse con el barquero: Coloquial. Morir. Hace referencia a Caronte, el barquero de los muertos, un demonio (espíritu) del inframundo de la mitología griega que transportaba las almas de los difuntos al averno. El precio que se pagaba para cruzar los ríos Estix y Aqueronte para llegar hasta Hades consistía en una moneda que se colocaba en la boca o los ojos del muerto al enterrarlo. Aquellos que no pagasen debían vagar durante cien años por las riberas del Estix.

Cuero: Chaleco de cuero que llevan los moteros proscritos adornado con parches e ilustraciones que resaltan los colores distintivos del club.

Dama: Mujer casada con un miembro, protegida por su pareja. Este estatus es sagrado para los miembros del club.

Entregar/recibir los parches: Cuando a un nuevo miembro se lo aprueba como miembro de pleno derecho.

Hades: Señor del inframundo en la mitología griega.

Hielo: Metanfetamina.

Iglesia: Donde tienen lugar las reuniones del club para miembros de pleno derecho dirigidas por el presidente de este.

Ir o irse con Hades: Coloquial. Hace referencia a morir.

Nieve: Cocaína.

Perra del club: Mujer que va a la sede del club para tener encuentros sexuales casuales con los miembros.

Uno por ciento: Durante un tiempo se rumoreó que la Asociación Americana de Motociclismo (AMA, por sus siglas en inglés) había afirmado que el 99 por ciento de los moteros eran ciudadanos que respetaban la ley. Aquellos que no obedecían las normas de la AMA se denominaban a sí mismos «uno por ciento», es decir, el uno por ciento restante que no acataba la ley. La gran mayoría del uno por ciento pertenecen a clubes de moteros proscritos.

Verdugos de Hades: Club de moteros proscritos del uno por ciento fundado en Austin, Texas, en 1969.

Zorra: Mujer que forma parte de la cultura motera. Término cariñoso.



Estructura organizativa de los Verdugos de Hades


Aspirante: Miembro en periodo de prueba del club. Participa en las salidas, pero tiene prohibido asistir a las reuniones.

Capitán de ruta: Responsable de todas las salidas del club. Investiga, planifica y organiza todas las salidas y carreras. Alto mando del club que solo responde ante el presidente o el VP.

Presidente (presi): Líder del club. Portador del mazo, símbolo del poder absoluto del presidente. El mazo se utiliza para mantener el orden en la iglesia. Dentro del club, su palabra es la ley. Los miembros más antiguos son sus consejeros. Nadie cuestiona sus decisiones.

Sargento de armas: Responsable de la seguridad del club, de la vigilancia y de mantener el orden en los eventos. Informa al presidente y al VP de comportamientos inapropiados. Se encarga del bienestar y la protección del club y de sus miembros y aspirantes.

Secretario: Responsable de realizar y guardar todos los registros del club. Avisa a los miembros de las reuniones de emergencia.

Tesorero: Lleva un registro de todos los ingresos y gastos. También de todos los parches y colores del club actuales y pasados.

Vicepresidente (VP): Segundo al mando. Ejecuta las órdenes del presidente y hace de enlace entre este y las demás facciones del club. Asume todas las responsabilidades y funciones del presidente en su ausencia.

Profeta Cain

Nueva Sion, Texas


—¡Impenetrable! ¡Se supone que nuestra comuna es impenetrable! Y, sin embargo, esos demonios andantes consiguieron entrar sin ser vistos y llevarse a una mujer caída en desgracia antes de que recibiera su castigo divino y fuese purificada por las llamas.

Daba vueltas fuera de mí por la sala donde Judah, el hermano Luke y yo nos habíamos reunido con el Klan, Johnny Landry y el gobernador Ayers, el Gran Mago y el Mago Imperial del KKK de Texas.

—Los quiero muertos, erradicados de la faz de la Tierra. Quiero acabar con ellos y exponer sus cuerpos en picas para que nadie más se atreva a cruzar este terreno sagrado y provocar al pueblo de Dios. Quiero armar a los nuestros para la guerra santa y que marchen sin miedo en sus corazones. Quiero a las Malditas de vuelta y que jamás vuelvan a poner un pie en el mundo exterior. Quiero casarme con la hija Maldita de Eva y cumplir la profecía del profeta David. ¡Debo casarme con Salome y unirme a ella en un intercambio divino! ¡Tiene que volver, no importa el precio!

Jadeaba del esfuerzo. La rabia me encendía por dentro y me ardía en las venas. Cuando se llevaron a Delilah y encontramos a su hermana atada a un árbol y a dos de mis ancianos asesinados, la Orden me vio como un líder débil. Dudaron de mi ascensión y de mi habilidad para llevarlos a las puertas del cielo. Pero su preocupación y vergüenza no eran comparables al deseo de venganza que sentía. Quería vengarme de ese club de moteros paganos que me había alejado de todo lo que me estaba destinado y del hombre que había arrastrado a la mujer que era esencial para nuestro destino a la oscuridad.

Di un puñetazo a la mesa y fulminé a Landry y a Ayers con la mirada.

—Tuvo que ser uno de los vuestros. Alguien filtró la ubicación de Nueva Sion. Se supone que este sitio no existe, no aparece en ningún registro. Solo alguien de dentro pudo informar a los Verdugos.

Landry le dedicó a Ayers una mirada significativa y este apoyó la barbilla en las manos. Parecía un político de los pies a la cabeza, lo que buscaba parecer.

—Tienes razón, Cain.

—¡Profeta Cain! —corrigieron Judah y el hermano Luke al unísono. Le dedicaron una mirada que indicaba su indignación por la falta de respeto a un mensajero de Dios. Micah, el hijo del hermano Luke, había muerto de una forma espantosa. Estaba seguro de que había sido Flame.

Ayers levantó las manos y sonrió.

—Profeta Cain, mis disculpas.

Landry sonrió y se cruzó de brazos, pero perdió el humor rápidamente.

—Sospechamos de alguien, un desertor de nuestro círculo más cercano que creemos que robó información vital del despacho de Landry. Creemos que se esconde con los Verdugos, pues nadie lo ha visto desde el ataque, así que estamos bastante seguros de que se ha unido a ellos.

Apreté los puños con tanta fuerza que me dolieron.

—¡Debe ser castigado! ¡Juntos, acabaremos con todos! Tenemos las armas y los soldados para la misión.

Ayers negó con la cabeza.

—Profeta Cain, hace mucho que conozco a los Verdugos. De hecho, he conocido a más de un presidente. Son poderosos y cuentan con una red internacional. Tienen más contactos que yo. Joder, seguramente más que el presidente, y me imagino que más que ninguno de vosotros. Debemos ser precavidos y meticulosos, planear cada detalle y no dejar nada al azar.

»Llevará tiempo, pero estoy convencido de que lo lograremos. Con el suministro de vuestras armas al Klan, nuestra relación será fructífera y cumpliremos el sueño cristiano y ario de Dios.

Miré a Judah, que se encogió de hombros. Estaba de acuerdo. Ayers se dio cuenta.

—Es una maratón, profeta Cain, no un sprint —añadió—. Nos aseguraremos de tenerlo todo controlado antes de hacer nuestra jugada. —Dio un trago de vodka y continuó—: Y la haremos. Sigue con nosotros, profeta Cain, y, antes de que te des cuenta, tendrás a tu esposa contigo y lejos del control del señor Nash. Tendrás tu apocalipsis. Y yo me encargaré de castigar a mi propia sangre, que ha traicionado nuestras creencias y nos ha clavado una puñalada trapera.

Me levanté y fui hasta la ventana, desde donde podía observar a mi pueblo trabajar y explorar el cuerpo de otros desde las alturas. No tardé en sonreír.

No sería hoy ni mañana, pero pronto las Malditas volverían, Mae se retorcería de placer en mi cama y los Verdugos arderían en el infierno. Para siempre.

Prólogo


El vapor nublaba el baño. Salí de la ducha goteando y no me molesté en cubrir mi piel desnuda. Me tambaleé hasta el tocador y me quedé congelada ante el espejo empañado, con la mirada perdida.

Me sentía entumecida, paralizada.

Todo lo sucedido en los últimos meses me había destrozado. Me atormentaba, hacía que me cuestionase la fe que antes había sido inquebrantable. Me había revelado como lo que era: una puta, una tentadora, una mujer incapaz de estar en armonía con Dios. Una mujer que, desde su nacimiento, había sido un producto del diablo, una obra maestra esculpida a la perfección por las garras manchadas de Satanás.

Con una mano temblorosa, limpié el espejo empañado hasta que pude ver mi imagen de pecadora. Observé a la chica reflejada en el cristal y fruncí los labios asqueada. Era preciosa, con una piel dorada perfecta, una larga melena rubia y unos ojos de color azul aciano. Un disfraz impresionante. La creación del mal supremo.

Cada mechón de pelo dorado estaba impregnado de pecado. Cada mota de zafiro en sus ojos desprendía inmoralidad y cada rubor de sus mejillas nacía de la impiedad.

Los hombres acudían a su lado cada vez que estaba cerca, atraídos por la elusiva trampa de Satanás. Querían poseerla, unirse a ella de la manera más carnal, enloquecidos por la seducción de las curvas de su cuerpo, sus grandes pechos y sus tentadores labios rosados.

Todos los pensamientos racionales desaparecían de sus mentes al mirarla. Solo quedaba la determinación de dar rienda suelta a la lujuria, el deseo insaciable de estar con ella. 

Se regodeaban con su belleza como polillas a la luz y, entre tanto, el demonio se regocijaba en su interior y atrapaba una nueva alma para arder en el infierno durante toda la eternidad.

Los presagios del profeta David me rondaban la mente, me atormentaban y me estrangulaban el alma:

«La creación de Dios está llena de belleza: los ríos que corren, las aguas cristalinas del mar, las cumbres nevadas de las montañas y los verdes pastos de la tierra. No hay nada más poético que ver cómo el sol se esconde en el horizonte al atardecer o verlo salir de nuevo al amanecer. Sin embargo, demasiada belleza en una mujer es un pecado. Una belleza tan arrebatadora solo puede tener un destino: Sheol.

»El Señor creó esta obra maestra que es el mundo para nosotros, sus elegidos, para que nos guiáramos por su palabra y nos regocijáramos con su nombre. Pero Satanás, celoso, observó a los elegidos de Dios en vano y, malicioso por naturaleza, proyectó su maldad sobre los elegidos.

»Llegó entre las sombras, sedujo y plantó su semilla en el vientre de mujeres santas mientras dormían, y de esta concepción nacieron las Malditas, mujeres contaminadas por el mal de forma innata, creadas por Satanás para atraer a hombres inocentes y puros a caer en el pecado. Son brujas, tentadoras, las cortesanas de Hades, enviadas a la Tierra a robar nuestras almas.

»Cuidaos de estas mujeres. Una mirada a sus ojos sin alma y quedaréis atrapados por la lujuria. Un toque de sus labios sobre vuestra carne y desearéis sus cuerpos con una necesidad carnal insaciable y objeto de pecado. Sus intentos de seducción os hechizarán, os atraparán para cumplir su condenable voluntad y luego os arrastrarán al azufre, donde arderéis eternamente.

»Ningún hombre puede amar de verdad a una mujer Maldita de Eva.

»Y ninguna mujer de Eva recibirá jamás el amor de un alma pura».

Parpadeé para detener las lágrimas y aparté la mirada de aquella chica, aquella mujer Maldita de Eva de la que hablaba el profeta David. Entonces me di cuenta: siempre sería así. El Señor nunca me salvaría, no importaba lo mucho que me esforzase. Nunca alcanzaría la salvación. Tal vez la única forma de salvarse fuese enfrentarse al diablo de frente. No me salvaría hasta que los hombres dejasen de abandonar la rectitud y perdieran sus deseos de poseerme.

Solo me quedaba una cosa por hacer: arrancarme esta belleza envenenada otorgada por Satanás y volverme fea, desagradable, repulsiva, lo bastante fea para liberarme de esta maldición.

Capítulo uno

Ky


Complejo de los Verdugos de Hades

Austin, Texas


—Los colombianos nos enviarán la nueva munición la semana que viene. Hemos recuperado a las bandas callejeras después del desastre del intento de invasión de aquellos chupacruces de mierda. Los clubes de poca monta nos van a dejar en paz, el senador Collins se encargará de que los federales no metan las narices donde no deben y las cosas parecen estar tranquilas con los Diablos.

«Vale», gesticuló Styx, el presi del club, mientras yo echaba un vistazo a mis hermanos, sentados alrededor de la mesa. «Por una puñetera vez estaría bien descansar de tanto drama».

Habían pasado cuatro semanas desde que fuimos traicionados por un topo dentro del club, uno que resultó ser el puto heredero de una secta religiosa de chalados. La secta que había tenido prisionera a Mae, la dama de Styx, durante toda su vida. Habían abusado de ella desde cría, en nombre de Dios. Rider, el topo, o más bien el hermano Cain, era un espía y había fingido ser parte de los Verdugos cinco años. El cabrón se dedicaba a recopilar información sobre la venta de armas para la secta de su tío para dejarnos fuera y robarnos el territorio y así financiar esa locura de comuna. Pero el gilipollas de Rider se obsesionó con Mae y se la robó a Styx, grave error, para huir con ella a cuestas de vuelta a la secta.

A Styx casi se le va la pinza por la rabia, movilizó todas las divisiones del sur y asaltamos el lugar armados hasta los dientes. Hicimos pedacitos a todos los cabrones al mando, los supuestos discípulos de la Orden, le pegamos un tiro entre las cejas al profeta y Styx recuperó lo que era suyo, además de un par de amiguitas. Una rubia, una morena. Las dos estaban buenísimas, pero la rubia, joder, esa zorra era de primera. La polla se me puso como un mástil solo de acordarme de sus tetas enormes y de sus labios apetitosos.

Sin embargo, estaba como una puta cabra. Una fanática religiosa que ni de coña me iba a lamer los huevos en un futuro cercano. Tendría que tener un crucifijo de oro bendecido por el profeta de los cojones entre las piernas para conseguir que abriera la boca. Pero, joder, sería el santo grial de los coños.

Rider, el profeta Cain, el cabronazo, había escapado, pero lo destrozamos todo, solo sobrevivieron las mujeres y los niños. No quedó ningún discípulo para buscar venganza. Así que todo como siempre. Bueno, sin contar a las dos mojigatas peregrinas escondidas en el piso de arriba del apartamento de Styx que se negaban a salir.

Un carraspeo molesto me llamó la atención y miré a Styx. Me fulminaba con la mirada mientras gesticulaba a toda hostia, necesitaba que interpretase lo que decía. Mi mejor amigo y presi del club era mudo, el infame Verdugo mudo. Y yo era su portavoz, la gente de Texas sabía que podía hablar y también lo bueno que estoy. Joder, soy casi perfecto. Musculoso, alto, un buen pelo, una buena cara, la polla enorme. Lo que digo, casi perfecto.

Con la barbilla le indiqué a Styx que siguiera. También conozco la lengua de signos. Si vas a crecer con un hermano y mejor amigo mudo, más vale que aprendas rápido.

«¿Algo más?», preguntó Styx por signos y trasladé la pregunta a los demás hermanos.

Tanque, un tío calvo, tatuado y antiguo supremacista blanco, levantó la mano. Todos lo miramos.

—Un viejo colega del KKK me ha comentado algo.

Styx se inclinó hacia adelante para escuchar.

—Algo ocurre. Han organizado una reunión en su rancho de aquí. Suelen tener un par al año, pero esta no estaba programada.

—¿Qué puede significar? —pregunté.

Tanque se encogió de hombros.

—A saber. Voy a investigar un poco a ver qué encuentro. Por lo que sé, ninguno de los peces gordos tiene la condicional.

—¿Será una represalia? Styx se cargó a unos cuantos de los suyos en el viejo granero y matamos y torturamos a uno en la cabaña. ¿Collins les habrá dicho que lo chantajeamos? —sugirió Toro, nuestro enorme samoano con la cara tatuada.

Tanque suspiró y se reclinó contra el respaldo de la silla.

—Es posible. Si es así, tenemos que saberlo antes de que hagan una tontería.

Styx miró a Tanque y me chasqueó los dedos para que interpretase:

«¿Te apetece meterte en esto? Sé que tienes tus mierdas con los supremacistas blancos. Queremos manteneros a Preciosa y a ti alejados. ¿Vas a tener muchos problemas si metes las narices?».

Tanque se quedó callado y miró la mesa, luego sacudió la cabeza.

—Da igual, tengo que hacerlo yo. Soy el único que puede sacarles algo. Estaré fuera, pero a sus ojos siempre seré uno de ellos.

Styx asintió y nos repasó a todos con la mirada.

«Pégate a él, ¿vale? Donde vaya él, vas tú. A ver qué puedes averiguar».

Los dos asintieron conformes.

Eché un vistazo por la mesa y me crucé con las miradas de los hermanos: Tanque, Toro, Sonrisas, AK, Vikingo y, al fondo, sin dejar de moverse, nuestro psicópata particular, Flame.

—¿Algo más? —pregunté. Todos negaron con la cabeza.

Styx levantó el mazo y lo estampó contra la mesa para dar por terminada la reunión. Me puse de pie, aplaudí y sonreí.

—Ahora, a echar un buen polvo. Esta noche tenemos más perras de las que me puedo encargar. Solo tengo diez dedos y un rabo, ¡no puedo con todas!

Los hermanos estallaron en carcajadas y salieron en dirección al bar en busca de alguna zorra con la que echar un polvo y un buen trago. Flame salió por la puerta de atrás con el cuchillo en la mano, estas últimas semanas se estaba comportando como un perro guardián majareta.

Cuando la sala se quedó vacía me acerqué a Styx y le di una palmada en la espalda.

—Te apuntas, ¿hermano?

Sacudió la cabeza y el pelo negro le cayó sobre la frente.

—V-voy a d-dar una v-vuelta con M-mae.

Silbé para tomarle el pelo.

—¡Joder, otra vez no! Quédate, bebe, folla. No tienes que largarte con tu zorra cada vez que nos divertimos.

Styx me miró.

—M-mae no e-está lista n-ni de c-coña para ver e-esa mierda. T-todavía se e-está adaptando a-al m-mundo exterior. Es d-demasiado.

Mae no conocía nada más que la vida en la comuna. Un estilo de vida como el de los peregrinos de hacía siglos. Seguía aprendiendo cómo funcionaba la vida aquí fuera y Styx se lo enseñaba poco a poco, a eso se refería. 

—Como quieras. —Suspiré mientras Styx se llevaba la mano al bolsillo y sacaba las llaves de la Harley. De pronto, me vino una duda a la mente—. Te pones la gomita cuando te tiras a Mae, ¿verdad? Ya tenemos más problemas de los que nos gustaría en el club, no necesitamos más.

Styx dejó de moverse y me fulminó con la mirada. Lo capté a la primera: nadie hablaba mal de Mae y la tía nunca causaba problemas. El muy idiota estaba loco por esa zorra. Estaba buena, el pelo negro y los ojos negros de lobo tenían a mi hermano agilipollado. Styx estaba obsesionado con ella. Vivía y moría por ella. Yo nunca me dejaría comer el coco así por una tía buena, ni de coña.

Los coños estaban para lamerlos y follarlos, no para venerarlos.

Levanté las manos y retrocedí.

—Oye, solo quiero asegurarme de que no va a aparecer ningún mini-Styx correteando por ahí de un momento a otro. No estoy listo para ser tío y, con todo el tiempo que pasáis uno encima del otro, quería comprobarlo.

Styx se encogió de hombros y me ignoró. Entrecerré los ojos con sospecha.

—No estáis usando condón, ¿a que no, pedazo de imbécil?

Tensó la mandíbula antes de responder.

—N-no. Y si se q-queda e-embarazada, pues de p-puta madre. Quiero que s-sea mía de t-todas las m-maneras p-posibles. Q-que tenga a m-mi hijo.

Abrí la boca alucinado y estallé en carcajadas.

—¡Joder, Styx! Preñarla antes del matrimonio. Pillas a una princesita de una secta religiosa de lo más chunga, la conviertes en la dama del presidente de los Verdugos, o sea, básicamente, la zorra número uno dentro de estas paredes, y, para terminar, le haces un bombo antes de ponerle un anillo en el dedo.

Styx se tensó y no cambió la expresión ni un ápice, lo que solo sirvió para que me riera más.

—Tío, te has ganado el derecho a llevar al diablo en la espalda. ¡Le has corrompido hasta el alma a esa zorra! Si no iba a ir al infierno, ¡ahora seguro que sí!

Se lanzó hacia delante, con el puño derecho preparado, justo cuando llamaron a la puerta. Un segundo después, Mae se asomó y Styx retrocedió mientras me dedicaba una mirada de odio con la que me aseguraba que pagaría por el comentario más tarde.

—Hola, Ky —me saludó Mae como una señorita y con ese extraño acento anticuado suyo mientras caminaba hasta Styx. Él levantó la mano y tiró de ella para acercarla. Le atrapó el pelo con el puño para besarla y con la otra mano me hizo un corte de manga.

Antes de que Rider la secuestrara, el tío ya estaba loco por ella, pero, desde que la recuperó, la había convertido en su propiedad, le había dado un parche con su nombre en la espalda y no la perdía de vista ni por un segundo. De hecho, pasaban tanto tiempo encerrados en esta habitación que seguramente invertía más tiempo follándosela que respirando.

—Ya habéis conseguido que me sienta incómodo, así que me piro a emborracharme —dije con sarcasmo. Al pasar a su lado, lo escuché gruñir y empezar a empujar a Mae contra la mesa.

Los dejé solos, entré en el bar y fui directo al aspirante que servía las copas. Antes de sentarme, ya tenía un vaso de Jack en la mano.

AK y Sonrisas se me sentaron uno a cada lado. AK miraba cómo Vikingo intentaba trabajarse a un par de perras y se descojonaba de su mala suerte. Sonrisas tenía la misma cara de amargado de siempre.

Preciosa y Tanque se acercaron caminando. Tanque antes era un supremacista blanco y Preciosa, su dama, una rubia despampanante que actuaba como la madre de todos.

—Hola, encanto, ¿cómo estás? —me preguntó Preciosa antes de darme un beso en la mejilla.

—Bien. Estaré mejor dentro de una hora, cuando te vea triple gracias al alcohol y me tumbe con las piernas abiertas a dejar que las gemelas me hagan feliz con la lengua.

Preciosa sacudió la cabeza para reprenderme y AK levantó el vaso para brindar conmigo.

—¿Qué tal Maddie y Lilah? ¿Han bajado ya?

Negué con la cabeza.

—No, ojalá esa rubia tetona bajase donde yo me sé. Se me pone dura solo de pensar en esos labios gordos chupándome la polla.

—¡Ky! —gritó exasperada—. ¿No puedes contestar a la puta pregunta sin tanta guarrada?

—Relaja la raja, pava. No, no han salido de la habitación, siguen allí encerradas, pensando que somos un montón de seguidores del demonio esperando para arrastrarlas al infierno.

AK rio y se encogió de hombros.

—No se equivocan.

Preciosa suspiró y miró a la puerta por la que se subía a su habitación.

—Pobrecillas. Imagínate que te apartan de todo lo que conoces y, de todos los sitios del mundo, te sueltan aquí. Estarán aterrorizadas.

Me encogí de hombros.

—Mae lo llevó bastante bien, y estaba sola. Tienen que echarle huevos.

Preciosa me miró a los ojos con el ceño fruncido y una mueca en los labios.

—Mae se fue por su propio pie de esa secta de locos. Quería salir. A esas dos zorras de arriba las llevan violando y maltratando toda su vida, pero nunca quisieron irse. De repente irrumpís en su casa, pistola en mano, matáis al hombre que consideraban un dios, os las lleváis contra su voluntad, las metéis en una furgoneta de pederasta, gran idea, y esperáis que hagan como si nada. —Estaba lanzada—. Esas dos nunca se van a acostumbrar a esta vida, no es para ellas. El problema es: ¿qué les pasaría si se marchasen? ¿Dónde cojones irían? ¿Qué harían?

Ninguno dijo nada. Si las hermanas se marchasen, Mae se hundiría, y Styx no iba a dejar que eso ocurriese. De momento, aunque pasaran el día escondidas, se comportaban. No hacían preguntas. Y yo no me iba a quejar. Si eso significaba que de vez en cuando podía echarle un vistazo a la tía más buena que había visto en la vida, adelante, ¡aunque estuviera zumbada!

Se oyeron unas risitas agudas a nuestra espalda. Miré detrás de Tanque y Preciosa y vi a Tiff y Jules, mis perras predilectas, las gemelas con la lengua más famosa de Austin, que se acercaban dando saltitos. Esas dos lo hacían todo juntas, y cuando digo todo, quiero decir todo. Si me sumaba yo a la combinación, el resultado era una noche de la hostia.

—Ky, cielo —trinó Tiff con una sonrisa descarada.

Preciosa suspiró exasperada, puso los ojos en blanco y le dio un golpecito a Tanque en el pecho.

—Hora de irnos, cariño.

Tanque dijo adiós con la mano y AK y Sonrisas se largaron a la fiesta junto a la mesa de billar. Levanté las manos y tiré de las dos rubias para acercármelas al pecho. Gruñí cuando la mano de Jules aterrizó automáticamente sobre mi bragueta y empezó a acariciarme la polla dura.

Tiff acercó la boca a mi oreja y susurró:

—¿Te apetece divertirte un rato? Estamos muy cachondas.

La muy zorra se lamió los labios pintados de rojo, me levantó del taburete y echó a andar hacia el pasillo que llevaba a mi habitación privada. Diez minutos después, estaba tumbado sobre la espalda, con las piernas abiertas, la verga en la boca de Tiff y Jules sentada en mi cara. 

«Joder, ¡me encanta mi vida!».

Capítulo dos

Lilah


—¡Ya no aguanto más, Maddie! ¡Esa horrible música! Te aseguro que es obra del diablo. ¡El diablo! ¿Has oído las letras? ¡Son pecaminosas, malvadas y hedonistas! ¡Mis oídos! Me sangran los oídos por culpa del volumen tan alto al que la tienen.

Caminé impaciente de un lado a otro sobre el suelo de madera oscura y miré a una silenciosa y pensativa Maddie, sentada en la cama mientras se abrazaba las piernas, que tenía encogidas hacia el pecho.

—¿Dónde está Mae? ¡Debo hablar con ella inmediatamente!

Maddie suspiró exasperada y echó un largo vistazo por la única ventana del pequeño apartamento, del cual nunca salíamos, el apartamento de Styx, situado sobre este supuesto «club de moteros» donde nos habían encarcelado. Los Verdugos de Hades, sea lo que sea lo que signifique eso.

Lo que sí sabía era que nos obligaban a vivir en este infierno después de sacarnos a rastras de nuestra casa y alejarnos de todo lo que conocíamos: la comuna. La Orden. El profeta del Señor. Nuestro sitio estaba con los elegidos de Dios. Era la única manera de alcanzar la salvación tras haber nacido como obras del diablo, seductoras envueltas en pecado. En vez de eso, nos habían separado de los nuestros y soltado en este antro de perdición. No sabíamos lo que le había pasado a nuestra gente después de que los llamados Verdugos disparasen a nuestros hermanos y hermanas. ¡Mataron a nuestro profeta! Solo habían pasado unas pocas semanas de todo eso.

«Odio este lugar». Lo odiaba todo de él: los actos de pecado y libertinaje diarios que tenían lugar en el piso inferior, en ese bar de dudosa reputación, la violencia que había presenciado, las armas y, sobre todo, los hombres. Especialmente… a él. Ky. La «puta» de los Verdugos de Hades. El hombre que me sonreía siempre que yo estaba presente y se lamía los labios de esa forma tan lasciva.

Me ponía los pelos de punta. Era hermoso por fuera, con el pelo largo rubio y los ojos de un azul cristalino, pero su alma estaba corrompida.

«No se puede confiar en él. En ninguno de ellos».

—Está con Styx. Siempre está con Styx, Lilah. —La voz cansada de Maddie me rescató de pensar en ese libertino descarriado.

Caminé hasta la cama, me dejé caer sobre el colchón y me arrastré hacia atrás hasta que todo mi cuerpo quedó sobre la sábana de seda negra.

—¿Por qué se abre a esta vida, Maddie? ¿Por qué ríe y sonríe y se une en el plano carnal con el tal Styx mientras nosotras solo sentimos desesperación por la situación? ¿Por qué nos pudrimos aquí, encerradas en esta habitación que más bien es una celda, día tras día? Estamos condenadas al infierno si nos quedamos, Maddie, ¡al infierno!

Maddie levantó la mirada sin prisa hasta mirarme y apoyó la mejilla en la rodilla. Me miró con una expresión nostálgica. 

—Porque está enamorada, Lilah. En Styx ha encontrado la pieza que le faltaba a su alma. —Suspiró y, con una sonrisa triste, continuó—: Deberíamos rezar para ser bendecidas del mismo modo. Para encontrar a alguien que nos ame sin reservas y nos proteja de todo mal. Desde niñas nos han obligado a estar con hombres que no amábamos. ¿No te gustaría disfrutar de las atenciones de un hombre al que tú hayas elegido? ¿Un hombre que te quiera para algo más que para un intercambio divino?

Me quedé boquiabierta por su respuesta.

—¡Por supuesto que no! ¿Cómo encontraremos la salvación de las garras del diablo en este lugar, lleno de sus seguidores? Conoces las escrituras. Solo podemos ser absueltas de nuestro pecado de nacimiento mediante el honesto deseo del profeta y el Señor. Mediante los discípulos elegidos. ¡No de cualquier hombre que se abra paso entre nuestras piernas! He visto cómo seducen a las mujeres aquí. Es repulsivo.

Los ojos de Maddie se entristecieron y suspiró, luego volvió a mirar al cielo oscuro a través de la ventana de nuestra «celda». Se me encogió el estómago de miedo. Había perdido la fe. Bella estaba muerta. Mae vivía una vida de pecado.

Era la única que quedaba para seguir el camino de la rectitud, la única para mantenernos a todas en ese camino.

Se escuchó un fuerte golpe que venía del piso de abajo. Maddie y yo dimos un salto y nos pegamos a la cama lo máximo posible, asustadas. La pantalla de la lámpara del techo empezó a balancearse y se oyó una sonora carcajada de la habitación justo por debajo de la nuestra, del «Inframundo», como lo llamaban.

Me incorporé como un resorte, apreté la sábana en los puños hasta que temí que el material se rasgara por la tensión y dejé escapar un fuerte grito. Semanas y semanas de frustración me explotaron en el pecho. Maddie gimió a mi lado y se acurrucó contra la pared.

«¡Se acabó!», pensé, perdiendo el autocontrol que me quedaba.

Me puse en pie, alisé el vestido gris, largo hasta los pies, que llevaba y busqué mi tocado. Até el grueso lino alrededor del apretado moño para ocultar mi largo cabello rubio. Respiré profundamente y me lancé hacia la puerta con decisión.

—¡Lilah! ¿Qué haces? —gritó Maddie presa del pánico. Abrió los ojos de par en par mientras me observaba avanzar con paso firme.

—¡Voy a solicitar que detengan sus actividades pecaminosas de una vez! Estoy cansada y hambrienta. No puedo dormir con ese ruido incesante y no me atrevo a bajar por miedo a que alguno de esos canallas me toque. La forma en que nos miran es obscena, como si fuésemos el fruto prohibido que desean devorar. Estoy cansada, muy cansada, y ¡ya no aguanto más!

Maddie sacudió la cabeza.

—No, Lilah. Espera a que Mae vuelva. Esos hombres son peligrosos. Ya viste lo que les hicieron a los nuestros en la comuna. No los incites a ser violentos también contigo.

—¡Debo decir algo! Ya no podemos depender de Mae. Ha perdido el camino y olvidado las enseñanzas del profeta. Está demasiado implicada con Styx. No atenderá a razones. Solo quedo yo.

Maddie se dejó caer en la cama y se mordió el pulgar, nerviosa, mientras volvía a abrazarse las piernas. Cualquier mención a nuestra fe le provocaba esa reacción. También empezaba a perderse. Veía en sus ojos cómo la devoción hacia nuestro profeta se apagaba. La forma en que se regocijó cuando Moses fue asesinado hace unas semanas me confirman lo mucho que se ha descarriado de nuestra llamada divina. La Orden solo seguía las órdenes del Señor cuando los ancianos hacían lo que podían para liberarnos del demonio en los frecuentes intercambios divinos.

Entrecerré los ojos, respiré hondo, abrí los cuatro cerrojos de la puerta y tiré de la manilla. Después de contar hasta tres en silencio, me tragué el miedo y empujé la puerta. Entonces solté un chillido ensordecedor y trastabillé hacia atrás sorprendida, choqué con la pared y me quedé sin aire.

Sentado en una silla en el estrecho pasillo, justo delante de la puerta del apartamento, estaba ese infiel tatuado, Flame. Sabía que se pasaba el día ahí sentado. Le había espiado por la mirilla algunas veces. No estaba segura de si su objetivo era evitar que intentásemos escapar, como si fuéramos prisioneras, o protegernos. Rara vez dejaba su puesto. ¿Nos acosaba o velaba por nosotras desde el pasillo?

Sus ojos oscuros estaban concentrados en una larga hoja de plata en su mano, una hoja con la que se cortaba la piel, ya llena de cicatrices, en la parte inferior del antebrazo. Jadeaba excitado, se pasaba la lengua por los labios y, bajo los vaqueros, su virilidad se erguía erecta y tensaba la tela.

Sin poder contenerme, lloriqueé asustada. Flame dejó de mirar el cuchillo y su perturbada mirada se fijó en mí. Dejó escapar un gruñido por verse interrumpido y yo retrocedí aterrada.

El cuchillo cayó al suelo y Flame se puso en pie de golpe, con todos los músculos del cuerpo en tensión. Se oyó crujir una tabla detrás de mí mientras intentaba fundirme con la puerta. Desvió la atención de mí hacia el ruido.

Respiró despacio por la nariz, con los puños apretados a los costados, mientras la sangre que manaba del corte del brazo se deslizaba por su piel y caía al suelo, donde se estaba formando un charco. Seguí el recorrido de su mirada hasta Maddie, que miraba a Flame con la misma intensidad. Estaba sentada al borde de la cama, embelesada. Lo más calmada posible, bajó la vista al charco de sangre y tragó saliva.

Me moví lo más despacio que pude y me recompuse. Flame se dio cuenta. Su respiración se volvió pesada y sus ojos color ónice saltaron de Maddie a mí.

—Baja, Lilah. Haz lo que ibas a hacer —me indicó Maddie con voz dulce—. Te calmará ser capaz de dormir un poco.

Carraspeé indignada.

—No pienso dejarte sola con él. ¿Has perdido la cabeza? ¡Parece estar a punto de matar a alguien!

Maddie relajó los hombros y me miró.

—Flame no me hará daño, no tengo ninguna duda. —Lo miró a los ojos y se sonrojó—. Lo cierto es que es el único hombre con quien me siento segura.

Giré la cabeza para mirar a Flame y me esforcé por atisbar la confianza que Maddie veía. Vestía entero de negro, con pantalones de cuero, una camisa ajustada y el chaleco de cuero que todos llevaban. Llevaba pistolas y cuchillos enganchados al pecho y tatuajes de los pies a la cabeza. Tenía barba y el pelo descuidado.

Me tambaleé de cansancio.

—Lilah, ¡vete! Antes de que te desmayes por el agotamiento —me ordenó Maddie.

Volvió a sentarse en la cama y a mirar por la ventana. Flame se apoyó en la pared y se deslizó hasta quedar sentado en el suelo frente al hueco de la puerta. Eligió un nuevo cuchillo, dejó de prestar a atención a Maddie y procedió de nuevo a cortarse el antebrazo.

El ruido de otro escandaloso disparo subió por las escaleras y esta vez hizo tambalearse las lámparas del pasillo. Maddie siguió en la cama en silencio, perdida en sus pensamientos. Flame estaba ensimismado con su derramamiento de sangre. Solo quedaba yo para enfrentarme al comportamiento de los animales que estaban abajo.

Pasé junto a Flame con cuidado de no tocarle y bajé por las escaleras hasta el pasillo que llevaba al club. A cada paso, el ruido crecía y me estremecí cuando la música hizo retumbar las paredes de madera. Nunca en mi vida había sentido tanta rabia.

Me detuve frente a la puerta metálica que abría la entrada al antro de maldad mientras reunía el coraje para enfrentarme a la horda de infieles. Me temblaba la mano al agarrar el pomo y tuve un momento de duda. Si en la comuna se me hubiese ocurrido desafiar a un hombre, me habrían castigado con dureza. Pero allí sabía cuál era mi sitio, tenía una rutina y un orden, las mujeres no cuestionaban a los hombres. Este club era Sodoma y Gomorra, cada uno hacía lo que le apetecía, cuando le apetecía, sin tener en cuenta los sentimientos ni las necesidades de nadie que viviera allí.

Siempre fui la más obediente de las Malditas, siempre obedecía y no cruzaba los límites, no como la pobre Bella, o Mae. Pero tantos días sin dormir, con hambre y muerta de miedo en un mundo desconocido, me empujaron a hacer algo que de otra manera nunca habría hecho.

—¡Ky! ¡Saca la polla de la boca de esa zorra y ven aquí! —gritó una voz por encima de la música, y el estómago me dio un vuelco. Estaba segura de que lo que iba a ver no sería agradable. Ya había visto cosas desde la ventana que nunca habría imaginado, ni en mis peores sueños.

«Señor, dame fuerza para seguir adelante. Dame fuerza para enfrentarme a todo lo que es impuro».

Mientras oía cristales romperse y las burlas de los hombres, dejé de rezar, abrí los ojos, agarré con fuerza el pomo y empujé.

La habitación la cubrían espesas nubes de humo y el aire olía a sudor masculino, alcohol y actos sexuales. Contuve las náuseas y avancé con paso firme hacia la locura.

No tardé mucho en quedar paralizada por el miedo.

Mujeres medio desnudas llenaban la habitación y vertían alcohol en las bocas de los hombres. Ojalá eso fuera lo peor. También había mujeres que tomaban a los hombres con sus bocas, a horcajadas sobre sus rodillas, que dejaban que las penetrasen y que participaban en actos carnales con otras mujeres. Me revolví de asco.

Mirase donde mirase había pecado.

Traté de localizar a Mae y a Styx, pero no pude verlos entre tanto humo.

Me aclaré la garganta, cogí aire y pregunté:

—¿Podríais bajar el volumen, por favor?

Nadie me oyó. Nadie me miró.

Cuadré los hombros y lo intenté de nuevo.

—¡Por favor! ¡Quien sea! ¿Podéis bajar el volumen? Estoy cansada y me gustaría dormir.

Una carcajada que me hizo estremecer resonó desde el otro lado de la habitación. Por un instante, creí que la risa iba dirigida a mí, pero nadie miraba en mi dirección. Mis súplicas habían pasado desapercibidas.

Valoraba qué hacer a continuación cuando una mano me agarró por detrás y me apretó. Me volví rápidamente y empecé a protestar, pero al darme la vuelta me encontré de bruces con una alta mujer rubia, una de las mujeres de Ky, una de las mujeres con las que me tentaba mientras lo observaba por la ventana.

Retrocedí fuera de su alcance, pero me siguió. Llevaba una falda de cuero corta y le veía los pechos a través de la tela ceñida y transparente de su camisa. Tenía los ojos verdes vidriosos y los labios pintados de rojo.

—No seas así, bombón. Aquí no hay lugar para la timidez. Eres preciosa. Entiendo que Ky no te quite los ojos de encima. Es normal que quiera follarte.

La incomodidad me dejó sin habla mientras la mujer se acercaba de nuevo. Con los dedos de uñas rojas intentaba liberar mi cabello del tocado mientras sus pechos firmes presionaban los míos.

Cuando deshizo el lazo de mi tocado, di un grito ahogado y retrocedí un paso sorprendida mientras intentaba volver a ponerlo en su sitio con desesperación. Me di la vuelta para huir, pero me había perdido, el humo me impedía ver la salida. Mientras corría entre la multitud de hombres y mujeres borrachos, el pánico se apoderó de mí. No debería haberme atrevido a bajar. Era un auténtico antro de pecado.

Hombres y mujeres intentaban tocarme, se burlaban de mí y se reían en mi cara, lo que solo servía para alimentar mi miedo.

En medio de mi búsqueda frenética de la salida, tropecé con una gran máquina negra que emitía un sonido que me hacía daño en los oídos: la fuente de la música. Sentí furia al mirar la sala, me giré para extender la mano, encontré un largo cable y tiré con fuerza.

En un segundo la música se detuvo. Respiré aliviada y no pude contener una pequeña sonrisa.

Entonces me di cuenta de que todo había quedado en silencio.

Sentí docenas de ojos en la espalda y me di la vuelta despacio, con el cable aún en la mano. La habitación estaba extrañamente quieta sin la música retumbando a todo volumen y se me cortó la respiración cuando los hombres, Los Verdugos, empezaron a avanzar a través del humo. Reconocí a los líderes por los chalecos de cuero.

El primer hombre en llegar tenía el pelo negro y corto y me miraba con curiosidad. No daba tanto miedo, pero aun así intimidaba. El segundo era muy alto y tenía el pelo y la barba pelirrojos. Me sonreía con lujuria y se mordía el labio inferior. El siguiente era larguirucho, menos musculoso, con el pelo castaño largo y ojos amables. A su lado había un hombre calvo y, agarrada a su brazo, una mujer rubia que me sonreía. Parecía querer acercarse, pero la rigidez de mi postura pareció disuadirla. La había visto antes con Mae, desde la ventana del apartamento. Parecía amable, pero no estaba ahí para hacer amigos. De hecho, no tenía intención de quedarme mucho más tiempo.

Los discípulos vendrían a por nosotras, entonces todo volvería a estar bien a ojos del Señor. Nos podríamos salvar.

—¡Fuera de mi camino! ¿Qué coño pasa? ¿Quién cojones ha apagado la música? —gritó una voz masculina desde el otro lado del bar.

Me tensé cuando la multitud se separó y apareció un hombre, un hombre que me era familiar, imponente con el pelo rubio hasta los hombros, alto, musculoso, con una barba rubia oscura de pocos días y los ojos azules más penetrantes que había visto nunca.

Ky.

Al mirarlo me quedé sin aliento. El estómago me dio un vuelco y los muslos me temblaron ante la mera visión de su dominante estructura. Era el hombre más hermoso que me había encontrado en la vida.

Los carnosos labios de Ky estaban tensos por la ira mientras avanzaba, pero, cuando llegó al frente de los hombres y sus ojos se encontraron con los míos, parecieron ablandarse un poco y sus labios se relajaron para soltar un leve suspiro.

Asustada por que me fallaran las piernas a causa del temblor de mis rodillas, di un paso atrás contra la silenciosa máquina de música.

Ky avanzó hacia mí, la camisa blanca se ajustaba a su torso y los vaqueros caían sueltos sobre sus piernas. Al acercarse se pasó la mano por el pelo descuidado mientras masticaba despacio un pequeño y delgado palillo de madera entre los dientes.

No podía hablar, pensar ni respirar. Con la mano libre me apoyé en la estantería que tenía detrás para mantenerme firme. El olor de Ky me invadió. El corazón se me aceleró y la sangre me ardió en las venas.