© Rosamund Dean, 2018

Título original: Mindful Drinking

ISBN: 978-84-17893-78-1

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ROSAMUND DEAN

MINDFUL DRINKING

Cómo moderar el consumo de alcohol cambiará tu vida

Traducción de
Santiago González

Para Jonathan

INTRODUCCIÓN

¿Has despertado alguna vez con una sensación de náuseas y con la paranoia de que anoche, en el coctel del trabajo, se te escapó un comentario incorrecto con la persona menos indicada? ¿Has sentido que es propio de antisociales no emborracharse en el cumpleaños de un amigo? ¿Has pasado por una resaca que sólo puede curar un Bloody Mary en el brunch? ¿Te has molestado contigo mismo por haber terminado una botella entera de vino cuando sólo pensabas beber una copa en la cena?

Si lo anterior te resulta familiar (y sí que lo resultó para mí) seguramente ya sabrás que deberías reducir tu consumo de alcohol. Pero, al mismo tiempo, tal vez no quieras hacerlo. Beber es divertido, festivo, aumenta tu confianza cuando tienes un buen día, y también reduce tu estrés cuando vienen días malos. Gracias a la presencia permanente del alcohol en la música, el cine y la televisión, sin mencionar las publicaciones en Facebook e Instagram, estamos socialmente programados para beber. Nuestras reuniones familiares se percibirían extrañas sin el vino. Nuestras familias urbanas se construyeron a base de tragos. Ya sea al conectarnos con colegas, con una nueva pareja o con las amigas del «club de mamás», casi siempre se presenta el alcohol.

Puede que creas, como creía yo, que los abstemios son pretenciosos y aburridos. Incluso las palabras que significan no beber, como sobrio y seco, tienen significados distintos, como «sin humor» y «apagado». Y los que no beben mucho parecen bastante menos divertidos que los que sí. ¿O no?

Como anuncia un cabildero en la película Gracias por fumar: «Los cigarros son atractivos, están disponibles y causan adicción. Con eso nuestro trabajo queda casi terminado». Podría decirse lo mismo sobre el alcohol. Pero, a diferencia de fumar, beber no sólo está socialmente aceptado, sino que la sociedad espera que lo hagas.

Pero, claro, existe un lado oscuro en todo esto. Como factor causal de más de 60 prescripciones médicas —que incluyen no sólo las evidentes, como enfermedades del riñón, sino también desde depresión hasta cáncer— hoy en día el alcohol le cuesta al servicio de salud inglés (NHS) 3,5 mil millones de libras esterlinas al año.1 Eso equivale a 120 libras de impuestos por cada contribuyente. Quizá para sorpresa de muchos, quienes más pagan impuestos son quienes más problemas generan. El consumo de alcohol aumenta con la riqueza, ya que casi una de cada cinco personas que ganan más de 40.000 libras al año beben al menos cinco días a la semana, y son los más propensos a beber compulsivamente el día en que más beben.2 (¡Ah!, y beber compulsivamente se refiere a beber cualquier cantidad de más de litro y medio o de dos copas grandes de vino en una sentada. Sí, de verdad.) Si las estadísticas médicas no te afectan, permíteme dirigirme a tu vanidad. Una copa grande de vino contiene tantas calorías como una barra de chocolate, y el azúcar añadido a las bebidas alcohólicas desintegra el colágeno en nuestra piel, lo cual causa arrugas y flacidez. Aparte de los efectos en nuestro cuerpo y en nuestra piel, ya sabes que si te quitaran las resacas serías un mejor colega, una mejor pareja, amigo o padre / madre. Sin nadie que lo impidiera, en Gran Bretaña se bebieron 40 millones de litros de prosecco en 2016. Junto con el alcohol, el azúcar y la carbonación, constituyen la tríada de las peores pesadillas de un dentista y basta para hacer que tus dientes se caigan como si protestaran.

Pero no estoy aquí para lanzarte estadísticas de terror. Estoy para ayudarte.

Hay millones de libros por ahí que se ocupan de decirnos cómo dejar el alcohol por completo —pero no este—. La mayoría de la gente no quiere dejarlo. Yo, definitivamente, tampoco. ¿Quién quiere ir a una boda, una fiesta de cumpleaños, o a —Dios no lo quiera— una cita completamente sobrio? Me encanta el sonido burbujeante del champán cuando brindamos en la celebración de un amigo, o el golpe que te da un gin-tonic helado en un día caluroso. En esta cultura de todo-o-nada de hoy, en la que todos son o bebedores de prosecco, o hedonistas a la suerte del diablo, o abstemios amargados que van de sanos; las personas parecen haber olvidado que existe un punto medio.

Y de ese punto se ocupa este libro. Los consejos que aquí encontrarás no se dirigen a las personas con un problema serio de bebida o con una dependencia física del alcohol (con ello me refiero a las personas que ansían alcohol a cualquier hora del día o que se han vuelto sigilosas o engañosas con respecto a su consumo). Para aquellos con una adicción severa al alcohol, muchos expertos creen que la única respuesta es la abstinencia. Más bien, este libro se dirige a la inmensa mayoría que no somos alcohólicos pero somos conscientes de que bebemos más de lo saludable y queremos romper ese ciclo para encontrar un punto medio. Nuestra dependencia del alcohol es menos que una adicción; es más bien un hábito. Así que, aunque no deseamos dejar el alcohol por completo, sí queremos despertarnos con lucidez porque anoche fuimos capaces de resistirnos a esa tercera copa de vino.

La moderación podrá sonar engañosamente sencilla, pero resulta mucho más compleja que la abstinencia. Es posible que decidas no beber demasiado en el coctel del trabajo o en la fiesta de un amigo, pero después de una o dos copas tiendes a tirar por la ventana tu capacidad de tomar decisiones. Un cambio duradero es especialmente difícil, pues la moderación requiere una conciencia constante de tu forma de actuar y de tus decisiones.

Una de las razones más comunes por la cual se bebe más de la cuenta es porque se hace sin pensarlo. Aceptas una copa de vino porque todos los demás toman una; te sirves un trago en casa noche tras noche sólo porque ya tienes el hábito. Hacer algo sin pensar, porque siempre lo has hecho, es un hábito difícil de romper, pero se puede lograr. Requerirá que limpies tu mente y que pongas mucha atención a tus pensamientos y a tu modo de actuar.

Entonces, ¿cómo eliminamos esos hábitos y comenzamos a beber con plena conciencia y responsabilidad? Mindful Drinking es exactamente lo que parece: es lo contrario a beber sin pensar. En los últimos años se ha hablado mucho del mindfulness y, si eres como yo, entonces seguramente has probado la meditación y también la has abandonado. Los beneficios de la meditación son, por demás, seductores: reduce el estrés, mejora la concentración, aumenta la productividad y la habilidad para tomar mejores decisiones. Pero cuesta trabajo encontrar el momento (o, mejor dicho, la paciencia) para meditar como una práctica regular.

Sin embargo, he descubierto que no tienes que sentarte en posición de flor de loto todos los días durante 20 minutos para traer mindfulness a tu vida, y te voy a demostrar cómo al incorporar la conciencia mindful a tus actividades cotidianas el viaje hacia beber con moderación se volverá tan fácil como natural.

Si necesitas recordar por qué deberías beber con moderación, aquí damos un par de argumentos convincentes. Moderar tu consumo de alcohol mejorará tu humor, tu digestión, tu piel y tu cuerpo, y tu cerebro se agudizará. Todo, desde tus cuentas bancarias hasta tu vida sexual, mejorará. Esto también modera otros malos hábitos de forma automática, como fumar socialmente y comer en exceso cuando sufres de resaca, así como inyectarse café para resistir el día tras una noche de sueño causado por la bebida. Vivimos tiempos de tensión en los que las personas ven el alcohol como una forma de aliviar el estrés pero, en realidad, el vínculo entre beber en exceso y la ansiedad es ineludible.

Al incorporar el mindfulness a tu vida, no sólo cosecharás los beneficios de una relación más moderada con el alcohol, también mejorarás tu concentración y tu capacidad de decisión, lo cual te dará un mayor sentido de la empatía y el autocontrol en otras áreas de tu vida fluirá como el viento.

A primera vista yo podría parecer una partidaria inusual de beber con moderación. Pasé mi adolescencia en una neblina de cerveza durante la época noventera de las ladettes inglesas (el femenino de los lads, palabra que en Inglaterra significa «muchachos», quienes comúnmente beben sin parar), y a partir de los 20 años bebía botellas de vino blanco como una joven y entusiasta periodista. He vomitado en estaciones de metro y por ventanas de taxis. He sobrepasado mi cuota de mensajes SMS estando ebria y monté escenitas en las fiestas navideñas de la oficina. En mis círculos de lectura habituales era casi obligatorio llegar armado con dos botellas de prosecco cada quien y siempre nos acabábamos todas.

Al despertar de mi trigésimo cumpleaños, me di cuenta de que este estilo de vida comenzaba a afectar mi cuerpo, mi mente, mi piel y mi carrera. Tengo amigos que cuando cumplieron 30 se convirtieron en maniáticos de la salud y dejaron el alcohol por completo, pero eso me pareció una medida extrema —jamás me arrestaron por mi estado de embriaguez, ni perdí un trabajo, ni destruí una relación por la bebida, ni toqué fondo, ni nada por el estilo—. Tal como le dije a la directora de salud de la revista para mujeres en la que trabajaba (ella se sentaba junto a mí, así que había presenciado mejor que nadie mis resacas y caídas de sueño tras almuerzos saturados de carbohidratos): «No quiero dejar el alcohol por completo. Sólo quiero beber un poco menos».

Finalmente me pidió que escribiera sobre el tema y me envió a terapia e hipnoterapia en Harley Street (la calle de los médicos especialistas en Londres) para aprender a controlar la bebida. El programa era para dejar el alcohol; simplemente se trataba de tener control y aprender a moderarse. Tampoco es que un par de sesiones me hayan cambiado la vida de la noche a la mañana (mi directora de salud levantó una ceja cuando le dije orgullosamente que sólo había bebido cinco copas de fizz en esa sesión mensual del círculo de lectura), pero sí encendió en mí una fascinación por las razones sociales, de conducta y psicológicas que nos hacen beber de más.

Cuando me embaracé se me hizo fácil dejar de beber. En las situaciones sociales «estar embarazada» es una de las excusas infalibles para que no te presionen a beber (además de «voy a conducir»). Y eso que apruebo la eventual copa durante el embarazo, por lo que aun así bebía champán en ocasiones especiales o vino en el almuerzo. Entonces estaba tan encantada con lo fácil que había sido reducir mi consumo que tenía la certeza de que me acostumbraría a beber con moderación. «Después de que nazca este bebé, tras nueve meses de casi no beber, mi tolerancia al alcohol será muy baja», pensé. Estaré cansada por el bebé, tendré permiso de maternidad, por lo que los cocteles del trabajo dejarán de suponer un problema durante un tiempo, y también deberé bajar el peso que subí con el embarazo. Creía que esta tormenta perfecta de elementos cambiaría de manera natural mis hábitos de bebida para siempre. Al recordarlo resulta divertidísimo lo ingenua que fui. Unos minutos después de llegar a casa desde el hospital, mi marido y yo ya bebíamos champán. Y pienso, ¿cómo no hacerlo? Teníamos que celebrar. (Debo añadir que mi marido se encontraba tan cansado cuando compró la botella que no se percató de que no habían quitado el candado de seguridad. Tuvo que regresar a la tienda para que se lo quitaran antes de que la pudiéramos abrir. Sí, esta fue nuestra prioridad en cuanto llevamos a nuestro bebé a casa.)

Como muchos, asistía a las sesiones prenatales del National Childbirth Trust (NCT), el Fideicomiso Nacional de Parto en Gran Bretaña, para encontrarme con un grupo local de «amigas mamás» y pasar el rato durante mi permiso de maternidad. Las reuniones del NCT son un azar y no a todas les toca una buena experiencia, pero a mí me tocó la lotería cuando me encontré con un grupo de mujeres atractivas, divertidas e interesantes quienes, me encantó descubrirlo, nunca llegaban al almuerzo sin una botella. Siempre llevaba una copa de vino al cine de bebés en vez de llevar café porque ¿por qué demonios no? Si mi hijo Ezra estaba de mal humor porque le estaban saliendo los dientes o por tener gases, mi marido traía a casa una lata de gin-tonic para decir «enhorabuena por haber aguantado el día». Y siempre bebíamos vino en la cena, pues ya no estaba embarazada y parecía una novedad volver a beber juntos. Cuando salía por las noches para ver a amigos o a colegas o a mi grupo de lectura, sentía que beber era una manera de demostrar que yo no había cambiado. Puede que ahora sea mamá, chicos, pero ¡sigo siendo divertida! Pronto me di cuenta de que estaba bebiendo igual, o más, que siempre. La diferencia residía en que ya no me lo quitaba con dormir y se notaba en mi piel y en mi cuerpo. (Nunca olvidaré el día en que me preguntaron cuándo nacería mi bebé. Diez meses después de que ya había nacido.)

Desde luego yo era responsable por haber recaído en la bebida a tan sólo unas semanas de haber dado a luz, y de ninguna manera era culpa de mis amigos, ni de mi marido, mi pandilla del NCT, del club de lectura, de mis colegas, ni de nadie más. Yo debí haber sido capaz de decirle que no a ese segundo o tercer trago. Pero como persona decidida y con éxito en otras facetas de mi vida, creía que tras el embarazo podía usar la fuerza de voluntad para seguir bebiendo moderadamente.

Así que ni siquiera me fijé metas ni planes, sencillamente me propuse empezar a beber menos a partir de ese momento. Pensé que mi cerebro tomaría esas decisiones, sin darme cuenta de que no funciona así en absoluto.

Escribir este libro ha sido un viaje para mí, porque al realizar una investigación extensa, así como entrevistas con psicólogos y expertos en cambios de conducta, entendí por qué no había sido capaz de reducir mi consumo en el pasado, pese a querer hacerlo. Dar a luz cambió mi actitud con respecto a la bebida, y la hipnosis me llevó a cambiar mis modos de actuar, pero al final nada me sirvió porque fracasé al comprometerme con un plan de vida. Y vaya que sí necesitas un plan, porque esto no es algo que lograrás sin esforzarte. De ahí que tantos recaigan tras cumplir con éxito su Dry January (enero seco) cuando se proponen abstenerse del alcohol después de las fiestas navideñas. No tienen un plan para el resto del año, por lo que regresan a un comportamiento previamente adquirido.

Decidí escribir este libro porque me comprometí a cambiar a largo plazo mi relación con el alcohol, y a compartir lo que había aprendido con los que están en mi mismo barco. Quise tomar el control en vez de que el alcohol me controlara a mí, y a lo largo de mi investigación comencé a cambiar mis hábitos. Me di cuenta de que necesitaba entender las verdaderas razones por las cuales bebía en exceso y ser capaz de identificar mis detonantes. Construí un plan para adoptar tanto una postura más moderada hacia la bebida como una forma de acostumbrarme a ella. Aprendí a ser más consciente de mi día a día y, como resultado, ahora puedo ver los problemas subyacentes de cuando quiero una copa; soy capaz de ser menos crítica conmigo cuando me equivoco (que, por cierto, es inevitable). La antigua «yo» nunca se hubiera imaginado que me convertiría en una de esas personas que se ponen alegres y burbujeantes en una boda pero no tienen resaca al día siguiente. La persona que disfruta una copa de vino con la cena pero que no necesita una botella entera. La persona que tiene varios días libres de alcohol a la semana sin que sea una lucha o que parezca una privación. Y te voy a enseñar cómo tú también puedes ser esa persona.

A lo largo del libro, te llevaré a través del Problema: por qué bebemos en exceso y por qué es un problema tan recurrente en nuestra sociedad. Te daré el Incentivo: los beneficios de salud y bienestar que te inspirarán para hacer cambios positivos. Explicaré la práctica del mindfulness y las formas en las que te ayudará a desarrollar una actitud más moderada hacia la bebida. Y luego pasaremos al Plan: un método de cuatro puntos para cambiar tus hábitos de bebida para siempre. Al usar las cuatro C: Conteo, Cuidado, Control y Constancia, evaluarás cuánto bebes, supervisarás los malos hábitos y los detonantes, y tomarás un descanso purificante —que implica dejar de tomar alcohol durante 28 días—. Que no te dé miedo esta parte del proceso, es vital identificar tus zonas de peligro, y yo te daré bastantes consejos y pautas para sobrevivir a ella. La última barrera (de hecho, esa analogía no es buena porque esto se trata de un maratón no de una carrera de velocidad) es reintroducir, con más moderación, el alcohol en tu vida. Cuidar tu conducta y mantener una relación de control con la bebida, al establecer hábitos y técnicas para hacer que tu nuevo estilo de vida se mantenga, y también lidiar con las recaídas de una forma más positiva.

Este libro te aportará herramientas conscientes para ayudarte a lidiar con cada obstáculo con el que te topes, desde amigos que te presionan para que bebas, hasta las citas sin alcohol; combinaré mi experiencia con consejos de expertos en cambios de conducta, psicólogos y bebedores moderados con éxito para transmitir lo último en investigación y consejos prácticos. Terminarás este libro sintiéndote motivado y capacitado para cambiar tu relación con el alcohol para siempre.


1 Alcohol Concern, fundación británica que se dedica a reducir los daños del alcohol.

2 Oficina Nacional de Estadística británica.