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Presentación. El juego de la vida, o la máquina de hacer neoliberalitos (por Claudio E. Benzecry)

Nota a la presente edición

Introducción

1. La autoayuda financiera contemporánea

La autoayuda financiera y el ascenso del neoliberalismo: una breve historia

Una teoría social de los cambios de las últimas décadas

La estructura de clases y la lógica de la movilidad social

2. No se trata del dinero: se trata de la libertad

Dependencia externa e interna: el libertarianismo y el movimiento de la recuperación

La familia y el yo financiero fallado

La escuela, el fracaso y el yo emprendedor

¿Rico y tacaño?: frugalidad y libertad

Mujeres, dependencia y libertad financiera

3. De ratas a ricos

El juego y los clubes

Adquisición de definiciones

Adquisición de herramientas de cálculo

Conocimiento del yo

Modificación de las reglas y adaptación del juego a “la vida real”

4. Crear un mundo de abundancia

Acción interesada y desinteresada

¿Es la autoayuda financiera solo un engaño?

El marketing multinivel y la autoayuda financiera

5. El sueño americano en la Argentina

La experiencia de la inestabilidad financiera en la argentina

Adaptación de las herramientas al contexto argentino

Conclusión. Más allá de la autoayuda financiera

Apéndice metodológico. Etnografía y libertad financiera

Agradecimientos

Bibliografía

Daniel Fridman

El sueño de vivir sin trabajar

Una sociología del emprendedorismo, la autoayuda financiera y el nuevo individuo del siglo XXI

Traducción de
Elena Odriozola

Fridman, Daniel

© 2019, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Presentación

El juego de la vida, o la máquina de hacer neoliberalitos

Claudio E. Benzecry[1]

Uno podría esbozar una presentación de este libro jugando con varias capas temporales. Casi como si un locutor del futuro, emulando la entonación engolada de los viejos noticieros que precedían las películas argentinas en los años cuarenta y cincuenta, anunciara el proyecto del autor en estos términos: “Corría el año 2007 y, mientras todos los cientistas sociales estudiaban a los piqueteros, las nuevas formas de la protesta, las transformaciones de las prácticas clientelares, los mercados ilegales, Daniel Fridman tuvo la idea pionera de observar a unos hombres y mujeres que participaban en juegos de mesa para aprender cómo convertirse en el verdadero homo economicus”.

Afirmo sin miedo: este imaginario locutor estaría en lo cierto. En un momento en que la investigación cualitativa en la Argentina no era ya Búho de Minerva, sino que se plegaba a los ritmos de la realidad en transformación constante, esta pesquisa se dedicó a pensar aquello que había quedado aparentemente sepultado por los procesos políticos y culturales de cambio que tuvieron lugar en Sudamérica durante el ciclo de gobiernos de centroizquierda, pero que sin embargo estaba latente: la construcción de sujetos que miraban la economía personal, doméstica, desde un plano lúdico y afectivo que resultaba en lo que comúnmente denominamos “neoliberalismo”.

Pero cuidado, porque acá no se trata del neoliberalismo de los expertos, los economistas, los periodistas de masas, las organizaciones globales multilaterales, los empresarios y las cámaras que los agrupan. Se trata de personas de clase media y media baja preocupadas, que intentan “salir de pobres” no protestando, ni participando en emprendimientos novedosos o autogestionados, sino a través de una rigurosa autodisciplina que se construye –paradójicamente– a través de múltiples juegos.

Pensar este neoliberalismo desde abajo supone reconocer algo relativamente nuevo, y eso solo es posible si se resignan las categorías recibidas y se asume el desafío de preguntarse qué es lo que se arma cuando una configuración social –aquello que llamábamos Estado de bienestar periférico– se ve desmantelada o socavada. Cuando otros estudiábamos clubes de trueque, asambleas y estrategias para “resistir”, Fridman se metió de lleno con las capacidades del imaginario neoliberal para generar y producir sujetos, intereses, deseos, en su positividad. En vez de pensar desde las categorías y las instituciones que daban sentido a la experiencia previa, se animó desde el comienzo a no dar por sentado la categoría, a explorar la caja negra –esa que después de una catástrofe aérea revela qué fue lo que pasó– de algo que funciona, parafraseando a Washington Cucurto, como una “máquina de hacer neoliberalitos”.

Y el diminutivo no es caprichoso en este caso. Porque el autor elige acercarse a estos espacios y disponer el foco de manera microscópica, como si estuviéramos en un laboratorio donde los individuos interactuaran para producir su propia experiencia y las categorías que le dan sentido. Y digo esto en contra de estudios que teorizan de entrada qué es el neoliberalismo, como si lo hicieran con un telescopio o incluso un periscopio, sin considerar el camino iterativo que nos lleva de la teoría a la evidencia empírica y viceversa, y trazando, en cambio, grandes sintagmas que se presentan con una lógica propia –a la vez inmanente y transcendente– capaz de desplegarse en mundos sociales casi por manifestación espontánea. El recurso del diminutivo supone mirar nuevamente en clave menor qué es lo que sucede con los fenómenos económicos cuando nuestro punto de entrada es realmente heterodoxo. Y en el caso de este libro, lo que se estudia son los mundos sociales que se articulan a través de los clubes donde se nuclean los fans de libros de autoayuda económica. Fans que trabajan para convertirse en inversores que saben lo que hacen, en sujetos autónomos, dueños de sus propias decisiones y libres de las coacciones de la economía del trabajo, de la “carrera de ratas” a la que todos los que vivimos de un salario estamos sometidos. Esto supuso también una novedad teórica: el maridaje de perspectivas que estudian el carácter performativo de la economía –su capacidad de producir lo que describe– con aquello que Michel Foucault, en sus estudios sobre la ética, llamó “tecnologías del yo”, para dar cuenta de las técnicas a partir de las cuales se producen individuos desde afuera hacia adentro. De hecho, este libro ya ha sido celebrado en su versión estadounidense en parte por reunir dos perspectivas que crecieron en paralelo, a tal punto que construyeron escuela, tienen sus propios disidentes y fracciones, sus revistas y sus campos de discusión… pero pocas veces conversan entre sí.

Probablemente sea allí donde resida el carácter “argentino” de este libro, escrito con las herramientas metodológicas y teóricas de alguien que se formó como investigador en Nueva York y ha sido profesor en Canadá y los Estados Unidos con singular éxito. En efecto, estas páginas tienen algo de argentino en su cosmopolitismo, en su versatilidad para combinar diversas tradiciones teóricas occidentales sin la necesidad de tener que elegir unas sobre otras. Como si el autor cultivara, en el plano metodológico y de escritura, ese espacio de pasaje entre múltiples centros metropolitanos, que tiene su correlato prosaico en los viajes de sociólogos (antes por el exilio político, ahora por estudio, estadías, intercambios). Tal vez por eso uno encuentra fructíferamente mezclado aquí aquello que en las metrópolis se preserva puro y separado, en parte por la propia escala de los debates internos, la capacidad de las escuelas de reproducirse, de administrar el acceso a los recursos a través de conversaciones basadas en la literatura preexistente, y del trabajo resultante de refinar y extender conceptos como parte del santo y seña cotidiano de nuestra labor como sociólogos. En su resistencia a convertir la Argentina en un caso para aplicar protocolos analíticos importados, esta mezcla apuesta –y alcanza– una síntesis teórica original.

En su circulación en castellano, vale decir que este libro se inscribe en una conversación que no sería posible dentro de los confines de la sociología estadounidense: la que se suscitó en la última década entre los historiadores del consumo en América Latina en general y en la Argentina en particular. Esto es así, en parte, porque el libro toma el consumo en serio; y en parte, porque en ese mismo movimiento, al poner el foco en el ida y vuelta que caracteriza la circulación de las obras de autoayuda financiera, reinscribe la relación entre la Argentina y los Estados Unidos por fuera del relato tradicional del imperialismo norteamericano. Mirando un objeto que circula debajo del radar, Fridman nos muestra de manera vívida los grupos que mueven a los bestsellers y los convierten en tales en el mercado local, cultivando una red extendida de fanáticos, racionales en sus cálculos estratégicos pero investidos afectivamente en la propia práctica. El resultado es novedoso y revelador para los lectores argentinos, latinoamericanos y anglosajones: al desplazar el estudio de las coordenadas del imperialismo cultural, el texto explora el complejo proceso a través del cual los agentes traducen conscientemente los consejos financieros que les proponen los autotitulados “gurúes de la inversión”, a fin de que esas indicaciones tengan sentido y encajen sin dobleces en sus contextos económicos inestables. Al mismo tiempo que despliegan esas operaciones, devienen individuos.

En “Las ruinas circulares”, Borges nos presenta a un mago experimentado que se retira del mundo a un templo con poderes místicos: precisamente, las ruinas circulares. Allí, el personaje tiene un solo objetivo: construir a un humano a partir de sus propios sueños. Durmiendo y soñando de manera más prolongada día a día, el mago imagina una criatura que crece y se hace hombre. Lo imagina y lo crea fragmento por fragmento, en minucioso detalle. Luego convoca al dios Fuego para poder, finalmente, darle vida a su creación en el mundo real. El dios dice que sí a condición de que solo el mago y él sepan que la criatura soñada no es real. Así, invulnerable al fuego, el joven deviene un hombre de carne y hueso y es enviado a vivir en otro templo. Los años pasan, un gran fuego ha llegado al templo del soñador y él decide que ya es momento de morir. Camina hacia la casa en llamas y, al entrar, advierte que su propia piel no se quema, y entonces entiende que también él es una proyección o un sueño de otro hombre.

Al igual que los homúnculos del cuento, uno no puede dejar de maravillarse ante una etnografía como esta, en la que los propios sujetos siguen a unos demiurgos particulares (Robert Kiyosaki, el gran autor de bestsellers de autoayuda financiera; el presidente actual de los Estados Unidos, Donald Trump, quien incursionó en el género a partir de su experiencia inmobiliaria) pero, a diferencia de las criaturas soñadas de la historia borgeana, trabajan conscientemente para autoconstruirse, se saben hechos y rehechos primero por otros, y luego por ellos mismos. Los individuos que intentan escapar de “la carrera de ratas” y persiguen jugando la libertad financiera pueden no ser representativos de la experiencia neoliberal tal como solemos pensarla. Pero desafío al lector de este libro a no convocar –escuchando la voz del locutor del futuro– a esta metáfora roedora cada vez que piense acerca del momento político y social neoliberal.

Ciudad de México, enero de 2019

[1] Profesor Asociado de Comunicación y Sociología, Universidad Northwestern, Chicago.

Nota a la presente edición

La publicación de este libro en castellano en una editorial argentina es algo muy especial para mí. En 2003, a poco de terminar la carrera de sociología en la Universidad de Buenos Aires (UBA), una beca Fulbright me permitió continuar mis estudios en la Universidad de Columbia, en la ciudad de Nueva York. Allí, las inquietudes que traía se fueron convirtiendo lentamente en proyectos de investigación, y al mismo tiempo fueron cambiando. Mi formación de doctorado me llevó a nuevas discusiones y lecturas. La distancia con mi país me hizo estar menos pendiente del día a día y poner atención en temas que no aparecían tan visiblemente en la agenda pública, pero que son fundamentales para entender las sociedades contemporáneas. Me interesé por la autoayuda financiera, un fenómeno que reflejaba mi interés por cómo se configuran los sujetos económicos, y que podía observar tanto en la Argentina como en los Estados Unidos. Todo empezó cuando leí un artículo en un diario argentino online sobre un grupo de gente que jugaba un juego de mesa para aprender a hacerse rico.

Estoy agradecido con Claudio Benzecry por el impulso que dio a esta traducción, pero por mucho más. Aunque no me conocía, Claudio prácticamente me recibió cuando llegué a Nueva York. Quince años después y a muchos kilómetros de distancia, sigue teniendo la misma generosidad de aquellos días para leer, sugerir, compartir, aconsejar y contagiar la pasión por esto que hacemos.

En la traducción, el foco estuvo en la fidelidad a las ideas originales más que a las palabras de la versión en inglés. En la mayoría de los casos, recuperé los fragmentos literales de las entrevistas en castellano, para evitar una doble traducción. El español identifica el género en instancias que el inglés no lo hace. Un reader de libros de autoayuda financiera alude tanto a un lector como a una lectora, pero suele traducirse como “lector”. No me siento cómodo utilizando el género masculino para identificar grupos que no se limitan a varones, pero las alternativas aún no están consolidadas. En los casos en que fue posible, cambié el texto para evitar identificar género cuando no era necesario. En otros casos, el masculino permanece injustamente para referirse a grupos que incluyen hombres y mujeres. Es probable (y deseable) que el masculino genérico suene en unos años tan mal como hoy suenan las referencias al “hombre” para designar a la humanidad.