INTRODUCCIÓN

 

«Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él» (Sal 34,9). Yo no sé lo que estás viviendo o por lo que has pasado, solo quiero decirte que, después de tener la oportunidad de vivir múltiples y diversas experiencias con personas que han experimentado momentos de dicha y sobre todo de desdicha, he visto cómo el encuentro con la Palabra de Dios ha sido un bálsamo para sus heridas y en esos momentos han recitado en más de una ocasión las palabras del salmo con que iniciaba estas líneas.

Este libro se empezó a forjar tras la vivencia del Año de la misericordia 2015-2016 y después de tener varios encuentros con diversos grupos de laicos en la parroquia de La Asunción de Nuestra Señora, de Manzanares (Ciudad Real), donde compartíamos la lectio divina desde los Salmos, y tras la meditación asidua de estos en la Liturgia de las Horas como oración de la Iglesia; fue entonces cuando puse en oración este proyecto que ahora tienes en tus manos.

Soy consciente del interés que durante siglos ha despertado este libro bíblico 1, y aun cuando contemplamos los textos que han visto la luz estos últimos años abordados desde diversas metodologías y tendencias teológicas, pareciera que publicar sobre los Salmos es decir más de lo mismo. Pero no debemos olvidar que la Palabra de Dios está inspirada por el Espíritu con que fue escrita, y por ello tiene el poder de seguir moviendo vidas, sean de la cultura que sean, puesto que siempre tiene algo nuevo que decir a quienes oran o intentan hacerlo.

El libro de los Salmos es un libro de oración en el que quien se sumerge no queda indiferente, ya que el creyente se percibe a sí mismo. Es evidente un diálogo íntimo con Dios, sobre todo cuando se siente identificado con experiencias cotidianas de alegría, tristeza, esperanza y desesperanza, de aliento y desaliento, de debilidad y fortaleza, de vicios y virtudes… Los Salmos no solo nos educan, sino que amplían nuestras experiencias creyentes y personales con Dios, haciéndolo a través de las imágenes y símbolos que nos transmite el orante, haciéndonos entrar en sintonía con lo sagrado. La búsqueda de esta sintonía en nuestra vida cada día supone un reto, porque nos maravilla y al mismo tiempo nos desborda. Todos vivimos la vida, o por lo menos eso intentamos, pero no podemos vivirla de cualquier manera, sino que queremos vivirla con dicha, a pesar de las circunstancias que se presenten.

Este es el tema que ha captado mi interés: la dicha o la felicidad, esa de la que tanto se habla o se «promociona» por todas partes y se vende como «fácil». Pero todo esto cae por los suelos cuando se experimentan los momentos de dolor, angustia, y nos percatamos de que parecieran tener más consistencia en el tiempo estas circunstancias que la de la dicha, que solemos ver como momentánea. Ahí es cuando reflexionamos con más fuerza sobre lo que significa ser feliz o dichoso. Por ello, como creyentes, surgen las preguntas: ¿cómo orar en medio de estas situaciones?, ¿tienen los Salmos algo que decir ante ellas? ¿Cómo hacerlo en medio de tantas dificultades?

Estas preguntas me han llevado a indagar sobre la presencia de esa palabra –«feliz», «dichoso»– en el Salterio, con la finalidad de conocer su significado y el valor que tiene para nuestro día a día. Por tanto, antes de continuar, es importante explicar brevemente lo que significa la palabra «bienaventurado», para después señalar cómo y dónde aparece esa palabra en los Salmos.

En primer lugar, la palabra proviene del hebreo ashré, y en la versión griega de los LXX se encuentra como sustantivo (makarismós) y como adjetivo (makários). Traducido a nuestra lengua equivale a «feliz», «dichoso» o «bienaventurado» 2. En cuanto a su género literario, es conocido en el mundo antiguo, ya que se había extendido por Egipto, Grecia e Israel. Los makarismoi, en la mentalidad veterotestamentaria, poseían una forma literaria que se utilizaba sobre todo en la literatura sapiencial y en la poética 3, y se caracterizaban por el uso de la tercera persona (sin destinatarios directos) 4, y podían depender por lo general de la acción de Dios o de las acciones humanas. En el Antiguo Testamento se puede observar cómo esta literatura sapiencial posee un carácter parenético (exhortación o amonestación: Prov 3,13; Ecle 14,1s; Is 25,8; 26), así como de alabanza y temor de Dios (Sal 1,1; 40,2; Prov 8,24). También cabe señalar que las bienaventuranzas, en cuanto a la estructura literaria, generalmente siguen el siguiente esquema:

 

Palabra
introductoria

 

Persona de la cual se habla

 

Causa
remota de la felicidad

 

Causa próxima o inmediata de la felicidad o dicha

 

«Dichoso

 

aquel que

 

cuida del pobre,

 

en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor»
(Sal 41,2)
.

 

 

En la palabra introductoria aparece directamente «dichoso, dichosa o dichosas»; después la persona o las personas a quienes se dirige la alabanza; a continuación, la causa que provoca o induce lo que proporciona en sí la dicha al sujeto, que podría ser una cualidad o acción del mismo, o simplemente una benevolencia o don de Dios, y, por último, la recompensa a la buena acción o virtud del sujeto alabado. Este es el esquema general, aunque advertimos que el orden puede cambiar, además de que pueden estar o no presentes algunos de los elementos mencionados.

En segundo lugar, después de conocer el significado de la palabra ashré, ahora veremos cómo está presente en las cinco partes en la que se encuentra estructurado el libro de los Salmos, recordando el Pentateuco.

 

 

I parte

 

Salmo 1-41:

 

Sal 1; 2; 32; 33; 34; 40; 41

 

7 salmos

II parte

Salmo 42-72:

Sal 65; 72

2 salmos

III parte

Salmo 73-89:

Sal 84; 89

2 salmos

IV parte

Salmo 90-106:

Sal 94; 106

2 salmos

V parte

Salmo 107-150:

Sal 112; 119; 127; 128; 137; 144; 146

7 salmos

Total: 20 salmos

 

 

Después de observar la forma en que se encuentra distribuida la palabra en el Salterio, cabe destacar que hay salmos donde la palabra en cuestión aparece dos o más veces: Sal 32,2; 40,5; 84,6.13; 119,2; 137,9, con lo cual la palabra «bienaventurado» es mencionada veintiséis veces en total en el libro de los Salmos.

Antes de continuar, se debe tener presente que este libro sigue en su proceso de elaboración el método exegético que requiere cualquier texto bíblico para ser abordado con respeto. Y lo que contiene es fruto del análisis, pero sobre todo de la reflexión y de la oración. Por ello he renunciado a recargar toda la exposición con notas científicas. Sin embargo, al final del libro se ofrece una bibliografía que puede servir para profundizar e investigar el tema.

Espero que la obra que ofrezco pueda contribuir a familiarizarse con la Sagrada Escritura y a comprender la sabiduría que tiene para la vida, pero, sobre todo, que estimule y ayude a la oración.

A continuación quisiera ofrecer algunas consideraciones sobre el recorrido que se va a realizar:

a) En el recuadro se encuentra el título del salmo, que tiene un cierto valor histórico. Sin embargo, es importante aclarar que estos títulos no son originales, sino que fueron añadidos posteriormente 5.

b) Los salmos en cuestión son expuestos con la finalidad de que se capte la forma en que están compuestos y así pueda el lector volver a ellos durante la meditación. La versión empleada es la de la Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (Madrid, BAC, 2010).

c) El contenido del salmo pretende un primer acercamiento en su conjunto. Y para ello se intenta tomar de la mano al lector y guiarlo, teniendo en consideración algunos elementos que son fácilmente perceptibles y otros que no lo son tanto. Y todo esto con la finalidad de que tenga un conocimiento general del texto que tiene ante él.

d) Aplicación pastoral. Quizá la primera parte pueda verse en ocasiones algo más teórica, con lo cual surge la pregunta: ¿de qué me sirve a mí esta lectura del salmo? ¿Qué le dice a mi vida? ¿Qué tiene que ver con lo que he vivido o estoy viviendo? Ciertamente, hay elementos que son enfatizados y otros que quedan por considerar, pero estoy seguro de que el lector no solo se dará cuenta de ello, sino que también podrá asumirlo sin dificultad.

e) La reflexión de la lectura del salmo no nos puede dejar indiferentes, sino que puede sugerir preguntas que nos ayuden a examinar, pensar o reflexionar algunas ideas en concreto.

f) En Para la vida, lo que se pretende es que llevemos con nosotros algún trozo del salmo. Aquí se propone uno, pero el lector puede elegir otro con toda libertad. Llevarlo, repetirlo y hacerlo nuestro hará que esa palabra o expresión cobre significado para nuestra vida.

g) ¿Sabías que…? Aquí se busca que el lector, después de terminar el recorrido de cada salmo, tenga en cuenta alguna frase, imagen o metáfora presente en él; en ocasiones pueden ser elementos que ya conocíamos un poco o habíamos escuchado, y, por tanto, que no supongan ninguna sorpresa; pero, para el que no los conozca, puede ser una oportunidad para descubrir algo nuevo en la Sagrada Escritura.

Sin más preámbulo, acompáñenme a realizar este camino, que estoy seguro de que tiene mucho que decir, ya que los Salmos pueden hacer aflorar en nosotros ecos de circunstancias muy cercanas a las vividas por el orante y de cómo este las ha convertido en oración.

SALMO 1

 

Título:

Dos caminos, dos metas

 

Género literario:

Sapiencial

 

Estructura:

I parte: El justo y su vida (vv. 1-3)

- Una negación (v. 1)

- Una afirmación (v. 2)

- Una simbología (v. 3)

II parte: El injusto y su vida (vv. 4-6)

- Una simbología (v. 4)

- Una negación (v. 5)

- Una antítesis final (v. 6)

 

 

Salmo 1

Dos caminos, dos metas

 

1 Dichoso el hombre | que no sigue el consejo de los impíos, | ni entra por la senda de los pecadores, | ni se sienta en la reunión de los cínicos;

2 sino que su gozo es la ley del Señor | y medita su ley día y noche.

3 Será como un árbol | plantado al borde de la acequia: | da fruto en su sazón | y no se marchitan sus hojas; | y cuanto emprende tiene buen fin.

4 No así los impíos, no así; | serán paja que arrebata el viento.

5 En el juicio los impíos no se levantarán | ni los pecadores en la asamblea de los justos.

6 Porque el Señor protege el camino de los justos, | pero el camino de los impíos acaba mal.

 

 

1. Contenido del salmo

 

El salmo nos presenta una enseñanza sapiencial sobre la vida. Para acercar esta enseñanza, el orante compara la vida con un camino y expresa que, dependiendo de la forma en que hagamos ese recorrido, el Señor nos considerará justos o injustos.

El salmo comienza diciendo quién es dichoso (v. 1), y lo formula primero de forma negativa y luego positiva. 1) La negativa: utiliza una vez «que no» y dos veces «ni»; de este modo avisa al lector para que no se distraiga en el camino. Además menciona tres verbos: «sigue», «entra», «se sienta», para aclarar que, además de no haberlo hecho, se mantiene firme en el presente. 2) La positiva aparece en los dos siguientes versículos, donde se pone el acento en la observancia de la ley de Dios, apoyándose en la metáfora del árbol (v. 3), que nos recuerda al árbol de la vida del libro del Génesis (2,9). Con estos dos versículos, el orante quiere mostrar que, a diferencia del árbol del Edén, testigo de la desobediencia que ocasionó la salida del paraíso, este árbol representa la oportunidad que tiene la humanidad de recobrar la verdadera vida si obedece la palabra de Dios y la asume como fuente. Es decir, que todo aquel que esté cercano a ella tendrá fecundidad, y no solo eso, sino que también tendrá consistencia, crecerá y dará lo mejor de sí.

El v. 4 dice que quien no se acerque a esa fuente no tendrá consistencia ni identidad, y que cuando crea estar en un lugar, ya no estará, porque será tan inestable que irá de un lado a otro, sin realmente tener la oportunidad de crecer, puesto que, cuando menos lo piense, nuevamente será arrastrado por el viento a cualquier lugar, sin una dirección fija.

En el v. 5, el orante expresa que el peso de los pecados no permite a los injustos levantarse y mantenerse en pie, pues solamente los justos pueden estarlo. Se deja ver que existe un lugar para los justos y otro para los que no lo son. Los primeros permanecen unidos, los otros, en cambio, no pueden estar ahí debido a su inestabilidad.

Por último, el orante muestra que hay un camino por el cual se invita a transitar a los justos (v. 6), porque el otro camino lleva a la pérdida de sentido y, por tanto, de la vida.

 

 

2. Aplicación pastoral

 

El ser humano siempre está en movimiento, y eso le permite relacionarse con los demás, cercanos o no, y establecer conexiones. Sin embargo, en la medida en que pasa el tiempo, se va haciendo consciente de lo que existe, de lo verdadero y de lo cambiable, aunque pueda llevar años conseguirlo.

El ser humano busca la manera de poner su mirada en aquello que le da sentido, plenitud, y le produce dicha. La dicha no se refiere precisamente a un estado, sino a una manera de entender el mundo. Este primer salmo, conocido como la puerta del Salterio, nos motiva a ser sabios y realizarnos. Esto no se consigue de la noche a la mañana, sino que requiere un camino largo –y nada fácil, pero posible– para aquel que se deja llevar por Dios.

Es bastante frecuente ver cómo el ser humano tiende a desviarse del camino de Dios, y por ello debe aprender a discernir lo que verdaderamente le hace dichoso; para lograrlo debe aprender a saber qué elegir, cómo, cuándo y por qué.

En la vida existen muchas voces que aconsejan al ser humano que camine por diversos derroteros que no conducen a ningún lado. Esas voces son tan frecuentes que nuestros oídos se acostumbran a escucharlas una y otra vez, distrayéndonos y confundiéndonos. Esas voces llevan a la degradación. Lo que nos dice el orante es que no debemos dejarnos llevar por cualquier voz, sino por la voz de Dios. Pero para ello también necesitamos tener el oído «exorcizado» de tantas cosas a las que lamentablemente nos acostumbramos y que percibimos como comunes. Ahí está el peligro.

Es que el pecado es tan «común» que lo aceptamos y justificamos. Frecuentemente escuchamos decir: «Como los demás lo hacen, ¿qué tiene de malo que yo lo haga?», y hasta está mal visto no incurrir en las faltas que todo el mundo comete. Pero ¿cuántos de nosotros, por caer bien o ganarse la simpatía de alguien o de un grupo, termina cometiendo los mismos errores que ellos? Nos sentimos tan cómodos que «tomamos asiento». ¿Para qué voy a esforzarme en comportarme de forma diferente o por salir de ahí si soy aceptado? Pensamos: «¡Me quieren tal como soy!».

Quizá lo que no entendemos es que nos quieren no por lo que somos, sino porque somos como ellos y hacemos lo mismo que ellos…

Si intentamos recrearnos en lo bueno, y sobre todo en la «ley del Señor», tengamos la certeza de que seremos perseguidos. Probablemente alguna vez hemos hecho el propósito de ser mejores y hemos fracasado, porque hemos vuelto a lo mismo. Pero esto no nos debe desanimar, sino que debemos seguir intentándolo una y otra vez, y pensar en «su ley» en todo momento, porque es la mejor manera de seguir un camino verdadero. Caminar lo hacen muchos, aunque no sepan hacia dónde, pero caminar en la ley del Señor es la vía segura hacia la felicidad. Eso nos ayuda a descubrir lo que somos y tenemos, e incluso lo que tememos.

Cuando se siembra, se esperan frutos, y esto se aplica a cualquier ámbito, porque se puede sembrar materialmente (tomates, cebollas, pimientos…) y espiritualmente (bien o mal); se puede sembrar alegría, paz, amor, bondad, y lo contrario: tristeza, guerra, odio, maldad, discordia, soberbia, orgullo… Pero, sembremos lo que sembremos, siempre vamos a necesitar de los nutrientes que hagan crecer las semillas.

Muchas veces podríamos sentir que nuestras acciones son inútiles porque nadie las reconoce, pero ¡cuidado!, lo que debemos tener en cuenta es si lo que hacemos está iluminado por la ley del Señor o por sentimientos egoístas e interesados. ¿Cómo saberlo? Los árboles se conocen por sus frutos. Lo más importante no es solo dar frutos, sino el tipo y la calidad de los mismos.

¡Cuántas veces hemos intentado hacer cosas y hemos fracasado! En esos casos podríamos preguntarnos cómo lo hemos hecho y si hemos fallado en algo. Además, deberíamos preguntarnos por lo que hemos pedido, cómo lo hemos hecho y si esto nos ayudaría a ser mejores personas, hermanos, padres, esposos, pues lo más importante es si lo que estamos emprendiendo nos ayuda a ser mejores hijos de Dios. Es posible que nos estemos dejando llevar por motivaciones e intereses efímeros y vanos.

Asimismo hemos de revisar si lo que hemos emprendido lo hemos puesto en las manos de Dios, y si hemos pedido al Espíritu Santo que nos guíe para que nuestro proyecto se dé en el tiempo que convenga. Recordemos que el tiempo no es nuestro, sino de Dios. El tiempo de Dios es perfecto; en cambio, el nuestro es diferente, por eso muchas veces, cuando las cosas no se producen como las habíamos proyectado, nos enfadamos con nosotros mismos y con Dios. Tengamos presente que, si Dios lo ve propicio, nos lo dará a su tiempo; para ello hemos de estar preparados.

En ocasiones, Dios nos está dando algo que necesitamos y lo dejamos pasar por falta de preparación; nos comportamos como la veleta, que, de acuerdo donde se mueve el viento, así se mueve también ella. ¡Cuidado!, porque también podemos ser como la «paja llevada por el viento».

 

 

3. Reflexión

 

- ¿Qué me hace sentir dichoso?

- ¿Qué cosas debo cambiar para serlo?

- ¿De qué voces me dejo aconsejar?

- ¿Dejo que la ley del Señor me guíe?

- ¿Qué me mueve a hacer lo que hago o lo que tengo pensado hacer?

- ¿Con quién o con qué me identifico, con el árbol o con la paja?

 

 

4. Oración

 

Señor, tú que sabes lo que me lleva a la dicha, enséñame a ver y a escuchar lo que tu ley me quiere mostrar; que no tenga más oído para vanos consejos, sino para los tuyos, y si en algún momento he escuchado otras voces, Señor, hazme volver al camino verdadero, al camino de la prosperidad. Muéstrame qué es lo que debo hacer, cómo y cuándo lo debo hacer. Bendice, ilumina y acompaña mis proyectos, para que lo cosechado pueda ser para mayor gloria y alabanza tuya, y honre tu nombre en medio de mis hermanos.

Amén.

 

 

5. Para la vida

 

«Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos…» (Sal 1,1).

 

 

6. ¿Sabías que…?

 

En la Biblia se mencionan varios tipos de árboles: acacia (Is 41,19); álamo (2 Sam 5,23-24); almendro (Ex 25,33-34); castaño (Gn 30,37); cedro (2 Sam 5,11); ciprés (Is 41,19); ébano (Ez 27,15); encina o roble (Is 44,14); granado (Jos 15,34); haya (1 Re 5,8.10); manzano (Cant 2,3; 7,8); morera (Lc 17,6); palmera (Jue 4,5); pino (Is 44,14); sándalo (1 Re 10,11-12; 2 Cr 2,8; 9,10); sauce (Job 40,22); sicomoro (1 Re 10,27); tamarisco (Gn 21,33); terebinto (Is 6,13).

Para profundizar, cf. F. N. HEPPER, «Árboles», en J. D. DOUGLAS (ed.), Nuevo diccionario bíblico. Barcelona, 1991, pp. 106-109; J. A. SOGGIN, «Árbol», en E. JENNI / C. WESTERMANN (dirs.), Diccionario teológico manual del Antiguo Testamento II. Madrid, 1985, pp. 453-458.