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Epílogo
Libros por Tina
SOBRE EL AUTOR
Copyright
UN AROMA A GRIEGO
(Fuera del Olimpo # 2)
POR
TINA FOLSOM
Traducido al español por Gely Rivas
Editado por Stella Ashland y Maria Riega
Un Aroma a Griego
Derechos de Copia © 2012 por Tina Folsom
—¡Puede besar a la novia!
Dioniso vio como su mejor amigo, Tritón, el dios del mar y de los marineros, tomaba a la bella Sophia en sus brazos y la besaba por más tiempo de lo que era decente en una boda, particularmente una en la cual estaba reunida la mitad del Olimpo. Si él la seguía apretando más de esa manera, el vestido blanco de seda pura se arrugaría de forma tal que no se podría luego alisar, y se echaría a perder para siempre, pero a ninguno de los dos recién casados parecía importarle o siquiera notarlo.
Incluso Dio quedó fascinado por la imagen: el pelo rubio de Tritón, y su piel bañada por el sol, contrastaba mucho con Sophia que tenía el cabello largo y oscuro, y mientras los dos amantes se veían como opuestos, Dio sabía que se complementaban a la perfección.
Más de una persona carraspeó un poco antes de que Tritón... a regañadientes… apartara sus labios de los de su esposa y le hiciera un guiño a Dio. Parecía que a pesar de que su amigo, otrora mujeriego, era ahora cien por ciento monógamo, no había perdido su sentido del humor y su pasión.
Por lo menos Dioniso podía estar seguro de que su amigo estaría feliz, a pesar de la jaula de oro en la que él mismo había permitido al sacerdote mortal que lo encerrara. Al parecer a Tritón no le importaba en lo más mínimo. Dio sacudió la cabeza y echó un vistazo a los invitados, quienes ahora hacían fila frente a la pareja uno por uno, para expresarles sus buenos deseos. Como era el padrino, permaneció de pie junto a Tritón, por una parte triste y por otra feliz, feliz por saber que su amigo había encontrado el verdadero amor, pero triste por haber perdido su posición como el mejor amigo. Sophia era ahora la mejor amiga de Tritón.
La mansión de Sophia había sido decorada para la boda, no se habían escatimado gastos. Ni siquiera en el Olimpo, el evento podría haber sido más extravagante. La opulenta casa que había heredado de su tía y que había convertido en un Bed & Breakfast para pagar los impuestos de la herencia, se prestaba para eventos de este tipo. El comedor, con su techo de poco más de cuatro metros de alto, había sido despejado para acomodar a los numerosos invitados que asistieron a la ceremonia. La sala de estar contigua, que era tan grande como un salón de baile, los esperaba con el buffet más lujoso con los mejores manjares, y algunas camareras aún más atractivas. Las flores adornaban toda la casa, por dentro y por fuera, y el aroma de las rosas y los jazmines impregnaban todo el edificio.
Dio observó pacientemente como Poseidón y Anfítrite, los padres de Tritón, abrazaban a su hijo y a su nueva nuera, ambos radiantes de orgullo. Incluso Orión, medio hermano de Tritón, se comportó de una manera civilizada, estrechando la mano amistosamente. Parecía ser que ahora que Tritón no representaba más una competencia por la atención de las mujeres, Orión no sentía ninguna antipatía hacia su hermano.
Cuando Zeus se acercó, Dioniso se puso rígido al mismo tiempo que Tritón. En su esmoquin de diseño exclusivo, gemelos incrustados con diamantes, y zapatos de vestir italianos, Zeus parecía un playboy sacado de las páginas de la revista GQ: radiante, caliente, y viéndose ni un día más de treinta y cinco años. Su barba de un día, añadió un aire de peligro por lo que toda mujer en la fiesta debería haber tenido cuidado, pero no lo hicieron, debido a su abrumador encanto.
El dios de los dioses, felicitó a la joven pareja y besó a Sophia en la mejilla. La tensión de Tritón irradiaba hacia el exterior como una ola del mar, lo que hizo a Dio estar consciente físicamente de la posesión de su amigo. Podría ser simpático, a veces, pero en este momento no sería prudente actuar por ello. Dio puso una mano sobre el brazo de su amigo, advirtiéndole que no hiciera nada precipitado, a pesar de que lo entendía muy bien: el padre endemoniado de Dio era muy conocido por su amor a las mujeres hermosas, y ni siquiera la presencia de Hera, su testaruda esposa, aseguraba que Zeus mantuviera sus garras para sí mismo. Pero Dio tenía la esperanza de que Zeus tuviera el suficiente sentido común para no hacer ningún intento de sobrepasarse con una flamante novia.
Sin embargo, sólo para asegurarse, Dio sintió la necesidad de desviar la atención de Zeus hacia otra dirección. —Zeus—. Él asintió con la cabeza cortésmente cuando vio los ojos de su padre. —Veo que trajiste a tu esposa. Qué considerado.
Cuando Zeus entrecerró sus ojos, le confirmó que no le gustaba que se le recordara de Hera. —Tu madrastra tiene una manera de sacar invitaciones de gente que ni se sospecha—. Él echó una mirada a Sophia, quien respondió con una tan encantadora y dulce sonrisa, que incluso Zeus no parecía tener ninguna defensa contra eso.
—Pensé que simplemente sería apropiado invitarla. Ella es una mujer tan buena. Y después de todo, todos estamos relacionados—, dijo Sophia de buen humor.
Dio se abstuvo de rodar los ojos y se dio cuenta de que las venas en el cuello de su padre se abultaban, lo que demostraba el esfuerzo que le costaba el contenerse de no estallar y dar rienda suelta a su mal temperamento.
—Tienes razón, mi querida Sophia— dijo Zeus en su lugar.
El saber que la presencia de Hera en la boda, mantenía a raya el comportamiento de Zeus, hacía que Dio se sintiera casi frívolo. Cualquier cosa o cualquiera persona que hiciera que su padre se enojara, era bienvenido. Y eso incluía a su malvada madrastra.
—¡Una gran familia feliz!— Sonrió Dio hacia Sophia antes de que él captara un movimiento de reojo y se volviera. —Ah, si esa no es la persona de la que estamos hablando—. Se alegraba del hecho de que la presencia de Hera fuera molesta para Zeus, sin embargo, no significaba que quisiera pasar más tiempo con ella. Si alguien tenía la oportunidad de clasificar más alto en el mierdómetro de Dio que su padre, de seguro Hera tenía una chance.
Vestida con un ceñido y largo vestido rojo, su cabello largo y oscuro arreglado en lo alto de su cabeza, Hera arqueó una ceja antes de que apartara a Zeus hacia un lado y abrazara a Sophia. Ella era hermosa. Dio tenía que conceder a su padre ese hecho. Pero incluso él, quien no estaba más interesado en el amor y el afecto de lo que un vendedor ambulante se interesaría en una tormenta eléctrica cayendo sobre su mercancía, le gustaba la belleza con un toque de calidez. Sin embargo, la belleza de Hera era de hielo: fría… con una gran probabilidad de granizo.
—Felicidades, querida. Podrías haber tomado una peor decisión que Tritón—. Hera hizo una pausa, dándole a Dio una mirada de reojo, una indicación segura de que un mal comentario estaba a punto de venir. —Alégrate de que no te enamoraste de Dioniso.
Antes de que Dio pudiera pensar en una respuesta, Tritón tomó la mano de Hera y la besó en el dorso de la misma. —Estoy contento de que lo apruebes—. El brillo de sus ojos no se pudo negar, lo que demostraba que su amigo estaba tan delirantemente feliz, como para haber notado la puñalada en la espalda de Hera hacia Dio.
—A tu novia, la apruebo—, respondió ella deliberadamente. —La elección del padrino, deja mucho que desear. Es un mujeriego, aunque creo que el título le pertenece a su padre.
—Ay, me hieres, Hera—, respondió Dio, poniendo la mano en su pecho, como si fuera a sufrir un ataque al corazón. No es que ella estuviera demasiado lejos de la verdad. Él no era mucho mejor que Zeus, cuando se trataba de relaciones. Estaban cortados por la misma tijera, arriba del muslo, para ser más precisos. Pero no necesitaba que le recuerden quién o qué era. —¿Me disculpas? Al parecer, tengo que practicar, ya que mis calificaciones como el mujeriego número uno se están poniendo en tela de juicio.
Hizo caso omiso de los labios finos de Hera y no estaba ni remotamente interesado en la reacción de Zeus. Él simplemente se encogió de hombros cuando Tritón negó con la cabeza.
Sin embargo, Sophia le dedicó una encantadora sonrisa. —El bar está abierto—, insinuó ella.
Dios la bendiga por su comprensión, porque tan cierto como que el sol salía todos los días, dos minutos en presencia de su padre y su madrastra le secaban la garganta cual tormenta de arena en el Sahara.
Dio se dirigió a la sala de estar, donde habían puesto un bar en un extremo, haciendo caso omiso de las mesas de buffet en las cuales habían deliciosos entremeses que hacían juego con los espléndidos arreglos de flores. Pronto, los invitados llegarían a la comida como langostas sobre un campo de maíz, aunque con menos gracia y buenos modales. Hizo un gesto al camarero para que le sirviera un vaso de Zin. No era el dios del vino por nada. Porque si de algo sabía Dio, era del vino.
Tomó la copa ofrecida y se tragó los restos de su conversación con Hera y su padre.
—¿Quién orinó en tu vino?—, preguntó Eros, dándole una palmada en la espalda de su caro traje de tres piezas de Armani, el golpe probablemente dejaría una arruga permanente impresa en él con su poderosa mano.
Dioniso se giró y fulminó con sus ojos al dios del amor. La única persona que no quería ver. Ahora bien, por lo menos Eros había tenido la decencia de dejar su arco y flechas en casa. Parecía casi a gusto en su elegante traje gris. Zeus le había advertido que todo aquel que diera alguna indicación a los mortales que la mitad de los invitados reunidos eran dioses y otras criaturas inmortales, sería castigado severamente. Y su padre sabía mucho sobre castigos.
—¡Vete a la mierda!
Otra palmada en su hombro le anunció la llegada de Hermes, el dios mensajero. —¿Envidioso?— le preguntó, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Tritón.
Dio volvió la mirada hacia Hermes. —¿De una jaula de oro? Piénsalo otra vez.
—Tritón no lo ve como una jaula—. Eros tuvo la audacia de intercambiar una sonrisa con Hermes.
—Se ve positivamente feliz—, agregó Hermes. —Mientras que tú pareces que estuvieras bebiendo vinagre—. Él llamó al camarero. —Una copa de vino tinto, pero no del mismo que él está tomando.
—El vino está perfectamente bien. Es la compañía la que apesta.
Eros dio un paso más cerca. —¿No estarás hablando sobre tus dos mejores amigos aquí, o sí? ¿O tienes ganas de tener una pelea?
Tal vez eso era lo que necesitaba, una buena pelea de bar, para sentirse como él nuevamente. Las últimas semanas, el haber ayudado a Tritón y a Sophia con los arreglos para su boda, había cobrado su precio. Pero como su padrino, se había sentido obligado a ayudar y tomar ciertas diligencias de las manos de Tritón, tales como el manejo de la lista de invitados inmortales y hacer olvidar egos heridos. Pero ni siquiera él había sido capaz de evitar que la invitación de Sophia, llegara a Hera.
Como la diosa madre, Hera tenía una conexión especial con todas las mujeres. Podía oír sus súplicas, incluso si no eran dirigidas a ella personalmente.
—Si yo supiera que peleas justo, me encantaría un rápido mano a mano.
Eros levantó sus manos en señal de rendición. —¿Moi? ¿Qué no peleó en forma justa? —Entonces miró a Hermes. —¿Alguna vez has oído hablar de tal cosa?
A pesar de sí mismo, Dio tuvo que sonreír. Hermes se unió a la risa un segundo después. Y así de rápido, el mal humor de Dio se había ido. Sus amigos podían hacer eso en él. Es por eso que los amaba. Era una lástima que verían mucho menos de Tritón, ahora que residía en la... sin duda encantadora… ciudad de Charleston. Incluso Dio tenía un pequeño apartamento de soltero cerca de ahí que él usaba en ocasiones, eso es por lo mucho que le gustaba la ciudad y los bares. No tendría demasiada dificultad en visitar a Tritón de vez en cuando. Así que tal vez cambiaría muy poco después de todo.
—¿Te diste cuenta de la encantadora pelirroja en la multitud?— Dijo Hermes.
—¿Francesca? Ella es la mejor amiga de Sophia. Pero no se molesten—. Dio tomó un gran trago de su vino.
—¿Crees que no tengo ninguna posibilidad?
—Depende de la competencia—. A Dio le encantaba fastidiar a su medio hermano.
Hermes sonrió. —Si tú eres la competencia, entonces estoy a salvo.
Eros se echó a reír. —Estoy feliz de jugar al árbitro.
Dio hizo un ademán con la mano. —No estoy interesado en ella, pero adelante, compite con Zeus.
Hermes se desinfló como si alguien hubiera pinchado un globo con un alfiler. —Eso es tan injusto. ¿Por qué siempre las pide primero?
—No siempre—, interrumpió Dio y sonrió para sus adentros. El delicioso bocado que se había elegido para él no había entrado en la periferia de Zeus todavía, y si Dio podía evitarlo, su padre nunca pondría los ojos en ella, por lo menos no hasta que Dio acabara con ella.
—¿Lo cual significa exactamente qué?—, desafió Hermes.
Eros lo honró con una mirada de complicidad. —Parece que nuestro querido amigo ha encontrado una víctima que ha escapado hasta ahora del ojo de Zeus—. Debido a que una belleza como ella, atraería la atención de Zeus al instante.
Dio guiñó el ojo al dios del amor. —Y eso es todo lo que diré.
—¿Quién es ella? ¿Está aquí?— dijo Hermes, entusiasmado estiraba el cuello para inspeccionar a la multitud que se había reunido ya en la sala de estar y que ahora se empujaba para ubicarse en la fila del buffet.
—¿Me veo tan estúpido como para elegir a alguien del séquito nupcial cuando sé a ciencia cierta que Zeus la reclamará tan pronto como la vea?
—Ah, ¿entonces es una de las camareras?— Interrumpió Eros.
—Es lo mismo. Una vez que Zeus ponga los ojos en ella, ni siquiera la belleza de Francesca podría alejarlo de mi chica—. No es que ella fuera su chica todavía. La bella Ariadna había resistido hasta ahora a sus avances y sólo le había permitido unos pocos besos castos, alegando que ella quería conocerlo primero. Al igual que Dio quería conocerla primero… en una especie de manera bíblica.
—¿Tu chica? Dio, por casualidad, ¿no renunciaste a la regla de sólo una noche?—Hermes le dio una mirada de “estás jodiéndome”.
Dio sacudió el pensamiento como si fuera venenoso. —¡No seas ridículo! ¿Me ves caminando hacia el altar en poco tiempo? Tan pronto como la haya tenido, la dejaré. Mis semanas de agasajos con cenas y vinos dará sus resultados esta noche.
Eros, puso su mano sobre el antebrazo de Dio. —Espera. ¿Me estás diciendo que no la has cogido todavía?
Dio tragó saliva. Admitir a sus amigos que él no había llevado a la cama a una mujer en el primer intento, era como admitir una derrota monumental. —Estoy disfrutando de la cacería—. Lo cual no era del todo falso. Seducir a Ariadna poco a poco, tenía su encanto. De hecho, la emoción de una seducción lenta se estaba apoderando de él. Y por alguna extraña razón, le gustaba esa sensación poco familiar.
Hermes estalló en carcajadas. —Por fin una mujer que no se baja las bragas al momento en que le haces señas con el dedo.
La ira se agitó en Dio. Se sintió obligado a defender su proeza sexual de los ataques de Hermes. —Créeme, dejará caer sus bragas esta noche, o terminaré con ella.
—Suena como un desafío—. Eros levantó su copa para brindar en broma.
—¡Es un hecho!— Esa noche, Ariadna se entregaría a él. Se hundiría en su dulce calor y, finalmente, daría rienda suelta a su pasión sobre ella, la llevaría a alturas que nunca había conocido antes, y haría que ella le pidiera más. Y luego lo haría otra vez hasta que saliera el sol. Porque una vez que terminara la noche, se iría saciado, y habría terminado con la inexplicable atracción que sentía por ella. Fue esa atracción la que lo había obligado a empezar a salir con ella cuando él nunca salía en citas. Todo lo que tenía era, por lo general, aventuras de una sola noche. Era diferente con Ariadna. Durante dos semanas, había jugado su pequeño juego sacándola a cenar y a bailar, sin embargo, ella siempre lo había detenido cuando quería ir más allá. Con cualquier otra mujer, habría dejado de perseguirla y hubiera continuado con la siguiente, al no estar dispuesto a perder más de su tiempo. Pero Ariadna mantenía su atención.
Miró a sus dos amigos. —Esta noche será mía. Y mañana continuaré con la siguiente—. Levantó su copa. —Denlo por hecho.
Mientras brindaba con sus amigos, su mirada se perdió en la distancia y chocó con la de Hera. El ceño fruncido en sus gélidos ojos azules, confirmaba que había oído cada palabra de su conversación con sus amigos. La diosa madre no estaba contenta.
Ariadna giró frente a un espejo de cuerpo entero en su sala de estar.
—¡Se ve muy bien!
Ella notó los ojos de Natalie en su reflexión en el espejo e hizo una mueca ante el cumplido despreocupado de su amiga. —¿Estás segura?— Ariadna echó otra mirada crítica sobre su atuendo. Su vestido de verano con flores de colores azules y verdes pastel colgaba de finos breteles en los hombros. El vestido de corte imperio creaba un buen punto focal para sus pechos de tamaño medio y se aseguraba que el material blando fluyera sin esfuerzo hacia las rodillas, sacando énfasis de sus caderas redondas. Para el embarazo, era como su madre siempre se refería a sus caderas. Ariadna las veía simplemente demasiado amplias.
—¿O debería usar el rojo?— Las dudas bullían en ella.
La mano de Natalie en su brazo, hizo a Ari mirar hacia atrás, a su amiga. —El rojo grita “Zorra”. Y pensé que querías asegurarte de que supiera que eras una buena chica.
Ella asintió con la cabeza. —Tienes razón.
—Además, una vez que ustedes dos hayan estado juntos por un tiempo, siempre puedes sorprenderlo con ese vestido, y créeme, estará completamente perdido por ti. Y para ese entonces, él sabrá que eres alguien con quien quedarse, y no le darás una impresión equivocada.
Ariadna abrazó a su amiga. ¿Qué haría ella sin Natalie? Su amiga la había acompañado en los peores momentos, y ahora estaba allí para lo que esperaba se convirtiera en el mejor de los momentos.
—¿Estás segura que le gustará a Dio?
Natalie le guiñó un ojo. —Estará perdido por ti. ¿Y no es eso lo que quieres esta noche?
Ella asintió con la cabeza, pero el nerviosismo que se había extendido durante todo el día en expectativa de esa tarde, no estaba disminuyendo. —Tal vez debería esperar un poco. Es demasiado pronto. Sólo hemos estado saliendo durante dos semanas.
Natalie chasqueó la lengua. —Espera más tiempo y perderá el interés. Tienes que demostrarle que lo deseas, o simplemente creerá que no te importa él. Los hombres quieren una pequeña muestra de afecto. Y si no se lo demuestras, irá hacia otro lugar. Me has dicho tú misma lo viril que es. ¿De verdad crees que un hombre como ese, estará sin sexo durante más de un par de semanas?
La reprendedora mirada de Natalie le hizo a Ariadna tragar su miedo. No todos los hombres eran como su ex-prometido. Dio tenía que ser diferente. En las últimas dos semanas, había sido el hombre más atento, colmándola de flores y cenas costosas. La había llevado a paseos románticos por la ribera y habían bailado lento con la música de Burt Bacharach. Ella sabía que en el fondo Dio era un romántico, y era natural que él quisiera acostarse con ella. Y era natural que ella quisiera lo mismo.
—Conozco ese ceño fruncido.
Ante las palabras de Natalie, Ariadna levantó la cabeza. —Lo siento, sólo estoy asustada. ¿Y si hace lo que Jeff...
—¡Olvídate de ese maldito idiota ahora!— El tono agudo en la voz de Natalie, la sacudió. —No quiero escuchar el nombre de ese tipo nunca más. ¿Lo entiendes? Lo que Jeff hizo fue despreciable. Se acabó. Es hora de seguir adelante. Dio es un buen hombre. Ahora, prepárate—. Ella miró su reloj. —Por Dios, mejor me voy corriendo, o el chef se enojará. Tenemos toneladas de reservas para esta noche.
Ariadna asintió con la cabeza. —Lo siento, no debí haberte entretenido tanto tiempo. Tienes que volver al trabajo. Gracias por todo.
Natalie sonrió. —¿Para qué son los amigos?— Luego la tomó en otro abrazo. —Ahora ve por él, Ari. Y me contarás todo… y quiero decir, todo… mañana.
Ariadna se sintió sonrojarse ante la idea de poner su vida sexual al descubierto frente a su mejor amiga. Si todo salía bien esa noche, y ella y Dio realmente pasaban la noche juntos en la cama, entonces ella no estaba segura de querer compartir nada de eso con nadie, ni siquiera con su mejor amiga. Si se dejaba guiar por los besos de Dio, ellos quemarían las sábanas juntos una vez que se desnudaran.
Cuando la puerta se cerró detrás de Natalie, Ari comprobó su imagen en el espejo una vez más. Su cabello rubio oscuro se elevaba sobre sus hombros, y sus ojos verdes se veían realzados por el maquillaje más sutil. Sus labios estaban cubiertos con el más suave color de labios, sólo un toque de rojo transparente. No se había molestado con más, a sabiendas de que Dio la besaría y se limpiaría el lápiz labial de forma instantánea.
Esa noche, ella daría el primer paso hacia la restauración de su fe en los hombres. Dio le había dado todas las indicaciones que él estaba interesado en ella por algo más que una aventura. La forma en que sus ojos recorrían su figura cada vez que estaban juntos, y sobre todo cuando él pensaba que ella no lo estaba viendo, enviaba una calidez a través de su cuerpo. Había tanto afecto y deseo en su mirada, que simplemente sabía que él era el hombre para ella, un hombre que la apreciaría. Un hombre que la amaría.
Esta noche, ella se ofrecería a él para demostrarle que estaba dispuesta a dar a su relación una oportunidad justa. Ella haría que el pasado se desvaneciera para siempre.
Al momento que el timbre sonó anunciando la llegada de Dio, las mariposas en su estómago se habían instalado de forma permanente. Tal vez Dio podría desalojar a los pequeños bichos con su toque.
Ari pulsó el timbre para abrir la puerta de la calle e inspiró un par de veces para estabilizarse, antes de que ella abriera la puerta de su departamento.
Dio se veía increíble. Su vestimenta era informal: jeans gastados abrazaban sus piernas mostrando cada músculo de su cuerpo tonificado, una camisa blanca cuyos dos botones superiores estaban abiertos, dejaban al descubierto sólo una fina capa de pelo oscuro en el pecho. Si algún hombre podía hacer lucir la ropa informal como un millón de dólares, ese era Dio. Su pelo oscuro era más largo que el que estaba de moda, pero lo llevaba con un aire de robustez.
—Te ves impresionante—. Las palabras salieron de él, con un sonido tan ronco en su voz esa noche, como nunca lo había oído. Le tomó la mano y la guió a su boca, presionando un beso en su palma. —Estaba ansioso de verte—. Sus ojos azules se conectaron con los de ella, la evidente promesa oculta en ellos.
—Dio—. ¿Era su voz realmente ese eco que oía en su cabeza? ¿Había perdido ya todos sus sentidos con solo ver el deseo en los ojos de él?
De repente ella estaba al ras de su cuerpo, sin haber registrado que la había atraído hacia él. ¿O es que se había arrojado en sus brazos? Se quedó sin aliento en el pecho, mientras sus labios se cernían a unos centímetros por encima de los suyos.
—Algo está diferente esta noche. ¿Estás usando un perfume nuevo?
Ari negó con la cabeza. —Yo no estoy usando nada—. Ella captó la llamarada en sus ojos y sintió una llama responder desde su vientre, dándose cuenta sólo en ese momento de lo que había dicho. —Quiero decir...
—Sí, la tela de tu vestido es tan delicado, puedo sentir cada contorno de tu cuerpo, cada curva. ¿Puedes sentirme tú a mí?— Deslizó una mano por la curva de su trasero y suavemente la apretó contra él.
Su respiración se detuvo al sentir que el contorno duro de su erección presionaba su estómago. En un intento de evitarse el gemir, mordió su labio inferior entre los dientes.
—Lo tomo como un sí—, Dio le susurró al oído y bajó sus labios a su cuello, plantándole besos con la boca abierta sobre su piel caliente. —Mi dulce Ariadna, tú eres mi mayor tentación, ¿sabes? Cuando estoy cerca de ti, no puedo pensar en otra cosa.
Ella trató de recobrar el equilibrio, poniendo sus manos sobre sus hombros, pero el calor bajo sus palmas la hacía sentirse mareada. ¿Ya estaba jadeando? —Dio—. Este hombre la reducía a oraciones de una sola palabra.
No levantó la cabeza, sino simplemente gruñó y siguió besándole el cuello y acariciando su espalda con la mano.
—Tenemos que... la reservación… el restaurante...—, acertó a decir, tratando de recuperar el control que había perdido en el momento en que la apretó contra él.
Finalmente, levantó la cabeza y la miró con sus ojos oscuros de pasión. —Lo siento. Tienes razón. Tenemos que irnos—. Se aclaró la voz, como si él también estuviera tratando de luchar por recuperar el control. —Pido disculpas por atacarte de esta manera.
No lo había sentido como un ataque. Lejos de serlo. Había sido un asalto sensual, con el cual ella no creía que pudiese luchar la próxima vez que pasara, uno que no creía que quisiera evitarlo. —No te disculpes.
La honró con una amplia sonrisa y la tomó del brazo para llevarla afuera.
—¿A dónde vamos esta noche?
—A un pequeño bistró en el barrio. Nada ostentoso, pero es tranquilo e íntimo—, enfatizó la última palabra y le dio una mirada de reojo. Luego meneó la cabeza. —Por los dioses, estás hermosa.
Ella se rió nerviosamente. Aunque Dio nunca era tímido con los elogios, la forma en que los prodigaba en ella esa noche, era diferente. Casi como si se acabara de dar cuenta de que los únicos elogios alegres que le servía normalmente, se habían convertido en verdades absolutas. —Estás diferente esta noche—, dijo. ¿Sabía que había tomado la decisión de dormir con él esa noche, si él hacía algún intento de intimidad? ¿Estaba escrito en su cara?
—Diferente, ¿cómo?
—Más intenso.
—¿Eso es bueno?— Él llevó su mano hacia los labios y la besó.
—Sí.
De repente se detuvo y se volvió, apretándola contra la pared de un edificio. —Amor, no estoy seguro de que pueda aguantar la cena esta noche.
Su pecho se hinchó mientras trataba de obtener suficiente aire para hablar. —¿No tienes hambre?
—Oh, tengo hambre—. Sus ojos le hablaron de su hambre, el deseo en ellos era más intenso del que nunca había visto. —Pero no por la comida. Tengo hambre de ti. Y tengo miedo de asustarte por lo mucho que te deseo en este momento.
Su corazón dio un salto entusiasmado por su admisión. Tomó todo su coraje y le acarició la mano en la mejilla. —¿Un beso te bastaría?
—Podríamos intentarlo.
Y luego su boca estaba sobre la de ella, empujando sus labios contra ella, su lengua lamía sobre los pliegues de ellos demandando entrar. Sin reservas, los abrió para él y le permitió su invasión. El calor la inundó, y estelas de fuego lamían su cuerpo. Sus manos parecían tocarla por todas partes, mientras la lengua se batía en duelo con la de ella y la acariciaba con ritmo más tentador, suave y fuerte al mismo tiempo.
Tanto la ternura como la pasión se combinaban en su beso, para hacer un cóctel irresistible de emociones. Su cabeza le daba vueltas con imágenes de ellos haciendo el amor, de una relación, de un futuro juntos. Y su cuerpo ardía de deseo por él, con una lujuria que nunca había sentido antes. Como si él hubiera hecho aparecer estos sentimientos en ella por la magia de su lengua explorándola, sus labios mordisqueando los de ella, y su cuerpo contra el suyo frotándose en una danza tan antigua como el tiempo.
Si ella podía estar tan excitada con la ropa puesta, sólo podía imaginarse lo que sucedería una vez que estuviera sola con él en su apartamento en donde se podrían despojar del resto de la ropa el uno del otro. Apenas podía respirar ahora, su corazón latía tan rápido, que tenía miedo de que saltara de su pecho y cayera en su mano... la mano que acababa de deslizarse sobre su pecho para amasarlo suavemente, pero con un propósito. Cuando el pulgar acarició su pezón, se volvió rígido en un instante, ella apartó la boca de la suya.
—Tenemos que detenernos—, susurró ella, recuperando el aliento.
Dio respiraba tan fuerte como ella lo hacía. Apoyó la frente contra la de ella, su aliento cerniéndose sobre su piel, mientras hablaba. —Lo sé. Pero después. Prométemelo... Te necesito, Ariadna.
Ella asintió de manera casi imperceptible. Él la necesitaba... cuánta calidez le daba esas palabras. —Sí—. Su corazón aún tronaba en su mano, la mano que no había retirado aún de su seno. Mientras se enderezaba, pareció darse cuenta de ello y lo soltó.
—Tú me robas mi cordura.
Ella levantó la cabeza para estudiarlo y vio la desesperación en sus ojos.
Dioniso apenas pudo contenerse durante la cena. El beso en el callejón oscuro lo había dejado incluso más caliente de lo que había estado en el momento en que había llegado a la puerta de Ariadna. Se había prometido a sí mismo mostrarse tranquilo esta noche, prodigarle elogios, ya sean en serio o no, y hacerse al suave seductor. Pero no, ese plan no estaba funcionando muy bien: se estaba comportando como un joven de dieciséis años de edad, en su primera cita, charlando sobre cosas estúpidas, diciendo comentarios poco sofisticados, y besándola como un hombre muerto de sed. ¡No había mucha sofisticación en eso!
Por los dioses, ¿qué era lo que le estaba pasando? ¿Estaba convirtiéndose en un completo idiota? ¡Tenía que controlarse un poco!
Dio trató de comportarse e hizo un intento de mejorar durante la cena, pero en vez de entretenerla con su habitual rutina de hombre de mundo e impresionarla con sus conocimientos sobre casi todo, él literalmente le dio de comer en la boca con su propia comida y lamió sus dedos cuando una gota de sémola de maíz cayó sobre ellos. ¡Qué tan patético era eso! Era un dios, pero él se estaba comportando como un tonto dominado.
Mientras acompañaba a Ariadna a la puerta de su apartamento, sentía el corazón martillando en su pecho. Esperaba que ella no hubiera cambiado de opinión acerca de la promesa que le había hecho antes, después de darse cuenta durante la cena, que era un idiota embrutecido.
—¿Quieres entrar?— Su voz fue casi tímida cuando ella le preguntó, pero puso la más enorme sonrisa en su rostro que podía recordar.
—Me encantaría.
En el momento en que la puerta se cerró detrás de él, la tomó en sus brazos.
—¿Puedo ofrecerte algo? Café... té...
—Sí, puedes hacerlo—. Tú misma en una bandeja, le vino a la mente. En cambio, dijo, —Otro beso.
Sus brazos serpenteaban alrededor de su cuello mientras acercaba la cabeza más a ella. Dio apreció su iniciativa. Al parecer, Ariadna finalmente se había excitado.
—Te deseo—, susurró.
Dentro de él, el hombre gritó. En el exterior, mantuvo el control que había ganado con mucho esfuerzo. —Bien, porque yo te deseo también.
Él la levantó en sus brazos y se dirigió a su dormitorio. No era difícil de encontrar. Además de la sala de estar de planta abierta con la cocina, sólo habían dos puertas más: una se dirigía hacia el baño y la otra al dormitorio.
—¿Qué estás haciendo?—, preguntó, pero le sonrió, entrelazando las manos detrás de su cuello.
Dio bajó la cabeza a la suya, dándole un suave beso en sus tentadores labios. —Lo que debí haber hecho el día que te conocí en tu vinería. Debí haberte llevado al cuarto de atrás, desvestirte y luego hacerte el amor hasta que acabaras. Y entonces debería haberlo hecho de nuevo, en caso de que te hayas desmayado la primera vez.
Había sido afortunado al encontrarla. Había tropezado con la pequeña vinería y había entrado para pedir una caja de su vino favorito, antes de que siquiera se diera cuenta de que el propietario era la mujer más atractiva que había conocido en mucho tiempo. Ella de inmediato había despertado algo en él, y tan pronto como había pedido que su caja de vino fuera entregada en su apartamento de soltero, y mantenido una larga conversación sobre el vino, la había invitado a salir. Ella había dudado al principio, pero la convenció y afirmó que no tenía nada que perder y un cliente satisfecho que ganar. Satisfecho era la palabra operativa. Sí, debería haberla tomado justo ahí en ese momento.
—Pero no te preocupes, voy a rectificar mi error ahora—. Él sintió que su corazón latía más rápido con sus palabras.
—Que Dios me ayude—, ella murmuró.
De hecho, un dios le ayudaría a terminar: Dioniso le haría el placer. Y él recuperaría el control. La forma en que Ariadna agitaba los párpados y los latidos de su corazón resonaban a través de su cuerpo y hacían eco, fortalecieron el saber de que ella lo deseaba y que iría hasta el final esta noche. Esta vez, ella no lo detendría y no se contendría. Y esta vez, no tendría que volver a casa insatisfecho y obtener alivio con sus propias manos como lo había hecho las dos últimas semanas.
Esta noche, él tomaría de ella lo que necesitaba y luego seguiría adelante con su vida. A pesar de que el pensamiento se formó en su mente, algo se rebeló dentro de él. Era de seguro una emoción desconocida, por lo que la hizo a un lado, hacia los oscuros recovecos de su mente. Nada empañaría esta noche, el goce de la dulce y sensual mujer en sus brazos. Esta noche sería todo placer y pasión, deseo y lujuria. Nada más importaba.
Le dio una patada a la puerta del dormitorio para cerrarla y puso a Ariadna en la cama queen, que estaba cubierta con un edredón de color rosa. No era exactamente su elección de decoración, pero era adecuado a su suave sensibilidad y al aire de inocencia que la rodeaba. Tal vez eso fue lo que primero le había atraído de ella: la sensación de que su corazón era inocente.
No es que ella no tuviera un cuerpo increíble también... como lo acababa de descubrir. Cuando la había tocado esa noche y apretado contra él en el callejón, había sentido cada curva rendirse a los duros planos de su cuerpo.
Mientras la despojaba de su vestido, no sólo sus mejillas se coloreaban bellamente, sino todo su cuerpo parecía sonrojarse. —Por todos los dioses, eres hermosa—. Y por Zeus, si no lo decía en serio.
Sus pechos estaban cubiertos por el transparente material de su sostén push-up. No es que lo necesitara: se habían sentido firmes y fuertes en su mano, y eran del tamaño perfecto para sus manos. No le importaba nada más que con lo que estaba dotada Ariadna. Su cuerpo estaba perfectamente proporcionado, delgada cintura pero no flaca, sus generosas caderas, pero no excesivamente llenas. Y el parche de rubio oscuro que brillaba a través del transparente tejido de sus bragas, daban la impresión de una banda bien recortada de rizos que era el lugar donde gozaría explorar.
Dio se dio cuenta de un ligero temblor de su cuerpo. Pero él sabía que no era por falta de calor. Él, por su parte, encontraba sofocante el calor en la habitación, y rápidamente se quitó la camisa para liberarse.
Con los ojos asustados como los de un ciervo, lo observaba mientras abría el primer botón de sus jeans. Detuvo su movimiento para tranquilizarla. —Amor, no tienes nada de qué preocuparte. Sólo di la palabra, y te daré todo el placer que esté en mi poder—. Y esos poderes eran supremos. Como un dios, su resistencia no tenía precedentes, y se lo demostraría esta noche.
Sus pestañas bajaron levemente como si estuviera avergonzada de verlo desnudarse. —No he estado con nadie en mucho tiempo.
Por qué dicha admisión le gustaba, no lo entendía. —Haré lo que quieras, tan lento y suave como lo desees. Estoy aquí para hacerte sentir bien.
—Lo dices de verdad, ¿no?— Su mirada se clavó con la suya, y él reconoció su vulnerabilidad, su temor, y esa pizca de miedo que aferraba con tanta fuerza contra su pecho. Él se prometió en ese momento, erradicar ese miedo de una vez por todas.
Se quitó los jeans, mantuvo sus bóxer abrazando su erección, y se sentó sobre la cama, acercándola a sus brazos. —Lo digo de verdad. Para un hombre ser capaz de darle a una mujer el mayor placer, es la más grande excitación que se pueda imaginar—. Además, la mayoría de las mujeres estaban demasiado agradecidas, una vez que las había hecho alcanzar un orgasmo monumental, y entusiastas mamadas a menudo resultaban de ese tipo de gratitud. Su pene se tensó en contra de su confinamiento, con sólo el pensamiento de su boca rodeándolo dulcemente.
Con la yema de su dedo pulgar, la acarició a lo largo de los labios y luego por su barbilla y cuello. Hizo una pausa breve cuando la vio tragar saliva, y luego continuó su camino hacia abajo, deslizando el pulgar debajo de la tela de su sujetador. En el momento en que su dedo se conectó con su pezón, su aliento se detuvo.
—Eso es, nena, concéntrate en tu respiración. Yo me encargaré del resto.
La idea de guiar a este dulce bocado en una exploración de sensualidad y enseñarle qué placeres de su cuerpo era capaz de tener hizo que su pene se hinchara aún más. Y por la forma en que el corazón de Ariadna golpeaba contra la palma de su mano, ahora que tomaba su pecho cubierto por el sostén, pensó que ella experimentaba la misma emoción apenas liberada.
Mientras descendía la cabeza a sus pechos y empujó la tela a un lado para revelar su pezón rosado oscuro, su cuerpo se calentó. Tomó una bocanada de aire y con ella el olor de su excitación. Y qué dulce aroma era: una mezcla de jazmín, mujer e inocencia. Ni siquiera siendo un dios tenía poderes suficientes para resistir tal llamado.
Dio serpenteaba la lengua y lamía sobre toda su dura y pequeña protuberancia, escurriendo un ahogado gemido de su garganta. —Amor, no te contengas. Si quieres gritar, grita.
—Dio, me haces sentir tan... no puedo... es tan...— Al parecer, formar una frase coherente era demasiado para ella.
Sonrió para sí mismo y cerró sus labios alrededor de la cima color de rosa, chupándola en la boca mientras continuaba lamiendo el pezón capturado. No importaba que se retorciera debajo de él como si este pequeño regalo, ya fuera demasiado para ella el soportarlo. Él no se detendría hasta que se deshiciera en sus brazos esta noche. Y aun entonces...
Presionándola más contra las sábanas, prodigó toda su atención en sus pechos, liberando primero uno del sujetador, luego al otro antes de deshacerse de su ropa interior y arrojarla al suelo. Si podía opinar al respecto, ella no usaría un sostén. Ahora que él amasaba sus pechos con sus manos, se dio cuenta que su suposición había estado correcta: porque eran firmes y se mantenían altos en su pecho, lo que demostraba su juventud y su cuerpo bien cuidado. Ellos no necesitaban el apoyo de un sostén.
—Podría lamer tus senos durante toda la noche y nunca me cansaría de ellos—, confesó entre besos y mordiscos. —Se sienten perfectos en mis manos.
Luego levantó los ojos hacia el rostro y se dio cuenta de que Ariadna lo miraba. —¿Te gusta cuando los chupo?
Sus labios se separaron, su lengua rosada serpenteó saliendo y humedeció su labio inferior. Su respuesta fue más aliento que gemido. —Sí. Hazlo de nuevo.
Dio le dio su acostumbrada sonrisa pícara y sumergió su cabeza de vuelta entre sus protuberancias. Mientras presionaba a sus dos picos juntos y alternativamente chupaba los pezones en su boca, él cambió de posición, levantando una pierna sobre el muslo, y empujó para separar sus piernas. Su pene presionó contra la cadera, el contacto… incluso a través de la tela de su bóxer... envío un choque como si viniera de uno de los rayos de Zeus a través de su cuerpo.
—¡Mierda!— Gruñó. Si este contacto indirecto con su cuerpo le daba tal efecto, duraría dos segundos una vez que estuviera dentro de ella. Eso no funcionaría, porque lo que realmente quería era permanecer dentro de Ariadna el mayor tiempo posible. Ya ahora sabía que hacer el amor con ella sería el cielo.
Los muslos de Ariadna se separaron más, y ella se enganchó a una de sus piernas por encima, como si quisiera retenerlo. ¡Como si se fuera a ir a alguna parte en un futuro próximo! Si tan solo ella supiera que él no tenía intención de salir de su cama hasta que los dos estuvieran completamente satisfechos.
Poco a poco, se deslizó por su cuerpo, y con besos suaves a lo largo de su abdomen, mojó su lengua en su ombligo, luego continuó hacia abajo. Su apreciado gemido, sólo lo estimuló a seguir, dándole permiso para explorar sus curvas, su piel y su carne.
Cuando se encontró contra la barrera de tela que aún estaba de centinela cuidando su sexo, él tiró de ella juguetonamente con los dientes, provocando una suave risa en ella. Alzó la vista para encontrarse con su mirada. Sus ojos brillaban de alegría.
—Yo no te hubiera vinculado a ser tan... tan...
—... ¿Fuerte?—, le ayudó y recibió una suave risa en respuesta. —¿Salvaje?
Ella sacudió la cabeza.
—¿Ardiente?
La sacudió una vez más, pero cuanto más lo puso en su lugar, al negarse a reconocer su fuerza física, más disfrutaba de la interacción.
Él sonrió y tiró de la tela, haciéndolo ver como un perro que no quería dejar ir un hueso. —¿Sexy?
Eso la hizo reír en voz alta. —Yo quería decir travieso—, se atragantó por las risas.
—¿Travieso?— Él le dio una mirada incrédula. —Sabes que tal falta de respeto, será castigada, ¿no?
Su cuerpo se aquietó. —¿Cómo?— Sus ojos de repente brillaron con interés.
—Así—. Él tiró de la tela, empujándola hacia abajo a unos cuantos centímetros, antes de que él soplara aire contra su sexo. Su aliento contenido, confirmó la aprobación a su castigo. —Y también así—. Dio la liberó de su ropa interior por completo y se instaló entre los muslos abiertos.
—Y luego, por supuesto, de esta manera—. Él bajó la cabeza hasta su concha brillante y aspiró su excitación queriendo saborear ese momento, pero no pudo contenerse. Su lengua salió, y rodó en contra de su hendidura, recogiendo sus jugos.
—¡Oh, Dio!
—Shh, nena, voy a cuidar de ti—. Y luego su boca estaba de vuelta, con los labios conectándose con su calor húmedo, su lengua registrando sus sabores y catalogándolos para una exploración posterior. Colocó las manos debajo de su trasero para conseguir más de ella. Era un suntuoso banquete, más delicioso de lo que esperaba. Su sabor era tan rico como el vino añejado en barriles de roble durante muchos años y tan dulce como la ambrosía. La combinación creaba un perfume embriagador, que rápidamente lo hacía sentirse ebrio de ella. A pesar de que había tenido un montón de mujeres, mortales y diosas por igual, nunca había estado con una cuyo cuerpo tuviese tanto encanto, y cuyo sabor lo azotara a tales alturas. Pero Ariadna era especial. Hacer el amor con ella llenaría una necesidad en él, que no sabía que tenía.
Dio levantó la cabeza por un momento y vio cómo ella apretaba la cabeza en la almohada, arqueando su cuerpo en evidente éxtasis. —Dioses, eres un espectáculo para la vista—. Cuando él bajó su boca de nuevo en ella, buscó su clítoris y acarició con su lengua sobre él. Ella casi se levantó de la cama, liberando un gemido al mismo tiempo. Así lo hizo de nuevo y alternó, lamía el bulto de piel hinchada y luego lo chupaba entre sus labios.
—¡Oh Dios!
Manteniendo su clítoris en la boca, rodó su lengua sobre ella y apretó los labios. Un segundo más tarde, él sintió que explotaba y liberaba la presión, dejándola viajar a su orgasmo, mientras disfrutaba empaparse de los espasmos a través de su cuerpo. Sus músculos se contrajeron, las olas resultantes se estrellaban contra su boca, enviando ondas a través de su cuerpo. Lo que le pegó al instante, fue el saber qué tan pura era: no virgen, sino una mujer pura de corazón, sus reacciones a él eran tan honestas, tan abiertas, él apreciaba el momento aún más.
Se deslizó hacia arriba, despojándose de su bóxer en el proceso. Su apretado pene le agradeció, y el aire flotando en contra de su piel se sentía como una liberación.
—Dio, eres increíble—, le susurró Ariadna y lo acercó hacia ella, poniendo la mano sobre su cabello. Sus labios se separaron en preparación a su beso, y en el instante en que sus labios se encontraron, el fuego en sus entrañas creció.
Apartó los labios un momento más tarde, incapaz de aguantar más de ese sensual ataque. —Tengo que estar dentro de ti.
Ella asintió con la cabeza. —Sí.
Mientras se movía sobre ella, una mano en el pecho se lo impidió. Confundido, se detuvo en su movimiento.
—Condón—, dijo.
Mierda, había olvidado por completo esa molestia. Ella no tenía idea de que al ser un dios, podría hacer que su semen fuera estéril si no quería dejar embarazada a una mujer. En teoría no le hacía falta un condón, pero no quería hacerla sospechar, le siguió el juego. —¿Dónde?— Buscó la superficie de la mesita de noche, pero aparte de un libro y un reloj despertador, estaba vacía.
—En el cajón de arriba.
Se dio la vuelta y abrió el cajón. Una pequeña caja de condones lo recibió. Común decía. ¿Común? De ninguna manera. Ni siquiera se pondría esa cosa, menos se mantendría intacto una vez que estuviera dentro de ella. Esto no funcionaría.
—¿Los encontraste?