REAL

V.1: mayo, 2014


© Katy Evans, 2013

© de la traducción, Lidia Pelayo, 2013

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2014


Diseño de cubierta: www.genisrovira.com


Los derechos de traducción de esta obra han sido cedidos por la agencia literaria Jane Rotrosen Agency y gestionados para España por International Editors Co. Todos los derechos reservados.


Publicado por Principal de los Libros

C/ Mallorca, 303, 2º 1ª

08037 Barcelona

info@principaldeloslibros.com

www.principaldeloslibros.com


ISBN: 978-84-942234-8-8

IBIC: FRD

Depósito Legal: B. 13463-2014

Preimpresión: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

REAL

Katy Evans


Traducción de Lidia Pelayo





1


Dedicado a la vida, al amor y a la música


CANCIONES DE REAL

Estas son algunas de las canciones que escuché mientras estaba escribiendo REAL. Las dos primeras tienen tanto significado en la historia que quizás quieras escucharlas a la vez que Brooke y Remington. 


Iris de Goo Goo Dolls

I Love You de Avril Lavigne

That’s When I Knew de Alicia Keys

Love Bites de Def Leppard

High On You de Survivor

Love Song de Sara Bareilles

In Your Eyes de Peter Gabriel

Kiss Me de Ed Sheeran

Come Away With Me de Norah Jones

All I Wanna Do Is Make Love To You de Heart

Any Way You Want It de Journey

Pull Me Down de Mikky Ekko

Love You Like A Love Song de Selena Gomez

My Life Would Suck Without You de Kelly Clarkson

Flaws And All de Beyoncé

The Fighter de Gym Class Heroes

1. «Soy Remington»

Brooke


Melanie lleva media hora gritándome al oído y estoy tan conmocionada por lo que estamos presenciando que apenas puedo oír algo. Sólo mi corazón, latiendo como un loco en mi cabeza mientras los dos luchadores, ambos de la misma altura y peso y extremadamente musculosos, se embisten uno al otro en el ring de boxeo clandestino.

Cada vez que uno asesta un puñetazo al contrincante, la sala, abarrotada por más de trescientos espectadores sedientos de sangre, irrumpe en vítores y aplausos. Lo peor es que puedo oír el horrible sonido de los huesos fracturándose bajo la carne. Tengo la piel de gallina de puro miedo.

—¡Brooke! —Melanie, mi mejor amiga, grita y me abraza—. Pareces a punto de vomitar. ¡No estás hecha para esto!

La voy a matar, en serio. En cuanto termine la ronda y compruebe que los dos hombres siguen respirando, mataré a mi mejor amiga. Sin compasión. Y después a mí misma por haber aceptado venir aquí con ella.

Pero mi pobre y querida Melanie está loca por un nuevo tío y cuando se enteró de que el objeto de sus fantasías nocturnas estaba en la ciudad para participar en aquellas peleas clandestinas «privadas» y «muy peligrosas», me pidió que la acompañara a verle. Simplemente, resulta muy difícil negarle algo a Melanie. Es apasionada e insistente, y ahora mismo está saltando de alegría.

—Es el siguiente —sisea, sin importarle quién ha ganado la última ronda ni si han sobrevivido. Lo que, aparentemente, gracias a Dios, ambos han conseguido—. ¡Prepárate para ver a un auténtico bombón, Brookey!

El público guarda silencio y el presentador anuncia:

—Señoras y señores, y ahooora… el momento que todos estaban esperando, el hombre que han venido a ver. Les presento al malo entre los malos, ¡el único!, ¡el inimitable!… ¡Remington Tate el Depredador!

La multitud enloquece sólo con oír su nombre, sobre todo las mujeres, cuyos gritos entusiastas se unen en un barullo ensordecedor, y un escalofrío recorre mi espalda.

—¡Remy! ¡Te quiero!

—¡Te comería la polla, Remy!

—¡Remy! ¡Remy, azótame!

—¡Remington, deprédame!

Todas las cabezas se giran cuando una figura encapuchada con capa roja se dirige hacia el ring, Esta noche los luchadores no llevan guantes de boxeo, así que puedo ver cómo flexiona y encoge los puños. Tiene las manos enormes y bronceadas, y los dedos largos.

Al otro lado del cuadrilátero, una mujer agita orgullosamente un cartel en el que pone «Puta #1 de Remy» mientras grita en su dirección con toda la fuerza de sus pulmones. Por si acaso él no sabe leer o no ve las letras de color rosa brillante y la purpurina, supongo.

Estoy alucinada; empiezo a darme cuenta de que la loca de mi mejor amiga no es la única mujer de Seattle que parece haber perdido la cabeza por ese tío cuando noto que me aprieta el brazo.

—Míralo y dime que no harías cualquier cosa por ese hombre.

—No haría cualquier cosa por ese hombre. —Repito al instante, simplemente para acabar con el tema.

—¡No estás mirando! —grita—. Míralo. Mira.

Me coge la cabeza y me obligar a mirar en dirección al ring, pero me echo a reír. Melanie adora a los hombres. Le encanta dormir con ellos, seguirlos, babear por ellos y, aun así, cuando los consigue, es incapaz de que le duren.

Yo, por mi parte, no estoy interesada en tener una relación con nadie. Sobre todo cuando mi romántica hermana pequeña Nora ya tiene suficientes novios y dramas para las dos.

Miro al escenario y veo cómo el tipo se quita la bata de satén rojo con la palabra DEPREDADOR bordada en la espalda, y a los espectadores gritando y aclamándolo mientras él se gira para saludar. De repente, su cara, iluminada por los focos, se detiene ante la mía y sólo acierto a mirarlo como una idiota. Dios mío.

Dios.

Mío.

Hoyuelos.

Mandíbula cubierta por una barba desaliñada.

Sonrisa de niño. Cuerpo de hombre.

Bronceado de infarto.

Un escalofrío baja por mi espina dorsal mientras devoro con la mirada al hombre del que todo el mundo está pendiente.

Tiene el pelo negro y de punta, como si unas mujeres acabaran de peinarlo con los dedos. Los pómulos marcados, al igual que la mandíbula y la frente. Unos labios rojos que piden ser besados y mordidos. Hay restos de pintalabios en su mandíbula, un souvenir de su recorrido hacia el cuadrilátero. Observo su cuerpo esbelto, y algo caliente y salvaje despierta en mi interior.

Es cautivadoramente perfecto e increíblemente fuerte. Todo, desde sus delgadas caderas y su estrecha cintura hasta sus anchos hombros, es macizo. Y esos seis abdominales. No, son ocho. La sexy V de sus abdominales oblicuos se sumerge en sus pantalones de satén azul marino, que abrazan suavemente sus musculosas y robustas piernas. Puedo ver sus cuádriceps, trapecios, pectorales y bíceps, todos espléndidamente esculpidos. Unos tatuajes celtas rodean ambos brazos en el punto exacto en el que se encuentran sus abultados bíceps y los definidos deltoides de sus hombros.

—¡Remy! ¡Remy! —Mel sigue gritando como una histérica a mi lado, con las manos rodeando su boca—. ¡Estás jodidamente bueno, Remy!

Su cabeza gira hacia el lugar de donde procede el grito, mostrándonos uno de sus hoyuelos y su atractiva sonrisa. Un escalofrío de energía nerviosa me atraviesa, y no porque él sea un dios griego —que lo es, definitivamente, madre mía, realmente lo es—, sino porque me está mirando directamente a mí.

Ladea una ceja y un brillo de diversión aparece en sus fascinantes ojos azules. Y también algo… excitante en su mirada. Creo que piensa que he sido yo quien ha gritado. Oh, mierda.

Me guiña un ojo y me sorprende contemplar cómo su sonrisa se desvanece lentamente hasta convertirse en un gesto insoportablemente íntimo.

Me hierve la sangre.

Mi sexo se contrae, y parece que él lo sepa. Lo odio.

Se cree perfecto, y seguro que piensa que todas las mujeres de aquí son sus Evas particulares, creadas a partir de su costilla para su disfrute. Estoy excitada y furiosa al mismo tiempo: es la sensación más confusa que he experimentado en toda mi vida.

Sus labios se curvan y se da la vuelta cuando el presentador anuncia el nombre de su oponente.

—Esta noche, con todos vosotros, ¡Kirk Dirkwood, el Martillo!

—¡Mel! ¡Pequeña zorra! —exclamo mientras la empujo juguetonamente cuando consigo recuperarme—. ¿Por qué has tenido que gritar de esa manera? Ahora piensa que soy una idiota.

—¡Madre mía! Te ha guiñado un ojo —dice Melanie, visiblemente aturdida.

Oh Dios mío, ¿lo había hecho? Sí, lo había hecho.

Estoy igual de sorprendida. Revivo ese guiño una y otra vez en mi cabeza. Voy a torturar a Melanie, se merece un pequeño escarmiento.

—Sí que lo ha hecho —admito, frunciendo el ceño—. Nos hemos comunicado telepáticamente y me ha dicho que quiere llevarme a su casa para que sea la madre de sus preciosos hijos.

—Como si tú fueras a acostarte con alguien como él. ¡Tú y tu trastorno obsesivo-compulsivo! —contesta ella riendo mientras el oponente de Remington se quita la bata. El hombre es todo músculo, pero no puede competir visualmente con la deliciosa masculinidad del Depredador.

Remington flexiona los brazos, estira los dedos y forma dos puños. Después, salta sobre sus piernas. Para ser un hombre tan alto y musculoso, tiene unos pies sorprendentemente ligeros, lo que significa —lo sé porque yo antes también competía— que debe ser increíblemente fuerte para poder mantener su cuerpo en el aire con tan poca superficie de apoyo.

Martillo lanza el primer puñetazo. Remington lo esquiva cubriéndose y responde con un fuerte gancho que alcanza el lateral de la cara de su rival. Me estremezco cuando pienso en la fuerza de su puño y mi cuerpo se tensa ante la visión de sus músculos contrayéndose y estirándose con cada puñetazo.

La multitud observa embobada el combate, aunque a mí esos horribles chasquidos me ponen la piel de gallina. Pero hay algo más que me molesta. Las gotas de sudor que se me están formando rápidamente en la frente y el escote. Según avanza el combate mis pezones despiertan, cada vez más arrugados y duros, clavándose ansiosamente en el tejido de seda del top que llevo puesto.

De alguna forma, ver cómo Remington Tate lanza puñetazos contra un hombre al que llaman Martillo me hace revolverme en mi asiento de un modo que no me gusta, y que no esperaba para nada.

Es la forma en la que gira, se mueve, gruñe

De repente, comienza un coro de voces:

—REMY… REMY… REMY.

Me giro y veo a Melanie saltando de un lado para otro y diciendo «Oh Dios mío, ¡pégale, Remy! ¡Machácalo, pibonazo!». Cuando su oponente finalmente cae al suelo con un golpe seco, Melanie grita. Tengo la ropa interior empapada y el pulso acelerado. Nunca he tolerado la violencia. Ésta no soy yo. Parpadeo estupefacta ante todas las sensaciones que sacuden mi cuerpo. La lujuria, pura lujuria al rojo vivo, palpita a través de mis terminaciones nerviosas.

El árbitro levanta el brazo de Remington en señal de victoria, y en cuanto se recupera del K.O. que acaba de propinarle a su oponente, dirige su mirada hacia mí. Sus penetrantes ojos azules chocan contra los míos, y se me hace un nudo en el estómago. Su pecho sudoroso se eleva y cae con cada jadeo, y una gota de sangre descansa en la comisura de sus labios. A pesar de todo eso, sus ojos siguen clavados en mí.

El calor se extiende por mi piel y las llamas me lamen por todas partes. Nunca lo admitiré delante de Melanie, ni siquiera lo diré en voz alta, aunque sea para mí misma, pero creo que no he visto a un hombre tan atractivo en toda mi vida. La forma en la que me mira es ardiente. Y también lo es el modo en el que está ahí, con el brazo levantado, con el sudor goteando por sus músculos, con ese aire de autoridad del que Mel me había hablado en el taxi.

No hay ni rastro de timidez en su mirada. Ni en cómo ignora al público que grita su nombre mientras me mira de una forma tan sexual que siento como si estuviéramos a punto de hacerlo allí mismo. De repente, soy espantosamente consciente del aspecto que tengo para él.

Mi largo cabello lacio y de color caoba cae sobre mis hombros. Llevo una camisa abotonada sin mangas, con un cuello postizo de encaje, metida por dentro de unos pantalones negros de cintura alta perfectamente decentes y unos pendientes de aro dorados a juego con mis ojos color miel. A pesar de mi conservadora elección de ropa, me siento completamente desnuda.

Me tiemblan las piernas y tengo la sensación de que este hombre quiere golpearme. Con su polla. Por favor, señor, dime que no acabo de pensar eso; es el tipo de cosas que Melanie pensaría. Un doloroso pinchazo sacude mi útero.

—¡REMY! ¡REMY! ¡REMY! ¡REMY! —corea el público, cada vez con más intensidad.

—¿Queréis más Remy? —pregunta el presentador a la multitud. El barullo es ensordecedor—. ¡De acuerdo! ¡Aquí tenemos otro rival digno de Remington Tate el Depredador!

Otro hombre aparece en el cuadrilátero. No puedo soportarlo. Mi sistema está saturado. Por esto no debe ser bueno prescindir del sexo durante tantos años. Estoy tan nerviosa que apenas puedo vocalizar o incluso mover las piernas cuando me giro y le digo a Mel que voy al baño.

Una voz resuena con fuerza a través de los altavoces mientras recorro el estrecho pasillo entre las tribunas.

—¡Y ahora, señoras y señores, un oponente que desafiará a nuestro actual campeón! ¡Parker el Terror, Drake!

La multitud grita sin parar y, de repente, oigo un golpe inconfundible.

Resistiendo las ganas de mirar atrás y ver lo que está causando tanto alboroto, doblo la esquina y me dirijo hacia el baño mientras los altavoces retruenan de nuevo.

—¡Caramba! ¡Qué rapidez! ¡Tenemos un K.O.! ¡Sí, señoras y señores! ¡Un K.O.! ¡Y en un tiempo récord para nuestro vencedor, el Depredador, que salta fuera del cuadrilátero y…! ¿Dónde diablos va?

La multitud enloquece, gritando «¡Depredador! ¡Depredador!» por todo el pasillo y después enmudece por completo, como si algo increíble acabara de suceder.

Me pregunto cuál será el motivo del inquietante silencio cuando escucho el eco de unos pasos detrás de mí. Una cálida mano envuelve la mía y el contacto provoca escalofríos de excitación a lo largo de todo mi cuerpo mientras me gira con una fuerza sorprendente.

—¿Pero qué…? —jadeo, confundida. Luego veo el sudoroso pecho masculino y subo la mirada hasta sus brillantes ojos azules. Mis sentidos se tambalean sin control. Está tan cerca de mí que su olor me atraviesa como una inyección de adrenalina.

—Tu nombre —dice, jadeando, con los ojos desorbitados fijos en mí.

—Eh… Brooke.

—Brooke, ¿qué más? —pregunta. Tiene las fosas nasales dilatadas.

Su magnetismo animal es tan fuerte que creo que me ha robado la voz. Está invadiendo mi espacio personal, todo él, absorbiéndolo, absorbiéndome a mí, arrebatándome el oxígeno, y no entiendo cómo puede seguir latiéndome el corazón, ni cómo sigo ahí, tiritando de calor, con todo mi cuerpo centrado en el punto exacto en el que su mano ciñe la mía.

Libero mi mano con esfuerzo y miro asustada a Mel, que aparece detrás de él, con los ojos abiertos como platos.

—Es Brooke Dumas —dice, y después le suelta alegremente mi número de móvil. Muy a mi pesar.

Sus labios se curvan y sus ojos se encuentran con los míos.

—Brooke Dumas. —Acaba de follarse a mi nombre justo delante de mí. Y también delante de Mel.

Siento cómo su lengua gira alrededor de esas dos palabras, con su voz endiabladamente profunda, como sucede con las cosas que ansías probar pero sabes que no deberías, y el deseo crece entre mis piernas. Su mirada es penetrante y posesiva. Nunca me habían mirado de esa forma.

Da un paso hacia delante y desliza su mano húmeda en mi nuca. Se me dispara el pulso mientras él baja la cabeza para darme un breve y áspero beso en los labios. Me siento como si estuviera marcándome. Como si me estuviera preparando para algo grandioso, algo que podría cambiarme y arruinarme la vida.

—Brooke —gruñe, suave aunque intensamente, mientras se retira de mis labios con una sonrisa—. Soy Remington.

De vuelta a casa todavía puedo sentir sus manos. Sus labios sobre los míos. La suavidad de su beso. Dios, no puedo respirar bien y estoy enrollada como una cobra en un rincón del asiento trasero de un taxi, mirando por la ventana las luces de la ciudad sin verlas, desesperada por liberarme de las sensaciones que invaden mi cuerpo. Desgraciadamente, no hay nadie más con quien poder desahogarme aparte de Mel.

—Ha sido muy intenso —dice Mel suspirando.

Sacudo la cabeza.

—Mel, ¿qué demonios ha pasado? ¡Ese tío me ha besado en público! ¿Te has fijado en que había gente con los móviles apuntando hacia nosotros?

—Brooke, está tan bueno que todo el mundo quiere una foto suya. Incluso yo estoy excitada y ni siquiera me ha besado a mí. Nunca he visto a un hombre entrarle a una mujer así. Joder, es como porno romántico.

—Cállate, Mel —gruño—. Si le han expulsado de las competiciones oficiales será por algo. Está claro que es peligroso o está loco, o las dos cosas.

Mi cuerpo está excitado. Todavía puedo sentir sus ojos sobre mí, mirándome, salvajes y hambrientos. Me siento sucia. Me pica la nuca donde él la ha tocado con su palma sudada. Me la froto para calmarla, pero no funciona. No calma mi cuerpo, ni me calma a mí.

—Ahora en serio, Brooke, necesitas salir más. Puede que Remington Tate tenga mala reputación, pero es más atractivo que el pecado. Sí, le expulsaron por mala conducta porque es un tío salvaje. Pero, ¿quién sabe qué mierdas ha tenido que aguantar en su vida privada? Lo único que sé es que se pasó de la raya y que salió un par de veces en los periódicos, pero a nadie le importa ya. Es el favorito de la Liga Clandestina, y todos los clubes de lucha lo adoran. Cuando va a un club, se llena de chicas.

Una parte de mí todavía no se puede creer la forma en la que se me quedó mirando, con los ojos completamente fijos en mí; de toda una multitud de mujeres gritando, sólo me miraba a mí, y eso me pone aún más nerviosa cada vez que pienso en ello. Me miraba con ojos supersexys, pero no quiero ojos supersexys. No le quiero a él, ni a ningún otro hombre, y punto. Lo que quiero es un trabajo. Acabo de terminar las prácticas en la escuela secundaria local y la mejor empresa de rehabilitación deportiva de la ciudad ya me ha hecho una entrevista. Pero han pasado dos semanas y no me han llamado.

Estoy a punto de entrar en ese estado de paranoia mental en el que piensas que ya nadie va a llamarte jamás.

Estoy más que frustrada.

—Melanie, mírame —le pido—. ¿Te parece que voy como una puta?

—No, cariño. Es muy posible que fueras la mujer más elegante de esta noche.

—Elegí precisamente esta ropa para evitar que la gente así me prestase atención.

—Quizás deberías empezar a vestirte más como una puta e integrarte. —Sonríe con cierta suficiencia y yo frunzo el ceño.

—Te odio. Nunca más voy a ir contigo a este tipo de cosas.

—No me odias. Dame un abrazo. —Me inclino y la abrazo brevemente hasta que recuerdo su traición.

—¿Cómo has podido darle mi número? ¿Qué sabemos de este tío, Mel? ¿Quieres que acabe asesinada en un callejón y que tiren mi cuerpo en cualquier contenedor?

—Eso nunca podría pasarle a alguien que ha ido a tantas clases de defensa personal como tú.

Suspiro y niego con la cabeza, pero ella me sonríe de un modo encantador. No me puedo enfadar con ella durante mucho tiempo.

—Vamos, Brooke. Se supone que te estás reinventando a ti misma —susurra Mel, como si me estuviera leyendo la mente—. La nueva y mejorada Brooke tiene que echar un polvo de vez en cuando. Cuando competías, te encantaba hacerlo.

La imagen de un Remington completamente desnudo aparece en mi mente y es tan terriblemente erótica que me retuerzo en mi asiento y miro, enfadada, por la ventana, sacudiendo la cabeza, esta vez con más énfasis. Lo que más me cabrea son las sensaciones que se despiertan en mí por el mero hecho de pensar en él. Me siento… febril.

No, no estoy en contra del sexo en absoluto, pero las relaciones son complicadas y ahora mismo no estoy mentalmente preparada para tener ninguna. Todavía estoy tocada por mi caída y estoy intentando encontrar de nuevo mi camino. Hay un vídeo horrible en YouTube llamado Dumas está acabada, grabado por un espectador durante mi primera prueba olímpica y que ha tenido bastantes visitas, como todos los vídeos de gente humillada. El momento exacto en el que mi vida se hizo añicos está perfectamente inmortalizado en un vídeo que se puede reproducir, una y otra vez, para que todo el mundo pueda verlo y disfrutar con él. Muestra el segundo exacto en el que mis cuádriceps se agarrotan y tropiezo, y también el instante en el que mi LCA —ligamento cruzado anterior— se rompe y mi rodilla cede.

Este encantador vídeo dura más de cuatro minutos. De hecho, mi anónimo paparazzi dejó la cámara centrada únicamente en mí, y en nadie más. Se oye cómo dice «Mierda, está acabada» de fondo. Obviamente, esto fue lo que inspiró el título.

Así que ahí estoy, en ese vídeo casero, saltando de dolor en la pista, llorando de amargura. Llorando no sólo por el dolor en la rodilla, sino por el dolor de mi propio fracaso. Sólo quiero que me trague la tierra, y quiero morir porque lo sé, lo sé, lo sé, en ese mismo instante, que todos mis entrenamientos no han servido para nada. Pero en vez de que la tierra se abriera y me succionara hacia dentro, me grabaron.

Todavía están frescos en mi memoria el montón de comentarios que suscitó el vídeo. Algunas personas me deseaban lo mejor en otros aspectos de mi vida y decían que el vídeo era una vergüenza. Pero otras reían y bromeaban al respecto, como si de alguna manera me lo hubiera buscado.

Durante años, aquellos mismos comentarios me atormentaron día y noche, mientras recordaba los dos días y me preguntaba qué era lo que había salido mal. Y digo los dos porque no me rompí el LCA una vez, sino dos, cuando seguí participando en competiciones de forma obstinada, negándome a creer que «estaba acabada». Ninguna de aquellas veces supe qué era lo que había hecho mal, pero, evidentemente, ahora es para mí físicamente imposible volver a hacerlo.

Así que estoy intentando seguir con mi vida como si nunca hubiera intentado ir a los Juegos Olímpicos, y lo último que necesito es un hombre robándome el tiempo que necesito para construirme un futuro en la nueva profesión que he elegido.

Mi hermana, Nora, es la romántica, la apasionada. Aunque solamente tiene veintiún años, tres menos que yo, ella es la que vive explorando el mundo, la que me manda postales de diferentes partes del globo, y la que nos lo cuenta todo a mamá, papá y a mí sobre sus «amantes».

¿Y yo? Yo soy la que pasó toda su juventud entrenando con todas sus fuerzas para conseguir mi único sueño, una medalla de oro. Pero mi cuerpo se rindió antes que mi alma, y ni siquiera pude llegar a una competición internacional.

Cuando necesitas aceptar el hecho de que algunas veces tu cuerpo no puede hacer lo que tú quieres, duele casi más que el dolor físico de una herida. Por eso me encanta la rehabilitación deportiva. Yo misma podría seguir deprimida y enfadada si no hubiera recibido la ayuda que necesitaba. Por eso quiero ayudar a algunos jóvenes atletas a triunfar, incluso aunque yo no haya podido. Y también es por lo que quiero conseguir un trabajo, quizás para poder sentir que por fin tengo éxito en algo.

Pero, curiosamente, mientras estoy en la cama por la noche, no pienso en mi hermana, ni en mi nueva profesión, ni siquiera en el fatídico día en el que los Juegos Olímpicos se convirtieron en algo imposible para mí.

Lo único que tengo en mi mente esta noche es el demonio de ojos azules que puso sus labios sobre los míos.


♥ ♥ ♥


La mañana siguiente, Mel y yo nos vamos a correr a un parque con sombra de nuestro barrio, como hacemos cada día, llueva o truene. Cada una lleva un brazalete en el brazo con el iPod, pero hoy parece que sólo nos escuchemos la una a la otra.

—Sales en Twitter, zorra. Se suponía que ésa iba a ser yo. —Teclea en su móvil y yo frunzo el ceño, intentando ver lo que está leyendo.

—Entonces deberías haberle dado tu teléfono en vez del mío.

—¿Te ha llamado ya?

—«En el ayuntamiento, a las once. Deja a la loca de tu mejor amiga en casa». Es todo lo que ha dicho.

—Ja, ja —dice, mientras coge mi teléfono, me da el suyo y escribe mi contraseña para ver los mensajes.

La miro de reojo porque esa pequeña gata taimada conoce todas mis contraseñas, y probablemente no podría ocultarle un secreto aunque quisiera. Rezo para que no vea mi historial de Google o sabrá que he estado buscando cosas sobre él. Sinceramente no quiero reconocer que he tecleado su nombre tantas veces en Google que he perdido la cuenta. Menos mal que Mel solamente comprueba mis llamadas perdidas y que, por supuesto, no hay ninguna suya.

A juzgar por los artículos que leí anoche, Remington Tate es un dios de las fiestas, un dios del sexo; bueno, básicamente, un dios. Y además, bastante problemático. En este mismo momento estará, seguramente, con resaca y borracho, tirado en la cama entre mujeres desnudas saciadas de sexo y pensando «¿Brooke qué?».

Melanie me coge su móvil, se aclara la garganta y lee las novedades de Twitter.

—Vale, hay varios tuits que deberías oír. «¡Sin precedentes! ¿Visteis cómo Depredador besó a una espectadora? ¡Joder, qué emoción! ¡Oí que se produjo una pelea mientras iba detrás de ella y empujó a un hombre! Luchar fuera del cuadrilátero es ilegal y le podrían prohibir a DEP que compitiera el resto de la temporada o para siempre. Sí, ¡por eso le echaron de la Liga Profesional! Bueno, yo no voy si no lucha DEP». Todos son de gente distinta —explica Mel mientras baja el móvil y sonríe—. Me encanta que le llamen DEP. Así todos sus contrincantes «Descansan En Paz». ¿Lo pillas? Bueno, de todas formas, si sigue luchando sólo le queda este sábado antes de que la liga pase a la siguiente ciudad. ¿Vamos a ir o vamos a ir?

—Eso es lo que quería saber cuando me llamó.

—¡Brooke! ¿Te ha llamado o no?

—¿Tú qué crees, Mel? ¿Cuántos seguidores tiene en Twitter? ¿Un millón?

—En realidad son dos coma tres millones.

—Bueno, ahí tienes tu maldita respuesta—. Ahora estoy enfadada y ni siquiera sé por qué.

—Pero estoy segura de que anoche tenía ganas de Brookey.

—Seguro que alguien ya se habrá ocupado de eso a estas alturas, Mel. Así es como funcionan esos tíos.

—Igualmente, tenemos que ir el sábado —decreta Melanie frunciendo el ceño hasta que su bonita cara adquiere una mueca casi cómica. No es el tipo de persona que acostumbra a enfadarse—. Y tú tienes que llevar algo que haga que se le salgan los ojos de las órbitas para que se arrepienta de no haberte llamado. Podríais haber tenido un rollo de una noche alucinante, y quiero decir alucinante.

—¿Señorita Dumas?

Estamos llegando a mi apartamento y diviso, a través de la luz de la mañana, a una cuarentona alta, con el cabello corto y rubio, esperando en las escaleras de mi edificio. Su sonrisa es cálida y un poco perpleja mientras sujeta un sobre con mi nombre escrito en él.

—Remington Tate quería que te entregase esto en persona.

Escuchar su nombre hace que mi corazón se estremezca y, de repente, late más rápido que durante la carrera de esta mañana. Me tiemblan las manos cuando abro el sobre y saco un gran pase azul y amarillo. Es un pase VIP para la Liga Clandestina junto con unas entradas para el sábado. Cuatro asientos centrales en primera fila. Mis tripas hacen cosas raras cuando me doy cuenta de que en el pase está escrito mi nombre con letras viriles y caóticas. Creo que es su letra.

En serio, no puedo respirar.

—Guau —susurro, asombrada. Una pequeña burbuja de emoción crece rápidamente en mi pecho y me siento como si necesitara correr un par de kilómetros más para hacerla estallar.

La sonrisa de la mujer se ensancha—. ¿Le digo que has dicho «sí»?

—Sí. —Las palabras salen de mi boca antes de pensarlas. Antes incluso de que haya podido reconsiderar todos los titulares que leí ayer acerca de él, la mayoría de los cuales resaltaban las palabras «chico malo», «borracho», «pelea en un bar» y «prostitutas».

Porque sólo es un combate, ¿verdad?

No estoy diciendo que «sí» a nada más.

¿Verdad?

Observo las entradas otra vez sin terminar de creérmelo, y Melanie me mira boquiabierta mientras la mujer sube en el asiento trasero de un Cadillac Escalade negro. Cuando el coche se aleja con un rugido, me golpea el hombro en broma.

—Zorra. Le deseas, ¿verdad? ¡Se suponía que ésta era mi fantasía, tontona!

Me río mientras le doy tres entradas, mi cerebro está confundido por el hecho de que tuviera algún tipo de contacto conmigo hoy.

—Supongo que, después de todo, vamos a ir. ¿Me ayudas a avisar a la gente del grupo?

Melanie me agarra de los hombros y, mientras subimos las escaleras de mi edificio, me susurra en el oído:

—Dime que eso no te ha hecho sentir un pequeño hormigueo.

—Eso no me ha hecho sentir un pequeño hormigueo —repito automáticamente, y antes de entrar en mi piso, añado—: me ha hecho sentir uno grande.

Melanie grita y me pide entrar en casa para poder elegir mi modelito para el sábado, y le contesto que cuando quiera vestir como una puta, ya se lo haré saber. Al final, Melanie da por perdido mi armario diciendo que no hay nada que sea remotamente sexy y que se tiene que ir a trabajar, así que me deja sola el resto del día. Pero el pequeño hormigueo no desaparece fácilmente. Lo siento mientras me ducho, me visto y mientras compruebo mi correo electrónico en busca de nuevas ofertas de trabajo.

No puedo explicar por qué estoy tan nerviosa ante la idea de verle de nuevo.

Creo que me gusta, y detesto que me guste.

Creo que le quiero, y odio quererle.

Realmente creo que es perfecto para un rollo de una noche, y no puedo creer que esté empezando a considerarlo.


♥ ♥ ♥


Evidentemente, como cualquier otra mujer con ciclos hormonales, para el sábado ya estaba en un punto completamente distinto de mi ciclo mensual, y me había arrepentido más de una docena de veces de haber aceptado ir al combate. Me consolaba que por lo menos mis amigos estuvieran entusiasmados por poder asistir.

Melanie invitó a Pandora y a Kyle a que vinieran con nosotras. Pandora trabaja con Melanie en la empresa de diseño de interiores. Ella es la gótica vanguardista con la que todos los hombres quieren decorar su piso de soltero. Kyle todavía está estudiando para ser dentista, es mi vecino, y amigo desde hace mucho tiempo, y también es amigo de Mel desde el instituto. Es el hermano que nunca tuve, y es tan amable y tímido con las mujeres que, con veintiún años, acabó pagando a una profesional para poder perder la virginidad.

—Me alegro mucho de que nos lleves, Kyle —dice Melanie mientras se sube en el asiento trasero conmigo.

—Seguro que es lo único por lo que queríais que viniera —dice él, riendo, claramente emocionado por el combate.

Esta noche hay al menos el doble de público que la otra vez que estuvimos aquí, y tenemos que esperar unos veinte minutos para poder montarnos en el ascensor que nos baja a la pista.

Mientras Melanie y los otros van a buscar nuestros asientos, me pongo el pase VIP en el cuello y le digo:

—Voy a dejar algunas de mis tarjetas de visita en algún lugar donde los luchadores puedan verlas.

Tendría que estar loca para dejar pasar esta oportunidad. Estos deportistas son potentes destructores de músculos y órganos, armas letales luchando una contra otra, y si existe alguna posibilidad de conseguir un trabajo temporal como fisioterapeuta, me acabo de dar cuenta de que podría ser aquí.

Mientras espero en la cola a que me dejen pasar a la parte de acceso restringido, el olor de la cerveza y el sudor impregna el aire. Veo a Kyle saludando desde nuestros asientos, situados en el centro, justo a la derecha del cuadrilátero, y me sorprende comprobar lo cerca que vamos a estar de los luchadores. Si Kyle diera un paso y extendiera el brazo, podría tocar el suelo del cuadrilátero.

En realidad puedes ver el combate desde el final del recinto sin tener que pagar ni un céntimo, exceptuando quizás una propina para el portero, pero los asientos van de los cincuenta a los quinientos dólares, y los que nos ha dado Remington son de los de quinientos. Llevo sin trabajo dos semanas, desde mi licenciatura, y estoy empezando a agotar los escasos ahorros que tengo. Nunca podría haberme permitido estas entradas. Mis amigos, todos recién licenciados, tampoco. Han estado aceptando prácticamente cualquier trabajo que han podido conseguir en este mercado de trabajo de mierda.

Aprisionada por la gente, por fin consigo enseñar mi pase con una pequeña sonrisa y me dejan acceder a un largo pasillo con varias puertas abiertas a los lados.

Cada una de las habitaciones tiene bancos y casilleros, y veo a varios luchadores en diferentes esquinas de las mismas, hablando con su equipo. En la tercera habitación que entro está él, y un escalofrío recorre mi cuerpo.

Está completamente relajado, sentado y encorvado hacia delante en un banco de color rojo, contemplando cómo un hombre con una calva brillante le venda una mano. Ya tiene la otra vendada, cubierta por una cinta de color crema excepto los nudillos. Su cara, pensativa y sorprendentemente infantil, me hace preguntarme cuántos años tendrá. Levanta la cabeza, como si me hubiera notado llegar, y me reconoce inmediatamente. Una chispa de algo extraño y poderoso brilla en sus ojos y atraviesa mi cuerpo como un rayo. Reprimo mi reacción y observo a su entrenador diciéndole algo.

Remington no puede apartar sus ojos de mí. Su mano sigue extendida, pero parece haber olvidado que su entrenador sigue vendándosela y dándole instrucciones.

—Bueno, bueno, bueno…

Me giro hacia la derecha, de donde procede la voz, y un pinchazo de temor me retuerce el estómago. A un solo paso de mí hay un enorme luchador escudriñándome con unos ojos llenos de pura intimidación, como si yo fuera un postre y él tuviera una enorme cuchara.

Veo cómo Remington coge la cinta de su entrenador y la arroja a un lado antes de levantarse y dirigirse lentamente a mi lado. Cuando se pone detrás de mí, ligeramente a mi derecha, la presencia de su cuerpo junto al mío se filtra por todos mis poros.

Su suave voz cerca de mi oído me hace temblar cuando se enfrenta a mi admirador.

—Lárgate de aquí —le dice lentamente al otro hombre.

El hombre que reconozco como Martillo ya no me mira. En su lugar, mira por encima de mí, ligeramente a un lado. En comparación con Remington no parece tan enorme.

—¿Es tuya? —pregunta con una mirada entrecerrada y brillante.

Mis muslos se humedecen cuando su voz responde desde detrás de mi oreja, aterciopelada y escalofriantemente firme.

—Te aseguro que no es tuya.

Martillo se marcha y durante un buen rato, Remington se queda ahí, una torre de puro músculo casi tocándome, con su cuerpo caliente envolviéndome. Bajo la cabeza, murmuro «gracias» y me marcho rápidamente, y me quiero morir porque juraría que ha agachado la cabeza para olerme.

2. Inesperado

Está a punto de subir al cuadrilátero, y su nombre ya se anuncia por los micrófonos haciendo que el público se vuelva loco. 

—Una vez más, damas y caballeros, ¡el Depredador!

Todavía no me he recuperado de haberle visto tan de cerca y mi torrente sanguíneo ya lleva todo tipo de cositas raras, burbujeantes y calientes. Cuando sale al trote por el pasillo entre los asientos con esa bata con capucha roja mi pulso se acelera, mi vientre se tensa y tengo la desesperada necesidad de huir de vuelta a casa.

Este tío es demasiado. Demasiado hombre. Demasiada masculinidad y una bestia en bruto. Es sexo en bandeja y todas las mujeres a mi alrededor gritan a todo pulmón cuánto les gustaría catarlo.

Remington sube al escenario y se dirige a su esquina. Se quita la bata de un tirón, mostrando todos esos fuertes músculos, y se la da a un joven rubio que parece ser el ayudante de su entrenador.

—¡Y ahora, con ustedes, el Martillo!

Martillo se une a él en el ring y Remington sonríe vagamente para sí mismo. Su mirada se dirige directamente a la mía, y me doy cuenta de que sabe exactamente, exactamente, dónde estoy sentada esta noche. Sigue sonriendo con ese gesto de soy-el-mejor, levanta un dedo y lo dirige hacia Martillo y luego me señala a mí como diciendo «Ésta te la dedico».

Mi estómago da un salto.

—Mierda, va a matarme. ¿Por qué coño hace eso? Jodido macho alfa, ¡no lo soporto!

—¡Melanie, cálmate! —siseo y luego me acomodo en mi asiento, temblorosa porque también me está matando a mí. No sé lo que quiere de mí, pero me siento muy insegura porque nunca habría sospechado que yo también querría algo tan sexual y personal de él.

El embarazoso recuerdo de él cerca de mí hace sólo unos minutos me invade, pero la campana suena y se me pasa. Los luchadores se enfrentan cara a cara, y Remy hace una finta hacia un lado mientras Martillo gira de forma estúpida, siguiendo el falso movimiento. Una vez que Martillo ha dejado el otro lado descubierto, Remington le ataca por la izquierda golpeándole en las costillas.

Se separan y Remington se comporta de forma arrogante haciendo fintas y burlándose de Martillo. Se gira hacia mí, señala a «Martillo» y luego a mí otra vez justo antes de embestirle tan fuerte que el tipo rebota detrás de él, cae de rodillas y tiene que sacudir la cabeza para volver a ponerse en pie. Mi sexo se contrae cada vez que golpea a su oponente y mi corazón se para cada vez que le devuelven el golpe.

Durante toda la noche pelea contra varios luchadores de la misma forma. Cada vez que gana me mira a mí con esa sonrisa engreída, como si quisiera demostrarme que él es el macho dominante. Todo mi cuerpo se agita cuando veo como se mueve su cuerpo, y soy incapaz de dejar de fantasear. Me imagino sus caderas sobre mí, su cuerpo dentro del mío, esas grandes manos tocándome, su piel contra la mía. Durante las últimas rondas adquiere una mirada decidida, y su pecho jadea por el esfuerzo y brilla por el sudor.

De repente, es la primera vez en mi vida que deseo algo con tantas fuerzas.

Quiero volverme loca. Saltar. Esprintar otra vez, aunque sea en sentido literal. Todas las citas que nunca tuve porque estaba entrenando para algo que nunca llegó a suceder. Las cosas a las que no me subí para no romperme una pierna que, al final, se rompió de todos modos. No beber nunca. Seguir sacando buenas notas para poder seguir compitiendo. Remington Tate es todo lo que no he hecho nunca, ni una vez, y llevo un condón en el bolso, y sé exactamente por qué lo metí ahí. Este tío es un luchador. Quiero tocar su magnífico pecho y besar esos labios. Quiero sentir sus manos sobre mi cuerpo. Y cuando las sienta, seguramente me correré en cuanto entre dentro de mí.

Estos son los mejores preliminares eróticos que he vivido nunca, y de pronto quiero que sean más que eso. Quiero que pase esta noche.

Cuando gana por décima y última vez, siento cómo sus ojos se posan de nuevo sobre mí, y lo único que puedo hacer es seguir mirándole esperando que sepa que le deseo. Me sonríe, arrogante, sudoroso, con sus ojos azules centelleando y mostrando los hoyuelos. Coge la cuerda superior del cuadrilátero, pasa sobre ella con facilidad y aterriza suavemente en el pasillo, justo delante de mí.

Melanie se queda de piedra a mi lado cuando acerca su perfectamente esculpido y resplandeciente cuerpo bronceado.

Está claro que viene hacia mí.

Contengo la respiración hasta que siento que mis pulmones van a explotar, me tiemblan las piernas porque, en realidad, no sé qué hacer. La multitud brama y las chicas gritan detrás de mí:

—¡Bésalo, mujer!

—¡No te lo mereces, perra!

—¡Vamos, tía!

Dirige sus hoyuelos hacia mí, y yo sigo esperando sus manos mientras él se va acercando. Pienso en cómo me sentí la última vez, cuando prácticamente envolvió mi rostro con sus manos grandes, extrañas y maravillosas. Me estoy muriendo. Muriendo de deseo. De temeridad. De expectación.

Pero no lo hace, sino que inclina la cabeza para susurrar contra mi sien, y la única parte de su cuerpo que me toca es su aliento, bañando mi piel de calor mientras su voz ronca retumba en mis oídos.

—Quédate sentada. Enviaré a alguien a buscarte.

Sonríe y se aleja mientras la multitud sigue gritando y sube de nuevo al cuadrilátero, dejándome estupefacta. A la mujer que tengo al lado le cuesta casi un minuto dejar de temblar e hiperventilar para decir «Diosmío, diosmío, diosmíodiosdiosdiosdios, me ha rozado con el codo, ¡me ha rozado con el codo!».

—¡EL DEPREDADOR, SEÑORES! —grita el presentador.

Se me doblan las rodillas y me dejo caer en el respaldo, tan ligera como un merengue, apretando mis manos entre sí para que dejen de temblar. Mi cerebro está tan confundido que casi no puedo pensar más allá del momento en el que salió del cuadrilátero y me susurró al oído, con esa voz absolutamente sexy, que iba a mandar a alguien a por mí. Sólo el hecho de recordarlo hace que se me agarroten los dedos de los pies. Melanie se ha quedado sin habla, Pando y Kyle me miran como si fuera un ser sagrado que acabara de doblegar a un animal salvaje.

—¿Qué diablos ha dicho? —pregunta Kyle.

—Jesús, María y José —dice Melanie, chillando y abrazándome—. Brooke, ese tío está loco por ti.

La mujer junto a mí me toca el hombro con la mano temblorosa. 

—¿Lo conoces?

Niego con la cabeza, sin saber qué responder. Todo lo que sé es que de ayer a hoy no ha pasado ni un solo segundo en el que no haya pensado en él. Todo lo que sé es que me da rabia y al mismo tiempo me encanta cómo me hace sentir, y que la forma en que me mira me llena de deseo.

—Señorita Dumas —dice una voz y giro mi cabeza para ver a dos hombres vestidos de negro que se colocan entre el ring y yo. Los dos son altos y delgados, uno es rubio y el otro tiene el pelo castaño rizado—, soy Pete, el asistente del señor Tate —dice Ricitos Castaños—, y éste es Riley, el ayudante del entrenador. Síganos, por favor, el señor Tate quiere hablar con usted en su habitación del hotel.

Al principio, ni siquiera sé quién es el señor Tate. Después, ráfagas de entendimiento y un rayo caliente me atraviesan. Te quiere en su habitación. ¿Tú le quieres a él? ¿Quieres hacer esto? Una parte de mí ya lo ha hecho mentalmente de diez maneras distintas desde el sábado, mientras que la otra no se movería de esta estúpida silla.

—Tus amigos también pueden venir con nosotros —añade el hombre rubio con voz suave, y señala al sorprendido trío.

Me siento aliviada. Creo. Joder, ni siquiera sé lo que siento.

—Vamos, Brooke, ¡es Remington Tate! —Melanie me arrastra a la fuerza y me obliga a seguir a esos hombres, y mi mente comienza a funcionar a toda velocidad porque no sé qué voy a hacer cuando lo vea. Mi corazón bombea adrenalina como un loco mientras nos conducen hacia el hotel que hay enfrente del recinto, y en el ascensor pulsan el botón «Ático».

Un pinchazo de nerviosismo se extiende por mi cuerpo cuando llegamos al último piso, y me siento exactamente igual que cuando competía. Imaginarme a este hombre dentro de mí ya ha sido como montarse en una montaña rusa, y ahora, de repente estoy muy cerca del momento en el que podría ser una realidad. Mi estómago se contrae con la idea de lo emocionante que puede ser la caída. Rollo de una noche, allá voy…

—Dime que no te vas a acostar con este tío —dice Kyle; su cara refleja su preocupación cuando se abren las puertas—. Tú no eres así, Brooke. Eres demasiado responsable para querer hacer esto.

¿Lo soy?

¿De verdad lo soy?

Porque esta noche me siento completamente loca. Loca de lujuria, de adrenalina y de dos hoyuelos sexys.

—Sólo voy a hablar con él —le digo a mi amigo, aunque ni siquiera estoy segura de lo que estoy haciendo.

Seguimos a los dos hombres a la parte anterior de la enorme suite.

—Tus amigos pueden esperar aquí —dice Riley, señalando la gigantesca barra de granito negro—. Por favor, servíos una bebida.

Cuando mis amigos se reúnen en torno a las relucientes botellas de alcohol, Melanie deja escapar un inconfundible grito y Pete me anima a seguirle. Atravesamos la suite y entramos en la habitación principal, y le veo sentado en el banco a los pies de la cama. Tiene el pelo mojado y se aprieta una bolsa de hielo en la mandíbula. La imagen de un macho tan excelente curándose una herida después de haber derrotado a un hombre detrás de otro con sus puños me parece increíblemente sexy.

Dos mujeres asiáticas están de rodillas en la cama detrás de él, cada una masajeando uno de sus hombros. Tiene una toalla blanca anudada a la cadera, y gotas de agua se deslizan por su piel. Hay tres botellas vacías de Gatorade tiradas en el suelo, y él tiene otra en la mano. Deja la bolsa de hielo en la mesa. Azul como sus ojos, se acaba el líquido de un trago y luego tira la botella a un lado.

Estoy fascinada viendo cómo sus abultados músculos se tensan y relajan bajo los dedos de las dos mujeres. Sé que los masajes son algo normal después de hacer ejercicio, pero lo que no sé y no puedo entender es por qué verle recibir uno me afecta tanto.

Conozco el cuerpo humano. Lo venero. Fue mi templo durante seis años, hasta que decidí buscar una nueva profesión, cuando me di cuenta de que no volvería a correr más. Y ahora, mis dedos se agitan deseando probar su cuerpo, apretando y luego soltando, llegando al fondo de cada músculo.

—¿Te ha gustado el combate? —Me mira con una sonrisita arrogante y ojos brillantes, como si supiera que me ha encantado.

Verle boxear es algo que odio y adoro al mismo tiempo. Pero no puedo limitarme a felicitarle después de haber escuchado a quinientas personas gritar lo bueno que es, así que simplemente me encojo de hombros y digo: 

—Ha sido interesante.

—¿Sólo eso?

—Sí.

Parece enfadado. Libera bruscamente sus hombros para que las dos masajistas paren. Se pone de pie y hace círculos con sus hombros, luego hace crujir su cuello a un lado, luego al otro.

—Dejadme.

Las dos mujeres me sonríen y se marchan, y en cuanto me quedo a solas con él, me quedo sin respiración.

La enormidad de estar aquí, en su habitación, no me es indiferente, y de repente estoy ansiosa. Sus bronceadas manos de largos dedos descansan en sus costados y una corriente de deseo me atraviesa mientras me las imagino recorriendo mi piel.

Mi cuerpo late. Hago un esfuerzo para alzar la vista hacia su rostro y me doy cuenta de que me está mirando en silencio, fijamente. Hace crujir los nudillos de una mano, y luego lo hace con la otra. Parece acelerado, como si no hubiera gastado suficiente energía derribando a casi una docena de hombres. Como si pudiera luchar durante otro par de rondas con facilidad.

—El hombre con el que estabas… —dice, flexionando sus dedos como si quisiera conseguir un mejor flujo sanguíneo; no deja de mirarme— ¿es tu novio?

Sinceramente no sé lo que esperaba viniendo aquí, pero estaba más bien en la línea de que me llevara directamente a la cama. Estoy confundida y bastante nerviosa. ¿Qué quiere de mí? ¿Qué quiero yo de él?

—No, es sólo un amigo —respondo.

Sus ojos espían mi dedo anular. 

—¿No estás casada?

Un extraño zumbido recorre mis venas, directamente hasta mi cabeza, y creo que me estoy mareando por culpa del olor del aceite de masaje con el que le han embadurnado. 

—No estoy casada, para nada.

Me estudia durante un buen rato, pero no parece dominado por la misma lujuria que yo, vergonzosamente, estoy sintiendo. Simplemente me analiza con una media sonrisa y parece realmente interesado en lo que digo. 

—¿Has hecho prácticas en un colegio privado rehabilitando a jóvenes atletas?

—¿Me has investigado?

—En realidad, hemos sido nosotros —dicen dos voces familiares, las de los hombres que me han traído hasta aquí. Cuando entran en la habitación, Pete lleva una carpeta marrón que le da a Riley.

—Señorita Dumas… —empieza otra vez Pete, con el cabello rizado y sus tranquilos ojos marrones—. Seguramente se está preguntando por qué está usted aquí, así que iremos al grano. Nos marchamos de la ciudad dentro de dos días, así que me temo que no hay tiempo para hacer las cosas de otra manera. El señor Tate quiere contratarla.

Le miro un momento, boquiabierta y, sinceramente, jodidamente confundida.

—¿Qué es exactamente lo que creen que hago? —Frunzo el ceño—. No soy una chica de compañía.