ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

Hace algunos años, estando en Roma durante una estancia de estudio, hurgaba yo en la librería de un amigo cuando cayó en mis manos un libro que llamó mi atención por su título: Disputa immaginaria tra un rabbino e Gesù. Quale maestro seguire? (trad. di F. Bianchi, Casale Monferrato 1996). El autor, el rabino Jacob Neusner, era un conocido estudioso de las Escrituras y la tradición judías. La introducción hacía presagiar un debate interesante entre el autor, convertido en un oyente atento del Sermón de la Montaña, y Jesús. Por añadidura, en la contraportada se citaba el juicio del cardenal Ratzinger, que consideraba el libro como la aportación más interesante al diálogo judeo-cristiano en la última década. Ante una presentación tan autorizada no me quedó ninguna duda acerca de la utilidad de su lectura. El libro, que era la traducción de un original inglés publicado en 1993, A Rabbi Talks with Jesus, me resultó apasionante, tanto que algunos párrafos los leí varias veces. Me fascinó el tema, pero también la honestidad con que lo desarrollaba su autor.

Jacob Neusner es en la actualidad profesor emérito del Bard College en Annandale-on-Hudson, Nueva York. Durante los años 1954-1960, estudió en el Jewish Theological Seminary of America, uno de los centros de estudio de la historia y la religión judías más notables, habiendo pasado en años anteriores por las universidades de Harvard y Oxford. Durante su permanencia en el Jewish Theological Seminary completó sus estudios cursando algunas materias en la Universidad Hebrea de Jerusalén y en la Columbia de Nueva York. Su larga docencia se ha desarrollado en diferentes universidades: Columbia, Wisconsin-Milwaukee, Darmouth College, Brown, South Florida, Cambridge y Bard College. Su producción literaria es enorme: ha escrito más de 900 libros. Muchos de ellos son traducciones o comentarios sobre las obras literarias judías de los siglos I-VI d.C.; la configuración del judaísmo actual depende en gran medida de esos escritos rabínicos recogidos principalmente en la Misná y los Talmudes. No es ciertamente un sabio que evita la confrontación, lo que se suele considerar una persona políticamente correcta; todo lo contrario. Él mismo admite ser una persona muy contenciosa. Buen ejemplo de ello es su libro A Rabbi Talks with Jesus, que ahora se presenta en español. Una obra escrita, pues, por uno de los más grandes conocedores vivientes de la historia, literatura y religión judías.

Para exponer las enseñanzas de Jesús, Neusner elige como guía el evangelio de san Mateo, que tradicionalmente se considera el más judío de los cuatro canónicos; incluso algunos estudiosos identifican la finalidad de su redacción con el intento de convencer a los judíos no creyentes proponiendo a Jesús como el verdadero Mesías. Si el autor ha elegido este evangelio es porque lo considera el más apto al tema que quiere profundizar: «Según acuerdo común, el de Mateo es el más ‘judío’ de los Evangelios, poniendo el acento en cuestiones de especial relevancia para la Torá e Israel, el pueblo al que habla Jesús. Mateo nos habla a nosotros en particular». Mateo, por lo demás, presenta el Sermón de la Montaña como la interpretación perfecta de la Ley de Moisés. Con frecuencia se repite en él: «Habéis oído que se dijo... pero yo os digo».

Neusner se imagina como un oyente más en el Sermón de las Bienaventuranzas. Curioso por la afirmación de Jesús «no he venido a abolir la Ley, sino a cumplirla», escucha con atención las palabras de Jesús para inmediatamente compararlas con la interpretación recogida en las grandes obras rabínicas. Su deseo es escuchar y discutir lo que dice Jesús. Mediante este trabajo observa que Jesús introduce un cambio radical: su persona sustituye a la Ley mosaica. En efecto, en este discurso, la perfección que el creyente judío alcanza con el cumplimiento de la Ley es sustituida por el seguimiento de Jesús: la santidad no radica en la observancia de la Ley, sino en el seguimiento total de Jesús. El criterio decisivo para vivir y juzgar la bondad de la existencia humana es el mismo Jesús.

Por tanto, Jesús cambia la Ley mosaica, no es fiel a ella. Se pregunta Neusner: «¿Qué tipo de enseñanza es el que mejora las enseñanzas de la Torá sin citar su origen, es decir, el mismo Dios?... Los sabios judíos hablan apelando a su autoridad, pero sin pretender mejorar la Torá. Moisés, el profeta, no habla en nombre propio, sino en nombre de Dios, declarando lo que Dios le ordenó decir. Jesús no habla como sabio ni como profeta». Es más, según nuestro rabino, la enseñanza de Jesús contradice en puntos importantes a la Ley mosaica. Por eso afirma categóricamente: «Donde Jesús discrepa de la revelación de Dios a Moisés en el monte Sinaí, que es la Torá, está equivocado, y Moisés tiene razón». La raíz de tan tajante afirmación se halla en la valoración que nuestro autor hace de la Ley mosaica: «La Torá era y es perfecta y no puede mejorarse, y que el judaísmo edificado sobre la Torá y los profetas y escritos, las partes originalmente orales de la Torá transmitidas en la Misná, los Talmudes y los Midrashim, ese judaísmo era y sigue siendo la voluntad de Dios para la humanidad». Aquí reside la gran diversidad que separa el cristianismo del judaísmo: éste rechaza la posibilidad de una nueva revelación de Dios. Para el judaísmo no tiene ningún sentido la afirmación inicial de la carta a los Hebreos: «De manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo».

Al final de su diálogo con Jesús, Neusner toma la decisión de no seguirle: «Si hubiera estado allí ese día, no me habría unido a sus discípulos y seguido los pasos del maestro. Habría dado media vuelta y me habría vuelto con mi familia, a mi pueblo, para seguir mi vida como parte, y dentro, del Israel eterno». El motivo de su rechazo no es la interpretación liberal que hace Jesús de la Ley mosaica. En realidad la doctrina moral de Jesús no es muy diferente de la que encontramos en algunos sabios del judaísmo. Lo que está en juego no es una interpretación más o menos liberal de la Torá, como se empeñan en afirmar algunos estudiosos, sino el origen de la Ley mosaica. Jacob Neusner sostiene que el único y definitivo criterio para interpretar la Torá es Moisés y la tradición rabínica. Jesús, sin embargo, pretende equipararse con Dios y ser el principio interpretativo. Es más, se identifica con el yo divino al poner el seguimiento de su persona como el criterio de santidad, de cumplimiento de la vida del hombre. El rabino Neusner identifica con claridad esta pretensión de Jesús en su modo de hablar del amor a los padres, la observancia del sábado y el cumplimiento de la Torá como camino de santidad: Jesús identifica la observancia de estos preceptos mosaicos con la adhesión a su persona. «Ahora Jesús está en la montaña y ocupa el lugar de la Torá», dirá Neusner. Pero, ¿quién, si no Dios, puede tener esta pretensión? Por eso tiene razón Neusner al plantear una pregunta decisiva a uno de los discípulos de Jesús: «Tu maestro, ¿es Dios?». O por expresarlo con otras palabras suyas: «Lo que Jesús me exige, sólo me lo puede pedir Dios».

Entre las grandes aportaciones que hace el libro de Neusner se halla no sólo tomar en serio lo que está escrito en el evangelio de san Mateo, concediéndole un valor histórico que muchas veces le han negado exegetas cristianos, sino también proponer a Jesús en su pretensión divina, sin reducirlo a un rabino o maestro de moral. Con frecuencia se ha considerado el Sermón de la Montaña como el compendio de la moral cristiana, y no pocos estudiosos han perfilado la figura de Jesús como maestro de moral centrándose en este conocido discurso. Pues bien, para Neusner este pasaje evangélico desvela quién es Jesús, su intención es más cristológica que moral. Reducir a Jesús a un simple maestro de moral es la cosa más absurda, como señalaba agudamente C.S. Lewis, en su libro Mere Christianity. «Quiero evitar que se diga sobre Cristo la tontería que frecuentemente se repite: ‘Estoy dispuesto a aceptar a Jesús como un gran maestro de moral, pero no acepto su pretensión divina’. Esto es lo único que no podemos decir: un hombre que fuera solamente un hombre y dijera las cosas que dijo Jesús no sería ciertamente un gran maestro de moral, sino un loco... o quizá el Diablo».

Sin duda, esta pretensión divina de Jesús es la verdadera razón de su negativa a adherirse a él. Pero hacia el final de su libro expresa otro motivo de su rechazo a seguir a Jesús. «Escribí mi libro —afirma— para dar un poco de luz al porqué, mientras los cristianos creen en Jesucristo y la buena nueva de sus enseñanzas sobre el reino de los cielos, los judíos creen en la Torá de Moisés y forman en la tierra y en su propia carne el reino de Dios de sacerdotes y pueblo santo». Como revelan las afirmaciones que hace en el último capítulo titulado ¿Cuánta Torá, después de todo?, la otra gran diferencia que percibe en las enseñanzas de Jesús respecto a las de la Torá radica en el diferente interés por la sociedad humana. Mientras que aquél centra su atención en un reino de los cielos que tiene que llegar, despreocupándose del aquí y ahora, a la Torá le importa la construcción de ese reino en la historia que viven los hombres: «El reino de los cielos puede venir, quizá no tan pronto, pero hasta que venga es la Torá la que me dice lo que es vivir en el reino de Dios —en el aquí y el ahora— . ¿Puede el reino de Dios venir pronto, en nuestros días, a donde estamos? La Torá no sólo dice que sí, sino que además muestra cómo. En realidad, de eso es de lo que habla. ¿Tengo que esperar entonces el reino de Dios? Desde luego, pero, mientras espero, hay cosas que tengo que hacer». Que Jesús en los evangelios habla de un reino que sólo puede ser realizado por Dios, es indiscutible. La expresión «reino de Dios» en sus labios se identifica con la salvación plena y definitiva que Dios otorga a todos los hombres por medio de Jesús. Es más, el cristiano sabe que las puertas de dicho reino han sido abiertas de par en par gracias a la ofrenda que realizó Jesús de su propia vida en la cruz. Ahora bien, afirmar que en su predicación Jesús se desentiende del aquí y ahora y que, por tanto, el cristianismo está centrado en el más allá, no sólo implica censurar ciertos aspectos de la enseñanza de Jesús sino también olvidar toda la historia de construcción de un mundo más justo y humano que ha realizado el pueblo cristiano a lo largo de los siglos. El cristianismo es una humanidad nueva que se dilata en el tiempo y el espacio; la plenitud que anuncia Jesús comienza a experimentarse aquí. La fe cristiana, por tanto, no es útil para el más allá, para un futuro que no parece llegar, sino para el presente que nos toca vivir.

Por otra parte, Neusner tiene la valentía de no distinguir entre el Cristo de la fe y el Jesús de la historia: «Me pregunto por qué no podemos reconocer en los dichos de Mateo tanto el Jesús de la historia como el Jesús de la fe. La distinción entre uno y otro, importante para algunos sectores del cristianismo y para algunos teólogos y apologistas, judíos y cristianos, me sorprende porque tiene poco fundamento». Por ese motivo, rechaza establecer su diálogo con un Jesús recreado por los estudiosos, con la imagen de Jesús llamada «científica». Con razón afirma: «Cuando los judíos abren el Nuevo Testamento, dan por supuesto que están oyendo al Jesucristo del cristianismo, y cuando los cristianos abren dicho libro tienen sin duda la misma idea. Esto no quiere decir que el Jesús histórico no esté presente dentro de los Evangelios y detrás de ellos; significa sólo que son los Evangelios, tal como los leemos, los que describen a Jesús para la mayor parte de los que queremos conocerlo». De hecho, ponerse ante el evangelio como hace este rabino ayuda a penetrar en el sentido de las palabras de Jesús mucho más que todas las disquisiciones eruditas que leemos en tantos comentarios sobre los evangelios y obras de especialistas. Así lo reconoce el mismo Benedicto XVI, que afirma de este libro: «Este debate respetuoso y sincero del judío practicante con Jesús, el hijo de Abrahán, me ha hecho ver, de un modo mucho más claro que otras interpretaciones del Sermón de la Montaña que conozco, la grandeza de la palabra de Jesús y la opción ante la que nos pone el Evangelio». Estas palabras explicitan el motivo que ha llevado a Benedicto XVI a elegir a este rabino practicante como compañero en su reflexión sobre Jesús de Nazaret.

Antes de terminar mi presentación quisiera aludir a una última razón ofrecida por Neusner al justificar la publicación de este debate con Jesús, pues no deja de tener su importancia, sobre todo en nuestra nación, donde tan ligeramente suele identificarse el cristianismo con posiciones violentas y no dialogantes. He aquí las palabras del rabino Neusner: «¿Por qué he escrito este libro? Porque aprecio a los cristianos y respeto el cristianismo, y quería tomarme en serio la fe de gente a la que valoro. No puedo imaginarme a un judío criado en un país musulmán escribiendo un libro semejante sobre Mahoma (o sobreviviendo a su publicación por mucho tiempo). Pero la vida en un país cristiano, entre católicos, protestantes y ortodoxos, me ha hecho sentirme orgulloso del judaísmo y feliz de ser lo que soy, pero también alegre de tener como hermanos y vecinos una religión que (por lo menos en aquellos que he conocido) fomenta, por un lado, la benevolencia con los demás y, por otro, un genuino interés en las buenas relaciones con los que disienten».

En definitiva, estamos ante un libro que plantea un verdadero diálogo entre judíos y cristianos. No es un libro apologético, y mucho menos tiene la pretensión de convertir a ningún cristiano, de hacer proselitismo a favor del judaísmo, como el mismo Neusner asegura: «No es éste ciertamente un libro de proselitismo. No lo he escrito para convencer a los lectores cristianos de que abandonen la iglesia y entren en la sinagoga». Todo lo contrario. Su interés es ayudar a los cristianos a vivir su fe con mayor conciencia y convencimiento, «que la vida cristiana sea una decisión firme, y no un mero hábito». El libro está escrito por un hombre para quien la verdad existe y es decisiva para la vida, sobre todo la verdad sobre Dios; verdad que puede ser reconocida por la razón. Estamos, pues, ante un libro totalmente incorrecto en el ambiente relativista contemporáneo. Ciertamente el diálogo que Jacob Neusner establece con Jesús sólo es posible porque ha conocido la verdad religiosa y está convencido de ella: «Podemos discutir sólo si tomamos mutuamente en serio nuestra fe. Pero sólo podemos entrar en diálogo si nos respetamos a nosotros mismos y al otro».

Por su parte, Benedicto XVI no sólo se ha limitado a reconocer la ayuda que le ha prestado este libro exponiendo por extenso el pensamiento del rabino Neusner; también ha escrito una respuesta en las pp. 147-155 de su Jesús de Nazaret, queriendo continuar el diálogo. Al final del libro que el lector tiene en sus manos, encontrará una primera impresión del rabino Neusner al tener conocimiento de las reflexiones del Papa con ocasión de la lectura de su libro; lleva por título: Renovando la disputa religiosa en busca de la verdad teológica: En diálogo con el Jesús de Nazaret. En esta declaración retoma prácticamente las ideas expuestas en el primer capítulo de este libro, además de expresar asombro y agradecimiento por la iniciativa del Papa, ciertamente sin precedentes. Lástima que no se confronte con la propuesta que hace Benedicto XVI en las páginas de su libro. Esperamos que en alguna de sus publicaciones futuras Neusner retome este apasionante diálogo para que no terminen, según él mismo denomina en un artículo publicado en el periódico The Jerusalem Post del 29 de mayo de 2007, «los tiempos interesantes» que vivimos.

José Miguel García

AGRADECIMIENTOS

Se agradece a la Fundación Max Richter su apoyo económico. Agradezco asimismo a Stuart Silverman, William Scott Green, Laurence Tisch y mis colegas del Departamento de Estudios Religiosos de la Universidad de Florida del Sur su ayuda y consejo.

Las traducciones de los versículos de la Biblia están tomadas, en su mayor parte, de la Biblia de Jerusalén.

UN RABINO HABLA CON JESÚS

1
VAMOS A RAZONAR JUNTOS

En este libro explico con toda franqueza y sin complejos por qué, si hubiera vivido en Israel en el siglo I, no me habría adherido al círculo de los discípulos de Jesús. Habría disentido, espero que cortésmente, estoy seguro que con sólidas razones, argumentos y hechos. Si hubiera escuchado lo que dijo en el Sermón de la Montaña, por buenas y sólidas razones, no lo habría seguido.

Esto puede ser duro de imaginar para la gente, porque es difícil pensar en palabras más hondamente grabadas en nuestra civilización y sus más hondas afirmaciones que las enseñanzas del Sermón de la Montaña y otras enseñanzas de Jesús. Pero asimismo es duro imaginar oír esas palabras por primera vez, como algo sorprendente y exigente, no como meros clichés culturales. Eso es exactamente lo que me propongo hacer aquí: escuchar y discutir.

Escribo este libro para arrojar alguna luz sobre por qué, mientras los cristianos creen en Jesucristo y la buena noticia de su reinado en el reino de los cielos, los judíos creen en la Torá de Moisés y forman en la tierra y en su propia carne el reino de Dios de sacerdotes y santos. Y esa creencia exige a los judíos fieles disentir de las enseñanzas de Jesús, por la razón de que esas enseñanzas contradicen en puntos importantes a la Torá.

Escribo este libro para arrojar alguna luz sobre las razones por las que, mientras los cristianos creen en Jesucristo y en la buena noticia de su entronización en el reino de los Cielos, los judíos creen en la Torá de Moisés y forman en la tierra y en su propia carne el reino de Dios de sacerdotes y santos. Y esta creencia exige que los judíos fieles disientan de las enseñanzas de Jesús, por la razón de que dichas enseñanzas, en puntos importantes, contradicen a la Torá. Donde Jesús discrepa de la revelación de Dios a Moisés en el monte Sinaí, que es la Torá, está equivocado, y Moisés tiene razón. Estableciendo las bases de esta franca disidencia pretendo fomentar el diálogo religioso entre creyentes, tanto cristianos como judíos. Durante mucho tiempo los judíos han elogiado a Jesús como a un rabino, como si fuera realmente un judío más; pero para la fe cristiana en Jesucristo esa afirmación es absolutamente irrelevante. Y los cristianos, por su parte, han elogiado el judaísmo como la religión de la que procede Jesús; pero para nosotros no es éste un halago muy estimulante.

Hemos evitado abordar de frente los puntos de sustancial diferencia entre nosotros, no sólo en cuanto a la respuesta a la persona y pretensiones de Jesús, sino especialmente en lo que se refiere a sus enseñanzas. Jesús pretendía reformar y mejorar: «Habéis oído que se dijo... pero yo os digo...». Nosotros mantenemos, y yo argumento en mi libro, que la Torá era y es perfecta y no puede mejorarse, y que el judaísmo edificado sobre la Torá y los profetas y escritos, las partes originalmente orales de la Torá transmitidas en la Misná, los Talmudes y los Midrashim, ese judaísmo era y sigue siendo la voluntad de Dios para la humanidad. Siguiendo ese criterio, propongo oponer una disidencia judía a algunas enseñanzas importantes de Jesús. Es un gesto de respeto a los cristianos y de honra a su fe. Porque podemos discutir sólo si tomamos mutuamente en serio nuestra fe. Pero sólo podemos entrar en diálogo si nos respetamos a nosotros mismos y al otro. En mi disputa imaginaria trato a Jesús con respeto, pero pretendo también discutir con él sobre las cosas que dice.

¿Qué es lo que está en juego aquí? Si he logrado trazar una imagen viva de la disputa, los cristianos verán las opciones tomadas por Jesús y encontrarán renovación espiritual para su fe en Jesucristo —pero también respeto al judaísmo—. Subrayo las opciones con que judaísmo y cristianismo se enfrentan en las Escrituras compartidas. Los cristianos entenderán el cristianismo cuando reconozcan las opciones que éste ha tomado, y lo mismo los judíos, el judaísmo. Pretendo explicar a los cristianos por qué creo en el judaísmo, y eso debería ayudar a los cristianos a identificar las convicciones críticas que los llevan a la iglesia cada domingo. Los judíos reforzarán su compromiso con la Torá de Moisés —pero también su respeto al cristianismo—. Quiero que los judíos entiendan por qué el judaísmo reclama asentimiento —«el infinitamente compasivo busca el corazón», «la Torá fue dada sólo para purificar el corazón del hombre»—. Ambas partes identificarán aquí los puntos en los que reside la diferencia entre judaísmo y cristianismo.

¿Qué me hace estar tan seguro de ese resultado? El que creo que, cuando ambas partes entienden del mismo modo las cuestiones que los dividen, y ambas afirman con sólidas razones sus respectivas verdades, todos pueden entonces amar y adorar a Dios en paz —sabiendo que realmente es al único y al mismo Dios al que sirven juntos—, en su diferencia. Es pues un libro religioso sobre la diferencia religiosa: una discusión sobre Dios.

Mi intención es ayudar a los cristianos a ser mejores cristianos, ya que pueden darse más clara cuenta de lo que afirman en su fe, y ayudar a los judíos a ser mejores judíos, porque se convencerán —espero— de que la Torá de Dios es el camino (no sólo nuestro camino, sino el camino) para amar y servir al único Dios, creador del cielo y de la tierra, que nos ha llamado a servir y santificar su Nombre. La cosa es simple. Según la verdad de la Torá, buena parte de lo que dice Jesús está equivocado. Según el criterio de la Torá, la religión de Israel en tiempos de Jesús era auténtica y fiel, no necesitaba reforma ni renovación, exigía sólo fe y lealtad a Dios y la santificación de la vida por medio del cumplimiento de la voluntad de Dios.

¿Pretendo yo que, después de leer mi libro, revisen los cristianos sus convicciones acerca del cristianismo? En absoluto. La fe cristiana encuentra una legión de razones para creer en Jesucristo (no simplemente que Jesús era y es Cristo); todo lo que yo afirmo y defiendo es que, puede ser, pero no porque diera cumplimiento a la Torá, o sostuviera la Torá, o se ajustara a la Torá; no porque mejorara la Torá. Según ese criterio, no habría seguido a Jesús entonces, y no aconsejaría a nadie seguirlo ahora. Pero la fe cristiana, desde luego, no ha encontrado nunca inquietante el hecho de su propia autonomía: de no ser una mera continuación y reforma de la fe anterior, el judaísmo (representado siempre como corrompido, venal y, en cualquier caso, sin esperanza), sino un nuevo comienzo. Así pues, esta discusión —planteada en pie de igualdad— no tiene por qué inquietar al fiel. Y no lo pretendo. Pero si los cristianos se toman en serio la validez del criterio de Mateo —no a destruir sino a dar cumplimiento—, pienso entonces que los cristianos tendrían acaso que reconsiderar la Torá (el «judaísmo» en lenguaje secular): el Sinaí nos llama, la Torá nos dice cómo quiere Dios que seamos.

¿Pretendo yo plantear entonces un debate apologético basado en la manida afirmación del Jesús histórico frente al Cristo del cristianismo? Porque no pocos apologistas de judaísmo (incluyendo a apologistas cristianos del judaísmo) distinguen entre el Jesús que vivió y enseñó, al que honran y veneran, del Cristo que (dicen) inventó la Iglesia. Mantienen éstos que el Apóstol, Pablo, inventó el cristianismo; Jesús, por su parte, enseñó sólo verdades que nosotros, como creyentes en el judaísmo, podemos afirmar. Yo sigo un camino enteramente distinto. A mí no me interesa lo que ocurrió después; yo quiero saber cómo habría respondido si hubiera estado allí, al pie de la montaña donde Jesús pronunció las palabras que vinieron a llamarse «el Sermón de la Montaña».

Mi disidencia, por tanto, no va contra el «cristianismo» en todas sus formas y versiones, ni va contra el apóstol Pablo, ni siquiera contra el complejo y enorme «cuerpo de Cristo» que era y en que había de convertirse la Iglesia. Y no pretendo salir en defensa de un «judaísmo» que se centra en el negativo «¿Por qué no Cristo?». El judaísmo no tiene que estar explicando en todo momento «por qué no», cuando el mensaje de la Torá es siempre: Por qué... porque... El judaísmo, en todas sus complejas formas, constituye algo distinto de un mero cristianismo sin Cristo (el Antiguo Testamento sin el Nuevo, en términos de escrituras reveladas). El judaísmo es simplemente otra religión, no un mero no-cristianismo; y lo que aquí se discute no es el judaísmo enfrentado al cristianismo, ni Jesús enfrentado a Cristo (según la formulación en términos estrictamente biográfico-históricos, que encuentro aquí irrelevante para la cuestión).

No es éste un libro académico. Me ocupo sólo de uno de los cuadros de lo que dijo Jesús, el del Evangelio según san Mateo. Por razones que explico detalladamente en la discusión que sigue, he escogido ese evangelio como particularmente apropiado para el diálogo con la Torá, o judaísmo. El Jesús con el que entablo discusión no es el Jesús histórico de la erudita imaginación de ningún estudioso, y ello por una razón simple: esas figuras históricas fabricadas son demasiadas y demasiado diversas para una discusión. Además, no veo cómo la gente religiosa puede diferenciarse por lo que sólo en obras académicas los enfrenta. Cuando los judíos abren el Nuevo Testamento, dan por supuesto que están oyendo al Jesucristo del cristianismo, y cuando los cristianos abren dicho libro tienen sin duda la misma idea. Esto no quiere decir que el Jesús histórico no esté presente dentro de los Evangelios y detrás de ellos; significa sólo que son los Evangelios, tal como los leemos, los que describen a Jesús para la mayor parte de los que queremos conocerlo. Yo escribo para cristianos creyentes y judíos fieles; para ellos, Jesús es conocido a través de los Evangelios. Yo me ocupo de uno de esos Evangelios.

Dado que tenemos, procedentes del siglo I, diversas descripciones de Jesús, de quién fue, qué dijo e hizo y por qué es importante, voy a explicar por qué he elegido el Jesús de Mateo para llevar adelante mi debate. He decidido discutir con ese Jesús concreto —es decir, la imagen de Jesucristo presentada en el Evangelio de san Mateo (para usar el lenguaje cristiano)— porque, según acuerdo común, el de Mateo es el más «judío» de los Evangelios, poniendo el acento en cuestiones de especial relevancia para la Torá e Israel, el pueblo al que habla Jesús.

Mateo nos habla a nosotros en particular. Porque nosotros, Israel, somos aquellos para quienes la cuestión de la Torá tiene prioridad, aquellos para quienes resuenan las palabras: «No penséis que he venido a abolir la Torá y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Torá sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos». Yo a esto, desde el judaísmo, digo: «Amén, hermano». Así lo creo yo también, igual que tú, con todo mi corazón, con toda mi alma y todas mis fuerzas. El Jesús de Mateo es el que más se acerca al Jesús que un judío creyente y practicante puede aceptar en términos de judaísmo. El retrato que hace Mateo de Jesús lo describe como un judío entre judíos, como un israelita que se encuentra en Israel como en su casa, a diferencia del retrato que hace, por ejemplo, Juan, que habla de «los judíos» con odio.

¿Qué hace la discusión posible, y por qué ahora en particular? Una discusión con el Jesús de Mateo es posible porque compartimos realmente la Torá, de modo que podemos estar de acuerdo suficientemente en lo principal para discrepar en otras cosas. Por el contrario, hay una poderosa razón por la que no puedo discutir con el Jesús de Juan, ni con el de Lucas, ni con el de Marcos. Juan, y por consiguiente su Jesús, simplemente detesta a «los judíos» —y basta con esto—. El Jesús de Marcos y el Jesús de Lucas, aunque tienen sin duda mucho en común con Mateo, no constituyen figuras que se nutran del judaísmo.

Escrito probablemente en el último tercio del siglo I en algún lugar fuera de Israel, el Evangelio según san Mateo, originado en una escuela o Iglesia que presentaba sus escritos bajo el nombre de Mateo, nos cuenta escenas de la vida, enseñanzas y milagros, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Entre todas estas cosas hay una que llama la atención: la representación de Jesús como un maestro, con un importante mensaje que forma parte de la prueba de que él es Cristo, aquel en quien Israel debería creer.

Y lo que interesa más para el caso: el contenido de su mensaje, no sólo el carácter de su vida y milagros, constituye una parte importante de las credenciales de Jesús en Mateo (no así, por ejemplo, en las cartas de Pablo). Para Mateo, lo que dijo Jesús forma parte del testimonio en favor de su pretensión. Se supone que nosotros —el Israel eterno al que Jesús fue enviado por Dios y al que Jesús llevó su mensaje— tenemos que convencernos por el carácter de estas enseñanzas, presentadas de hecho como el cumplimiento de la Torá. En consecuencia, dicho relato se caracteriza, entre las numerosas representaciones de la figura de Jesucristo, por su marcado énfasis no sólo en la muerte y resurrección de Jesucristo, sino también en sus hechos y dichos: milagros, enseñanza, parábolas.

Mateo pretende que el cuerpo de las enseñanzas de Jesús es de una verdad tan obvia que todos los que las escuchan deben confesar el nombre de quien las pronunció: Jesucristo. Si en la mente del Jesús de Mateo estas enseñanzas no constituyen una parte central de lo que Jesús significa, entonces por qué nos dice lo que dijo Jesús, y no sólo lo que hizo él y lo que hizo Dios con él. Si, después de todo, no es ésta la pretensión del evangelista, entonces, desde la perspectiva de la fe, no había ninguna razón que obligara a poner por escrito con tanto detalle el mensaje del maestro. En respuesta al mensaje del Jesús de Mateo, un judío practicante como yo, hablando sólo por mí mismo desde luego, pero desde dentro de la fe del Israel eterno, puede entablar un debate.

Ahora bien, ¿por qué con dichos y no con relatos? Si alguien declara categóricamente que hay que hacer esto, y no aquello, se puede discutir. Pero ¿cómo se puede discutir con un milagro? Un milagro, o crees en él o no crees. Si crees en él, entonces sacas las consecuencias que la fe quiere que saques, o sacas otras consecuencias. Pero entonces los milagros son relevantes sólo del otro lado de la conversión. Y ninguna persona humana, ciertamente no un judío, hijo de una tradición que enseña que Dios prefiere el perseguido al perseguidor —el cordero, la oveja, la cabra, no el león o el oso— desearía disentir del trágico y perturbador relato de la pasión.

Ni puedo concebir un debate con las lágrimas de una madre o una tumba vacía. Y entre los dichos atribuidos por Mateo a Jesús, hay en el relato de Mateo mucho que simplemente reseña conocidas enseñanzas de la Torá de Moisés; por ejemplo la conocida paráfrasis de Jesús de Levítico 19,18: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Con esto y otras muchas cosas que son buenas enseñanzas de la Torá, ningún judío fiel querrá debatir. Pero mucho de lo que se presenta como cumplimiento de la Torá viola de hecho la clara enseñanza e intención de la Torá, o propone un mensaje religioso inferior al de la Torá tal como Israel la lee. Y lo que propongo en estas páginas es precisamente un debate sobre ese conjunto de enseñanzas, acerca del cual pueden hacerse tales juicios.

Por eso me parece que la mejor manera de iniciar un diálogo entre el judaísmo y el cristianismo es partiendo del Evangelio de Mateo, aun sin hacer reivindicación de ningún tipo acerca de la veracidad histórica de lo que dice Mateo que dijo e hizo Jesús. Ésta es una cuestión que concierne a los estudiosos. Yo escribo como judío religioso para cristianos creyentes, y lo que considero la fe cristiana abarca la narración que hace Mateo de la historia de Jesús. Así pues, los cristianos con los que pretendo entablar conversación no son sólo aquellos que se llaman a sí mismos «creyentes en la Biblia» —y otros llaman «fundamentalistas»— y creen literalmente cada palabra, sino todo cristiano que encuentre a Jesús (también) en el Evangelio de Mateo. Hay millones y millones de cristianos que encuentran realmente a Jesús en el Evangelio de Mateo, y que estarán dispuestos a escuchar la disputa de un judío con el Jesús del Evangelio de Mateo, una disputa sobre las verdades fundamentales de la Torá y de Cristo, como veremos.

Insisto pues en que nos enfrentamos con el Jesús de Mateo en su propio terreno, dando por hecho que dijo las cosas que Mateo dice que dijo: me tomo este evangelio en serio. Para apreciar este esfuerzo mío de diálogo religioso, con un espíritu religioso, sobre cuestiones religiosas, los lectores con formación exegética o teológica, con su propia concepción de lo que Jesús realmente dijo o hizo, tendrán que dejar en suspenso sus dudas. Todos los demás, espero, podrán seguirme sin más. Pero vayamos al asunto que nos ocupa: ¿por qué tomarse en serio los Evangelios de cara al diálogo religioso?