NOTA DEL EDITOR

Esta nueva edición de la Gramática del Asentimiento quiere ser una ayuda para conocer el pensamiento de John Henry Newman. Con su beatificación, el papa Benedicto XVI ha puesto esta figura ante los ojos del mundo entero y muchos han deseado conocerlo mejor. Pues bien, esta obra de su madurez presenta algunos de los temas esenciales que él desarrolló, constituye un pilar de la filosofía y teología contemporáneas, y está destinada tanto a creyentes como a no creyentes, pero muy especialmente a los católicos.

En español existía ya una antigua edición, que reproducimos ahora ligeramente mejorada. Hoy en día, la edición de referencia en lengua original es la editada en 1985 por el mayor especialista vivo, Ian Ker. En ella nos hemos basado para corregir algunos errores de estilo y traducción de la versión española precedente. Hemos mantenido una parte todavía actual de la introducción de su traductor Josep Vives, y hemos añadido breves notas a pie de página que permiten reconocer las fuentes literarias, bíblicas y culturales del autor para que la lectura sea más provechosa.

Aquí nos limitamos a subrayar la actualidad de esta publicación, precisamente por el relieve que la Iglesia católica le ha dado.

En el primer centenario de la muerte del autor inglés, Benedicto XVI, siendo todavía cardenal, describió «su propio camino hacia Newman». Comenzó éste gracias a Alfred Läpple, su prefecto en el seminario, que enseñó a aquellos jóvenes alemanes que se preparaban para ser sacerdotes el valor de la conciencia individual, una de las bases del pensamiento de nuestro autor. Benedicto XVI afirmó que «de Newman aprendimos también a comprender el primado del Papa», y más adelante también «su enseñanza sobre el desarrollo de la doctrina cristiana».

Son significativas algunas de las siguientes consideraciones de Benedicto XVI: «Me parece que el punto de partida de Newman, también en la teología moderna, no ha sido todavía plenamente valorado». «La característica de todo gran doctor de la Iglesia, me parece, es que enseña no sólo mediante su pensamiento y su palabra, sino también con su vida, porque dentro de él pensamiento y vida se funden y se definen mutuamente. Si esto es así, entonces Newman pertenece a los grandes maestros de la Iglesia, porque toca nuestros corazones y al mismo tiempo ilumina nuestro pensamiento».

Tal vez sea por esa especial unión de pensamiento y vida por lo que Benedicto XVI quiso beatificar al cardenal Newman yendo personalmente a Birmingham en septiembre de 2010. Tal acontecimiento es inusual, pues este Papa siempre ha preferido dejar las beatificaciones a los obispos, y por eso subraya el valor universal de esta figura para los creyentes y para todos los pensadores contemporáneos.

Esperamos que esta edición sea para muchos puerta de acceso a esta monumental figura.

LUIS MIGUEL HERNÁNDEZ

PARTE PRIMERA:
EL ASENTIMIENTO Y LA APREHENSIÓN

PARTE PRIMERA

I.

1

«Mientras el Pontífice sube al Capitolio con la virgen silenciosa». Horacio, Odas, Libro IV, xxx, 8-9.

2

«Es dulce y bello morir por la patria». Horacio, Odas, Libro III, ii, 13.

3

«La mujer es siempre veleidosa y mutable». Virgilio, Eneida, Libro IV, 569.

4

«La experiencia enseña». Tácito, Historia, Libro V, VI.

II. EL ASENTIMIENTO COMO APREHENSIÓN

Ya he dicho que un acto de asentimiento es ante todo la aceptación absoluta y sin condiciones de una proposición, y además que tal acto presupone como condición para ser realizado no sólo alguna inferencia previa en favor de la proposición, sino sobre todo una cierta aprehensión de sus términos. Paso, pues, a considerar el segundo de estos aspectos, a saber, el del asentimiento en cuanto aprehensión, dejando la discusión del asentimiento incondicional para más adelante.

Como he dicho, entiendo por aprehensión de una proposición la interpretación que damos a los términos que la componen. Cuando inferimos, consideramos una proposición en relación con otras proposiciones; cuando asentimos, consideramos una proposición en sí misma y en su sentido intrínseco. Este sentido debe sernos conocido en cierto grado; de lo contrario no hacemos más que afirmar una proposición, pero no asentimos a ella. He descrito el asentimiento como una afirmación mental; por su naturaleza, pues, pertenece a la mente y no a los labios. Podemos afirmar sin asentir; el asentimiento supera la afirmación precisamente en cuanto va acompañado de una cierta aprehensión de la materia que se afirma. Esto es claro, y lo único que cabe preguntar es qué grado de aprehensión es suficiente.

La respuesta a esta pregunta es igualmente clara: lo que debe aprehenderse es el predicado de la proposición. En una proposición se predica un término de otro; el sujeto es referido al predicado, y el predicado nos da información acerca del sujeto. Por consiguiente, aprehender una proposición es recibir esta información, y asentir a ella es aceptarla como verdadera. Por tanto, aprehendo una proposición cuando aprehendo su predicado. Para un genuino asentimiento no se requiere de por sí la aprehensión del sujeto, porque el sujeto es precisamente lo que el predicado ha de elucidar, y por consiguiente en su función formal en la proposición, en cuanto es sujeto, es algo desconocido, algo que el predicado da a conocer. Pero el predicado no puede dar a conocer nada si no es él mismo conocido. Supongamos la pregunta: «¿qué es el comercio?». Tenemos aquí una profesión de ignorancia acerca del comercio. Supongamos que la contestación es: «el comercio es un intercambio de bienes». Para asentir a esta proposición no se requiere más conocimiento de lo que es «comercio» que el que nos da la contestación «intercambio de bienes»; pero el conocimiento de esto último es condición indispensable para entender la proposición. Precisamente toda la finalidad de semejante proposición es decirnos algo sobre el sujeto; pero no se puede pedir que el conocimiento que tengamos del sujeto haya de superar lo que el predicado nos diga sobre el mismo. No se requiere más, pero al menos se requiere este mínimo; y esto no se alcanzará si no se aprehende el predicado.

Si un niño pregunta: «¿qué es la alfalfa?», y le contestamos: «la alfalfa es medicago sativa, de la clase diadelphia y del orden decandria», aunque luego repita fielmente: «La alfalfa es medicago sativa...», el niño no presta asentimiento a la proposición que está enunciando, sino que la está repitiendo como un papagayo. Pero si le contestamos: «la alfalfa es una hierba para el ganado», y le señalamos unas vacas pastando en el prado, aunque el niño nunca haya visto alfalfa, ni tenga idea de lo que es, fuera de lo que ha aprendido a través del predicado, podrá asentir a la proposición: «la alfalfa es una hierba para el ganado» como si siempre hubiera sabido tal cosa acerca de la alfalfa. Tan pronto como llega a este conocimiento puede ir mucho más allá, puesto que ya conoce suficientemente lo que es la alfalfa para poder entender proposiciones en las que «alfalfa» es el predicado, como «este campo está sembrado de alfalfa» o «el trébol no es alfalfa».

Sin embargo, un niño puede prestar un asentimiento indirecto a una proposición, incluso cuando no entiende ni el sujeto ni el predicado de la misma. En tal caso no dará asentimiento a la misma proposición, pero asentirá que la proposición es verdadera. Por ejemplo, no podrá más que afirmar que «la alfalfa es medicago sativa», pero podrá asentir a la proposición «es verdad que la alfalfa es medicago sativa». Tenemos aquí un predicado que es suficientemente comprendido; lo que queda incomprendido es la proposición que hace de sujeto. Una madre puede enseñar a su hijo a repetir un pasaje de Shakespeare. Al preguntar el niño el significado de frases como «la misericordia cuando es buena no es forzada» o «la misma virtud mal entendida se vuelve vicio», la madre puede responder que ahora es demasiado joven para entenderlo, pero que se trata de cosas preciosas que algún día llegará a comprender. El niño, confiando en las palabras de la madre, puede dar su asentimiento no al verso mismo que ha aprendido de memoria y que no comprende, sino a su verdad, belleza y bondad.

Naturalmente, estoy hablando del asentimiento en sí mismo y de sus condiciones intrínsecas, no de las razones o motivos que nos llevan a él. Es irrelevante ahora discutir si el niño tiene obligación de confiar en su madre, o si hay casos en que tal confianza es imposible; tal discusión no nos interesa. Estoy examinando el asentimiento en sí mismo, no sus antecedentes. He señalado tres direcciones que puede tomar un asentimiento, a saber, el asentimiento directo a una proposición, el asentimiento a la verdad de una proposición y el asentimiento tanto a la verdad de la proposición como a los motivos que la hacen verdadera: «la alfalfa es una hierba para el ganado», «es verdad que la alfalfa es medicago sativa», «la palabra de mi madre, que dice que la alfalfa es medicago sativa y que es una hierba para el ganado, es verdadera».

En los tres casos hay la misma adhesión absoluta de la mente a la proposición por parte del niño, el cual asiente a la proposición aprehensible, a la verdad de la proposición no aprehensible y a la veracidad de su madre cuando afirma lo que no es aprehensible. Digo que esta adhesión es absoluta, en los tres casos, porque si no asintiera sin reserva a la proposición «la alfalfa es una hierba para el ganado», o a la exactitud del nombre y descripción botánica, no daría su asentimiento al testimonio de su madre. Sin embargo, aunque los tres asentimientos son absolutos, no tienen todos la misma fuerza, y éste es el siguiente punto que quiero hacer notar. Está claro que, aunque el niño asiente a la veracidad de la madre quizá sin tener conciencia de su propio acto, sin embargo este asentimiento concreto tiene una fuerza y una vida que los otros no tienen, puesto que aprehende la proposición que es objeto del mismo más vivamente y con mayor energía que las proposiciones que son objeto de los otros. La veracidad y la autoridad de la madre no son para el niño una verdad abstracta o parte de sus conocimientos generales, sino que están vinculadas con la imagen y el amor de la persona que es parte de sí mismo y que reclama directamente un asentimiento total a todas sus enseñanzas.

Consiguientemente, el niño no dudaría en decir, si su edad se lo permitiese, que daría su vida para defender la veracidad de su madre. Por otra parte, ciertamente no haría tal profesión en el caso de las proposiciones: «la alfalfa es una hierba para el ganado» o «es verdad que la alfalfa sea medicago sativa». Y, sin embargo, es también claro que si asintió de verdad a estas proposiciones, debería también morir por ellas antes que negarlas cuando le fuera pedido, a no ser que estuviera determinado a decir una falsedad. El hecho de que tendría que morir por cada una de las tres proposiciones antes que negarlas muestra el carácter absoluto y total del asentimiento en sí mismo; el hecho de que espontáneamente no aceptaría esta propuesta en dos de los tres casos de asentimiento, muestra en qué sentido un asentimiento puede ser más fuerte que otro.

Parece, entonces, que cuando asentimos a una proposición, la aprehensión de sus términos es no sólo necesaria para el asentimiento, sino que confiere una propiedad particular al acto de asentir. Por consiguiente, si queremos seguir investigando el asentimiento, hemos de seguir investigando la aprehensión que lo acompaña. Paso, pues, a tratar de la aprehensión.

III.

1

Shakespeare, Hamlet, Acto I, ii, 185.

2

Famoso cuadro de la Virgen María pintado por Rafael Sanzio, obra maestra del Renacimiento.

3

«Pensaba que la ciudad llamada Roma, Melibeo, necio de mí, era como la nuestra». Virgilio, Bucólicas, Égloga I, 19-20.

4

Homero, Odisea, Libro I, i, 3.

IV.

1

Horacio, Odas, Libro III, iii, 1: «El hombre justo, tenaz en sus propósitos...».

2

Mt 5,42.

3

«Se debe confiar en cada hombre en su oficio», proverbio latino.

4

«Revolving swans proclaim the welkin near». De hecho, se trata de un poema anónimo.

5

J. S. Boone, «The Oxford Spy» (1818), 107.

6

«Yo soy mi próximo». Terencio, Andria, 636.

7

«Tú no tienes visión en esos ojos». Shakespeare, Macbeth, Acto III, iv, 95.

8

«La honradez se alaba, pero muere de hambre». Juvenal, Sátiras, Sátira I, 74.

9

Jb 42,5-6.

10

«Las apariencias engañan». Juvenal, Sátiras, Sátira II, 8.

11

Shakespeare, Hamlet, Acto V, ii, 10-11.

12

Cf. 1 Cor 15,6.

13

«Discussions and Arguments on Various Subjects», art. 4 (Nota del Autor). Hoy publicados en The Tamworth Reading-room, en Essays and Sketches, vol. II de la edición de sus obras completas, Londres: Longmans.

PARTE SEGUNDA:
EL ASENTIMIENTO Y LA INFERENCIA

PARTE SEGUNDA

VI.

1

Estas referencias se refieren a afirmaciones de Locke en el «Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina», c. VII, n. 2 (Nota del Autor).

2

«La voluntad ocupa el lugar de la razón». Juvenal, Sátiras, Sátira VI, 223.

3

J. Gambier, Introduction to the Study of Moral Evidence, p. 6 (Nota del Autor).

4

Cf. Mt 17,20; Mc 11,22-23.

5

Cf. Hb 11,6.

6

Mc 9,24.

7

Cf. Nm 23,11-12.

8

Una tribu indígena de la región del Gran Chaco, en la actual Argentina.

9

Resuena aquí el pensamiento de san Agustín: «Existimos y no somos capaces de comprendernos (...). No podemos comprendernos a nosotros mismos, y ciertamente no estamos fuera de nosotros». Agustín, Obras, vol. 3, Del Alma y su Origen, BAC, Madrid 1971, 772.

10

Cf. Virgilio, Eneida, Libro III, 578-579.

11

Joanna Southcote (1750-1814) fue una fanática religiosa, de origen metodista, que se identificó con la «mujer vestida de sol» y marcaba a los «144.000 elegidos» de que habla el libro del Apocalipsis.

12

«Apártate de mí, Satanás», Mc 8,33.

13

Cf. 2 Cor 7,4.

14

«Con ojos demasiado temblorosamente despiertos/ para soportar oscuridad alguna por causa de Él», J. Keble, «St. Thomas Day», en The Christian Year.

15

Sísifo «tenía continuamente ante él una enorme roca que trataba en vano de subir a la cima de una montaña». Cf. Homero, Odisea, Canto XI, 593 ss. Por su parte, las Danaidas sufrían el castigo de tener que llenar continuamente jarros de agua llenos de agujeros. Cf. Esquilo, Las suplentes, passim.

VII.

1

«Moscas revoloteadoras»

2

Sal 126,1.

3

Cf. Lc 24,16.30 s.37; Jn 20,14; 21,4.

4

Mc 9,24.

5

Posibles o potenciales, según la terminología tomista.

6

«El abuso no quita el uso», proverbio latino.

7

«Dios ha puesto el mundo en sus corazones», Qo 3,11.

8

Hb 6,18.

9

Cf. Mc 7,8.

10

Agustín, Obras, vol. XV, Escritos bíblicos (1): La doctina cristiana, BAC, Madrid 1979, 240 ss.

11

Lc 2,14.

12

Lc 2,38.

13

Lc 1,77.

VIII.

1

«Por el pie se ve que es Hércules». Dice la tradición que Pitágoras calculó la estatura de Hércules a partir de la medida de su pie.

2

«Una sombra en todos los lugares». Virgilio, Eneida, Libro IV, 386.

3

«Su nariz era aguda como una pluma, y deliraba sobre verdes campos».

4

«Y una mesa de verdes campos».

5

«Y hablaba de verdes campos».

6

«Sobre una mesa de friso verde».

7

«Una voz y nada más». Varias fuentes indican que Plutarco describía así al ruiseñor.

8

«Hay siempre fraude en las generalizaciones», proverbio latino.

9

Elías subió al cielo en un carro de fuego, según 2 R 2,11 ss.

10

En toda esta sección presupongo que toda argumentación verbal es reducible al silogismo, y que, por consiguiente, requiere siempre proposiciones universales y no llega a los hechos concretos. Un amigo me ha hecho notar la disputa entre Descartes y Gassendi en la que éste mantenía contra el primero que «cogito ergo sum» implica el universal «todos los que piensan existen». Yo, con Descartes, negaría esto; pero diría, como Descartes dijo, que su dicho no era un argumento, sino que era la expresión de un instinto raciocinativo, como explicaré más abajo con el epígrafe de «Lógica Natural».

Por lo que se refiere al ejemplo: «los animales no son hombres, luego los hombres no son animales», me parece que no hay aquí consecuencia, ni un praeter ni un propter, sino que es una tautología. Por lo que se refiere a: «O fue Tom o fue Dick; no fue Dick, ergo...» me parece que puede reducirse al único gran principio sobre el que se funda toda lógica, pero en realidad no se trata de una inferencia; como si tomase yo una galleta, la rompiese y tirase la mitad y luego dijera de la otra mitad «esto es lo que queda», no haría más que afirmar un hecho. De la misma manera, cuando se ponen a nuestra vista por medio de figuras las proposiciones primera, segunda y tercera del libro segundo de Euclides, hasta un niño que no ha aprendido todavía a raciocinar puede ver con sus ojos la realidad de la tesis; y aun este «verlo» puede ser que le dificulte la intelección de la prueba matemática. En este caso se expresa un hecho bajo la forma de un argumento.

Sin embargo en mi exposición me he expresado con ciertas reservas para dar un «transeat» a esta cuestión (Nota del Autor).

11

En realidad, es un río.

12

Virgilio, Eneida, Libros IV y VI.

13

Horacio, Odas, Libro I, xxviii.

14

Horacio, Odas, Libro IV, iii.

15

«Volver aún más oscuro lo que ya era oscuro», proverbio latino.

16

S. T. Coleridge, Aids to reflection. Ed. 1839, 59 (Nota del Autor).

17

D. Hume, Works. Ed. 1770, vol. III, 178 (Nota del Autor).

18

Cf. B. Pascal, Pensées. Ed. París 1938, 519-520.

19

Ib., 486-487.

20

Pirrón (360-270 a. de C.) es considerado el filósofo fundador del escepticismo.

21

B. Pascal, ib., 433-434.

22

E. Gaskell, Norte y Sur, cap. 13.

23

Personajes de una parábola evangélica. Cf. Lc 16,19-31.

24

Inicio del sermón XI (Nota del Autor).

25

Sal 139,12.

26

Cf. más arriba, cap. V, 1 (Nota del Autor).

27

«El juicio de un hombre prudente»

28

«Por la obra realizada». Fórmula que se aplica a la gracia que los sacramentos emanan de forma objetiva, independientemente de la disposición moral de quien los administra o recibe.

29

S. Vince, The Elements of Astronomy. Londres, 1816, 84-85.

30

S. Butler, Analogy. Ed. 1836, 329-330 (Nota del Autor).

31

Ib., 278.

32

J. Wood, The Principles of Mechanics. Cambridge, 1812, 31.

33

S. M. Phillips, A Treatise on the Law of Evidence. Londres, 1852, vol. I, 456.

34

«Se nace, no se hace», proverbio latino, referido a los poetas.

35

A. Trollope, Orley Farm, cap. 34.

36

Guardian, 28 de junio de 1865 (Nota del Autor).

37

A. Alison, History. Londres, 1854, Vol. X, 286-287 (Nota del Autor).

38

W. Scott, Peveril of the Peak, cap. 31.

39

Life of Mother Margaret M. Hallahan, by her Religious Children. Londres, 1869, 7 (Nota del Autor).

40

Cf. 1 S 17,38-39.

41

«De todo lo que se puede conocer».

42

G. Berkeley (1685-1753), filósofo, polémico en sus actitudes ambiguas hacia el liberalismo.

43

«Se debe confiar en cada hombre en su oficio», proverbio latino.

44

Aristóteles, Ethica Nichomachea, Libro VI, 1143b 11.

45

Ib., I, 1095b 10.

IX.

1

Is 45,15.

2

Si 4,17-8.

3

Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, menciona la phrónesis como la virtud del doxastikón en general, la cual se ocupa en general de la materia contingente (VI 4) o de lo que llamé lo concreto; menciona también su función que, en cuanto a la materia, es aletheuein to kataphánai he apophánai (ib. 3); aun así, en esta obra no se ocupa de ella en su relación general con la verdad y con la afirmación de la verdad, sino sólo en lo que se refiere a tà praktà (Nota del Autor). En estas páginas, Newman se referirá principalmente a los libros II y VI de este tratado aristotélico.

4

«Peso de tener que probar»

5

B. Niebuhr, The History of Rome. Cambridge, 1831, Vol. I, 177; Vol. III, 262.318.322. Id., Lectures on the History of Rome. Londres, 1849, Vol. III, App. xxiii. G. C. Lewis, An Inquiry into the Credibility of the Early Roman History. Londres, 1855, Vol. I, 11-17; Vol. II, 489-492. F. W. Newman, Regal Rome. Londres, 1852, passim. G. Grote, A History of Greece. Londres, 1847, Vol. II, 678.218.630-9. W. Mure, A Critical History of the Language and Literature of Ancient Greece. Londres, 1857, Vol. III, 503; Vol. IV, 318 (Nota del Autor).

6

Cf. T. Paine, The Age of Reason. Londres, 1811, 88.

7

Ct 6,10.

8

J. H. Newman, Prophetical office of the Church, Ed. 1837, 347.334.

X.

1

Jn 4,42.

2

Cf. Jn 5,37; 8,19.

3

Hch 17,23.30-1.

4

Cf. más arriba, cap. VI. Cf. también Sermones Universitarios, II, 7-13 (Nota del Autor).

5

«El miedo del castigo eterno al morir». Lucrecio, De rerum natura, Libro I, 111.

6

«Exuberante Venus», «única gobernadora de la naturaleza». Ib. 2.11.

7

Penny Cyclopaedia, artículo «Expiación» (Nota del Autor).

8

Sobre estas distintas materias he escrito en: University Sermons, Oxford, 5: Scope and Nature of University Education, c. VII; History of Turks, c. IV; Development of Doctrine, c. I, sec. 3 (Nota del Autor).

9

Cf. J. H. Newman, Apologia pro Vita Sua. Cap. V (Nota del Autor).

10

Cf. Gn 3,8; 5,22; 6,9; 1 R 19,12...

11

Is 45,15.

12

Is 59,1-2.

13

Cf. Shakespeare, King Lear, Acto IV, iii, 32-33.

14

Cf. J. H. Newman, Callista, Cap. XIX (Nota del Autor).

15

Cf. Lucrecio, op. cit., Libro I, 63.

16

Hch 14,16-7.

17

Ga 6,2.

18

«Por cada insensatez de sus reyes, los aqueos la pagan». Horacio, Epístolas, Libro I, 2,14.

19

S. Butler, Analogy, Parte II, cap. V (Nota del Autor).

20

Jn 9,31.

21

«Aténgase cada cual a su conciencia», Rm 14,5.

22

«Scopus operis est, planiorem Protestantibus aperire viam ad veram Ecclesiam. Cum enim hactenus Polemici nostri insudarint toti in demonstrandis singulis Religionis Catholicae articulis, in id ego unum incumbo, tu haec tria evincam. Primo: Articulos fundamentales, Religionis Catholicae esse evidenter credibiliores oppositis (...). Demonstratio eutem hujus novae modestae, ac facilis viae, qua ex articulis fundamentalibus solum probabilioribus adstruitur summa Religionis certitudo, haec est: Deus, cum sit sapiens ac providus, tenetur, Religionem a se revelatam reddere evidenter credibiliorem religionibus falsis. Imprudenter enim vellet, suam Religionem ab hominibus recipi, nisi eam redderet evidenter credibiliorem religionibus caeteris. Ergo illa religio, quae est evidenter credibilior caeteris, est ipsissima religio a Deo revelata, adeoque certissime vera, seu demonstrata. Atqui (...). Motivum aggredienti novam hanc, modestam, ac facilem viam illud praecipuum est, quod observem, Protestantium plurimos post innumeros concertationum fluctus, in iis tandem consedissse styrbus, un credant, nullam dari religionem undequaque demonstratam (...). Ratiociniis denique oponunt ratiocinia; praejudiciis praejudicia ex majoribus sua (...)» [El objetivo de la obra es abrir a los Protestantes un camino más amplio para la verdadera Iglesia. Como hasta aquí, nuestros polemistas penaron en demostrar los artículos específicos de la Religión Católica, me dedicaré a uno sólo, para superar a estos tres. Primero: los artículos fundamentales de la Religión Católica son, de modo evidente, más creíbles que sus opuestos (...). Sin embargo, la demostración de este nuevo camino, modesto y fácil, por el cual, a partir de artículos fundamentales apenas más probables se construye la suma certeza en materia religiosa, es ésta: Dios, por ser sabio y providente, se obliga a hacer la religión revelada por sí mismo más evidente y creíble que las religiones falsas. Sería imprudente querer que su religión fuese recibida por los hombres, si no la hiciese más evidentemente creíble que las demás religiones. Por tanto, aquella religión que es evidentemente más creíble que las restantes es la propia religión revelada por Dios, la verdadera, o demostrada. Mas (...). El motivo principal para ingresar en este camino nuevo, modesto y fácil, es mi observación de que la mayoría de los Protestantes, después de innumerables ondas de luchas y discusiones, se detuvieron finalmente en aquellos escollos, de manera que creen que no hay ninguna religión demostrada (...). Por fin, oponen raciocinios a otros raciocinios, sus prejuicios a los prejuicios de sus antepasados (...)]. E. Amort, Ethica Christiana, Ausburgo 1758, 252-253.

23

«Docet naturalis ratio, Deum, ex ipsa natura bonitatis ac providentiae suae, sivelit in mundo habere religionem puram, eamque instituere ac conservare usque in finem mundi, teneri ad eam religionem reddendam evidenter credibiliorem ac verosimiliorem caeteris (...). Ex hoc sequitur ulterius; certitudinem moralem de vera Ecclesia elevari posse ad certitudinem methaphysicam, si homo advertat, certitudinem moralem absolute fallibilem substare in materia religionis circa ejus constitutiva fundamentalia speciali providentiae divinae, praeservatrici ab omni errore (...). Itaque homo semel ex serie historica actorum Ecclesiae Christianae, per reflexionem ad existentiam certissimam providentiae divinae in materia religionis, a priori lumine naturae certitudine metaphysicam notam, eo ipso eadem infallibili certitudine intelliget, argumenta de auctore (...)» [La razón natural enseña que Dios, por la propia naturaleza de su bondad y providencia, si quisiese tener en el mundo una religión pura, y la quisiese fundar y conservar hasta el final del mundo, estaría obligado a dar a esa religión un carácter ciertamente más creíble y verosímil que a las restantes (...). De aquí se sigue que la certeza moral en relación a la verdadera Iglesia se puede elevar a certeza metafísica, si el hombre advierte que la certeza moral absolutamente falible persiste en materia de religión en relación a sus fundamentos constitutivos por una especial providencia divina, preservadora de todo error (...). Por eso, el hombre, llevado de una vez, a partir de la serie histórica de los hechos, a la certeza moral en relación a su autor, fundación, propagación y continuación de la Iglesia cristiana, y por la reflexión a la existencia cierta de la providencia en materia de religión, conocida a priori con certeza metafísica por la luz de la naturaleza, entiende, por eso mismo, con la misma e infalible certeza, los argumentos en relación al autor (...)]. Ib.

24

Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1094b.

25

Ib., 1142a.

26

Sal 119,99.

27

Mt 11,15.

28

Jn 7,17.

29

Jn 8,47.

30

Lc 2,14.

31

Hch 16,14.

32

Hch 13,48.

33

1 Jn 4,6.

34

«Escucha a la otra parte».

35

Cf. Rm 3,4.

36

«Conscientes de nuestra condición».

37

T. Parnell, «The Hermit».

38

«De hac damnatorum saltem hominus respiratione, nihil adhuc certi decretum est ab Ecclesia Catholica: tu propterea non temere, tanquam absurda, sit explodenda sanctissimorum Patrum haec opinio: quamvis a communi sensu Catholicorum hoc tempore sit aliena» [A propósito de esta restauración, por lo menos, de los hombres condenados, no ha sido todavía decretado nada seguro por la Iglesia católica: para que así no se repruebe temerariamente como absurda esta opinión de los Santos Padres, aunque hoy en día sea extraña al sentido común de los católicos]. D. Petavius, De Angelis, Libro III, viii, 18 (Nota del Autor).

39

Cf. Hch 17,32-4.

40

W. Paley, A View of the Evidences of Christianity. Londres 1794, Introducción (Nota del Autor).

41

Cf. más arriba, cap. VIII, 2 (Nota del Autor).

42

Cf. J. H. Newman, Occasional sermons, 5 (Nota del Autor).

43

Cf. más arriba, cap. IV, 2 (Nota del Autor).

44

Se trata del mercado de Devizes.

45

El ejemplo se refiere a la excomunión a Napoleón, por parte del papa Pío VII.

46

A. Alison, History of Europe. Londres, 1854, Cap. VIII (Nota del Autor).

47

Cf. H. Spelman, The History and Fate of Sacrilege. Ed. 1632.

48

E. Gibson, The Life of Sir Henry Spelman Kt. Londres 1698.

49

Sal 18,26.

50

Cf. Dt 28,15 ss.

51

Gn 12,2-3.

52

Gn 26,4.

53

Gn 28,14.

54

Gn 49,10. La Versión Samaritana dice «donec veniat Pacificus, et ad ipsum congregabuntur populi». El Targum, «donec veniat Messias cuius est regnum, et obedient populi». Los Setenta, «donec veniant quae reservala sunt illi» (o bien, «donec veniat cui reservatum est»), «et ipse expectatio gentium». Y la Vulgata, «donec veniat qui mittendus est, et ipse erit expectatio gentium».

La traducción ingeniosa de algunos eruditos, «donec venerit Juda Siluntem», o sea, «el báculo no será arrancado de Judá hasta que Judá vaya a Siloé», con la explicación de que la tribu de Judá tenía el caudillaje en la guerra contra los cananitas (cf. Jc 1,1; 20,18, o sea, después de la muerte de Josué) y que probablemente, por lo que podemos conjeturar, la tribu renunció al caudillaje al llegar a Siloé (cf. Jos 18,1, o sea, durante la vida de Josué), está expuesta a tres graves dificultades: 1. El báculo patriarcal se convierte en un mando de guerra transitorio. 2. Este mando pertenece a Judá al mismo tiempo que pertenece a Josué. 3. Que Judá lo perdió en vida de Josué, antes de que le fuera confiado después de la muerte de Josué (Nota del Autor).

55

Tácito, Historia, Libro V, 13.

56

Suetonio, Vespasiano, Libro IV, 5.

57

F. Josefo, Las guerras judías, Libro VI, 312-313.

58

Ga 2,15.

59

Él apela a las profecías para poner en evidencia su misión divina, dirigiéndose al pueblo de Nazaret (Lc 4,18), a los discípulos de Juan (Mt 11,5) y a los fariseos (Mt 21,42; Jn 5,39), pero no en detalle. El recurso a los detalles se reserva a sus discípulos. Cf. Mt 11,10; 26,24.31.54; Lc 22,37; 24,27.46 (Nota del Autor).

60

Mt 5,21-2.27-8.33-4.38-9.43-4.

61

Cf. Dn 7,13.

62

Cf. Lc 1,35; Jn 1,34.

63

Cf. Mt 2,11.

64

Cf. Lc 1,32.

65

Cf. Jn 1,49.

66

Cf. Hch 5,36-7.

67

Mt 4,8.

68

Mc 1,14-5.

69

Jn 18,36.

70

Hch 1,8.

71

Mt 28,19-20.

72

Cf. Mc 16,15.

73

Cf. Mt 28,20.

74

Jn 3,19-20.

75

Jn 4,35.

76

Jn 6,44.

77

Jn 12,32.

78

Col 1,26-7.

79

Sal 68,11.13.

80

Mt 10,16.

81

Mt 5,10.

82

Mt 5,11.

83

Mt 5,5.

84

Mt 5,39.

85

Mt 10,22.

86

Mt 10,36.

87

Mt 10,22.

88

Cf. 1 R 22,18.

89

Mt 5,12.

90

St 5,10.

91

Hb 11,37-8.

92

1 Cor 1,21.

93

1 Cor 1,27.

94

1 Cor 4,11.

95

1 Cor 4,12-3.

96

Is 32,1.5; 11,6.9.

97

Cf. Mt 5-7.

98

Mt 22,14.

99

Mt 22,10.

100

Mt 25,3.

101

Cf. Mt 13,24-5.

102

Mt 13,47.

103

Mt 13,49.

104

Mt 13,32.

105

Cf. Mt 20,25-7.

106

Lc 12,45.

107

E. Gibbon, The History of the Decline and Fall of the Roman Empire, Cap. XV.

108

Cf. Paley, op. cit.

109

Las mazmorras.

110

El instituto misionero vaticano Propaganda Fide, al cual se confían esos países.

111

Cf. Hch 8,9-24.

112

Cf. más arriba, cap. VIII,3; IX,3; X,2,1 (Nota del Autor).

113

Hch 8,5; 9,20.

114

Cf. Jn 8,56.

115

Cf. más arriba, cap. III y IV,2 (Nota del Autor).

116

Si mis límites me lo permitieran, yo añadiría un tercer punto, a saber, la descripción de aquel sistema de impura idolatría, del cual se desgajaron los conversos. Para ello tomaría por guía la gran obra del doctor Döllinger, On the gentile and the jew (Nota del Autor).

117

1 Cor 15,1-3.

118

1 Cor 15,9.11.

119

1 Cor 1,21.

120

1 Cor 1,23.

121

1 Cor 2,2.

122

1 Cor 3,3-4.

123

Ga 2,20.

124

1 P 1,8.

125

1 Jn 3,2.

126

Lc 10,21.

127

1 Cor 1,26.

128

Hch 4,13.

129

Cf. Orígenes, Contra Celso, III, XLIV, LV.

130

Cf. Justino, Diálogo con el judío Trifón, viii.

131

Cf. M. Félix, Octavio, xii.

132

Libanio, Orationes, XXX, xxxi.

133

Juliano, Contra los Galileos, 206a.

134

Luciano de Samosata, Philopatris, xx.

135

Atenágoras, Legado en favor de los Cristianos, xi.

136

Jerónimo, Comentario a la Carta de san Pablo a los Gálatas, III, v.

137

Teodoreto de Cirro, Sobre los Mártires, viii.

138

Tertuliano, Apologia, xiii.

139

Ap 6,2.

140

Tácito, Anales, XV, 44.

141

Plinio el Joven, Cartas, X, 96.

142

Anónimo, Carta a Diogneto.

143

Justino, Diálogo con el judío Trifón, cxvii.

144

Clemente, Stromata, VI, xviii.

145

Tertuliano, Apologia, xxxvii.

146

Orígenes, Contra Celso, I, xxvi.

147

Cf. Marco Aurelio, Meditaciones, XI, iii.

148

Edicto de Diocleciano del año 297.

149

Suetonio, Nerón, XVI, ii.

150

Orígenes, Contra Celso, I, vi.

151

Todas las referencias a los mártires mencionados aquí y en las páginas siguientes pueden encontrarse en Ruinart, Acta Martyrum. Verona 1731; C. Kortholt, De Vita et Moribus. Colonia 1683. Cf. J. H. Newman, Ensayo sobre el Desarrollo del Dogma, Cap. IV,1 (Nota del Autor).

152

Legendario héroe romano.

153

Ignacio de Antioquia, Epístola a los Romanos, V, vii.

154

Martyrium Sancti Ignatii, ii.

155

Col 1,27.

156

M. Félix, Octavio, xxxvii.

157

Cf. Ap 14,4.

158

Eusebio, Historia eclesiástica, VIII.

159

Ap 11,17.

160

Jc 5,31.

161

Tertuliano, Apologia, I.

162

Orígenes, Contra Celso, VIII, lxviii.

163

Fr. Lacordaire y M. Nicolas (Nota del Autor).

164

Napoleón Bonaparte.

165

«Para deleitar a los niños y ser proclamada». Juvenal, Sátiras, Libro X, 167.

166

Jn 10,14.27-8.

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ÍNDICE

PARTE PRIMERA:
EL ASENTIMIENTO Y LA APREHENSIÓN

PARTE SEGUNDA:
EL ASENTIMIENTO Y LA INFERENCIA

Ensayos
425

Filosofía
Serie dirigida por
Agustín Serrano de Haro

JOHN HENRY NEWMAN

Ensayo para contribuir a una
Gramática del Asentimiento

ISBN DIGITAL: 978-84-9920-583-0

Título original
An Essay in aid of a Grammar of Assent

© 2010
Ediciones Encuentro, S. A., Madrid

Traducción e introducción
Josep Vives

Revisión y nota del editor
Luis Miguel Hernández

Diseño de la cubierta: o3, s.l. - www.o3com.com

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NOTAS

INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

1

El lector español puede ahora hallar más amplia información sobre la génesis, elaboración y recepción de la Gramática del Asentimiento en la obra de Ian T. Ker, J. H. Newman, Una biografía, Palabra, Madrid 2010, capítulo XVI, «Justificación de la fe religiosa».

Gramática del Asentimiento

«Dios no ha querido salvar a su pueblo
con la dialéctica».
SAN AMBROSIO

A
EDUARDO BELLASIS
MAGISTRADO
EN MEMORIA DE UNA
LARGA, CONSTANTE Y LUMINOSA AMISTAD
EN GRATITUD
POR LAS CONTINUAS BONDADES QUE HA TENIDO
CONMIGO
POR SU INFATIGABLE CELO EN MI FAVOR
POR LA CONFIANZA INALTERABLE QUE EN MÍ HA
PUESTO
Y POR SU APOYO Y SU AYUDA PRONTA Y EFICIENTE
EN TIEMPOS DE ESPECIAL TRIBULACIÓN
DE SU AFECTUOSO

J.H.N.
21 de febrero de 1870

V.

1

Pr 28,1.

2

Qo 12,1-2.

3

«Integral, fuerte y rotundo», referido en aquel contexto a un hombre libre. Horacio, Sátiras, Libro II, Sátira VII, 86.

4

John Keble, «The Creed of St. Athanasius», en The British Magazine (Mar. 1833), 273.

5

«La ley de la oración es la ley del creyente».

6

Cf. 2 Cor 13,13.

7

Jn 14,16.

8

Jn 16,15.

9

Cf. 1 P 1,2.

10

Cf. Judas 20-21.

11

1 Cor 9,16.

12

Jr 48,10.

13

Cf. 2 Cor 1,19; 2,15-17.

14

J. Taylor, Liberty of Prophesying, n. 2 (Nota del Autor).

15

«Si alguien afirma que los hombres se justifican sin la justicia de Cristo, por la que nos redimió, o que por ella son formalmente justos, sea anatema». Concilio de Trento, Cánones sobre la justificación, 10. Denzinger, Enchiridion Symbolorum, n. 820.

16

«Si alguien afirma que quien fue justificado peca, mientras practica el bien en vista del premio eterno, sea anatema». Concilio de Trento, Cánones sobre la justificación, 31. Ib., n. 841.

17

1 Tm 3,15.

INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Casi todas las obras de Newman pertenecen al género que podríamos llamar «escritos ocasionales»: los cuarenta volúmenes de que consta la edición estándar contienen sermones, conferencias, contribuciones a publicaciones eruditas y obras polémicas que surgieron bajo el imperativo de las circunstancias del momento. Hasta la gran obra autobiográfica que colocó a su autor entre los clásicos de la lengua y los maestros de la literatura psicológica fue provocada por ataques a su persona y hubo de llevar el significativo título de Apologia pro Vita Sua.

En cambio, el Ensayo para contribuir a una Gramática del Asentimiento constituye una excepción. Se puede decir que es ésta la única obra importante que Newman escribió espontáneamente, sin exigencias de las circunstancias concretas, sin más finalidad que la de exponer lo que él sentía sobre ciertos problemas que le habían preocupado largos años. A este respecto tenemos indicaciones preciosas en aquel su diario, tan revelador y tan profundamente íntimo. El 30 de octubre de 1870, pocos meses después de la publicación de su Ensayo, anota: «He querido escribir este libro durante los últimos veinte años, y ahora que lo he escrito no acabo de ver si es realmente lo que yo quería que fuese, aunque supongo que lo es. He intentado escribirlo más veces de las que podría enumerar». Y cita a continuación 18 intentos de los que, según dice, conserva los manuscritos fechados desde 1846, poco después de su conversión al catolicismo, hasta 1865. «Estos intentos eran como de uno que quería penetrar en un laberinto o hallar el punto débil en las defensas de una plaza fortificada. No podía seguir adelante y me hallaba rechazado, totalmente vencido. Sentía que tenía que sacar a la luz algo que veía en mi mente, pero no podía fijar nada que valiera la pena. No es que crea que valga mucho ahora que ha salido, pero me parecía que no me hubiera gustado morir sin decir lo que quería decir. Aunque lo que yo digo no valga mucho en sí mismo, puede ser que sugiera a otro algo mejor y más verdadero. Así pasé yo año tras año. Por fin, hallándome en Glion, junto al lago de Ginebra, se me ocurrió: te equivocas al querer comenzar por la certeza: la certeza no es más que uno de los tipos de asentimiento. Deberías empezar distinguiendo el asentimiento de la inferencia. Obré según esta sugerencia y encontré la clave de mis propias ideas».

Esta curiosa iluminación tuvo lugar durante sus vacaciones en Suiza, en agosto de 1866. Newman tenía sesenta y cinco años. Desde entonces y hasta finales de 1869 trabajó en su Ensayo, y al cumplir sus sesenta y nueve años, el 21 de febrero de 1870, recibió el primer ejemplar de la obra que contenía su testamento ideológico. «Es mi última obra», escribió; y aunque en realidad todavía siguió escribiendo obras de valor, sin embargo hallamos en la Gramática del Asentimiento, en su forma más perfecta y definitiva, todas las ideas que fueron más características de su pensamiento.

Se ha dicho que toda la obra de Newman es en algún sentido autobiográfica. Esta afirmación es fundamentalmente verdadera, incluso en lo que se refiere a un libro como éste, que quiere ser, ante todo, una obra filosófica. A muchos han desconcertado el estilo y el método peculiares de este libro. Newman poseía en grado extraordinario el don de la introspección, y su genio literario fue siempre el de analizar y expresar lo recóndito del alma humana, y sobre todo de su propia alma. Por algo fue su autobiografía aclamada como una obra comparable sólo a las Confesiones de san Agustín. Este don singular tiene, sin duda, su explicación psicológica, en la que no podemos adentrarnos aquí. Lo que aquí nos interesa, a fin de poder entender mejor su obra, es la repercusión de este talante literario de Newman en la Gramática del Asentimiento. Este ensayo comienza, en frase de un editor, «con un capítulo inicial que es uno de los menos atractivos, uno de los más repelentemente abstrusos que puedan hallarse en libros de semejante contenido e influencia». Sin embargo, el libro pronto cambia de estilo y, a medida que avanza, va tomando un tono personal, insinuante y hasta oratorio. Si uno leyera sólo el primer capítulo podría creer que se trata de una obra abstrusa, digna de cualquier filósofo teutónico de la época; si leyera sólo el último podría creer que está leyendo Le Génie du Christianisme. En realidad la Gramática del Asentimiento no es ni una cosa ni otra. Su autor probablemente pretendió hacer una obra de carácter filosófico; pero la fuerza de su genio le empujó a dejar pronto el frío método de la filosofía para andar por el camino más soleado de un humanismo total y trascendente. Probablemente la posteridad salió con ello ganando, pues es difícil imaginar que la Gramática hubiera tenido muchos lectores si se hubiera mantenido el estilo de los primeros capítulos.

Sin embargo, tal vez sea injusto acusar a Newman de falta de unidad estilística, puesto que en esto es consecuente consigo mismo. Precisamente la tesis principal que él defiende es que la filosofía, tomada en el sentido racionalista entonces en boga, no es capaz de explicar y encuadrar de manera adecuada todos los hechos de nuestra existencia. Newman propugna que los métodos estrictamente racionales, que eran los únicos reconocidos por la filosofía, habían de dejar necesariamente sin explicación satisfactoria una serie de hechos de cuya legitimidad y realidad sería absurdo dudar; y afirma que lo que él se propone como objeto de su investigación pertenece a esta clase de hechos. Así pues, no podía Newman seguir un método estrictamente racional en una obra en la que se afirmaba insistentemente que tal método es radicalmente inadecuado para su objeto.

Por no haberse dado cuenta de esta posición metodológica tan peculiar, muchos dirigieron contra la Gramática reproches absolutamente impertinentes. No se puede juzgar a una obra de este género según las concepciones a priori de lo que a nuestro juicio ha de ser una obra filosófica. Si un autor profesa la necesidad de introducir un método nuevo para su obra y quiere que su obra ejemplifique el nuevo método, no se le puede reprochar el que en ella no haya seguido el método antiguo; a lo más, podremos discutir si el método adoptado tiene o no las perfecciones que su autor propugna.

La estructura compleja e irregular de este ensayo responde a las necesidades del método que su autor propone. Parte de posiciones filosóficas que puedan ser admitidas en una filosofía de signo racionalista y poco a poco va propugnando, y a la vez ejemplificando, una nueva ideología con su correspondiente método filosófico, de signo menos racionalista y, diríamos ahora, más existencial. Newman ha cuidado muy bien la estructura de su trabajo, por más que no sea fácil descubrir a primera vista sus trazos fundamentales. En la obra de Newman no se acaban de ver las partes si no es contemplándolas en el todo. Como dice acertadamente C. F. Harrold, «Newman amaba la música de Beethoven; y en cierto sentido la estructura de la Gramática es como la de un cuarteto de Beethoven: se requiere una experiencia del conjunto antes de que puedan apreciarse las distintas partes y sus relaciones». En el pensamiento de Newman, como en esos períodos tan redondeados de su prosa, todos los elementos están mutuamente relacionados y ligados. Por eso, es fácil que frases sacadas de su contexto suenen a despropósitos enormes. Newman no es un autor para citas breves, y su Ensayo, o se juzga en su totalidad, o ha de ser necesariamente mal comprendido.

La Gramática del Asentimiento es fundamentalmente un ensayo sobre la razonabilidad de la fe religiosa o, mejor dicho, de la certeza que tiene el cristiano sobre las verdades fundamentales del cristianismo. La obra de Newman ha de juzgarse por lo que pretende ser: su autor la tituló modestamente como «Ensayo», y así como antes de fijar la gramática de una lengua se requieren muchas contribuciones preliminares que analicen y den a conocer la naturaleza de los hechos lingüísticos, así Newman quiso darnos su contribución a lo que él concebía como una gramática o exposición sistemática de los hechos religiosos. Se trata, pues, de un ensayo más o menos tentativo y provisional sobre algunos aspectos limitados del objeto propuesto, no de un estudio definitivo y exhaustivo de los múltiples problemas que presenta la fe religiosa. Así, por ejemplo, aunque Newman positivamente afirma el carácter sobrenatural del acto de fe, sin embargo prescinde de este importantísimo aspecto, para tratar únicamente de la racionalidad de este acto desde un punto de vista natural.

Tampoco interesan a Newman los problemas epistemológicos por sí mismos. Por el mismo hecho de que la GramáticaGramática del Asentimiento