David Roas

 

 

Bienvenidos a Incaland®

 

 

 

 

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David Roas, Bienvenidos a Incaland®

Primera edición digital: mayo de 2016

 

ISBN epub: 978-84-8393-523-1

 

© David Roas, 2014

© Del prólogo: Fernando Iwasaki, 2014

© De la ilustración de cubierta: Fernando Vicente, 2014

© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2016

 

 

Voces / Literatura 205

 

 

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Abdul Al-HazROAS

 

 

 

… existen copias, por lo menos parciales, de este libro [el Necronomicón] en la Biblioteca Widener, en el Museo Británico, en las universidades de Buenos Aires y Lima, en la Biblioteca Nacional de París y en la de nuestra Universidad de Miskatonic. Algunos dicen que existe un ejemplar oculto en El Cairo y otro en la Biblioteca del Vaticano.

H. P. Lovecraft, «El que acecha en el umbral»

 

 

 

Siempre he sentido una satisfacción especial cuando en las malas películas de terror, los jóvenes y horrorizados protagonistas encontraban en las estanterías de la biblioteca de la universidad un ajado volumen con la historia del monstruo, la momia, el vampiro, la poseída o el licántropo que casualmente estaba matando uno por uno a todos los actores secundarios del filme. Por otro lado, si las películas eran más malas de lo normal (una de jueves por la noche, por ejemplo), justo en esos libros se hallaban los conjuros, los hechizos, los exorcismos y hasta los ingredientes de las pociones que terminaban del todo con esas aberraciones, resucitadas generalmente por error del gordito que moría primero. Sin embargo, las peores películas se me antojaban aquellas donde los «heroínos» contaban con la ayuda de algún profesor majara cuya especialidad era precisamente el bicho del rodaje.

Me siento en deuda con esas bibliotecas cinematográficas donde uno descubrió siendo adolescente cómo liquidar ectoplasmas medievales o demonios mesopotámicos, porque aquellas películas que invocaban el poder de la lectura me prepararon para comprender más tarde a las poderosas bibliotecas que pueblan los libros de Borges, Eco, Piglia y Manguel. Pero el caso es que con la edad también he descubierto que sí existe una bibliografía académica de lo más paranormal, pues en mis estanterías atesoro The Encyclopedia of Witchcraft and Demonology (1959), del catedrático de Cambridge Rossell Hope Robbins; After the End. Representations of Post-Apocalypse (1999), del profesor de Hofstra University James Berger, y Phantasmagoria. Spirit Visions, Metaphor, and Media into the Twenty-first Century (2006), de Marina Warner, catedrática de la Universidad de Essex. Estos académicos me prepararon para conocer más tarde a David Roas, escritor desopilante, especialista en literatura fantástica y el profesor más majara que un director de serie B podría contratar.

La obra de ficción de David Roas comprende una novela –La estrategia del Koala (2013)– y dos libros de cuentos, Horrores cotidianos (2007) y Distorsiones (2010), donde figura «Das Kapital», uno de los mejores microrrelatos en lengua española. Asimismo, sus crónicas han sido reunidas en Meditaciones de un arponero (2008) y sus estudios acerca de lo fantástico en la literatura son Teorías de lo fantástico (2001), Hoffmann en España (2002), De la maravilla al horror (2006), La sombra del cuervo. Edgar Allan Poe y la literatura fantástica española del siglo xix (2011) y Tras los límites de lo real. Una definición de lo fantástico (2011). Bienvenidos a Incaland debería considerarse un libro de viaje al Perú, aunque hay alguna que otra incursión en la ficción que los lectores más sagaces descubrirán sin problema.

El paseo, la andanza o la travesía son aventuras recurrentes en la obra de Roas. La estrategia del koala –por ejemplo– narra los hallazgos de un escritor de viajes que a su vez se transporta al pasado para reconstruir la vida de su abuelo. El narrador de las crónicas compiladas en Meditaciones de un arponero es un marino que navega a bordo de un ballenero y muchos de los cuentos de Roas tienen como protagonistas a trotamundos o si acaso transcurren durante algún periplo, como el ya citado «Das Kapital» o la saga creada en torno a la habitación 201 de un hotel de cualquier ciudad del planeta. ¿Cómo no iba a escribir un libro de viajes como Bienvenidos a Incaland?

A mediados del siglo xx el Perú era uno de los territorios favoritos para la aventura y los fenómenos extraños, pues en Los mitos de Cthulthu H. P. Lovecraft utilizó a las divinidades precolombinas peruanas para crear sus aberraciones marinas; en El Templo del Sol (1949) Tintín se enfrentó a los adoradores de una momia que exigía sacrificios humanos, y muchos de los enemigos de los superhéroes de la Marvel eran criaturas sepultadas bajo la cordillera andina como el Destructor, los Eternos, los Centinelas Kree y Kang el Conquistador, en los cómics de Thor, Los 4 Fantásticos y Vengadores de los años sesenta. Incluso en nuestro siglo xxi el Perú continúa estimulando diversas fantasías, ya que en Harry Potter y el cáliz de fuego (2000) encontramos un equipo peruano de Quidditch –el Tarapoto Tree-Skimmers– y hasta un dragón de la mitología inca: el Vipertooth; por no hablar del «Jiku Tensho Nazca», un anime japonés donde los protagonistas –Yuka y Koiji– descubren en las Líneas de Nazca que ellos mismos son la reencarnación de dos guerreros incas destinados a enfrentarse a muerte. Estoy seguro que Bienvenidos a Incaland forma parte de este alucinante inventario porque en el libro hay una trama fantástica secreta.

¿Cómo es posible que el narrador de Bienvenidos a Incaland visite Machu Picchu y no hable de Machu Picchu? Qué Intihuatana, ni qué Torreón, ni las Tres Ventanas, ni cóndor de piedra, ni nada de nada. ¿Cómo va a levantar cabeza el turismo peruano si autores como Roas pasan de puntillas sobre nuestro marco incomparable? Peor todavía: las curvas lo mareaban, Aguas Calientes lo espantó y las llamas le escupieron (¡algo les habrá hecho!). Menos mal que el viajero de Bienvenidos a Incaland se pasa todo el libro comiendo, porque si encima le llega a hacer ascos a la estupendísima gastronomía peruana, en su próximo viaje le obsequiábamos a Roas un tour a una aldea jíbara sin cristianar.

De ahí que barrunte que David Roas ha querido despistarnos para que no sepamos que el verdadero motivo de su viaje al Perú era mangar el ejemplar del Necronomicón que custodia la biblioteca de la Universidad de San Marcos. Por eso sus anfitriones son sanmarquinos, por eso las menciones a Kadath e Innsmouth, y por eso el robo de la máquina de escribir de Mario Vargas Llosa encubre en realidad el trinque del Necronomicón. Así, Marathón no era el modelo de la máquina del Nobel, sino un complejo tautograma disimulado gracias a la isoacronimia de un logogrifo paronomásico lovecraftiano, como se puede apreciar en el siguiente esquema:

 

LLOSA

 

MARATHÓN NECRONOMICÓN

 

YOG-SOTHOTH

 

Por lo tanto, Bienvenidos a Incaland sí es un libro que promociona de maravilla la imagen del Perú en el extranjero, porque demostrar la existencia de un ejemplar del Necronomicón en la biblioteca de la Universidad de San Marcos sería extraordinario para la marca Perú. Y si Roas pudiera demostrar que 666 es otra marca peruana lo agradeceríamos infinito. Ya me imagino el éxito de la película: una mezcla de El secreto de los Incas y El día de la Bestia, con un profesor majara en el papel del árabe loco Abdul Al-Hazroas.

 

Fernando Iwasaki

Sevilla, otoño de 2014

 

 

 

 

 

 

Para Ana

Para mis añorados patas limeños

Para Fernando Iwasaki, hermano en la Cofradía Tsutsui

 

 

 

 

 

 

 

Viajar es muy útil, hace trabajar la imaginación.

El resto no son sino decepciones y fatigas.

Nuestro viaje es por entero imaginario.

A eso debe su fuerza.

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche

 

 

 

Passé la frontière, le désordre se jouait de nous.

Michel Dufour, Passé la frontière

 

 

 

Si Kafka hubiera nacido en Perú,

habría sido un escritor costumbrista.

Dicho popular limeño

 

Prólogo (Todo viaje necesita un)

 

Maniobras de aproximación

 

Hemisferio sur. Océano Pacífico. Latinoamérica. Tres espacios que nunca ha pisado y de los que ahora ya sólo le separan once horas y media. Resulta extraño medir la distancia en tiempo, pero esa es la única magnitud que importa dentro de un avión.

Cuando han anunciado la duración del vuelo casi le ha dado igual. La excitación del viaje que acaba de empezar es mucho más intensa.

Repasa lo que va a hacer. Primero, siete días en Lima, entre el trabajo (conferencias y talleres) y el placer, y luego otros cinco más en Cusco, a solas y por su cuenta. Allí le esperan las ruinas de Saqsaywamán y Machu Picchu, dos lugares que desde niño siempre ha querido visitar.

No duerme. Nunca duerme en los aviones, por largo que sea el vuelo (¿una forma inconsciente de expresar su miedo?).

Hacer el viaje solo también aporta una emoción nueva. A sus cuarenta y tres años es la primera vez que viaja así. Los congresos en otros países no valen, como tampoco las presentaciones de libros fuera de su ciudad: allí siempre le espera alguien y se pasa muy poco tiempo verdaderamente a solas. Lo que también le ocurrirá en Lima. Sin embargo, el viaje a Cusco será muy diferente: casi una semana sin otra compañía que él mismo. La gente que viaja sola le produce cierta admiración. Aunque también le provoca cierta extrañeza. Comer solo, dormir solo, pasear solo, beber solo... Demasiado tiempo para pensar, para dejar que su excitable imaginación haga de las suyas. Como pronto sucederá.

Días a solas en los que tratará infantilmente de no ser tomado por un turista. Aunque enseguida acabará aceptando que eso es lo que es. Otro turista más.

Como también (casi) se acostumbrará a las muchas situaciones insólitas que irán saliendo a su paso. La inmensa Lima y su tráfico disparatado, los estupendos amigos que allí conocerá, la extraordinaria gastronomía, el insensato robo de la máquina de escribir de Vargas Llosa, los 3399 metros de altitud de Cusco (un duro reto para su hipocondría), el incomprensible acoso de las llamas, los zombis (muchos zombis), el autobús infernal (en el que tendrá que viajar dos veces), aparte de otros delirios, algunos de su propia cosecha...

Como si fuera una primera confirmación de lo que está a punto de ocurrirle, en el hotel de Lima le espera la habitación 201, un número que desde hace años le persigue en la mayoría de lugares en los que se aloja y cuya excesiva repetición ha empezado a preocuparle (en un irracional acceso de pensamiento mágico). Aunque esta vez, cuando lo descubra, no sólo lo tomará como un buen augurio sino que, quizá por la falta de sueño y el inevitable embotamiento mental después de tantas horas de vuelo, cruzará la puerta de la habitación como si estuviera atravesando el umbral hacia otra realidad. La dimensión desconocida.

La ficción como medida de todas las cosas. Como escala para asumir e interpretar el mundo. Nunca ha podido evitarlo. Y en este viaje tampoco lo hará.

 

Sigue sin poder dormir. Después de sumergirse en la lectura durante más de tres horas, se funde la bombilla de la lamparita de su asiento. La azafata le dice que no puede cambiarle de lugar (el avión va lleno), que cuando pueda tratará de arreglarlo. Pero eso nunca ocurrirá.

Sin luz para leer, decide asomarse a las películas que le ofrece la pantalla que reposa frente a su asiento.

Con el principio de la tercera, el piloto inicia la maniobra de aproximación al aeropuerto.

Lima está ya muy cerca. Y el Pacífico, oscuro y amenazante.

El otro lado del espejo.

 

1. LIMA