image

SEMIÓTICA DEL DISCURSO

Jacques Fontanille

image

image

Colección Biblioteca Universidad de Lima

Semiótica del discurso

Primera edición digital, marzo 2016

©

Jacques Fontanille

©

De la traducción: Óscar Quezada Macchiavello

 

De esta edición:

©

Universidad de Lima

 

Fondo Editorial

 

Av. Manuel Olguín 125, Urb. Los Granados, Lima 33

 

Apartado postal 852, Lima 100, Perú

 

Teléfono: 437-6767, anexo 30131. Fax: 435-3396

 

fondoeditorial@ulima.edu.pe

www.ulima.edu.pe

Versión ebook 2016
Digitalizado y distribuido por Saxo.com Peru S.A.C.
image
www.saxo.com/es
yopublico.saxo.com
Teléfono: 51-1-221-9998
Dirección: calle Dos de Mayo 534, Of. 304, Miraflores
Lima - Perú

Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro sin permiso expreso del Fondo Editorial.

ISBN versión electrónica: 978-9972-45-311-3

… de todas las comparaciones que se pueden imaginar, la más demostrativa es la que se puede establecer entre el juego de la lengua y el de una partida de ajedrez. En uno y otro caso, nos encontramos en pre senc ia de un sistema de valores y asistimos a sus mo dificaciones. Una partida de ajedrez es co mo una realización artificial de lo que la len gua nos presenta en forma natural.

Ferdinand de Saussure, Curso de Lingüística General.

Índice

Prólogo

Capítulo I
DEL SIGNO AL DISCURSO

1.  Signo y significación

1.1   Diversidad de aproximaciones al sentido

1.2   Las teorías del signo

2.  Percepción y significación

2.1   Los elementos que han de ser retenidos

2.2   Los dos planos de un lenguaje

2.3   Lo sensible y lo inteligible

Capítulo II
LAS ESTRUCTURAS ELEMENTALES

1.  Las estructuras binarias

1.1   La oposición privativa

1.2   La oposición entre contrarios

2.  El cuadrado semiótico

2.1   Las relaciones constitutivas

2.2   La sintaxis elemental

2.3   La polarización axiológica

2.4   Los términos de segunda generación

3.  La estructura ternaria

3.1   Los tres niveles de aprehensión de los fenómenos

3.2   Propiedades de los tres niveles

3.3   Los modos de existencia

4.  La estructura tensiva

4.1   Problemas en suspenso

4.2   Las nuevas exigencias

4.3   Las dimensiones de lo sensible

4.4   La correlación entre las dos dimensiones

4.5   Los dos tipos de correlación

4.6   De las valencias a los valores

4.7   Balance

Capítulo III
EL DISCURSO

1.  Texto, discurso, relato

1.1   El texto

1.2   El discurso

1.3   El relato

1.4   Texto y discurso

1.5   Relato y discurso

2.  La instancia de discurso

2.1   La toma de posición

2.2   El “brague”

2.3   El campo posicional

3.  Esquemas discursivos

3.1   Los esquemas de tensión

3.2   Esquemas canónicos

3.3   La sintaxis del discurso

Capítulo IV
LOS ACTANTES

1.  Actantes y actores

1.1   Actantes y predicados

1.2   Recorridos de la identidad, roles y actitudes

1.3   Actantes y actores de la frase

2.  Actantes transformacionales y actantes posicionales

2.1   Transformación y orientación discursiva

2.2   Los actantes posicionales

2.3   Los actantes transformacionales

2.4   Campo posicional y escena predicativa

3.  Las modalidades

3.1   La modalidad como predicado

3.2   La modalización como imaginario pasional

Capítulo V
ACCIÓN, PASIÓN, COGNICIÓN

1.  Acción

1.1   La reconstrucción por presuposición

1.2   La programación de la acción

2.  Pasión

2.1   La intensidad y la cantidad pasionales

2.2   La dimensión pasional del discurso

3.  Cognición

3.1   Saber y creer

3.2   Captaciones y racionalidades

4.  Intersecciones y engastamientos

4.1   Engastamientos

4.2   Lo sensible y lo inteligible

Capítulo VI
LA ENUNCIACIÓN

1.  Recapitulación

1.1   La instancia propioceptiva

1.2   El campo de presencia

1.3   Las lógicas del discurso

2.  Confrontaciones

2.1   Enunciación y comunicación

2.2   Enunciación y subjetividad

2.3   Enunciación y actos de lenguaje

3.  La praxis enunciativa

4.  Las operaciones de la praxis

4.1   Las tensiones existenciales

4.2   El devenir existencial de los objetos semióticos

4.3   El devenir existencial de la instancia de discurso

5.  La semiosfera

Prólogo

Este libro es un manual dirigido a los estudiantes del segundo y tercer ci clos, así como a todos los que, ya un poco informados de las teorías y de los métodos propios de las ciencias del lenguaje, se in te resan por la teoría de la significación. En efecto, este libro se propone ha cer la sín tesis de las adquisiciones de la investigación en semiótica. Otros manuales de semiótica, concebidos y publicados en el curso de los años se tenta y ochenta, dan ya una visión de conjunto de la disciplina, en la pers pectiva del análisis estructural de textos. Éste se esfuerza por presentar, en suma, “lo que ha pasado” luego, en los años ochenta y noventa, conser van d o en segundo plano las anteriores adquisiciones.

Es cierto que estas diferentes investigaciones han sido desarrolladas des de perspectivas con frecuencia divergentes, a veces incluso francamente polémicas. Pretender hacer la síntesis es, pues, aceptar borrar en par te estas divergencias, para conservar las grandes líneas de conver gencia; es, también, renunciar a tomar en cuenta ciertas propuestas más di fíciles de integrar. Cada una de las investigaciones que han contribuido a la elaboración de este libro —par ticu larmente las de Denis Ber trand, Jean-François Bordron, Jean Claude Coquet, Jean-Marie Floch, Jac ques Geninasca y Claude Zilberberg— pierden en especificidad, es cier to, pero la disciplina en su conjunto ganará en “legibilidad”; así lo es peramos.

¿Qué es, pues, lo que ha pasado? En los años sesenta, la semiótica se cons tituyó como una rama de las ciencias del lenguaje, en la confluencia de la lingüística, de la antropología y de la lógica formal. Como to das las otras ciencias del lenguaje, la semiótica ha atravesado el período llamado “estructuralista”, del que ha salido dotada de una teoría fuerte, de un método coherente… y de algunos problemas no resueltos. El pe ríodo estructuralista ha pasado; no obstante, eso no significa que las no ciones de “estructura” y de “sistema” no sigan siendo pertinentes.

El contexto en el cual evolucionan hoy las ciencias del lenguaje es otro: las estructuras se han hecho “dinámicas”, los sistemas “se auto-organizan”, las formas se inscriben en “topologías”, y el campo de las inves tigaciones cognitivas ha tomado, nos guste o no, el lugar del estructuralismo en sentido estricto. En varios aspectos, este cambio sigue siendo superficial y no modifica en profundidad las hipótesis y los métodos que, más allá de las modas intelectuales, definen en profundidad el espíritu de las ciencias del lenguaje. Sin embargo, y solidariamente con sus vecinas más próximas, la semiótica ha encontrado en el curso de los úl timos quince años, nuevas cuestiones; descubre nuevos campos de investigación y desplaza progresivamente sus centros de interés.

Desde un punto de vista general, una episteme puede ser considerada como una jerarquía de sistemas que organizan el campo del saber. Pe ro, desde el punto de vista de una disciplina particular, una episteme es, también, un principio de selección y de regulación de lo que, en una épo ca dada, debe ser considerado como pertinente y “científico” para esa disciplina. De ahí que el cambio adquiere con frecuencia el aspecto de una ampliación de perspectivas, cuando no el de una concertada trans gresión de coerciones epistemológicas: lo que estaba prohibido es, en tonces, cuestionado y se hace, de nuevo, posible; y lo que estaba excluido vuelve al campo de las preocupaciones. La “innovación” teórica y metodológica es, con cierta frecuencia, un efecto de sentido del olvido o de una exclusión anterior. La prudencia exigiría, pues, que nos guar demos cuidadosamente de decretar rupturas epistemológicas y cam bios de paradigmas, cuando de lo que se trata es del “retorno de lo re primido”.

Renovación no es, pues, negación. Por ejemplo, el estructuralismo ha planteado como principio que sólo los fenómenos discontinuos y las opo siciones llamadas “discretas” son pertinentes. Pero no contaba con los procesos de emergencia y de instalación de estos fenómenos y de es tas oposiciones, procesos en el curso de los cuales atraviesan fases en las que las modulaciones continuas y las tensiones graduales predominan. Desde el punto de vista de la lengua, concebida como un sistema abs tracto y cerrado, estas fases anteriores no son pertinentes; pero el dis curso y su enunciación no son sólo el reflejo de la lengua y de su sis tema; comprenden, ante todo, los procesos que ponen en forma el sis tema, los procesos de emergencia y de esquematización del sistema. Hoy matizaríamos, pues, el propósito y diríamos que, ciertamente, sólo las discontinuidades son inteligibles, pero no lo son del todo si no se to man en cuenta los procesos que conducen a ellas. Esto significa, enton ces, que estos procesos son pertinentes, lo mismo que las oposiciones discretas que resultan de ellos.

Otro ejemplo: la semiótica estructural, lo mismo que otras disciplinas de orientación estructuralista, preconizaba la formalización: el formalismo, que se presenta, entre otras, bajo la forma de una notación simbólica explícita y codificada, traduce el carácter puramente conceptual, fijo y acabado de las formas descritas. Pero, conforme a la observación precedente, estas formas acabadas han atravesado otras fases en las que eran aún inestables y en devenir. Además, en el curso de esas fases anteriores, han adquirido propiedades “sensibles” e “impresivas” que, luego, la formalización les hace perder. El formalismo simbólico no se adap ta a estas nuevas preocupaciones; la “forma”, ciertamente, sigue sien do el objetivo, así como su descripción más explícita; pero, en este ejer cicio, la representación topológica, por ejemplo, ocupará ventajosamente el lugar de la notación simbólica; más generalmente, se preferirá una esquematización de la significación en devenir a su formalización aca bada.

Todas las ciencias del lenguaje que han buscado rendir cuenta a la vez de las formas y de las operaciones que las suscitan, que han querido tener en cuenta tanto las fases del proceso como su resultado, han da do el paso: las posiciones en un espacio abstracto, deformable pero con trolado por parámetros conocidos, reemplazan de aquí en adelante las series de símbolos y sus correlatos terminológicos.

Lo que ha pasado en los años ochenta-noventa es, además y sobre todo, la aparición de nuevos temas de investigación que anteriormente ha bían sido con frecuencia descartados. Descartados porque, si bien ya dependían de la semiótica en cuanto disciplina, habían sido, sin embargo, excluidos en nombre de los principios del estructuralismo. La objetividad científica prohibía, por ejemplo, que alguien se interesase por lo im plícito y por lo sobreentendido del discurso: sin embargo, se les ha in troducido, en el curso de los años ochenta, en el movimiento inspirado, de un lado, por la pragmática, y, del otro, por la lingüística de la enun ciación. Ello no impide que, ya en los años treinta, Bajtin opusiera a la lingüística formal el estatuto implícito y sobreentendido del sentido mismo de lo que él llamaba el “enunciado”, y de la orientación axiológi ca e ideológica del discurso.

Uno de los pecados capitales de la práctica científica era, para el estructuralismo, el “mentalismo”; estaban así excluidas del campo de la reflexión científica la impresión subjetiva, la introspección, la psicología in tuitiva, etc., y, en consecuencia, todo lo que, de cerca o de lejos, podía parecer dar pruebas de esos errores del pensamiento. Gustave Guillaume era con frecuencia rechazado porque inscribía en el psiquismo de los sujetos del lenguaje el “tiempo operativo”, necesario, según él, pa ra la formación de las realidades lingüísticas. Noam Chomsky era vivamente discutido porque atribuía los juicios de gramaticalidad a la intui ción de los sujetos hablantes —de hecho: a la introspección de los lin güistas profesionales—. En fin, Gérard Genette rechazaba la noción de “punto de vista” por considerarla demasiado dependiente de la psicología de la percepción.

Se comprende, pues, por qué la semiótica ha necesitado tiempo para re descubrir las emociones y las pasiones, la percepción y su rol en la sig nificación, las relaciones con el mundo sensible, y su connivencia con la fenomenología. Sin embargo, a nadie escapa que los discursos con cretos ponen en escena acon te ci mientos y estados afectivos, y que la percepción organiza las descripciones y los ritmos textuales. La semiótica ha necesitado tiempo porque tenía que descubrir los medios para tratar todos esos temas como propiedades del discurso, y no como pro piedades del “espíritu”; como temas propios de una teoría de la significación, y no de una rama de la psicología cognitiva. Los fenómenos eran reconocidos; faltaba construirlos como objetos de co no cimiento des de el punto de vista de la semiótica del discurso.

Esto es hoy cosa hecha, así parece: se puede, en adelante, hablar de pa siones y de emociones discursivas, con el mismo derecho con el que se puede hablar de enunciación del discurso, o de una lógica narrativa o argumentativa del discurso. Y esto, sin reducir el discurso al estatuto de un simple síntoma, revelador de un estado psíquico que le sería exterior. La semiótica, que ha hecho del discurso no solamente su dominio de exploración, sino, mejor aún, el objeto de su proyecto científico, tiene, pues, ahora, la capacidad de abordar estas nuevas cuestiones sin renunciar por ello a lo que la funda enteramente como disciplina.

No insistiremos aquí en estas nuevas preocupaciones: estos diferentes aspectos serán largamente evocados a continuación, o han sido ya tra tados en alguna otra parte. Queremos solamente recordar dos dimensiones esenciales de este desplazamiento de interés: (1) un desplazamiento del interés por las estructuras hacia las operaciones y los actos; (2) un desplazamiento desde las oposiciones discretas hacia las diferencias tensivas y graduales. El primer desplazamiento conduce a una sintaxis general de las operaciones discursivas; se considerará, entonces, el uni verso de la significación más bien como una praxis que como un amon tonamiento estable de formas fijas. El segundo desplazamiento conduce a una semántica de las tensiones y de los grados, que es compatible pero en concurrencia con la clásica semántica diferencial.

Decimos que este libro es un manual. Un manual debe obedecer a al gu nos principios de base para facilitar el acceso a los resultados presen ta dos: las adquisiciones de la investigación deben aparecer bajo una for ma sistemática y coherente, explícita y operatoria. Lo más frecuente es que se deja al tiempo el cuidado de este trabajo, y a los didácticos y pe da gogos, el de recoger los resultados. La consecuencia de esa actitud es, casi siempre, que las adquisiciones de la investigación sólo son utili za bles en la enseñanza 10 o 15 años más tarde.

Corremos el riesgo de no esperar a que el tiempo trabaje en lu gar nuestro. Es un riesgo, porque el tiempo valida o invalida, retiene o relega al olvido, hipótesis y proposiciones de la investigación; el tiempo filtra, hace la selección, y construye poco a poco las condiciones de una coherencia, de una sistematicidad y de una explicitación completa. Nosotros debemos también filtrar, escoger, retener, rechazar y organizar: en reemplazo del tiempo, adoptaremos, pues, un punto de vista.

Es la elección de un punto de vista de conjunto, y sostenido con perseverancia, la que otorgará su coherencia, su sistematicidad y su carácter explícito a nuestra tentativa de síntesis. Este punto de vista será el del discurso en acto, el del discurso viviente, el de la significación en de venir.

Esta elección será primero presentada y justificada en el primer capítulo (Del signo al discurso): escoger el punto de vista del discurso en ac to, es, en efecto, optar por observar la manera en que la praxis semiótica esquematiza nuestra experiencia para hacer lenguajes a partir de ella, más que observar y recortar unidades mínimas. La semiótica que avi zoramos, en la perspectiva definida por Greimas hace una treintena de años, es la de los conjuntos significantes, pero de los conjuntos significantes en construcción y en devenir.

Esta elección será luego puesta en marcha a propósito de las formas de base de las que debe dotarse toda teoría semiótica: Las estructuras ele mentales. En efecto, si la unidad pertinente de la semiótica del discurso no puede ser el signo, es porque ella investiga el sistema de valores que organiza cada “conjunto significante”; y este sistema de valores adquie re aquí la forma de la estructura tensiva.

En el tercer capítulo se consideran todas las consecuencias de la op ción propuesta: se titula El discurso, y propone una representación glo bal del discurso como campo (una forma topológica), así como el examen de diferentes tipos y niveles de esquematización, esquemas de tensión y esquemas canónicos.

En el cuarto y quinto capítulos (respectivamente: Actantes y Acción, pa sión, cognición), a propósito de temas que son clásicos en la teoría se miótica, serán extraídas otras consecuencias de esta opción inicial. A pro pósito de la teoría actancial, se mostrará que la competencia entre dos lógicas, la lógica de los lugares y la lógica de las fuerzas, nos conduce a distinguir los actantes posicionales del discurso y los actantes transformacionales del relato. A propósito de las grandes dimensiones del dis curso, mostraremos en qué la perspectiva del discurso en acto modifica las lógicas respectivas de la acción, de la pasión y de la cognición.

Finalmente, el capítulo de conclusión se esforzará por hacer un lugar al concepto de enunciación. En efecto, este último concepto ha sufrido mu chos desengaños: después de haber sido “olvidado” por el estructuralismo, se ha vuelto preponderante en las lingüísticas postestructurales; has ta el guillaumismo se ha reconvertido, después de todo, en teoría enun ciativa. Después de haber sido poco, la enunciación sería, ahora “to do” —todo lo que no es reductible a un sistema cerrado y fijo—. Así, a veces, el sujeto de la enunciación está estrictamente identificado con la instancia de discurso en general. Explicar todo, como todo mundo sabe, equivale a no explicar nada. Es por lo que, en la perspectiva del discurso en acto, nos esforzaremos, para terminar, por especificar el concepto de enunciación.

CAPÍTULO I

Del signo al discurso

Del signo al discurso / Resumen

La historia de las teorías de la significación se presenta en general como una historia de las teorías del signo. Desde fines del siglo XIX, con Peirce, y a inicios del siglo XX, con Saussure, una nueva disciplina se instala en este campo de investigaciones, la semiótica, que se encarga de hacer la tipología de los signos y de los sis temas de signos. Sin embargo, actualmente, esta disciplina se orienta firmemente hacia una teoría del discurso y desplaza su interés hacia los conjuntos significantes.

Este capítulo se propone reexaminar las teorías del signo bajo esta nueva luz: ¿qué se puede conservar de la teoría de la significación en la perspectiva de una semiótica del discurso?, ¿qué pasa cuando se pone entre pa réntesis la cuestión de las unidades mínimas de la sig nificación y cuando se la reemplaza por la de los conjuntos significantes y la de los actos que producen los discur sos? Se percata uno, entonces, de que emergen la percepción y la sensibilidad.

1.  Signo y significación

En la gran diversidad de concepciones del sentido, una constante al menos se perfila: casi siempre se distinguen la significación como producto, como relación con vencional ya estable, y la significación en acto, la sig nificación viviente, que parece siempre más difícil de apre hen der. No obstante, a pesar de la dificultad, es la se gunda perspectiva la que escogemos, puesto que el cam po de ejercicio empírico de la semiótica es el discurso y no el signo: la unidad de análisis es un texto —verbal o no verbal—.

Las teorías del signo, examinadas en esta perspectiva, hacen aparecer cuatro propiedades principales de la significación. De Saussure, mantendremos solamente, de una parte, la coexistencia de dos "mundos", el mundo interior de los significados y el mundo exterior de los significantes, y, de otra parte, la definición de la significación como sistema de valores. De Peirce, de otro la do, conservaremos sobre todo la preeminencia del interpretante, es decir, del punto de vista que orienta la mi ra sobre el sentido, y la importancia del fundamento, que impone los límites de un dominio de pertinencia a la captación de la significación.

2.  Percepción y significación

Los dos planos del lenguaje reemplazan ahora a las dos caras del signo: cualesquiera que sean los nombres que les demos, los dos planos del lenguaje son deslindados por un cuerpo percibiente que toma posición como frontera entre lo que corresponde al orden de la expresión (el mundo exterior) y lo que corresponde al orden del contenido (el mundo interior). Es este cuerpo el que reúne esos dos planos en un mismo lenguaje.

Lo sensible y lo inteligible están ineluctablemente ligados en el acto que reúne los dos planos del lenguaje. La semiótica del discurso, tal como las ciencias cognitivas, no puede ignorar más esta interacción de lo sensible y de lo inteligible. En efecto, la formación de categorías y la significación en acto están sometidas al régimen de lo sensible: la semántica del prototipo nos enseña, entre otras cosas, que puede haber muchos "estilos" de categorización y trataremos de mostrar que la dis tinción entre esos diferentes estilos reposa en el peso que le otorgan, respectivamente, a lo sensible y a lo inteligible.

Del signo al discurso

1.  SIGNO Y SIGNIFICACIÓN

1.1  Diversidad de aproximaciones al sentido

1.1.1 Sentido, significación, significancia

Disponemos de tres términos para designar los fenómenos semióticos en general: sentido, significación, significancia.

a— El sentido

El sentido es, ante todo, una dirección: decir que un objeto o una si tuación tienen un sentido es, en efecto, decir que tienden hacia alguna cosa. Esta “tensión hacia” y esta “dirección” han sido con frecuencia in terpretadas, injustamente, como referencia. La referencia, en efecto, no es más que una de las direcciones del sentido; otras son posibles: por ejemplo, un texto puede tender hacia su propia coherencia y es eso lo que nos hace presentir su sentido; o también, una forma cualquiera pue de tender hacia otra forma típica ya conocida y eso es lo que nos per mitirá reconocerle un sentido. El sentido designa, entonces, un efecto de dirección y de tensión, más o menos cognoscible, producido por un objeto, una práctica o una situación cual quiera.

El sentido es, finalmente, la materia informe de la que se ocupa la se miótica, la materia que se esfuerza por organizar y por hacer inteligible. Esta “materia” (purport en Hjelmslev) puede ser de naturaleza física, psicológica, social o cultural. Pero esta materia no es ni inerte ni solamente sometida a las leyes de los mundos físico, psicológico o social, pues to que está atravesada por tensiones y por direcciones. La condición mínima para que una materia cualquiera produzca un efecto de sen tido identificable es, entonces, que esté sometida a lo que llamaremos en adelante una intencionalidad.

b— La significación

La significación es el producto organizado por el análisis; por ejemplo, el contenido de sentido vinculado a una expresión, una vez que es ta ex presión ha sido aislada (por segmentación) y que se ha verificado (por con mutación) que ese contenido le está específicamente asociado. La sig ni ficación está, pues, ligada a una unidad, cualquiera que sea el ta ma ño de esa unidad —la unidad óptima, para nosotros, es el discurso—, y des can sa sobre la relación entre un elemento de la expresión y un elemento del contenido: por eso se habla siempre de la “significación de… alguna cosa”.

Se dirá, en consecuencia, que la significación, por oposición al sen tido, está siempre articulada. En efecto, puesto que no es reconocible más que por segmentación y conmutación, sólo se le puede captar a tra vés de las relaciones que la unidad aislada mantiene con otras uni da des, o que su significación mantiene con otras significaciones dis po ni bles pa ra la misma unidad. Tal como la noción de “dirección” es indi s o ciable del sentido, la de articulación está, por definición, ligada a la de sig ni ficación.

Hace mucho tiempo que la noción de articulación ha sido reducida a la de diferencia, y aun a la de diferencia entre unidades discontinuas. Ése no es, sin embargo, más que un caso entre otros posibles. Por ejemplo, una categoría semántica como la de calor es una categoría gradual y sus diferentes grados (cf. frío/helado) se distinguen sin opo nerse forzosamente; más aún, si el gradiente es orientado, la significación de al gunos de sus grados, por ejemplo /tibio/, será diferente según que el gradiente sea orientado positivamente al calor (tibio es entonces peyorativo) o positivamente hacia el frío (tibio es entonces mejorativo); la significación depende, entonces, de la polarización de un gradiente. Además, según las culturas y las lenguas, a veces hasta según el discurso, la posición relativa de los grados cambia; así, el grado /tibio/ aparecerá más próximo del polo frío o del polo caliente: si se recorre el gradiente en el sentido de su polaridad, del negativo hacia el positivo, se encuentra un umbral que determina la aparición del grado /tibio/. Los tipos de articulaciones significantes son, por tanto, muy diversos: opo siciones, jerarquías, grados, umbrales y polarizaciones.

c— La significancia

La significancia designa la globalidad de efectos de sentido en un con junto estruc tu ra do, efectos que no pueden ser reducidos a los de las unidades que componen ese conjunto; la significancia no es, por consiguiente, la suma de las significaciones. Este término ha conocido numerosas acepciones, particularmente psicoanalíticas, cuyo valor operatorio es difícilmente controlable. Pero plantea principalmente una cuestión de mé todo: ¿hay que conducir el análisis desde las unidades más pequeñas hacia las más grandes o a la inversa? El concepto de significación, en sen tido estricto, correspondería a la primera opción y el de significancia a la segunda opción.

El término significancia apenas es utilizado, pues presupone una jerarquía que ya no es pertinente hoy en día; en efecto, se justificaría sólo en un contexto científico donde se pudiera aún creer que el sentido de las unidades determina el de los conjuntos más vastos que las engloban.

La opción que hemos tomado, es decir, la de una semiótica del discurso, nos impone considerar que la significación global, la del discurso, comanda la significación local, la de las unidades que la componen; mos traremos, por ejemplo, cómo la orientación discursiva se impone a la sintaxis misma de las frases. Esto no significa, sin embargo, que el microanálisis no sea ya pertinente; debe, simplemente, quedar bajo el control del macroanálisis.

Como ya no se encuentran razones para creer que lo “local” determina lo “global”, el término de significación ha tomado frecuentemente una acepción genérica que engloba la de significancia. Y así lo usaremos en adelante.

1.1.2 Semiótica y semántica

Benveniste proponía distinguir dos órdenes de la significación: el de las unidades de la lengua, de tipo convencional, fijado en el uso o en el sis tema lingüístico; y el del discurso, es decir el de las realizaciones lingüísticas concretas, el de conjuntos significantes producidos por un ac to de enunciación. El orden semiótico correspondería, según él, a esa relación convencional que une el sentido de las unidades de la lengua y su expresión morfológica o lexical, y el orden semántico, a la signifi ca ción de enunciaciones concretas tomadas a cargo por “sujetos de discurso”.

Esta distinción no ha sido adoptada por la comunidad de lingüistas, que reservan la de nominación de semántica al estudio de los contenidos de sentido en sí mismos, particularmente en el dominio lingüístico, y la denominación de semiótica al de los procesos sig nificantes en general. Pero, la cuestión planteada es siempre de actualidad: más allá de las relaciones entre lo “local” y lo “global” (cf. supra), surge, ahora, la cuestión de los dos mo dos de aproximación a los lenguajes: de un lado, una aproximación es tá tica, que só lo concierne a las unidades instituidas, almacenadas en una memoria co lec tiva bajo la forma de un sistema virtual, y del otro, una aproximación dinámica, es de cir, sensible, a los actos y a las operaciones, y que concierne a la significación “viviente” pro ducida por los discursos concretos.

La semiótica surgida de los trabajos de Peirce también ha propuesto dis tinguir la semántica (la significación de las unidades), la sintaxis (las re glas de disposición de las unidades) y la pragmática (la manipulación de las unidades y de su organización por sujetos y para sujetos individuales y colectivos, en situación de comunicación). La solución es diferente, mas la cuestión tratada, idéntica: ¿el discurso es simplemente una “puesta en marcha”, una “apropiación individual” de unidades instituidas y organizadas en sistemas, o bien comporta sus propias reglas y sus pro pios efectos de sentido? Pero si adoptamos el punto de vista del discurso en acto, la distinción entre semántica, sintaxis y pragmática se re vela poco pertinente desde la perspectiva del método. En efecto, si to mamos en cuenta las operaciones de enunciación, es necesario que po damos medir las consecuencias que esta actitud produce en la sintaxis y en la semántica del discurso. Por consiguiente, en esta perspectiva, ellas no pueden ser tratadas aparte.

1.1.3 ¿Por qué optar?

La solución que consiste en separar la cuestión del sentido en dos o tres órdenes de significación sólo puede ser una solución provisoria, una solución históricamente necesaria, pero que choca pronto con cues tiones que vale la pena resolver. Por ejemplo, todo el mundo se pone de acuerdo en distinguir el “sentido en lengua” de una unidad y su “sen tido en discurso”; la distinción no plantea problemas insuperables en cuanto a que el “sentido en discurso” es una de las acepciones posibles del “sentido en lengua”: se dirá entonces que el discurso selecciona una de las acepciones de la palabra; pero ¿qué sucede cuando las dos sig nificaciones no se superponen? Es cierto que un “sentido en discurso”, que no está previsto “en lengua”, exige un esfuerzo suplementario de interpretación y una gestión de la interpretación diferente de la que con siste solamente en sacar elementos de un stock de formas virtuales, pe ro ésa otra gestión es posible y legítima. De modo muy frecuente, aun que no necesariamente, esta nueva acepción es producida por una fi gura de retórica. Sucede lo mismo cuando algunas de esas acepciones imprevisibles aparecen en la lengua, por ejemplo, bajo la forma de catacresis (un trombón, o un ala de edificio).

Esta última acotación indica claramente el nivel de pertinencia de las dis tinciones que hemos mencionado hasta ahora: se trata de procedimientos de codificación y de decodificación de los lenguajes, codificación facilitada o trabada, automatizada o más elaborada, según que el sen tido de las unidades sea o no sea ya conocido. Pero esas distinciones en tre las muchas modalidades de codificación y de decodificación de los lenguajes no nos dicen nada del proceso de significación mismo, tal co mo es puesto en marcha por los actos de discurso.

Además, el razonamiento no debe, en esta consideración, apoyarse so lamente en el lenguaje verbal, que dispone de un stock muy extendido de formas codificadas, pues, cuando se abordan los lenguajes no ver bales —gestuales, visuales, etc.—, estamos obligados a admitir que el lugar de la invención, por el discurso, de expresiones y de su significación es mucho más importante. Porque, desde el punto de vista de la organización de las unidades en sistema, los lenguajes están lejos de ser homogéneos. Si podemos establecer las “lenguas” de un lenguaje ver bal, estamos muy lejos de ello en lo que concierne a la pintura, la ópe ra o la gestualidad en general, que, sin embargo, son igualmente prác ticas significantes; nos preguntaremos incluso si la empresa que con sistiría en establecer el sistema de unidades provistas de sentido tiene alguna pertinencia en el caso de los lenguajes no verbales. Y, si tuvie se alguna, deberíamos, tal como en los lenguajes verbales, esperar to davía algunos siglos, si no algunos milenios, antes de que la necesidad de una traducción entre sistemas —como se ha dado entre el sistema de lo oral y el sistema de lo escrito— dé lugar a un recorte estable de unidades y a la producción de gramáticas aceptables.

La aproximación a los fenómenos de significación por la vía de los signos (las unidades) ha persistido por tiempo: pero se revela poco operatoria pues, una vez establecidas las unidades—signos, habría que inventar sus articulaciones y particularmente la aso ciación entre canales sensoriales extraños los unos a los otros; ello ha conducido al ato mismo, hasta a clasificaciones vertiginosas (en una carta a Lady Welby, Peirce se felicita de poder reducir (!) las 59.049 clases de signos aritméticamente calculables a 66 cla ses realmente pertinentes). Además, esta aproximación es un factor de balcani zación de la disciplina y de sus métodos, puesto que la integración de todas las clases de sig nos en un solo discurso, al momento del análisis, es particularmente ardua, y los estudios semióticos en esos casos tienden a especializarse por clases de signos (semiótica literaria, semiótica pictórica, semiótica del cine, etc.).

De otro lado, las ciencias del lenguaje en su conjunto se orientan hacia una formalización de las operaciones y de los procesos y la semióti ca participa de ese movimiento: la semiótica peirceana pone hoy el acen to sobre el “recorrido interpretativo” más que sobre la clasificación de los signos; la semiótica del discurso se dirige hacia una exploración de los actos fundamentales, particularmente la predicación y la asunción más que hacia una clasificación, cualitativa o estadística, de los predicados y de los sustantivos correspondientes. Globalmente, esta nueva preo cupación se interesa por la praxis, praxis semiótica o praxis enunciativa.

Por consiguiente, presentaremos ahora brevemente las dos principales teorías del signo, la de Saussure y la de Peirce, en la perspectiva que he mos escogido, la de una teoría del discurso, a fin de llegar a una teoría de la significación sintética que habría superado el mero recorte de los signos.

1.2 Las teorías del signo

1.2.1 El signo saussuriano

El signo está compuesto, según Saussure, de dos caras, el significante y el significado; el significante es definido como una “imagen acústica”, y el significado, como una “imagen conceptual”; uno adquiere forma, en cuanto expresión, a partir de una sustancia sensorial y física, y el otro, en cuanto contenido, a partir de una sustancia psíquica. Pero, una vez que están reunidos en un solo signo, no tienen otro status que no sea semiótico, y sus propiedades sensoriales, físicas y psíquicas no son ya tomadas en consideración.

La relación entre las dos caras del signo es calificada de “necesaria” y “convencional”, es decir fundada por una presuposición recíproca que no debe nada a sus propiedades sustanciales de origen. Además, esa relación está enteramente determinada por el “valor” del signo, es decir por las diferentes oposiciones que su significante y su significado mantienen con los otros significantes y con los otros significados de la misma lengua; en sincronía —entendamos: en un estado de lengua dado— ese valor es inmutable; en cambio, en diacronía, es decir, en la historia de los diferentes estados de lengua, ese valor evoluciona; el lazo que une las dos caras del signo puede asimismo, en el curso de esa evolución, deshacerse completamente.

La noción de sistema procede directamente de la definición de “valor” lin güístico, puesto que si el valor de un signo depende de una red de opo siciones y si esa red de oposiciones debe ser, para cada signo, es table en sincronía, entonces el conjunto de la red de oposiciones de to dos los sig nos forma un sistema estable. No tiene más que una existen cia vir tual, salvo en las gramáticas y en los diccionarios, pero está dis ponible en todo mo mento para los usuarios de la lengua. La lingüística tiene entonces por tarea, según Saussure, el estudio de ese sistema de valores.

Las nociones de sistema y de valor, de las que se puede desprender la cuestión del signo en Saussure, imponen la exclusión del “referente”: la cosa, real o imaginaria, a la cual el signo remite no es cognoscible lingüísticamente. Dicho de otra manera, el conocimiento del sistema en el cual el signo toma lugar no nos suministra ninguna información sobre la realidad designada. Esta exclusión, la mayor parte del tiempo, es presentada como una decisión metodológica y epistemológica: excluir el referente mundano es pro curar a la lingüística su propio objeto en cuanto ciencia y su autonomía en cuanto dis ciplina. Pero la posición de Saussure con respecto al referente es, de hecho, una con secuencia de su definición de signo, porque se da lo mismo para todas las pro piedades sustanciales de las dos caras del signo que sin depender del referente son, no obs tante, excluidas de la misma manera; en efecto, el sistema de valores no puede de ci rnos nada de ellas. El lazo entre el signo y el referente es calificado de arbitrario—se hu biera podido decir también contingente—, es decir que el sistema de valores no pro cu ra ninguna explicación satisfactoria de él: un lazo considerado ininteligible es declarado arbitrario. Notemos, no obstante, que ese lazo no es intrínsecamente ininteligible, ar bi trario y contingente; y que es el punto de vista adoptado, el del signo y del valor, el que hace la referencia incognoscible.

Examinando luego la ampliación de la reflexión a otros tipos de signos diferentes de las lenguas naturales, Saussure diseñó el proyecto de una semiología que englobaría la lingüística propiamente dicha: allí se en contrarían no solamente significantes en los que la sustancia física sería diferente de la del lenguaje verbal, sino también signos en los que la relación fundadora no sería “necesaria” o “convencional”; por ejemplo, los sistemas de signos visuales.

Se ve que, si se pone entre paréntesis la delimitación de unidades, la cuestión tratada por Saussure puede ser reducida a dos puntos esenciales:

(1) La relación entre la percepción y la significación

A partir de nuestras percepciones emergen significaciones; nuestras per cepciones del mundo “exterior”, de sus formas físicas y biológicas, pro curan los significantes; a partir de nuestra percepción del mundo “interior”, conceptos, impresiones y sentimientos, se forman los signifi ca dos;

(2) La formación de un sistema de valores

Estos dos tipos de percepción entran en interacción, y esta interacción define un sistema de posiciones diferenciales; cada posición está ca racterizada según los dos regímenes de percepción; el conjunto es enton ces llamado sistema de valores.

Subyacente a la teoría del signo, aparece en Saussure una teoría de la significación; y esta teoría, particularmente a través de la noción de “ima gen” (imágenes acústicas, visuales, imágenes mentales, psíquicas), es tá enraizada en la percepción.

1.2.2 El signo peirceano

Mientras que Saussure concebía el signo como la presuposición recíproca entre dos caras distintas, Peirce lo define de inmediato por una relación disimétrica: alguna cosa que, para alguien, toma el lugar de cualquier otra cosa bajo cualquier correspondencia o bajo cualquier as pec to. Se dice generalmente que el signo saussuriano es diádico (dos ca ras: un sig nificante y un significado) y el signo peirceano, triádico. Pero si se obser va atentamente la definición propuesta por el mismo Peirce, se constata que comporta, de hecho, cuatro elementos: (1) “alguna co sa” que toma el lugar (2) de “otra cosa” (3) para “alguien”, y (4) bajo “cual quier co rrespondencia” o bajo “cualquier aspecto”. Se dice también co rrien temente que Saussure ha excluido el referente de la definición del sig no, y, en consecuencia, de la lingüística y de la semiología, mientras que Peir ce lo tendría en cuenta. Esta mención tan breve no permite juz gar so bre el asunto. Observemos más bien el conjunto de la definición:

Un signo o representamen es alguna cosa que, para alguien, to ma el lu gar de otra cosa bajo cualquier correspondencia o ba jo cualquier as pec to. Al dirigirse a alguien crea en su es pí ri tu un signo equivalente o tal vez un signo más desarrollado. Ese signo que crea, lo llamo el interpre tan te del primer signo. Ese signo toma el lugar de cualquier cosa: de su ob jeto. Toma el lugar de ese objeto no bajo todas las conexiones sino por re ferencia a una suerte de idea, que he llamado alguna vez el fundamento del representamen.

Contemos: (1) representamen, (2) objeto, (3) interpretante, (4) fundamento; esto hace cuatro. A lo que se añade a veces la distinción entre ob jeto dinámico (el objeto enfocado por el representamen) y objeto inmediato (lo que es seleccionado en el objeto por el interpretante); o sea, cinco elementos.

El funcionamiento del signo puede ser resumido así: un objeto di námi co —objeto o situación percibidos en toda su complejidad— es puesto en relación con un representamen—eso que lo representa—, pero solamente bajo un punto de vista (bajo cualquier correspondencia o ba jo cual quier aspecto), designado aquí como el fundamento; este punto de vis ta, o fundamento, selecciona en el objeto dinámico un aspecto pertinente de él, llamado objeto inmediato, y la reunión del representamen y del objeto inmediato se hace “en nombre de”, o “por”, o “gracias a” un quin to elemento: el interpretante.

Umberto Eco llega incluso a seis elementos: (1) el fundamento procura, de un lado, un punto de vista sobre el objeto dinámico, pero delimita, de otra parte, el contenido de un significado; (2) el objeto inmediato es, de un lado, seleccionado en el objeto dinámico por el fundamento, e interpretado, del otro lado, por el interpretante; (3) el objeto dinámico motiva la elección del representamen, que, asociado él mismo al interpretante, per mite desprender de ahí el significado. Eco termina reduciendo todo a tres elementos, decretando que fundamento, significado e interpretante son ¡una sola y misma co sa!

Estas observaciones deben incitar a la prudencia: (1) el signo peir ceano sólo comporta tres elementos para aquellos exégetas que han de ci dido que así sea; (2) la obra de Peirce es tan vasta y diversa que mu chas glosas e interpretaciones pueden cohabitar; unos se satisfacen en ge neral con algunas soluciones simples que otros recusan con el mismo de recho.

Al menos queda claro que el “referente”, en el sentido en el que se le entiende habitualmente, es decir, la realidad a la cual el signo remite, es tá aquí fuera de alcance: el objeto dinámico es ya del orden de la percepción, y el objeto inmediato, su aspecto pertinente, sólo existe bajo una condición semiótica, el “punto de vista” que impone el “fundamento”. El objeto no es más que un puro artefacto suscitado en el es pí ritu de un sujeto por el representamen; y, como lo precisa U. Eco, el ob jeto di námico es sólo un conjunto de posibles sometido a una instrucción semántica. En cuanto al objeto inmediato, no es más que una imagen men tal del precedente, y una imagen empobrecida, en el sentido de que solamente una parte de los posibles son retenidos y presentados al es píritu. El mundo encarado, en la concepción peirceana del sig no, es un conjunto virtual de posibles, o un mundo percibido, o aún una parte ex traída de un mundo categorizado: es decir, que el referente, si es que hay referente, es ya un universo semiótico sometido a concep ciones mo dales, perceptivas y categoriales. La teoría del signo no nos re lata la emer gencia de una nueva significación sino que sólo capta un mo mento en una vasta semiosis infinita.

En consecuencia, si se pone entre paréntesis la cuestión del recorte en unidades, se advierte inmediatamente que la concepción peirceana del signo plantea también la cuestión de las relaciones entre la percepción y la significación, pero considerándolas de alguna manera “en el mo vimiento” que suscita la segunda a partir de la primera y no como ins tancias bien delimitadas. En efecto, dos elementos sensibles, el representamen y el objeto dinámico, están sometidos a un principio de selección recíproca: el representamen sólo puede ser asociado al objeto bajo el control de un interpretante y el objeto sólo puede ser asociado al representamen bajo un cierto punto de vista, el fundamento.

En los dos casos, esta selección de relaciones pertinentes se presenta como una guía del flujo de atención. En el primer caso, el interpretan te —lo que es finalmente enfocado por el conjunto del proceso— indica en qué dirección la elección del representamen debe conducir la sig ni ficación; en el segundo, el fundamento —aquello a partir de lo cual el objeto es captado— indica lo que debe retenerse del objeto dinámico.

Esta guía del flujo de atención puede ser comprendida (1) de una par te, como la indicación de una dirección y de una tensión que ya hemos definido como una intencionalidad, y, (2) de otra parte, como la de finición de un dominio de pertinencia.

Estas operaciones de guía semiótica, corresponden, la primera, la ten sión intencional, a la mira, y la segunda, la delimitación del dominio de per tinencia, a la captación; la mira concierne aquí al eje [representamen-objeto inmediato-interpretante], mientras que la captación con cierne al eje [objeto dinámico-fundamento-objeto inmediato]. La mira y la cap ta ción, independientemente de toda perspectiva peirceana, y des de un pun to de vista más generalmente fenomenológico, son las dos operaciones elementales gracias a las cuales la significación puede emer ger de la per cepción.

Pero aún faltan dos condiciones esenciales para que se pueda hablar de significación discursiva: de un lado el cuerpo, sede de percepciones y de emociones, y centro del discurso; y de otra parte el valor, los sistemas de valor, sin los cuales la significación no tiene nada de inteligible.

2.  PERCEPCIÓN Y SIGNIFICACIÓN

2.1  Los elementos que han de ser retenidos

El examen de las teorías del signo suministra preciosas referencias so bre la manera en que la significación toma forma a partir de la sensación y de la percepción. En efec to, si se descarta todo lo que, en esas teo rías, apunta al recorte de unidades-sig nos, queda, sin embargo, un con junto de propiedades que parecen pertinentes en la perspectiva del dis curso, pero que ahora deben ser redistribuidas. Éstas son, en consecuencia:

(1)  la coexistencia de dos universos sensibles, el mundo exterior y el mundo interior;

(2)  la elección de un punto de vista (mira);

(3)  la delimitación de un dominio de pertinencia (captación);

(4)  la formación de un sistema de valores gracias a la reunión de los dos mundos que forman la semiosis.

2.2  Los dos planos de un lenguaje

2.2.1 Expresión y contenido

Desde que la perspectiva del signo es abandonada, es la de los lengua jes, tales como aparecen en los discursos, la que toma su lugar. Un len guaje es la puesta en relación de, al menos, dos dimensiones llamadas plano de la expresión y plano del contenido, y que corresponden res pectivamente a eso que hemos designado hasta el presente por “mun do exterior” y “mundo interior”.

Este cambio de denominación amerita algunos comentarios: la fronte ra entre el “interior” y el “exterior” no está dada de antemano, no es la frontera de una “conciencia” sino simplemente la que un sujeto pone en juego cada vez que otorga una significación a un acontecimiento o a un objeto. Si, por ejemplo, observo que los cambios de color de un fru to pueden ser puestos en relación con sus grados de madurez, los pri meros pertenecerán al plano de la expresión y los segundos al plano del contenido. Pero puedo también poner en relación los mismos grados de madurez con una de las dimensiones del tiempo, la duración; y, es ta vez, los grados de madurez pertenecen al plano de la expresión y el tiempo al plano del contenido.

un cuerpo que se desplaza