Yihadismo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

COLECCIÓN DE ENSAYO

La Huerta Grande

 

 

Miguel Ángel Ballesteros

 

 

 

 

 

YIHADISMO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

© De los textos: Miguel Ángel Ballesteros Martín

 

Madrid, septiembre 2016

 

EDITA: La Huerta Grande Editorial

Serrano, 6 28001 Madrid

www.lahuertagrande.com

 

Reservados todos los derechos de esta edición

ISBN: 978-84-946159-5-5

 

Diseño cubierta: Enrique García Puche para TresBien Comunicación

 

 

 

 

 

 

A mi esposa Cati

 

 

 

PREÁMBULO

Hoy abundan los libros acerca del impropiamente llamado «Estado Islámico» (ei) o daesh. Así que cuando Philippine González-Camino, mi editora, me propuso escribir este, mi preocupación no fue pequeña. El yihadismo ha dado lugar a la proliferación de grupos terroristas como el daesh, capaces de conquistar territorios de gran extensión y población. Aportar ideas claras y precisas acerca de semejante fenómeno no es fácil. En primer lugar, porque nos hallamos ante comandos clandestinos que —a diferencia de los Estados modernos y democráticos— no hacen públicos ni su organización, ni sus componentes, ni sus cuentas. Esta opacidad, sumada a la manipulación y tergiversación a las que someten sus mensajes, hace muy difícil conocer su funcionamiento, estructura y estrategias. En todo caso, he procurado ser lo más riguroso posible con los datos y evitar las opiniones, que dejo casi siempre al criterio del lector.

Disponer ordenadamente esos datos tampoco era sencillo. La narración cronológica parecía la más idónea; se me perdonará que en ocasiones resulte forzada, pues se trata de relatar hechos que ocurren en escenarios muy diferentes, aunque con frecuencia conectados entre sí.

La terminología constituía igualmente un escollo. El nombre que los analistas, y sobre todo los musulmanes, suelen dar al ei es el de daesh —alegando que ni es Estado ni es islámico—. No obstante, en este libro no se ha rehuido emplear aquel con el que los terroristas se autodenominan en cada momento.

Otro de los rasgos del terrorismo yihadista, y en especial del daesh, es su rápida evolución. Por ello, el lector debe tener en cuenta que este libro se terminó de escribir en la fecha que más abajo se indica. Daré por colmadas mis aspiraciones si su contenido ayuda en algún modo a comprender lo que pueda acontecer en el futuro inmediato.

Nos hallamos ante un fenómeno que —sin ánimo de dramatizar— constituye una grave amenaza. Pero si bien nos acosará todavía durante mucho tiempo, a mi juicio no alcanzará su objetivo político (implantar la ley islámica o sharia) en aquellos países que cuenten con gobiernos estables, y mientras la gran mayoría de los musulmanes continúe rechazando el yihadismo violento.

Conviene no caer en el error de engrandecer los efectos de los atentados terroristas, por impactantes que sean, y fortalecer a la ciudadanía en su capacidad de resistencia y de recuperación. Resulta asimismo fundamental promover una cultura de la seguridad, que evite la parálisis por el terror. En este sentido, es primordial actuar contra esos grupos en los primeros estadios de su desarrollo. Las políticas deberían ir encaminadas a proteger a los Estados más débiles, en los que se pueden asentar. Hay que evitar poner botas sobre el terreno, lo que solo proporciona excusas a los terroristas para declarar una nueva yihad.

Durante la Guerra Fría el mundo tuvo que hacer frente al riesgo de una guerra nuclear; hoy es el terrorismo yihadista quien representa una amenaza de tamaña dimensión. Pero existe una diferencia: aquella estaba en manos de gobiernos responsables (como demostró la Crisis de los Misiles de Cuba en 1962); el yihadismo, en cambio, está liderado por irresponsables e iluminados desprovistos de razón, cuyas decisiones vienen dictadas por el radicalismo más extremo.

Agradezco a Philippine González-Camino y a Amelia de Paz su inapreciable trabajo de edición.

 

Madrid, 2 de septiembre de 2016

 

 

 

1
EL YIHADISMO, MOTOR DE GRUPOS TERRORISTAS

 

¿Qué impulsa a un joven musulmán a colocarse un cinturón de explosivos para inmolarse y causar la muerte a un gran número de desconocidos inocentes? Un acto que a todas luces nos resulta irracional, y tras el que quizás pueda ocultarse más de un motivo, pero el principal es este: la pretensión de cumplir con la yihad, el afán de implantar por medio del terror la sharia o ley islámica en los países que son o fueron en su día musulmanes.

Como es sabido, un musulmán debe respetar cinco preceptos básicos: 1) profesión de fe o shahada (manifestación pública de la existencia de Alá); 2) salat u obligación de rezar cinco veces al día; 3) ayuno (sawm) durante el mes de Ramadán; 4) limosna (zakat), con el propósito de evitar la avaricia y acumulación de riqueza, causantes de las diferencias crematísticas que a su vez pueden desencadenar problemas sociales; 5) peregrinación a la Meca (hajj) de todos aquellos musulmanes que dispongan de los medios económicos necesarios y cuya salud les permita hacer el viaje.

A esos cinco preceptos que observa un buen musulmán, los llamados yihadistas añaden en la práctica un sexto: la obligación de hacer la yihad tal y como ellos la entienden, es decir, mediante el uso de la violencia. La palabra yihad aparece cuarenta y una veces en el Corán, pero con varios significados [Lorenzo Penalva 2013]. Para la mayoría de los musulmanes significa ‘esfuerzo’, la gran yihad en que debe emplearse a diario todo buen creyente para cumplir con las obligaciones que impone su religión. Esa sería la yihad interna. Pero hay otra: la externa que practican y preconizan los denominados salafistas, basada en la lucha armada, y que legitima la guerra santa por el islam.

La yihad defensiva obliga a todo musulmán a proteger la tierra del islam cuando es invadida por no musulmanes; la yihad ofensiva se corresponde con el mandato que recibió Mahoma de extender el islam por todo el mundo, lo que implicaría el uso de la guerra para llevar a cabo esa expansión. En el Corán hay aproximadamente un 2% de aleyas que justifican el uso de la guerra o la violencia para salvaguardar el islam. Se trata de pasajes como «Se os ordena la lucha por más penosa que sea para vosotros. Pero puede que sea mejor para vosotros lo que detestáis, y puede que os guste algo que sea malo para vosotros. Pues Dios sabe, mientras que vosotros no sabéis» [Corán 2, 216]. Afirmaciones de ese tipo justifican para los yihadistas el uso de la violencia. Pero donde estos encuentran pleno respaldo a su afán belicista es en los hadices o libros sagrados que relatan la vida del Profeta: «Abu Said Judri narró que un hombre visitó al Profeta y le preguntó “¡Oh enviado de Dios! ¿Quién es la mejor persona entre todos los seres humanos?” El Profeta respondió: “Un creyente que ofrenda su vida y su riqueza en nombre de Dios”»; «Abu Huaria narró que el Profeta dijo: “A aquella persona que marcha a la yihad en nombre de Dios, impulsada solo por su fe en Dios y por su afirmación de la verdad de los profetas de Dios, Dios el alabado le asegurará que será admitida en el Paraíso (si es mártir) o la llevará de vuelta al lugar desde el cual comenzó la yihad, junto con las recompensas o botines que haya conseguido”» [Nawawi 1992].

A quien ejerce la yihad con las armas se le denomina muyahidín y, según el Corán, solo si encuentra la muerte en la batalla obtendrá directamente el Paraíso o Yanna. Esta es una prerrogativa reservada a unos pocos elegidos, ya que para los musulmanes el Paraíso está formado por estancias o niveles que pueden ser alcanzados por los creyentes de acuerdo a su grado de buen cumplimiento de los preceptos de la religión, pero solo los imanes pueden acceder a él directamente desde la Tierra. Todas las ramas del islam, sin excepciones, consideran mártires a sus muertos en combate.

La sharia establece las reglas bajo las cuales es lícito emprender la guerra santa: 1) la defensa propia: el oponente siempre tiene que haber empezado el conflicto, y la lucha no debe utilizarse para ganar territorios; 2) debe ser iniciada por un líder religioso, y debe haberse agotado antes todo recurso posible para solucionar el problema de forma pacífica; 3) proteger la fe islámica y las condiciones para practicarla; 4) preservar al pueblo musulmán ante cualquier tipo de opresión o tiranía; 5) castigar al enemigo que rompe un juramento. Sin embargo, el salafismo, en una perversa interpretación de la sharia, impulsa a los grupos terroristas a implantar su ley islámica en los países que son o han sido musulmanes.

Para los salafistas, la yihad defensiva constituye una obligación de todo buen creyente (muslim) ante un ataque o una ocupación de infieles, como cruzados y judíos; es el deber olvidado que preconiza Muhammad Abd al Salam Faraj, líder del grupo yihadista «Tanzim al Yihad» en el Cairo [Avilés 2010]. Por su parte, Abdullah Yusuf Azzam, palestino nacido en Yenin en 1941 y seguidor de Al Qutb, propone la yihad ofensiva [Charif 2008]. Esta última es voluntaria, y tiene por objeto propagar el islam. Pero para Al Qaeda (aq) y el daesh, a la obligación de realizar la yihad defensiva se suma la de la yihad global ofensiva, hasta el extremo de que aq ha antepuesto la segunda a la primera, sin importarle cuán alejados estén los enemigos del territorio que se quiere defender. En este cambio de estrategia se fundan sus ataques contra intereses estadounidenses que culminaron el 11 de septiembre de 2001 en los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono.

El yihadismo que profesan los grupos terroristas que con frecuencia ocupan las primeras páginas de los periódicos se inspira en las teorías desarrolladas por el profesor egipcio Sayyid Qutb (1906-1966). Qutb militó en los «Hermanos Musulmanes», organización creada en Egipto por Hasan al Banna en 1928. La Hermandad no es ni ha sido yihadista, pero según la época, ha sido más o menos radical, y de sus filas sí han salido yihadistas de renombre. Durante una estancia en Estados Unidos, adonde viajó para completar sus estudios, Qutb observa que las sociedades occidentales anteponen el derecho del individuo al de la colectividad, lo que en su opinión las convierte en decadentes, débiles y enfermas. Considera Qutb que estas sociedades, con su capacidad de influencia, contagian de tales principios a los países musulmanes, con el grave riesgo que ello entraña. A su juicio, individualismo y secularismo están retrotrayendo a la sociedad musulmana a la época anterior a la aparición del islam, la Jahiliyyah, una etapa oscura, cuyas costumbres dificultaron la creación de la comunidad musulmana, la umma. La principal puerta de entrada de la cultura contaminante en los países musulmanes son las políticas laicas de influencia occidental. Los gobernantes musulmanes las han ido asumiendo e implantando, en un peligroso juego de mimetismo, y en el convencimiento de que esas políticas atraerían el bienestar de que ya goza Occidente. La primera política que se ha de rechazar es así el propio sistema democrático basado en la participación de partidos de muy diversas ideologías, donde caben los no islámicos. En opinión de Qubt, para superar los problemas de las sociedades musulmanas es necesario acabar con los regímenes apóstatas de aquellos países musulmanes no regidos por la sharia, y volver a los valores tradicionales de la época del Profeta.

A partir de este análisis, Qutb desarrolló una teoría en la que abogaba por la ruptura entre las sociedades musulmanas y las occidentales, así como por la revolución frente a los regímenes musulmanes que él llama apóstatas por aplicar leyes sustentadas en los valores occidentales, en lugar de atenerse a la sharia. Esta corriente de pensamiento nutrirá con el tiempo a líderes como Osama bin Laden y Ayman al Zawahiri, según veremos. En las doctrinas de Qutb se basa igualmente el movimiento «Takfir Wal Hijra», creado por Sukri Mustafá en 1969, que contempla la posibilidad de atacar a los musulmanes que no cumplen los preceptos del islam, y a los que considera renegados. El movimiento Takfir surge de la «Yihad Islámica», en el seno de los «Hermanos Musulmanes» en Egipto. Los takfires gozan la prerrogativa de no estar obligados a cumplir con los preceptos del islam, lo que les permite pasar inadvertidos en las sociedades occidentales y poder atacarlas de ese modo con mayor facilidad. Uno de sus miembros más señalados es Abu Qutada, a quien se tiene por inspirador de los atentados del 11-S. En el piso de Mohamed Atta, el líder del comando que secuestró los aviones con los que se perpetraron los atentados, aparecieron numerosos vídeos de Qutada alentando a la yihad.

La noción de que la comunidad musulmana está en franca decadencia es clave en el ideario del islamismo radical. El islamista vive como una humillación el desarrollo cultural, tecnológico y económico de Occidente. La raíz de esa percepción se encuentra en el sometimiento que las sociedades musulmanas padecieron durante la etapa colonial. Ya hace más de dos décadas, el analista Carlos Echeverría señaló que «el integrismo islámico se nos aparece como movimiento de recuperación de lo propio, de la identidad perdida, y como instrumento de rechazo a la omnipresencia de la cultura occidental, secuela del colonialismo» [Echeverría 1992]. Para el pensador francés Roger Garaudy, convertido al islam, no hay peor integrismo que el occidental, «que quiere erigirse en única cultura e imponérsela al resto del mundo» [Garaudy 1995]. Determinante resultó asimismo el hecho de que, durante la Primera Guerra Mundial, se animara a los árabes a luchar contra el Imperio otomano bajo la promesa de que al concluir la guerra obtendrían la independencia de una patria nacional y árabe en la región de la Gran Siria. Sin embargo, la independencia tardó mucho en llegar, y ya en plena Gran Guerra (16 de mayo de 1916), las potencias que habían alentado tal expectativa —Reino Unido y Francia— firmaron en secreto el acuerdo Sykes-Picot, en virtud del cual, en lugar de constituirse la prometida Gran Siria, el territorio quedaba dividido entre Siria, Iraq y Líbano.

Cuando en 2015 el daesh se apoderó de los pasos fronterizos entre Siria e Iraq suprimiendo de facto la frontera, el incidente fue considerado un importante logro de los yihadistas. Pero también hubo muchos árabes honestos que celebraron que, después de ochenta años, desapareciera esa frontera trazada a conveniencia de Reino Unido y Francia que tanta frustración había supuesto para el pueblo árabe. En cualquier caso, el efecto se hallaba amortiguado, porque los nacionalismos sirio e iraquí, como todos los nacionalismos, ya habían escrito la historia a su conveniencia.

Estrechamente asociada a la motivación política va, como es obvio, la económica: en opinión de los yihadistas, Occidente se aprovecha de los recursos energéticos como el petróleo y el gas que, en su sentir, se expolian del subsuelo musulmán, dejando escasos beneficios para los musulmanes en comparación con los que reportan a Occidente los múltiples productos derivados. Por ello, grupos como aq consideran necesario devolver el orgullo perdido a los musulmanes, y no cejan en su pretensión de que solo la pertenencia y vuelta a la umma lo hará posible. Su objetivo es establecer un Estado islamista, y la forma de lograrlo es emular a los compañeros del Profeta (Salaf) en el modo de entender y vivir el islam. En esa visión se fundamenta el salafismo, que no es sino un movimiento radical sunita que persigue la vuelta a la vida del siglo vii en lo que hace referencia a la interpretación del islam, pero sin renunciar a los avances tecnológicos del siglo xxi (y más si estos avances pueden contribuir a lograr sus objetivos). Los salafistas recurren a un método (manhaf), basado en el principio del tawhid o creencia en la unicidad de Dios, que establece cómo leer los libros sagrados. Cualquiera que no crea en el Dios del Corán se convierte cuando menos en adversario. La bandera negra del daesh lleva escrita la susodicha profesión de fe o shahada: «Alá es el único Dios y Mahoma es su profeta». Otro de sus dogmas es considerar que Corán y Sunna revelan la verdadera naturaleza del islam, y que cualquier innovación es una distorsión del camino hacia Dios que debe ser rechazada. Entienden los salafistas que la forma correcta de interpretar y vivir el islam es la que practicaron los contemporáneos del Profeta. Pero, paradójicamente, Mahoma y sus sucesores permitieron que judíos y cristianos, mediante el pago de impuestos especiales, convivieran con los musulmanes en las tierras conquistadas por el islam, privilegio reservado a los seguidores de la Biblia, el libro común a las tres religiones monoteístas. Hoy, en cambio, los yihadistas niegan tal posibilidad y quieren una tierra solo para el islam, única fe verdadera.

Si a juicio de los islamistas radicales la Historia sirve para marcar el modelo, único e inamovible, que se debe seguir, para el resto de los musulmanes, como para los occidentales, la Historia sirve en el mejor de los casos para aprender del pasado, pero el objetivo se localiza en el futuro, y el modelo no está escrito sino que se halla en continua transformación. Los salafistas —y por supuesto los yihadistas— fijan su patrón de vida en el pretérito, en la época del Profeta, en lugar de entender el porvenir como una oportunidad, como algo nuevo y probablemente mejor que cualquier tiempo pasado. Y mientras que los occidentales ven en la tecnología una herramienta para construir un futuro abierto a la innovación y aumentar el bienestar (con su parte innegable de crisis de valores), salafistas y yihadistas, a partir de una lectura radical de los textos, la consideran un instrumento para alcanzar ese modelo anclado en los valores de la época del profeta Mahoma e instaurar el Califato universal. No olvidemos que Mahoma es el único profeta universal, mientras que los otros reconocidos por el islam —Nuh (Noé), Ibrahim (Abraham), Musa (Moisés) e Isa (Jesús)— son todos ellos profetas limitados a una época y una región geográfica. Solo Mahoma es el profeta para todo el mundo y todos los tiempos.

Conviene tener presente, no obstante, que la mayor parte de los muertos en atentados yihadistas no son occidentales, sino musulmanes, pues la gran mayoría se cometen en tierras musulmanas, y con frecuencia contra chiitas. ¿Por qué musulmanes sunitas yihadistas justifican y alientan la guerra contra musulmanes chiitas? ¿Cuál es la diferencia entre las dos ramas del islam?

La religión islámica se apoya en tres pilares: islam, iman (fe) e ihsan. El islam se resume en los cinco preceptos ya mencionados: una máxima («no hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta»), y cuatro mandatos (haz la oración, da limosna obligatoriamente, practica el ayuno durante el Ramadán, y haz, si puedes, la peregrinación a la Meca al menos una vez en la vida). El iman o fe recoge el conjunto de creencias necesarias para la salvación, y comprende la creencia en Alá, en sus ángeles, en sus Escrituras Divinas, en el juicio final, en la predestinación (al Qadar), en el bien y en el mal (considerado como tal aquello que se opone al islam). El ishan, por su parte, abarca los siguientes textos: el Corán, libro sagrado revelado al Profeta por el arcángel Gabriel; la Sunna o tradición, que recoge los hechos y dichos del Profeta; y las Qiyas, que son los razonamientos obtenidos por deducción y los acuerdos adoptados por la comunidad.

El Corán consta de ciento catorce suras o capítulos, subdivididos en versículos o aleyas. El islam se manifiesta aceptándolo en el corazón, expresándolo con la palabra y practicándolo de obra. Esto es lo que significa el tradicional saludo árabe que se lleva la mano al pecho, boca y frente. La Sunna es el compendio de la tradición ortodoxa islámica que fue recogida por los contemporáneos del Profeta y muy especialmente por Aicha, su esposa favorita, hija de Abu Becker, amigo y sucesor de Mahoma. Además de los escritos de Aicha, hay otros muchos sobre la vida y obra del Profeta, entre los que destacan seis: Bujari, Muslim, Abu Daud, Tirmidi, Ibn Maya y Nasai. Al resto de escritos de la época se los considera libros piadosos. Sin embargo, los chiitas no reconocen estos seis textos ni los libros piadosos. Para ellos, el sucesor de Mahoma debería haber sido Alí, primo y yerno del Profeta, y por lo tanto sangre de su propia sangre. Para los chiitas los imanes —máxima autoridad islámica—, y a través de su inspiración los ayatolás, son los únicos capaces de interpretar la Sunna (el Corán, por su parte, es inspirado por Alá y no admite otra lectura que la literal). El último Imán será el Mahdi (Mesías), el enviado que instaurará el Califato universal. Para los sunitas yihadistas, por el contrario, esa concepción es inadmisible: los chiitas malinterpretan el islam, son apóstatas a los que hay que combatir hasta reconvertirlos al verdadero credo.