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Prosas profanas
Rimas
Cuentos y poemas individuales
Azul
Lira póstuma

Prosas profanas

Rubén Darío


Publicado: 1896

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Prosas profanas
Rubén Darío
Prosas profanas
Varia
Verlaine
Recreaciones arqueológicas

Prosas profanas

Era un aire suave

Era un aire suave, de pausados giros;
El hada Harmonía ritmaba sus vuelos;
E iban frases vagas y tenues suspiros
Entre los sollozos de los violoncelos.

Sobre la terraza, junto a los ramajes,
Diríase un trémolo de liras eolias
Cuando acariciaban los sedosos trajes,
Sobre el tallo erguidas, las blancas magnolias.

La marquesa Eulalia risas y desvíos
Daba a un tiempo mismo para dos rivales:
El vizconde rubio de los desafíos
Y el abate joven de los madrigales.

Cerca, coronado con hojas de viña,
Reía en su máscara Término barbudo,
Y, como un efebo que fuese una niña,
Mostraba una Diana su mármol desnudo.

Y bajo un boscaje del amor palestra,
Sobre rico zócalo al modo de Jonia,
Con un candelabro prendido en la diestra
Volaba el Mercurio de Juan de Bolonia.

La orquesta perlaba sus mágicas notas;
Un coro de sones alados se oía;
Galantes pavanas fugaces gavotas
Cantaban los dulces violines de Hungría.

Al oir las quejas de sus caballeros
Ríe, ríe, ríe, la divina Eulalia,
Pues son su tesoro las flechas de Eros,
El cinto de Cipria, la rueca de Onfalia.

¡Ay de quien sus mieles y frases recoja!
¡Ay de quien del canto de su amor se fíe!
Con sus ojos lindos y su boca roja,
La divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.

Tiene azules ojos, es maligna y bella;
Cuando mira vierte viva luz extraña:
Se asoma á sus húmedas pupilas de estrella
El alma del rubio cristal de Champaña.

Es noche de fiesta, y el baile de trajes
Ostenta su gloria de triunfos mundanos.
La divina Eulalia, vestida de encajes,
Una flor destroza con sus tersas manos.

El teclado armónico de su risa fina
A la alegre música de un pájaro iguala,
Con los staccati de una bailarina
Y las locas fugas de una colegiala.

¡Amoroso pájaro que trinos exhala
Bajo el ala a veces ocultando el pico;
Que desdenes rudos lanza bajo el ala,
Bajo el ala aleve del leve abanico!

Cuando a media noche sus notas arranque
Y en arpegios áureos gima Filomela,
Y el ebúrneo cisne, sobre el quieto estanque
Como blanca góndola imprima su estela,

La marquesa alegre llegará al boscaje,
Boscaje que cubre la amable glorieta
Donde han de estrecharla los brazos de un paje,
Que siendo su paje será su poeta.

Al compás de un canto de artista de Italia
Que en la brisa errante la orquesta deslíe,
Junto a los rivales la divina Eulalia,
La divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.

¿Fué acaso en el tiempo del rey Luis de Francia,
Sol con corte de astros, en campos de azur,
Cuando los alcázares llenó de fragancia
La regia y pomposa rosa Pompadour?

¿Fué cuando la bella su falda cogía
Con dedos de ninfa, bailando el minué,
Y de los compases el ritmo seguía
Sobre el tacón rojo, lindo y leve el pié?

¿O cuando pastoras de floridos valles
Ornaban con cintas sus albos corderos,
Y oían, divinas Tirsis de Versalles,
Las declaraciones de sus caballeros?

¿Fué en ese buen tiempo de duques pastores,
De amantes princesas y tiernos galanes,
Cuando entre sonrisas y perlas y flores
Iban las casacas de los chambelanes?

¿Fué acaso en el Norte o en el Mediodía?
Yo el tiempo y el día y el país ignoro,
Pero sé que Eulalia rie todavía,
¡Y es cruel y eterna su risa de oro!

1893

Divagación

Vienes? me llega aquí, pues que suspiras,
Un soplo de las mágicas fragancias
Que hicieran los delirios de las liras
En las Grecias, las Romas y las Francias.

¡Suspira así! Revuelen las abejas
Al olor de la olímpica ambrosía,
En los perfumes que en el aire dejas;
Y el dios de piedra se despierte y ría.

Y el dios de piedra se despierte y cante
La gloria de los iirsos florecientes
En el gesto ritual de la bacante
De rojos labios y nevados dientes;

En el gesto ritual que en las hermosas
Ninfalias guía a la divina hoguera,
Hoguera que hace llamear las rosas
En las manchadas pieles de pantera.

Y pues amas reir, ríe, y la brisa
Lleve el son de los líricos cristales
De tu reir, y haga temblar la risa
La barba de los Términos joviales.


Mira hacia el lado del boscaje, mira
Blanquear el muslo de marfil de Diana,
Y después de la Virgen, la Hetaira
Diosa, su blanca, rosa y rubia hermana.

Pasa en busca de Adonis; sus aromas
Deleitan a las rosas y los nardos;
Síguela una pareja de palomas
Y hay tras ella una fuga de leopardos.

***

¿Los amores exóticos acaso… ?
Como rosa de Oriente me fascinas:
Me deleitan la seda, el oro, el raso.
Gautier adoraba a las princesas chinas.

¿Te gusta amar en griego? Yo las fiestas
Galantes busco, en donde se recuerde,
Al suave son de rítmicas orquestas,
La tierra de la luz y el mirlo verde.


(Los abates refieren aventuras
A las rubias marquesas. Soñolientos
Filósofos defienden las ternuras
Del amor, con sutiles argumentos,

Mientras que surge de la verde grama,
En la mano el acanto de Corinto,
Una ninfa a quien puso un epigrama
Beaumarchais, sobre el mármol de su plinto.

Amo más que la Grecia de los griegos
La Grecia de la Francia, porque en Francia,
Al eco de las Risas y los Juegos,
Su más dulce licor Venus escancia.

Demuestran más encantos y perfidias
Coronadas de flores y desnudas.
Las diosas de Clodión que las de Fidias;
Unas cantan francés, otras son mudas.

Verlaine es más que Sócrates; y Arsenio
Houssaye supera al viejo Anacreonte.
En París reinan el Amor y el Genio.
Ha perdido su imperio el dios bifronte.

Monsieur Prudhomme y Homais no saben nada.
Hay Chipres, Pafos, Tempes y Amatuntes,
Donde el amor de mi madrina, un hada,
Tus frescos labios a los míos juntes.)

Sones de bandolín. El rojo vino
Conduce un paje rojo. ¿Amas los sones
Del bandolín, y un amor florentino?
Serás la reina en los decamerones.

(Un coro de poetas y pintores
Cuenta historias picantes. Con maligna
Sonrisa alegre aprueban los señores.
Clelia enrojece, una dueña se signa.

¿O un amor alemán?— que no han sentido
Jamás los alemanes—: la celeste
Gretchen; claro de luna; el aria; el nido
Del ruiseñor; y en una roca agreste,

La luz de nieve que del cielo llega
Y baña a una hermosura que suspira
La queja vaga que a la noche entrega
Loreley en la lengua de la lira.

Y sobre el agua azul el caballero
Lohengrín; y su cisne, cual si fuese
Un cincelado témpano viajero,
Con su cuello enarcado en forma de S.

Y del divino Enrique Heine un canto,
A la orilla del Rhin; y del divino
Wolfang la larga cabellera, el manto;
Y de la uva teutona el blanco vino.

O amor lleno de sol, amor de España,
Amor lleno de púrpuras y oros;
Amor que da el clavel, la flor extraña
Regada con la sangrre de los toros;

Flor de gitanas, flor que amor recela
Amor de sangre y luz, pasiones locas;
Flor que trasciende a clavo y a canela,
Roja cual las heridas y las bocas.

***

¿Los amores exóticos acaso… ?
Como rosa de Oriente me fascinas:
Me deleitan la seda, el oro, el raso.
Gautier adoraba a las princesas chinas.

¡Oh, bello amor de mil genuflexiones;
Torres de kaolín, pies imposibles,

Tazas de té, tortugas y dragones,
y verdes arrozales apacibles!

Amame en chino, en el sonoro chino
De Li-Tai-Pe. Yo igualaré a los sabios
Poetas que interpretan el destino;
Madrigalizaré junto a tus labios.

Diré que eres más bella que la luna;
Que el tesoro del cielo es menos rico
Que el tesoro que vela la importuna
Caricia de Marfil de tu abanico.

***

Amame, japonesa, japonesa
Antigua, que no sepa de naciones
Occidentales; tal una princesa
Con las pupilas llenas de visiones,

Que aún ignorase en la sagrada Kioto,
En su labrado camarín de plata,
Ornado al par de crisantemo y loto,
La civilización de Yamagata.

O con amor hindú que alza sus llamas
En la visión suprema de los mitos,
Y hace temblar en misteriosas bramas
La iniciación de los sagrados ritos,

En tanto mueven tigres y panteras
Sus hierros, y en los fuertes elefantes
Sueñan con ideales bayaderas
Los rajahs, constelados de brillantes.

O negra, negra como la que canta
En su Jerusalem el rey hermoso.
Negra que haga brotar bajo su planta
La rosa y la cicuta del reposo…

Amor, en fin, que todo diga y cante,
Amor que encante y deje sorprendida
A la serpiente de ojos de diamante
Que está enroscada al árbol de la vida.

Amame así, fatal cosmopolita,
Universal, inmensa, única, sola
Y todas; misteriosa y erudita:
Amame mar y nube, espuma y ola.

Sé mi reina de Saba, mi tesoro;
Descansa en mis palacios solitarios.
Duerme. Yo encenderé los incensarios.
Y junto a mi unicornio cuerno de oro,
Tendrán rosas y miel tus dromedarios.

Tigre Hotel, Diciembre 1894.

Sonatina

La princesa está triste… ¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
Que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
Está mudo el teclado de su clave sonoro;
Y en un vaso olvidada se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchína, la dueña dice cosas banales,
Y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
La princesa persigue por el cielo de Oriente
La libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China,
O en el que ha detenido su carroza argentina
Para ver de sus ojos la dulzura de luz,
O en el rey de las Islas de las rosas fragantes,
O en el que es soberano de los claros diamantes,
O en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay! la pobre princesa de la boca de rosa,
Quiere ser golondrina, quiere ser mariposa.
Tener alas ligeras, bajo el cielo volar,
Ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
Saludar a los lirios con los versos de Mayo,
O perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
Ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata.
Ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte;
Los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
De Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
En la jaula de mármol del palacio real;
El palacio soberbio que vigilan los guardas,
Que custodian cien negros con sus cien alabardas,
Un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste. La princesa está pálida)
¡Oh, visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe
(La princesa está pálida. La princesa está triste)
Más brillante que el alba, más hermoso que Abril!

Calla, calla, princesa, —dice el hada madrina—
En caballo con alas, hacia acá se encamina,
En el cinto la espada y en la mano el azor,
El feliz caballero que te adora sin verte,
Y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
A encenderte los labios con su beso de amor!

Blasón

El olímpico cisne de nieve
Con el ágata rosa del pico
Lustra el ala eucarística y breve
que abre al sol como un casto abanico.

En la forma de un brazo de lira
Y del asa de un ánfora griega
Es su Cándido cuello, que inspira
Como prora ideal que navega.

Es el cisne, de estirpe sagrada,
Cuyo beso, por campos de seda,
Ascendió hasta la cima rosada
De las dulces colinas de Leda.

Blanco rey de la fuente Castalia
Su victoria ilumina el Danubio;
Vinci fué su barón en Italia;
Lohengrín es su príncipe rubio.

Su blancura es hermana del lino,
Del botón de los blancos rosales
y del albo toisón diamantino
De los tiernos corderos pascuales.

Rimador de ideal florilegio
Es de armiño su lírico manto,
y es el mágico pájaro regio
Que al morir rima el alma en un canto

El alado aristócrata muestra
Lises albos en campo de azur,
Y ha sentido en sus plumas la diestra
De la amable y gentil Pompadour.

Boga y boga en el lago sonoro
Donde el sueño a los tristes espera,
Donde aguarda una góndola de oro
A la novia de Luis de Baviera.

Dad, Condesa, a los cisnes cariño,
Dioses son de un país halagüeño,
Y hechos son de perfume, de armiño,
De luz alba, de seda y de sueño.

Del campo

¡Pradera, feliz día! Del regio Buenos Aires
Quedaron allá lejos el fuego y el hervor;
Hoy en tu verde triunfo tendrán mis sueños vida,
Respiraré tu aliento, me bañaré en tu sol.

Muy buenos días, huerto. Saludo la frescura
Que brota de las ramas de tu durazno en flor;
Formada de rosales tu calle de Florida
Mira pasar la Gloria, la Banca y el Sport.

Un pájaro poeta, rumia en su buche versos;
Chismoso y petulante, charlando va un gorrión;
Las plantas trepadoras conversan de política;
Las rosas y los lirios, del arte y del amor.

Rigiendo su cuadriga de mágicas libélulas,
De sueños millonarios, pasa el travieso Puck;
Y, espléndida sportwoman, en su celeste carro,
La emperatriz Titania seguida de Oberón.

De noche, cuando muestra su medio anillo de oro,
Bajo el azul tranquilo, la amada de Pierrot,
Es una fiesta pálida la que en el huerto reina,
Toca en la lira el aire su do-re-mi-fa-sol.

Curiosas las violetas a su balcón se asoman.
Y una suspira: «¡lástima que falte el ruiseñor!»
Los silfos acompasan la danza de las brisas
En un walpurgis vago de aroma y de visión.

De pronto se oye el eco del grito de la pampa;
Brilla como una puesta del argentino sol;
Y un espectral jinete, como una sombra cruza,
Sobre su espalda un poncho; sobre su faz, dolor.

—«¿Quién eres, solitario viajero de la noche?»
—«Yo soy la Poesía que un tiempo aquí reinó:
¡Yo soy el postrer gaucho que parte para siempre,
De nuestra vieja patria llevando el corazón!»

Alaba los ojos negros de Julia

Eva era rubia? No. Con negros ojos
Vio la manzana del jardín: con labios
Rojos probó su miel; con labios rojos
Que saben hoy más ciencia que los sabios.

Venus tuvo el azur en sus pupilas
Pero su hijo no. Negros y fieros
Encienden a las tórtolas tranquilas
Los dos ojos de Eros.

Los ojos de las reinas fabulosas,
De las reinas magníficas y fuertes,
Tenían las pupilas tenebrosas
Que daban los amores y las muertes.

Pentensilea, reina de amazonas,
Judith, espada y fuerza de Betulia,
Cleopatra, encantadora de coronas,
La luz tuvieron de tus ojos, Julia.

La negra, que es más luz que la luz blanca
Del sol, y las azules de los cielos.
Luz que el más rojo resplandor arranca
Al diamante terrible de los celos.

Luz negra, luz divina, luz que alegra
La luz meridional, luz de las niñas,
De las grandes ojeras, ¡oh, luz negra
Que hace cantar a Pan bajo las viñas!

Canción de Carnaval
Le carnaval s'amuse!
Viens le chanter, ma Muse…
BANVILLE.

Musa, la máscara apresta,
Ensaya un aire jovial
y goza y ríe en la fiesta
Del carnaval.

Ríe en la danza que gira,
Muestra la pierna rosada,
Y suene, como una lira,
Tu carcajada.

Para volar más ligera
Ponte dos hojas de rosa,
Como hace tu compañera
La mariposa.

Y que en tu boca risueña,
Que se une al alegre coro,
Deje la abeja posteña
Su miel de oro.

Unete a la mascarada,
Y mientras muequea un clown
Con la faz pintarrajeada
Como Frank Brown;

Mientras Arlequín revela
Que al prisma sus tintes roba
Y aparece Pulchinela
Con su joroba,

Di a Colombina la bella
Lo que de ella pienso yo,
Y descorcha una botella
Para Pierrot.

Que él te cuente cómo rima
Sus amores con la luna
Y te haga un poema en una
Pantomima.

Da al aire la serenata,
Toca el áuro bandolín,
Lleva un látigo de plata
Para el spleen.

Sé lírica y sé bizarra;
Con la cítara sé griega;
O gaucha, con la guitarra
De santos Vega.

Mueve tu espléndido torso
Por las calles pintorescas
Y juega y adorna el corso,
Con rosas frescas.

De perlas riega un tesoro
De Andrade en el regio nido,
Y en la hopalanda de Guido,
Polvo de oro.

Penas y duelos olvida,
Canta deleites y amores;
Busca la flor de las flores
Por Florida.

Con la armonía le encantas
De las rimas de cristal,
Y deshojas a sus plantas,
Un madrigal.

Piruetea, baila, inspira
Versos locos y joviales,
Celebre la alegre lira
Los carnavales.

Sus gritos y sus canciones.
Sus comparsas y sus trajes
Sus perlas, tintes y encajes
Y pompones.

Y lleve la rauda brisa,
Sonora, argentina, fresca,
La victoria de tu risa
Funambulesca.

Para una cubana

Poesía dulce y mística,
Busca a la blanca cubana
Que se asomó a la ventana
Como una visión artística.

Misteriosa y cabalística,
Puede dar celos a Diana,
Con su faz de porcelana
De una blancura eucarística.

Llena de un prestigio asiático,
Roja, en el rostro enigmático,
Su boca púrpura finge

Y al sonreírse vi en ella
El resplandor de una estrella
Que fuese alma de una esfinge.

Para la misma

Miré al sentarme a la mesa,
Bañado en la luz del día,
El retrato de María,
La cubana-japonesa.

El aire acaricia y besa,
Como un amante lo haría,
La orgullosa bizarría,
De la cabellera espesa.

Diera un tesoro el Mikado
Por sentirse acariciado
Por princesa tan gentil,

Digna de que un gran pintor
La pinte junto a una flor
En un vaso de marfil.

Bouquet

Un poeta egregio del país de Francia,
Que con versos áureos alabó el amor,
Formó un ramo armónico, lleno de elegancia,
En su Sinfonía en Blanco Mayor.

Yo por ti formara, Blanca deliciosa,
El regalo lírico de un blanco bouquet,
Con la blanca estrella, con la blanca rosa
Que en los bellos parques del azul se vé.

Hoy que tú celebras tus bodas de nieve,
(Tus bodas de virgen con el sueño son)
Todas sus blancuras, Primavera, llueve
Sobre la blancura de tu corazón.

Cirios, cirios blancos, blancos, blancos lirios.
Cuellos de los cisnes, margarita en flor,
Galas de la espuma, ceras de los cirios
Y estrellas celestes tienen tu color.

Yo al enviarte versos de mi vida arranco
La flor que te ofrezco, blanco serafín:
¡Mira cómo mancha tu corpino blanco
La más roja rosa que hay en mi jardín!

El faisán

DIJO sus secretos el faisán de oro:—
En el gabinete mi blanco tesoro,
De sus claras risas el divino coro

Las bellas figuras de los gobelinos,
Los cristales llenos de aromados vinos,
Las rosas francesas en los vasos chinos.

(Las rosas francesas, porque fué allá en Francia
Donde en el retiro de la dulce estancia
Esas frescas rosas dieron su fragancia.)

La cena esperaba. Quitadas las vendas,
Iban mil amores de flechas tremendas
En aquella noche de Carnestolendas.

La careta negra se quitó la niña,
Y tras el preludio de una alegre riña
Apuró mi boca vino de su viña

Vino de la viña de la boca loca,
Que hace arder el beso, que el mordisco invoca.
¡Oh los blancos dientes de la loca boca!

En su boca ardiente yo bebí los vinos,
Y pinzas rosadas, sus dedos divinos,
Me dieron las fresas y los langostinos.

Yo la vestimenta de Pierrot tenía,
Y aunque me alegraba y aunque me reía,
Moraba en mi alma la melancolía.

La carnavalesca noche luminosa
Dió a mi triste espíritu la mujer hermosa,
Sus ojos de fuego, sus labios de rosa.

Y en el gabinete del café galante
Ella se encontraba con su nuevo amante,
Peregrino pálido de un país distante.

Llegaban los ecos de vagos cantares;
Y se despedían de sus azahares
Miles de purezas en los bulevares.

Y cuando el champaña me cantó su canto,
Por una ventana vi que un negro manto
De nube, de Febo cubría el encanto.

Y dije a la amada de un día:— ¿No viste
De pronto ponerse la noche tan triste?
¿Acaso la Reina de luz ya no existe?

Ella me miraba. Y el faisán cubierto de plumas de oro:
— «¡Pierrot! ten por cierto
Que tu fiel amada, que la Luna, ha muerto!»

Garçonière

Como era el instante, dígalo la musa
Que las dichas trae, que las penas lleva:
La tristeza pasa, velada y confusa;
La alegría, rosas y azahares nieva.

Era en un amable nido de soltero,
De risas y versos, de placer sonoro;
Era un inspirado cada caballero,
De sueños azules y vino de oro.

Un rubio decía frases sentenciosas:
Negando y amando las musas eternas
Un bruno decía versos como rosas,
Dos sonantes rimas y palabras tiernas.

Los tapices rojos, de doradas listas.
Cubrían panoplias de pinturas y armas,
Que hablaban de bellas pasadas conquistas,
Amantes coloquios y dulces alarmas.

El verso de fuego de D'Anunzio era
Como un son divino que en las saturnales
Guiara las manchadas pieles de pantera.
A fiestas soberbias y amores triunfales.

E iban con manchadas pieles de pantera.
Con tirsos de flores y copas paganas
Las almas de aquellos jóvenes que viera
Venus en su templo con palmas hermanas.

Venus, la celeste reina que adivina
En las almas vivas alegrías francas
Y que les confía, por gracia divina,
Sus abejos de oro, sus palomas blancas.

Y aquellos amantes de la eterna Dea,
A la dulce música de la regia rima,
Oyen el mensaje de la vasta Idea
Por el compañero que recita y mima.

Y sobre sus frentes que acaricia el lauro,
Abril pone amable su beso sonoro,
Y llevan gozosos, sátiro y centauro,
La alegría noble del vino de oro.

El país del sol

Junto al negro palacio del rey de la isla de Hierro—(¡oh, cruel, horrible destierro!)— ¿cómo es que tú, hermana harmoniosa, haces cantar al cielo gris, tu pajarera de ruiseñores, tu formidable caja musical? ¿No te entristece recordar la primavera en que oíste a un pájaro divino y tornasol

en el país del sol?

En el jardín del rey de la isla de Oro—(¡oh, mi ensueño que adoro!)—fuera mejor que íú, harmoniosa hermana amaestrases tus aladas flautas, tus sonoras arpas; tú que naciste donde más lindos nacen el clavel de sangre y la rosa de arrebol,

en él país del sol!


O en el alcázar de la reina de la isla de Plata (Schubert, solloza la Serenata… ) pudieras también, hermana armoniosa, hacer que las místicas aves de tu alma alabasen dulce, dulcemente, el claro de luna, los vírgenes lirios, la monia paloma y el cisne marques. La mejor plata se funde en un ardiente crisol,

en el país del sol!

Vuelve, pues, a tu barca, que tienes lista la vela—(resuena, lira, Céfiro, vuela)—y parte, harmoniosa hermana, a donde un príncipe bello, a la orilla del mar, pide liras, y versos y rosas, y acaricia sus rizos de oro bajo un regio azul parasol,

en el país del sol.

Nueva York, 1893.

Margarita

RECUERDAS que querías ser una Margarita
Gautier? Fijo en mi mente tu extraño rostro está,
Cuando cenamos juntos, en la primera cita,
En una noche alegre que nunca volverá.

Tus labios escarlatas de púrpura maldita
Sorbían el champaña del fino baccarat;
Tus dedos deshojaban la blanca margarita
«¡Sí… no… sí… no… » y sabías que te adoraba ya!

Después, ¡oh flor de Histeria! llorabas y reías;
Tus besos y tus lágrimas tuve en mi boca yo;
Tus risas, tus fragancias, tus quejas, eran mías.

Y en una tarde triste de los más dulces días,
La Muerte, la celosa, por ver si me querías,
¡Como a una margarita de amor, te deshojó!

Mía

Mía: así te llamas.
¿Qué más harmonía?
Mía: luz del día,
Mía: rosas, llamas.

¡Qué aroma derramas
En el alma mía
Si sé que me amas,
¡Oh Mía! ¡oh Mía!

Tu sexo fundiste
Con mi sexo fuerte,
Fundiendo dos bronces.

Yo triste, tu triste…
¿No has de ser entonces
Mía hasta la muerte?

Dice Mía

Mi pobre alma pálida
Era un crisálida.
Luego mariposa
De color de rosa.

Un céfiro inquieto
Dijo mi secreto…
— ¿Has sabido tu secreto un día?

¡Oh Mía!
Tu secreto es una
Melodía en un rayo de luna…
— ¿Una melodía?

Heraldos

HELENA!
La anuncia el blancor de un cisne.

¡Makheda!
La anuncia un pavo real.

¡Ifigenia, Eiectra, Catalina!
Anúncialas un caballero con un hacha.

¡Ruth, Lía, Enone!
Anúncialas un paje con un lirio.

¡Yolanda!
Anuncíala una paloma.

¡Clorinda, Carolina!
Anuncíalas un paje con un ramo de viña.

¡Sylvia!
Anúnciala una corza blanca.

¡Aurora, Isabel!
Anúncialas de pronto
Un resplandor que ciega mis ojos.

¿Ella?
(No la anuncian. No llega aún

Ite, missa est

Yo adoro a una sonámbula con alma de Eloisa
Virgen como la nieve y honda como la mar;
Su espíritu es la hostia de mi amorosa misa
y alzo al són de una dulce lira crepuscular.

Ojos de evocadora, gesto de profetisa,
En ella hay la sagrada frecuencia del altar;
Su risa es la sonrisa suave de Monna Lisa.
Sus labios son los únicos labios para besar.

Y he de besarla un día con rojo beso ardiente;
Apoyada en mi brazo como convaleciente
Me mirará asombrada con íntimo pavor;

La enamorada esfinge quedará estupefacta,
Apagaré la llama de la vestal intacta
¡Y la faunesa antigua me rugirá de amor!