EL CHICO DE UNA NOCHE



V.1: Junio, 2017


Título original: Fling

© Jana Aston, 2016

© de la traducción, Idaira Hernández Armas, 2017

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2017

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Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imagen: DaniloAndjus - iStock


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ISBN: 978-84-16223-75-6

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EL CHICO

DE UNA NOCHE

Jana Aston

Serie Los chicos 2.5


Traducción de Idaira Hernández Armas para
Principal Chic

5

Capítulo 2

Gabe

—¿Qué piensas de Sandra? —pregunto a Sawyer mientras agarro una pelota de béisbol firmada de una vitrina que hay en la pared de su despacho.

Me siento en una de las sillas que hay enfrente de su escritorio y tiro la pelota por encima de mi cabeza antes de atraparla de nuevo.

Sawyer está revisando algo en la pantalla, pero hace una pausa cuando le hago la pregunta y me presta atención.

—Sabes que es la mejor asistente que he tenido. ¿Necesitas ayuda con algo? Pensaba que estabas contento con Preston.

No sé por qué, pero Recursos Humanos solo me asigna gays o mujeres tan viejas que podrían ser mi madre. Sospecho que es una orden directa de Sawyer. Capullo.

Vuelvo a tirar y a atrapar la pelota.

—No, quiero decir que qué piensas de Sandra como mujer.

—No pienso en ella de ese modo —responde Sawyer, que entrecierra los ojos mirando en mi dirección.

—Le gusto —digo.

—No —dice Sawyer con desdén y golpea el ratón sobre la mesa con la intención de ignorarme.

—Sí —insisto—. Siempre me está mirando.

—Quizá piensa que eres idiota.

Esa es una clara posibilidad. Nunca he estado muy seguro. La mayoría de las veces inclina la cabeza y me llama señor Laurent cuando pasa junto a mí, apresurada. Me pone, joder, pero no estoy seguro de si yo también le pongo a ella o si en realidad piensa que soy un gilipollas.

—Creo que sale con alguien de marketing —añade Sawyer mientras teclea, absorto con lo que sea que tenga en la pantalla.

—Rompieron en verano —digo con seguridad. Me recuesto en la silla y tiro la pelota al aire un poco más alto.

—¿Cómo lo sabes? —Sawyer deja de teclear y se cruza de brazos. No parece contento con lo que sé de la vida sentimental de Sandra; creo que la ve como la hermana pequeña que nunca tuvo—. En cualquier caso, ¿qué interés tienes en ella?

Agarro la pelota al tiempo que elevo las cejas con incredulidad.

—¿Necesitas que te lo deletree? —Me inclino hacia delante en la silla y adopto un tono serio—. A veces, cuando dos personas se atraen, disfrutan quitándose la ropa para…

—Cállate —me interrumpe Sawyer—. No es tu tipo.

—¿Preciosa? —pregunto.

—Dulce —responde.

Es una chica dulce; en eso lleva razón. Pienso en el papel que tengo en el bolsillo. Oigo que me llama y vuelvo a preguntarme si es de ella. Creo que la dulce Sandra esconde un lado oscuro, y me encantaría descubrirlo.

—No juegues con ella, Gabe. —Sawyer me observa atentamente—. Sandra no es de esas chicas con las que te diviertes una noche y ya está. Le prometí a su padre que la cuidaría cuando la contraté. Y es un poco joven para ti, ¿no crees?

Ajá. Sabía que estaba interpretando el papel de hermano mayor o algo así, pero no estoy seguro de que me guste que la insinuación se quede en el aire.

Que no soy lo bastante bueno para ella.

—A lo mejor estoy interesado en algo más que en follármela.

Hago rodar la pelota entre los dedos y me encuentro con su mirada directa.

—Más quisieras. No te va a dar ni la hora.

—Puede que sí. —Vuelvo a tirar la pelota.

—No lo hagas, Gabe.

Me exaspera esta actitud exageradamente protectora hacia Sandra, y le tiro la pelota cuando me levanto. Él la agarra con facilidad. Por su expresión, parece que esté a punto de hacer una pregunta, pero lo ignoro y salgo de su despacho.

Sandra está en su escritorio, justo al lado del despacho de Sawyer. Tiene la cabeza agachada y está concentrada en la hoja de cálculo de la pantalla, con el bolígrafo en la mano derecha. Escribe algo rápidamente en una nota adhesiva, la separa del taco y la pega con cuidado en el escritorio, perfectamente alineada con el borde de la mesa. Entonces, vuelve a llevar la mano al ratón, hace clic y pasa el dedo por la superficie para desplazar hacia abajo la página que tiene delante. Sin embargo, no le presto mucha atención a la pantalla; no es lo que me interesa. Me interesa su dedo. La curva de su cuello. Su pelo rubio, recogido en una coleta baja que le cae sobre la espalda. Eso me interesa. Pienso en ella toqueteándose el clítoris con ese dedo, corriéndose. Pienso en presionar la parte trasera de su cuello con la mano y obligarla a bajar la cabeza al colchón al tiempo que le levanto el culo. Pienso en enredarme su pelo en la mano y guiar su boca hasta mi polla.

Entonces, sin pensar, doy un paso adelante y arranco la nota adhesiva del escritorio.

Soy un idiota; lo comprendo cuando la tengo en la mano. ¿Qué coño estoy haciendo? No soy nadie para tocar sus cosas. Ni siquiera tengo una razón plausible para tocar su escritorio.

Sandra se sobresalta en la silla; es evidente que no se había dado cuenta de que estaba aquí. Al parecer, Sawyer tampoco tiene la costumbre de acercarse a ella por la espalda y quitarle cosas del escritorio, ya que, por lo general, no es un gilipollas. Sandra gira la cabeza en mi dirección y abre los ojos de par en par, sorprendida. De repente, la inquietud se apodera de su rostro, pero luego pestañea y se obliga a esbozar una sonrisa profesional. Sus ojos pasan rápidamente una y otra vez de mí a la nota que he agarrado en un impulso, solo para echar un vistazo a su letra. Es una tontería, pero he pensado que así podría confirmar que la encuesta es suya. Echo un vistazo a la nota; escudriño el trozo cuadrado de papel de setenta y seis por setenta y seis milímetros que tengo en la mano. La nota en la que pone «llamar al casero». Hostia puta. Ni siquiera tiene que ver con el trabajo.

—¿Señor Laurent? —pregunta. Sus ojos azules reflejan inseguridad.

—Lo siento, Sandra. —Adopto una actitud profesional, dejo de nuevo la nota en el escritorio como si no me interesara y miento como un bellaco—: Pensaba que era la dirección que te había pedido.

—No me ha pedido nada —dice, y sacude ligeramente la cabeza al tiempo que abre el correo electrónico para asegurarse de ello—. ¿Qué necesita? —pregunta, y yo estoy tan cerca de ella que tiene que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarme, en el mismo ángulo que si estuviera de rodillas con mi polla en la garganta. Pestañea a la espera de que hable y percibo el tenue rubor de sus mejillas.

—Necesito la dirección de los padres de Sawyer —miento, y entonces añado—: Voy a enviarles una cesta de fruta para felicitarles las fiestas. —Eso era innecesario porque ya se ha dado la vuelta hacia la pantalla y teclea a toda velocidad con eficiencia.

—Enviada —dice cuando aprieta el ratón—. A su correo electrónico —añade al ver que no me muevo, con el ceño levemente fruncido por la confusión.

Apoyo una mano en el respaldo de su silla y me inclino sobre ella, más cerca. Se le acelera la respiración cuando coloco dos dedos en el taco de notas adhesivas del escritorio y se lo acerco.

—Escríbela —murmuro, y entonces lucho por contener una erección cuando la veo morderse el labio. Saca la lengua rápidamente, coge un bolígrafo y escribe enseguida la misma dirección que me acaba de enviar por correo electrónico.

Sandra separa la nota del taco y me muestra la parte sin adhesivo. La mano le tiembla un instante y me pregunto si han sido imaginaciones mías.

Agarro la nota y me alejo de su escritorio con una breve sonrisa.

—Disfruta de las vacaciones de Navidad, Sandra.

—Usted también, señor Laurent. Feliz Navidad.

Se gira de nuevo hacia el ordenador y vuelve a concentrarse de inmediato en la hoja de cálculo en la que estaba trabajando.

Mierda. ¿Quizá piensa que soy demasiado viejo?

—Espero que le regalen todo lo que desea —añade mientras me alejo.

Me giro, sorprendido por sus últimas palabras. Escudriño su rostro despacio y asiento con la cabeza.

—A ti también.


* * *


Me marcho, muerto de curiosidad por saber qué podría querer ella por Navidad. A menos que se trate de Andrew, el de marketing. Que le den. Ese chico me aburre hasta la saciedad. Jugamos juntos en la liga de softball de la empresa y, creedme, no os gustaría estar sentados a su lado en la barra de un bar después de un partido. «Espero que le regalen todo lo que desea», ha dicho. Le doy vueltas. ¿Acaso Sandra liga así? Yo sé perfectamente qué me gustaría. Me gustaría tenerla debajo de mí. Me gustaría verle la cara cuando se corra. Apuesto a que cierra los ojos, gira la cabeza hacia un lado y gime con delicadeza. Me gustaría cambiar eso. Me gustaría que perdiera el control hasta clavarme las uñas en la piel, sacudir la cabeza con violencia y gruñir sin pensar en nada más que en lo bien que le estoy haciendo sentir.

Mierda, ¿cuándo fue la última vez que fantaseé con ver correrse a una mujer? No es algo sobre lo que necesite fantasear; no tengo problemas para conseguir que una mujer se ponga debajo de mí y contemplar su reacción en vivo y en directo.

No estoy a la altura de esta chica.

Es dulce. No tengo ni idea de cómo conseguir que una chica dulce se meta en mi cama. Mi última relación empezó cuando la chica me dio la llave de su habitación de hotel. La anterior a esa era mi abogada, y fue ella quien dio el primer paso. La anterior… bueno, digamos que no recuerdo la última vez que tuve que hacer algo más que esbozar una sonrisa perezosa o, como mucho, guiñar un ojo para que la mujer en cuestión me siguiera el juego. Al parecer soy un puto vago.

Vuelvo a mi despacho, saco del bolsillo trasero el cuestionario sexual y lo dejo en el escritorio, junto con la nota adhesiva. Sonrío mientras tomo asiento. La encuesta es ridícula. Parece sacada de una película de los ochenta para adolescentes. Le doy la vuelta al papel y miro la encuesta original de la reunión, que está impresa por delante. Le dije a Sawyer que teníamos que hacernos una idea de las opiniones de los demás sobre estas reuniones trimestrales para entender qué es útil y qué no. La mayoría de las reuniones se han vuelto inútiles, en mi opinión, y quienquiera que escribiera «Calla la puta boca» como respuesta a una de las preguntas debe de estar de acuerdo conmigo. Me hace reír. Quizá debería estar ofendido, pero me la suda. Quería comentarios sinceros sobre la reunión y los he conseguido. Además… ahora que la miro con más atención, me doy cuenta de que esta letra es la de Preston. Y Sandra estaba sentada justo a su lado durante la reunión.

Dedico unos minutos a clasificar el resto de encuestas. Encuentro la que creo que debe de haber completado Sandra, por las respuestas detalladas y meditadas y la enumeración de ejemplos. Es la misma letra que la de la nota.

Vuelvo a coger la encuesta sexual para compararlas. No tengo mucho que comparar. «5. Gabe Laurent. Todas. ¿Quizá? ¡¡No!!». Me centro en las mayúsculas y las comparo con las de su encuesta. Creo que he encontrado una coincidencia.

La dulce Sandra quiere hacer cosas sucias conmigo.

Capítulo 3

Sandra

«Espero que le regalen todo lo que desea». He repetido esas palabras una y otra vez en mi cabeza, cientos de veces, y siempre que lo hago me siento humillada. Ya que estaba, podría haberle dicho que se quitara los pantalones. No podría haber sido menos sutil. Como si el copropietario de treinta y cinco años de una enorme empresa fuera a interesarse por una asistente administrativa de veintiséis… En mí. Estúpida, estúpida, estúpida.

Y el cuestionario sexual… No puedo dejar de pensar en Gabe doblándolo y metiéndoselo en el bolsillo. Ese recuerdo me hace estremecer. O sea, llegué a pensar en mudarme durante las vacaciones, en serio. Cuando pasé el día de Navidad en casa, pensé en quedarme ahí indefinidamente. Pero entonces vi el coche de Amanda aparcado en la entrada de la casa de al lado y volver a Filadelfia me pareció la menos humillante de mis opciones.

Mi nombre no estaba escrito en ese papel.

Mi nombre no estaba escrito en ese papel.

Mi nombre no estaba escrito en ese papel.